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𝘁𝗿𝗲𝗻𝘁𝗲-𝘁𝗿𝗼𝗶𝘀. 𝗹𝗮 𝗳𝗲̂𝘁𝗲

capítulo treinta y tres:
la fiesta

Sexto, en comparación a quinto, era mínimamente más relajado. Se habían quitado de encima la presión por los TIMO, pero los profesores no habían tardado nada en mencionar los EXTASIS y su importancia para el futuro.

Capella solo tenía cinco asignaturas, y eso le permitía disponer de muchas horas libres a lo largo de la semana, las cuales aprovechaba para realizar tareas. Pero ni aun así podía disfrutar de las tardes, porque los deberes siempre se acumulaban.

Las clases del profesor Kettleburn estaban resultando ser de las más interesantes. Una de las más divertidas, sin duda, fue a finales de septiembre, cuando todavía hacía un buen tiempo para tratarse de Escocia. El profesor les había hecho ir a la orilla del Lago Negro y traerse bañadores, por lo que ya sabían qué esperar: criaturas acuáticas.

Kettleburn anduvo unos pasos, cojeando, y se agachó frente a un montón de cubos apilados. Durante un rato se dedicó a llenarlos con insectos y pequeños pececillos muertos.

—En la clase de hoy vamos a ver a los dugbogs, que se alimentan de lo que estoy sirviendo. Haré parejas por orden de lista, y juntos tenéis que lograr atraer alguno. ¡Ojo! En cuanto me lo enseñéis, lo devolvéis donde estaba, ¡no quiero ningún graciosillo que intente llevárselo de clase!

Todos se aglomeraron alrededor del profesor, mientras él sacaba la lista de clase para hacer las parejas. No eran muchos alumnos, debían de estar la mitad que el curso pasado.

—Bellchant y Black, sois los primeros, coged un cubo y esperad a que explique cómo debéis atraerlos.

Al cabo de un minuto, todos estaban ya emparejados. Josephine les levantó el dedo pulgar en señal de apoyo. Coraline parecía entusiasmada por meterse en el lago, al contrario que su compañero, un chico bajito de Slytherin.

El profesor les habló sobre los dugbogs durante unos cinco minutos, y después les dejó sumergirse en el agua. Estaba congelada, y Gordon tuvo que tirar del brazo de Capella, quien llevaba consigo los cebos, para que se metiera.

—¡Se me va a caer todo al agua! —protestó ella, cuando Gordon tiró más fuerte y casi se le escapa el cubo.

—Ya lo llevo yo.

—De eso nada. Yo lo sujeto y tú buceas.

—Tenemos que ir turnándonos, lo ha dicho Kettleburn.

Capella resopló. Sus dientes castañeaban por el frío y no podía abrazarse a sí misma, porque al acercarse el cubo a la cara, el olor de los bichos muertos le llegaba directamente a las fosas nasales.

Pasaron diez minutos, y el único de los dos que se había metido por completo en el lago era Gordon. Capella se había sujetado a una roca y se dedicaba a mirar cómo buceaba en busca de esas criaturas que se asemejaban a un tronco muerto.

—Te toca —dijo Gordon, sacando la cabeza del agua al lado de Capella, haciendo que ella se asustara.

Se apoyó en la roca con los brazos y se dio impulso para sentarse, y Capella tuvo que girar la cara. Ver a Gordon en traje de baño, empapado y haciendo fuerza con los brazos había conseguido que algo en su estómago se removiera.

No es el momento.

Después de lo que pareció una eternidad, Capella tenía la sensación de que el profesor Kettleburn se había estado quedando con ellos, y ningún dugbog se encontraba en el lago. Había buscado por todos lados, y lo único que había encontrado había sido lo que se asemejaba a un pez globo.

—Es inútil, no hay ninguno —dijo cuando Gordon se reunió con ella, habiendo dejado el cubo sobre la roca.

Habían usado casi todos los peces e insectos, al igual que el resto de sus compañeros. Algunos incluso los habían acabado ya, y el profesor les había obligado a abandonar, por lo que se dedicaban a tomar apuntes sobre los dugbogs mientras se secaban al sol.

Lo único bueno era que, después de tanto nadar, el agua había pasado a estar templada.

—Tiene que haber alguno por ahí, Fawley ha dicho que ha encontrado uno y se le ha escapado —dijo Gordon.

—Seguro que lo ha dicho para despistar —murmuró Capella—. Por muy Hufflepuff que sea, siempre está haciendo tra... ¡AY! —Capella levantó el pie hacia sus manos, adolorida—. ¡Algo me ha mordido el tobillo!

