𝘃𝗶𝗻𝗴𝘁-𝘀𝗲𝗽𝘁. 𝗹𝗲 𝘀𝗼𝘂𝘁𝗶𝗲𝗻
capítulo veintisiete:
el apoyo
—¿Me lo estás diciendo en serio?
Capella se cubrió del todo con la colcha de la cama, mientras Emmeline la miraba con la más absoluta sorpresa. Acababa de confesarle lo que había pasado con Gordon el día anterior; que él la había besado.
Era por la tarde, y había sido inevitable que Emmeline se diera cuenta de toda la tensión que había entre Gordon y Capella. Habían evadido toda forma de contacto durante las clases y las comidas, y en cuanto Capella tuvo la oportunidad se fue a esconder en su habitación.
—Sí, Em.
—No me puedo creer que se haya atrevido...
Seguía totalmente cubierta y no tenía ganas de destaparse, porque había empezado a llorar en silencio. No sabía qué hacer.
—Lo sabías, ¿verdad? —preguntó Capella con un nudo en la garganta.
Emmeline se dio cuenta enseguida de que estaba llorando, por el tono de su voz. Abrió las sábanas para meterse dentro con su mejor amiga, y la abrazó.
—Desde hace mucho, Ella. No creía que fuera realmente capaz de decirte algo, parecía horrorizado de que pudieras enterarte.
—¿Qué voy a hacer, Em? No quiero que se separe de mí.
Emmeline suspiró y Capella se enjuagó las lágrimas, secándose las mejillas con los puños. Apartó las sábanas con rabia y el aire se sintió más frío ahora que no estaba al resguardo de ellas.
—Tampoco hace falta que os dejéis de hablar —la trató de consolar Emmeline—. Que le gustes no quiere de...
Se interrumpió porque Capella se tapó la cara en cuanto mencionó que le gustaba.
—Vas a tener que hacerte a la idea, Capella.
Tenía razón. Durante esa semana, evitarse el uno al otro resultó imposible. Se veían en la Sala Común, en el Gran Comedor y en prácticamente todas las clases. También se lo cruzó por los pasillos en un par de ocasiones, mientras estaba con Evan, y no le pasaron desapercibidas las miradas de odio que se dedicaron entre ellos.
No quería ni pensar en cómo reaccionaría Evan si se enterara. Se lo contaría a su padre. Y Cepheus la torturaría por arruinar la única cosa que había hecho bien en su vida.
Pero nada de eso estaba bien.
Las cosas continuaron igual de tensas a medida que avanzaba marzo, pero al menos habían conseguido hablar con Gordon en alguna ocasión. Aunque no era como antes, porque él siempre buscaba excusas para no quedarse a solas. Capella echaba de menos a su mejor amigo.
Y no ayudaba el hecho de que no podía sacarse aquel beso de la cabeza. Cada vez que veía a Gordon, el sabor de sus labios se le venía a la memoria y eclipsaba sus demás pensamientos. Eso solo lo hacía más difícil.
Su solución fue refugiarse en la biblioteca con Emmeline y estudiar por horas. Sabía que Gordon nunca pisaba ese lugar, a pesar de que los TIMO estaban a tres meses de distancia.
—Pasas demasiado tiempo estudiando —le dijo Evan un día a mediados de mes.
—Tengo que sacar buenas notas para los TIMO.
—Pero nunca habías estudiado tanto. Otros años has sacado notas bajas.
Capella se quedó en silencio. Sí, sus notas siempre habían dejado mucho que desear, pero siempre se había esforzado por hacerlo mejor. Simplemente, la información no se le quedaba en la cabeza.
—Supongo que tenía que ponerme las pilas de una vez —susurró Capella.
—Da igual que vuelvas a suspender. Cuando salga de Hogwarts, conseguiré trabajo en el Ministerio de Magia, y no tendrás por qué trabajar tú también...
Pero ella había dejado de escucharle. Se quedó con la vista fija en los árboles del bosque prohibido, mientras el sol se ponía en el horizonte. Habían salido a dar un paseo, aprovechando que hacía un buen día.
Lo que Evan le había dicho no iba a servirle de nada, porque Capella no iba a casarse con él cuando saliera de Hogwarts. Era un arreglo temporal. Algo que pensaba que le convenía soportar solo durante unos meses.
Evan estaba a punto de cumplir los dieciocho. Y cuando junio llegara a su fin, él no regresaría a Hogwarts al curso siguiente. No haría falta que diera más paseos con él, ni que tuviera que aguantar todas las miradas de desprecio de su grupo de amigos cuando estaban juntos.
—Últimamente estás más desaparecida.
Ella sacudió la cabeza y fijó su vista en Evan, que se había dado cuenta de que ya no le estaba escuchando.
