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𝘂𝗻. 𝗹𝗲 𝗱𝗶𝗮𝗯𝗹𝗲

capítulo uno:
el diablo

A veces, Capella llamaba demonio a su hermano pequeño. En otras ocasiones, ella pensaba que aquello se le quedaba corto. Llegó a creer que verdaderamente el diablo vivía dentro de su cuerpo, porque era imposible que tanta maldad cupiera en un niño tan pequeño.

Lo cierto era que el diablo que habitaba dentro de Perseus no era otro que la sangre Black que corría por sus venas.

—¿Eri, has visto la muñeca de Den? —le preguntó Capella a su hermano mayor, que trataba de leer un libro. La niña tenía el ceño fruncido, en señal de preocupación.

La pelinegra se distrajo leyendo el título de aquel libro con las páginas desgastadas, Enfermedades y dolencias mágicas frecuentes, y no escuchó lo que su hermano le contestó. ¿Por qué lo estaba leyendo? ¿Se lo habían mandado en Hogwarts, o estaba interesado en ello? ¿Y por qué estaba tan raído? En su casa no guardaban libros en mal estado.

—Capella —le llamó, sacudiendo su hombro—. Te estoy hablando, debes prestarme atención. Sobre todo cuando has sido tú la que me ha hecho la pregunta.

—Lo siento, Eri. Estaba leyendo el título del libro —se disculpó ella, tratando de lucir arrepentida por no haberle escuchado.

—No he visto la muñeca. Puedes preguntarle a Echo —recomendó él, refiriéndose a la andrajosa elfina doméstica de la familia.

—No lo entiendes —protestó ella—, es el quinto juguete que se pierde esta semana. Ayer desapareció su puffskein de peluche y no pudo dormir, estuvo llorando toda la noche.

—¿Cómo sabes eso? Padre silencia su habitación cuando llora. —Eridanus inspeccionó el rostro de su hermana, buscando señales para saber si lo que iba a contestarle era cierto o no.

Las mejillas de Capella adquirieron un leve tono rojizo que resaltaba sobre su pálida piel, la cual salpicaban múltiples pecas. Los dos hermanos eran parecidos físicamente, sin duda los más similares entre los cinco a pesar de la franja de edad de seis años. El mayor iba a cumplir los catorce en un par de meses y la pequeña ya tenía los ocho.

—Es posible que no lo hiciera ayer... —se aventuró a decir, entrelazando los dedos de sus dos manos y fingiendo jugar con ellos.

—La silenció. Yo no escuché nada y mi habitación está encima de la suya. Siempre que empieza a llorar lo escucho y luego dejo de hacerlo porque padre se encarga de silenciarla para que no moleste.

Eridanus le dedicó una severa mirada a su hermana y cerró el libro para dejarlo sobre la mesita que se encontraba al lado del sillón. Ella supuso que lo retomaría más tarde, o lo habría guardado en su lugar de las enormes estanterías que había en las paredes de la sala.

—Te volviste a colar en su cuarto después de que madre la acostara, ¿cierto?

Ella negó rápidamente con la cabeza, temerosa por haber sido descubierta, y se puso de cuclillas en el suelo, agarrando con fuerza la rodilla de su hermano, suplicante.

—No. Eso no es verdad. Yo no hago eso porque si lo hiciera padre me... padre me...

—¿Padre te qué? —quiso saber Eridanus, pero era en vano.

Capella no iba a responder. No podía.

—¿Ella? —llamó su hermano, tras unos largos segundos en los que su hermana parecía absorta en su mente.

—No lo sé —consiguió decir ella, en una voz muy baja—. No lo sé —repitió un poco más fuerte esta vez.

En ese momento vieron algo —alguien, más bien— corriendo tan rápido que parecía que nunca hubiera estado ahí. Había aparecido por una de las aberturas de la pared que daba a la sala, para salir por la del lado contrario. Capella se sobresaltó y casi se cayó al suelo, pero su hermano le agarró del brazo a tiempo.

—Solo era Perseus.

—¿Solo?

Capella se puso de pie y comenzó a caminar rumbo a la habitación de su hermano pequeño. No eran pocas las veces que Perseus corría de un lado a otro de la casa a alta velocidad, pues parecía que sus primeras señales de magia no eran otras que esas. Pasaba el tiempo moviéndose sin descanso y no paraba de darle sustos de muerte a Capella.

Después de subir las escaleras, se dirigió a la derecha y llamó a la única puerta del pasillo, decidida a exigirle que dejara de provocarle infartos a propósito. Porque ella sabía que lo hacía queriendo. El niño de casi siete años abrió una rendija la puerta y observó con sus ojos azules entrecerrados a su hermana.