Gordon, perspicaz, se apresuró a meterse bajo el agua. A Capella le dio un escalofrío cuando notó que se agarraba a su pierna para llegar al suelo con la otra mano, y enseguida se tensó. Diez segundos más tarde, Gordon salió de nuevo a la superficie, sujetando algo.

—¿Es un...?

—¡Es un dugbog! —exclamó él, extasiado—. ¡Profesor, Capella y yo hemos atrapado uno, mire!

Kettleburn, desde la orilla, sacó una especie de vinoculares con los que se había dedicado a mirarles, de vez en cuando, para comprobar sus progresos.

—¡Muy bien hecho, señor Bellchant y señorita Black! ¡Diez puntos por cada uno para Gryffindor, ya pueden salir!

No tardaron en hacerlo, deseando secarse. Nada más llegar a la orilla, Capella se envolvió el cuerpo en su toalla, girándose en el momento menos oportuno, porque Gordon se estaba escurriendo el pelo y todavía no se había tapado. Y él la pilló mirándole.

Y sonrió antes de secarse con la toalla, volviendo la cara porque también se había puesto rojo.

¿Se puede saber qué me pasa?

—Ella, qué bien que lo hayáis encontrado —felicitó Coraline, llegando a su lado, totalmente ajena a los pensamientos de su amiga—. Yo he tenido que salir, porque Mark ha volcado el cubo y hemos perdido todos los cebos —añadió, mirando de reojo al que había sido su compañero.

—Oh, lo siento, Cora.

—No pasa nada, ¡habéis ganado veinte puntos! Y Josie sigue ahí con Amelie, tal vez hasta consigamos más...

Pero, cuando la clase se acabó, solo una pareja de una Ravenclaw y un Slytherin habían conseguido dar con otro dugbog, así que Gryffindor no se llevó más puntos.

* * *

Durante el primer día de octubre apareció un anuncio en el tablón de la Sala Común de Gryffindor. Decía que la primera excursión a Hogsmeade sería dentro de una semana, y les recordaba que debían andar con cuidado, además de adjuntar el panfleto con las normas de seguridad que había escrito el Ministerio de Magia.

A decir verdad, Capella estaba de los nervios por acudir al pueblo y tener que salir del castillo. Había tantas cosas que podían salir mal, que no sabía si animarse.

—Vamos, Ella. Saldremos las cuatro juntas a comprar dulces, a tomar algo en Las Tres Escobas... —intentó convencerla Josephine—. ¡Será muy divertido!

—¿Y qué pasa si alguien, como Perseus, le ha dicho a Evan que hay excursión y él decide plantarse en Hogsmeade? —inquirió—. No sé qué haría si me lo encontrase.

Ya tenía suficientes peligros dentro del castillo, como para salir. No habían sido pocas las maldiciones que había tenido que esquivar por los pasillos, cada vez que se cruzaba con alguien del grupo de su hermano pequeño.

Era peor cuando se lo encontraba a él. Capella juraba haber visto la luz de la maldición Incendio pasar rozando su antebrazo. Salió corriendo cuando eso ocurrió.

—Dudo que eso vaya a pasar —dijo Coraline, frunciendo el ceño—. Seguro que Rosier ha aceptado que ya no estáis juntos...

Emmeline intentó camuflar su risa con una tos, pero falló estrepitosamente.

—Perdón. Es que es obvio que sí haría algo así, ¿o acaso soy la única que sabe cómo es? Y desde luego que tu hermano se lo diría, cada vez que nos lo cruzamos por el pasillo te dedica una mirada diabólica.

—Así no ayudas, Em —la reprendió Josephine, alzando las cejas.

—Ayudarla sería decir que, pasara lo que pasara, no íbamos a dejarla sola, y que hay suficientes profesores para que no se le acerque un mortífago. No mentirle como si tuviera cinco años.

—Gracias —susurró Capella—. Pero todavía no sé si iré.

No tuvo que cavilar mucho más. Acabaron cancelando la excursión porque, el jueves, tuvo lugar un ataque muy cerca de la zona. Una familia entera asesinada. Los padres eran hijos de muggles, sus niños apenas tenían cinco años.

La guerra se volvía más violenta cada día que pasaba. Y tal vez daba más miedo que casi se estuvieran acostumbrando a ver nombres de conocidos en el periódico.

Capella intentaba refugiarse en las clases, pero, últimamente, incluso los profesores parecían asustados. Sobre todo la profesora Egwu, sumida en un estado paranoico constante. No comprendía por qué Dumbledore la había contratado como profesora de Defensa Contra las Artes Oscuras, porque parecía temer incluso a su propia sombra.