—Perdón.
—Sabes que nunca me ha importado que de repente desconectes, pero me gustaría que me escucharas.
—Ya, sí, lo siento. No he dormido mucho y estoy cansada.
Por un momento pensó que Evan iba a replicar y a echarle algo en cara, pero la expresión del chico se relajó de repente.
—Claro, porque te quedas hasta tarde estudiando. Hazme caso, duerme más, te sentará bien y no tendrás que andar con sueño y ojeras.
—Tienes razón —mustió Capella, dándole una pequeña sonrisa para que él no notase que había mentido antes. No se había fijado en que tenía ojeras.
Pasaron en silencio el rato que restaba hasta que la oscuridad llegó y decidieron retirarse de los jardines. Evan la besó tres veces hasta que se despidieron en el vestíbulo, y, en cada una de ellas, Capella sintió cómo algo tiraba de su estómago hacia arriba. Como si una cuerda lo atase con fuerza.
Se topó con Remus y Lily por el pasillo, de camino a la Sala Común. Ambos charlaban con despreocupación y, al ver sus insignias de prefectos, Capella supuso que iban a empezar su ronda.
—Ey, ¿qué tal estás? —la saludó Remus, parándose a su lado con Lily.
—Bien, bien —contestó Capella, con una falta total de seguridad en sus palabras.
Remus pareció no creérselo, porque le pidió a Lily que fuese yendo sin él y le aseguró que le acompañaría enseguida. Ella aceptó sin objetar nada, lo que le hizo pensar a Capella que debía de verse bastante mal.
—¿Ahora me vas a decir la verdad? —preguntó Remus con un intento de sonrisa.
Se notaba que le costaba, pero quería ayudarla como ella había hecho con él meses atrás.
—Solo es un mal día —aclaró Capella, algo que no era mentira. Solo que todos los días eran malos—. No sé, no tengo ganas de hacer nada...
—Conozco esa sensación. Y te prometo que se acabará marchando; a todos nos dan bajones de vez en cuando.
—Supongo que será el estrés por los exámenes.
—Sí, yo también tuve mi crisis con eso —comentó Remus, aunque por el tono que usó al decir «eso», se dio a entender que no se refería a los exámenes—. Y, si algún día quieres que te ayude a... preparar los TIMO, sabes que puedes contar conmigo.
Capella sonrió de verdad por primera vez en el día y, posiblemente, también en la semana.
—Gracias, Remus.
—No tienes que darlas. Sabes que me ayudaste mucho en su día.
—Solo te dije que no había nada malo contigo, no hice mucho más.
—A veces, saber que alguien te apoya es lo más importante.
Puede que tenga razón. Yo también tengo gente que me apoya.
* * *
A mitad del mes de marzo, el tiempo había mejorado considerablemente, lo cual era una gran noticia para todos aquellos estudiantes que querían disfrutar de la próxima salida a Hogsmeade.
Aunque, a decir verdad, Capella no lo pasó bien en lo absoluto. Emmeline iba a tener una cita con Garrett, y Josephine también había quedado con alguien que no quiso desvelarles. Pensaba que podría estar con Cora, pero ella admitió que también pensaba verse con un chico un año mayor en la Tienda de Té de Madame Tudipié.
Así que la habían dejado sola y sin excusas para evadir a Evan, con quien tuvo que salir a tomar algo a Las Tres Escobas. Al menos, el día no se hizo muy largo. O tal vez fuera porque Capella había desconectado más de la mitad de la velada.
Durante las vacaciones de Pascua no ocurrió nada especial, o al menos no hasta que terminaron, a principios de abril. Aunque, a esas alturas, Capella sabía que especial no era sinónimo de bueno, porque las noticias que Sirius le traía eran horribles.
La encontró el lunes por la tarde en la Sala Común, mientras descansaba de toda la tarea que había estado haciendo minutos atrás. Su cara denotaba cansancio.
—¿Estás bien? —le preguntó Capella cuando él se desplomó en el sofá, a su lado, y dio un gran suspiro.
No contestó, solo le tendió un pergamino muy arrugado que Capella agarró. Sirius se pasó una mano por el pelo, apartándoselo de la cara, y cerró los ojos.
Con creciente miedo, Capella plegó el pergamino para poder leer lo que ponía entre las arrugas.
Queridos Sirius, Capella y Deneb:
¿Cómo estáis, chicos? Vuestro tío favorito espera que la respuesta sea un «muy bien». Ahora, si me lo preguntáis a mí, lamento tener que decir que no sería la misma.
No quiero alarmaros, y tampoco es necesario que os asustéis, pero últimamente no me encuentro en las mejores condiciones. Quería escribiros personalmente, porque dudo que mis queridos hermanos se dignen en deciros algo.