—Si vienes a quejarte no me interesa. —Y le cerró la puerta en las narices.

Esta vez, Capella no llamó y tan solo la abrió, adentrándose en su cuarto. Al instante, un extraño olor a quemado se apoderó de sus fosas nasales, y miró con recelo su alrededor.

Perseus golpeó las piernas de su hermana con sus puños, pero ella simplemente le hizo a un lado y anduvo hasta un extremo de su habitación.

Abrió la puerta de un armario y gritó viendo lo que había dentro, en el suelo, al lado de algunas cajas y un par de zapatos. Los juguetes que Deneb había perdido estaban ahí, pero todos tenían un aire siniestro.

A la muñeca que solía tener el pelo rubio muy bien peinado no le quedaba rastro de aquel cabello dorado, y el color negro y chamuscado de su ahora deforme cabeza hizo ver a Capella que su hermano lo había quemado. También se encontraba ahí su puffskein de peluche, bañado en lo que parecía ser pintura roja, pues había dejado una gran mancha de ese color debajo de él.

Los demás no habían sufrido un mejor destino, Capella no podía ni entender cómo habían acabado en aquel nefasto estado. Tan solo llegó a ver unas cuantas hojas sueltas y esparcidas por el suelo del armario, llenas de dibujos con formas de siluetas que pretendían asemejarse a personas.

Se giró para encarar a su hermano, que la miraba con una sonrisa que le transmitió terror puro. A Capella se le cortó la respiración y comenzó a temer que su hermano la calcinara tal y como lo había hecho con los juguetes.

—¡Eres un monstruo! ¡Un demonio! —le gritó, para luego salir corriendo de aquel cuarto.

Su huída no duró más de unos segundos, pues chocó sin querer con la —ahora segunda— persona que más le aterrorizaba en la casa: su padre, Cepheus Black.

Sus penetrantes ojos marrones oscuros se clavaron en el rostro de su hija, que no sabía qué había hecho para merecer esa inquietante mirada.

En realidad, sí lo sabía.

—¿Por qué estás corriendo? —cuestionó, crispado. Parecía que el hecho de que su hijo recorriera con mucha rapidez la casa de arriba a abajo no le molestaba, pero si ella lo hacía, entonces había un problema.

—Pe-perseus tiene e-en su cuarto t-todos los juguetes que Den... que Deneb había perdido.

—Haz el favor de hablar sin tartamudear. ¿Qué pensaría alguien si te viera a ti, una Black, balbuceando y lloriqueando, más aún chocándote con tu padre sin siquiera disculparte? Toda una vergüenza.

Se cruzó de brazos, esperando una respuesta inmediata por parte de su hija mediana.

—L-lo lamento, padre —se disculpó, intentando dejar de trabarse al hablar—. No pretendía chocarme contigo, d-debí haber mirado por dónde caminaba.

Él asintió, aunque no lucía para nada satisfecho. Parecía que aún esperaba que ella dijera algo más.

—Perseus tiene en el... en el armario los juguetes que Deneb había perdido esta semana. Pero e-están destrozados. Él los ha quemado y...

Cepheus la hizo callar con un gesto de la mano y se adelantó para meterse en el cuarto de su hijo. Unos veinte segundos más tarde, salió con el semblante serio.

—La próxima vez que me mientas, Capella, aprenderás la importancia que tiene decirle la verdad a tu padre. No hay nada en ese armario, y acusas a tu hermano solo por asustarte cuando hace magia. Pareces una asquerosa muggle, y en mi familia no toleraré eso.

Capella quería replicar, pero las únicas palabras que salieron de su boca fueron automáticas:

—Sí, padre.

Él se marchó y se perdió de vista al subir las escaleras que llevaban al segundo piso. La niña suspiró y agachó su mirada al suelo.

Se escuchó una risita proveniente del cuarto de Perseus, y él mismo abrió la puerta unos centímetros. Los justos para enseñarle a Capella lo que tenía en las manos: la cabeza de la muñeca. Había escrito el nombre de su hermana en la nuca —una de las pocas zonas que no estaba quemada— con letras curvas e irregulares en un color rojo apagado. Parecía sangre.

Con lágrimas en los ojos y reprimiendo un chillido, Capella subió corriendo y llegó hasta su habitación, para encerrarse ahí durante el resto de aquella tarde de principios de agosto.







espero que no os hayáis asustado pero este capítulo era necesario para ahuyentar a los más miedosos JAJAJAJA ojalá os guste la historia <3

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