Echaba de menos al profesor Benjamin. Había sido un gran profesor, y una mejor persona. La había ayudado y había pagado un alto precio: su vida. Y Capella seguía echándose la culpa de ello, a pesar de que le habían repetido que no lo era.

La parte buena del curso era que tenía muchos menos problemas de los que preocuparse. Ni Evan ni su padre estaban en el castillo, y eso le hacía sentir un poco más segura. La muerte de su madre ya no era tan reciente como para atormentarla todos los días, aunque seguía llorando por las noches, de vez en cuando.

¿Cómo le había afectado la maldición a su madre, si era cierto que nunca se había ido? ¿Y cómo estaría afectando a Deneb? Esas preguntas se repetían constantemente en su cabeza.

Se había encargado de mantener un ojo puesto en su hermana. Últimamente sus sonrisas eran más forzadas, y a veces se perdía en mitad de las conversaciones, quedándose mirando a la nada. A Capella le recordaba a sí misma, porque era consciente de que en ocasiones le ocurría aquello.

Pero, físicamente, Deneb parecía estar bien. No tenía síntomas como la tos del principio, ni marcas visibles de cualquier efecto secundario. Solo tenía ojeras bajo los ojos, el pelo menos cuidado que de normal y la piel mucho más pálida. Incluso, a veces, Capella juraba que sus pecas se volvían más claras.

—Lo digo en serio, Ella, estoy bien —le aseguró Deneb, durante un almuerzo en el que su hermana se había sentado en la mesa de Hufflepuff—. Solo duermo algo mal.

—Sabes que si algo te inquieta puedes contármelo.

—Lo sé. —Deneb sonrió mínimamente y se llevó otro bocado a la boca—. Te lo prometo —añadió, al notar la incipiente mirada de su hermana.

Por alguna razón, Capella no se lo creía.

* * *

Halloween llegó antes de lo que planeaban. Aquella semana, además, se celebraría el primer partido de la temporada, así que el ambiente estaba bastante animado.

Los Merodeadores se habían encargado de montar una fiesta de disfraces, en la que habían traído bebida y todo. Como no querían que mucha gente se enterase y se cargaran la diversión, porque era entre semana, tuvieron que hacerla en su dormitorio en lugar de en la Sala Común. Por lo tanto, no fueron muchos los que acudieron, tan solo los de sexto y séptimo, siendo quince en total.

—Hoy también celebramos que me quedan tres días para ser legal en el mundo muggle —dijo Sirius, alzando su vaso en el aire con ímpetu—. Así que yo elijo la música. Moony, ¡pon Queen a todo volumen, que la habitación está insonorizada!

Remus sacó un aparato un tanto extraño y un disco, el cual empezó a producir música en cuanto lo colocó correctamente. Aunque no conocía la mayoría de las canciones —algunas se las había oído cantar a su primo, otras en Estudios Muggles—, Capella se lo pasó bien bailándolas.

Nadie se había esmerado mucho en su disfraz, tan solo llevaban una mezcla llamativa de prendas que los Merodeadores habían sacado de una caja de cartón. Capella se había puesto un tutú rojo chillón y una diadema con antenas de alien, mientras que Emmeline, por ejemplo, había conseguido un disfraz casi completo de hada. Solo le faltaban las alas, que James se había colocado a la espalda.

Al día siguiente tenían clase, pero a ninguno parecía importarle demasiado. Ni siquiera los prefectos ahí presentes sugirieron que era hora de irse a dormir y acabar con la fiesta, porque todos estaban ocupados bailando y bebiendo.

Garrett y Emmeline se habían ido algo apartados a darse el lote, y de vez en cuando volvían con el resto. Por su parte, con dos vasos de whisky de fuego, Remus era una persona completamente distinta.

—Creo que si me lanzo desde la Torre de Astronomía podré volar —dijo, arrastrando las palabras, y Sirius le agarró del jersey antes de que saliera por la puerta—. ¡Déjame ser libre, Sirius!

—No quiero un novio muerto, Remus —protestó él.

La habitación se empezó a vaciar en torno a la una, cuando la mitad abandonaron la fiesta. Algunos, como Marlene, estaban demasiado borrachos para tenerse en pie, y otros, como Cora, se habían quedado dormidos. Garrett y Emmeline se habían marchado cogidos de la mano, y todos sabían qué era lo que iban a hacer.

—Podríamos jugar a algo —dijo James, tumbado en el suelo mientras miraba al techo.

—¿Qué sugieres, Prongs? —preguntó Sirius, que se había sentado al lado de la ventana para fumar.

Remus, a su lado, le robó el cigarrillo para dar un par de caladas, y luego se lo devolvió.