En resumidas cuentas, os escribo desde San Mungo, donde seguramente cuidarán muy bien de mí y pronto todo quedará en anécdota.
Cuidaos mucho,
Alphard
—Pero... ¿qué le ha pasado? —dijo en voz baja Capella, al cabo de unos segundos, releyendo la carta de una ojeada.
—No sé más que tú —gruñó Sirius, pellizcándose el puente de la nariz con frustración.
Sirius tenía ojeras y daba la sensación de que no había dormido en toda la noche. De hecho, Capella no lo había visto ni durante el desayuno ni durante la comida en el Gran Comedor.
—¿Te encuentras bien?
—El que no está bien es tío Alphard, ¿se puede saber por qué nos escribe sin dar explicaciones? Está en San Mungo y no sabemos ni por qué.
—Dice que no nos preocupemos —murmuró ella, sujetando con firmeza la carta.
—¿Y por qué iba a escribirnos si no fuera grave? No mandas una carta a tus sobrinos porque has pillado un resfriado —comentó Sirius con un tono más bien borde.
—¿Has discutido con Remus o algo? Porque estás muy irascible.
Sirius bufó y se cruzó de brazos, hundiendo más la espalda en el sofá.
—Claro que no he discutido con él, esta noche ha habido... —Se calló de repente, como si fuera a decir algo que no debía—. No he dormido mucho.
Capella hizo una mueca de asco, malinterpretando las palabras de su primo.
—No quiero saber lo que haces con Remus por las noches.
—Entonces no preguntes.
—¡Tampoco te he preguntado eso!
Pero Sirius no volvió a responder, decidiendo quedarse en silencio y con la mirada perdida en las llamas de la chimenea.
Al día siguiente iba a tener lugar la reunión sobre orientación académica con McGonagall, para aquellos que no la hubieran tenido tiempo el lunes. Ya habían asistido a ella Josie y Cora, ambas teniendo claro a qué querían dedicarse: a algo relacionado con criaturas mágicas. Dirk Cresswell también había acudido el día anterior, y tenía como meta aprender duendigonza. Steven Hopkins, por su parte, guardaba ilusiones de convertirse en auror.
Así que, cuando Capella fue al despacho de su jefa de casa en lugar de al invernadero para la clase de Herbología, sintió los nervios a flor de piel. No tenía ni idea de qué iba a decirle.
—Siéntate, Capella —le indicó McGonagall cuando entró en el despacho.
Ella le hizo caso, tomando asiento mientras observaba todos los folletos que cubrían la mesa de la profesora. Eran los mismos que habían estado en la Sala Común todas las vacaciones, los había ojeado decenas de veces.
—Ya sabes que en esta reunión hablaremos sobre las posibles carreras que hayas pensado. Y para eso tengo que ayudarte a decidir las asignaturas que necesitarás al curso que viene. —Capella asintió—. ¿Tienes alguna idea de a qué querrás dedicarte?
—Esto... No lo tengo muy claro.
—La mayoría de los alumnos desea entrar en el Ministerio. ¿Has investigado sobre ello? —le preguntó, abriendo uno de los folletos más grandes.
—Sí, he mirado algo. Pero se necesitan notas muy altas para conseguir un puesto en el Ministerio.
McGonagall asintió. Estuvieron un rato más hablando sobre posibles puestos de trabajo, pero Capella no parecía contenta con ninguno. Hasta que McGonagall le preguntó qué era lo que le gustaba hacer, y ella le respondió lo mismo que le había dicho a Emmeline meses atrás:
—Cocinar.
La profesora pareció sorprendida. No muchos alumnos de quince años le decían que les gustaba cocinar.
—¿Y se te da bien?
—Sí. Al menos eso creo. Suelo ayudar a Echo a preparar la comida en casa. Echo es nuestra elfina doméstica. Y nadie se ha quejado nunca de que algo esté malo.
Si lo estuviera, habría escuchado las quejas de su padre. Como con todo lo que hacía mal.
—Entonces ya tienes algo por donde empezar.
—Pero ¿qué tengo que estudiar para ser cocinera?
—Si fuera tú, me centraría en aprovechar las clases que más te gusten y sacar buenas notas en los TIMO de esas asignaturas. Así podrás cursarlas al año que viene. Deberías elegir Encantamientos, al menos, para cocinar con magia; el profesor Flitwick admite estudiantes a partir del Aceptable.
—Supongo que por algo se empieza...
—Capella, antes de que te marches. No te machaques mucho con las notas, ¿vale? —le dijo McGonagall, con la intención de consolarla—. Sean bajas o altas no te quitan ser una gran bruja.
—Muchas gracias, profesora —dijo con sinceridad Capella, sonriendo.
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