—Verdad o reto. ¡Pero con retos divertidos y verdades vergonzosas! Como vea a alguien preguntando cuál es mi color favorito... Es obvio que es el rojo.

—Lo adivino, porque es el color de pelo de Lily —dijo Peter entre risas.

James no respondió, pero Lily desvió la mirada ligeramente.

Los siete que quedaban se sentaron en círculo, salvo James, que seguía tumbado y solo se había movido para poder mirar al resto a la cara. Tras una breve charla sobre cómo jugarían y muchos desvaríos, comenzaron.

Obligaron a Peter a bajar a la habitación de los de quinto y robarles todos los calcetines, y él regresó con un montón tan grande que se le caían por el suelo. Sirius tuvo que admitir que le tenía ganas a Remus desde su cuarto curso y él, en lugar de ponerse rojo, se rio y dijo que le ganaba porque él se había dado cuenta en tercero.

A Capella le tocó probar a fumar y se atragantó con el humo, pero se echó muchas risas con eso. Lily admitió que no encontraba a James tan irritante como hacía ver, y él se pasó el resto del juego cantando «We Are The Champions» de Queen.

—Gordon, ¿verdad o reto?

—Verdad.

—Si los cocos tienen pelo y dan leche, ¿por qué no se consideran mamíferos? —preguntó Remus con una cara muy seria.

—Creo que el juego no funciona así...

—Responde a la pregunta, Gordon.

James soltó una fuerte carcajada por los desvaríos de su amigo, a las que se acabaron uniendo todos, incluso Remus, sin comprender del todo por qué se reían.

—¡Ya sé! —saltó Sirius—. ¿Es verdad que pierdes la cabeza por mi primita? Si la respuesta es sí, te dejo cinco segundos para correr.

—No te tengo miedo —dijo Gordon, dándole un sorbo a su cerveza—. Y no te voy a responder.

—¡Son las normas! —se quejó Peter.

—Dejadlo, no quiere —se metió Lily, defendiendo a Gordon—. Yo me voy a ir ya, son casi las dos y no puedo creer que siga aquí...

—¡Míralos, si se han colorado! —dijo Sirius, ignorando a Lily y señalando a Capella y a Gordon—. Commence à courir ! Allez !

Lily rodó los ojos y se marchó, no sin antes mirar de reojo a James, quien se observaba la corbata como si fuera lo más interesante del mundo. El cuarto olía muy fuerte como para que solo hubieran fumado tabaco, eso estaba claro.

—Suenas mucho menos amenazante en francés —se burló Gordon, poniéndose en pie—. Buenas noches y feliz resaca la de mañana.

Le hizo un gesto con la cabeza a Capella, para saber si se iba también, y ella asintió enseguida. Se había quedado algo incómoda con los comentarios de su primo, y pensaba gritarle en el oído al día siguiente solo para molestarlo.

Capella sentía que se moría cuando sonó la alarma que indicaba que tenía que ponerse en pie. Ir a clase le parecía un total infierno en ese momento, y cuando bajó a desayunar vio que no era la única. Remus parecía un fantasma y se bebía su segunda taza de café con la mirada perdida. Sirius y James tenían las cabezas apoyadas el uno en el otro, con los ojos cerrados y, probablemente, dormidos.

Por eso Capella se asustó cuando notó algo dándole golpecitos en la cabeza. Habían llegado las lechuzas que traían el correo diario, y al parecer una de ellas llevaba una carta para Capella. La agarró, después de bostezar, y la lechuza se marchó por donde había venido.

Querida Capella:

Te escribo a escondidas a las tres de la mañana porque es el único momento en el que he estado solo. Ayer fue un día duro pero especial, así que me toca dar esta noticia: ya soy padre oficialmente.

Es una niña preciosa. Aquila Agatha Black. Sé que a ella le habría encantado conocerla, y a ti también. Es tu sobrina.

Puede que nos veamos por Navidad, si encuentro el pretexto adecuado. Espero que Deneb se encuentre bien. Sigo investigando, te prometo que te mantendré informada.

Se despide,

Eridanus

Capella sonrió. Le gustaba el nombre. Aquila.

Pero la sonrisa se le borró rápidamente de la cara. Sabía que, en su familia, nada bueno le esperaría a la recién nacida. Solo le quedaba esperar que Eridanus fuera un mejor padre de lo que el suyo había sido.








pues ya ha nacido Aquila :)

muchas gracias por los 10k de leídos, os quiero ais<3

he decidido dividir lo que queda en dos actos, por lo que la historia quedaría en cuatro y no en tres como tenía pensado. así que cambié unas canciones de la playlist y todo eso jjj

nos vemos el lunes que viene!

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