𝘁𝗿𝗲𝗻𝘁𝗲-𝘀𝗶𝘅. 𝗹𝗲 𝗰𝗮𝗱𝗲𝗮𝘂
capítulo treinta y seis:
el regalo
Enero. Aquel mes nevó tanto que, al mirar por la ventana desde el castillo, todos los alrededores se veían teñidos de color blanco. A Capella nunca le había parecido tan bonita la nieve, fría pero suave.
Los alumnos de Hogwarts sabían aprovechar cada cachito de diversión que se les entregaba. Habían aprendido en esos tiempos oscuros, a mitad de la guerra, a ver la luz. Por eso, a Capella y sus amigos no les importó que cancelaran, por segunda vez, la excursión de finales de mes a Hogsmeade por la nieve. Sino que salieron a los terrenos del castillo para disfrutarla.
Steven y Josephine se habían dedicado la tarde anterior a construir unos trineos, como sorpresa, mientras Emmeline y Dirk los habían hechizado para que no se rompieran. Así que, el sábado por la mañana, después del desayuno salieron todos de los muros del castillo. Cerca de la cabaña de Hagrid, el guardabosques, había unas cuestas, ya que el colegio estaba situado sobre las colinas.
Era un día helador, por lo que todos estaban cubiertos hasta las orejas, tratando de atrapar el mayor calor posible. El viento despeinaba a Capella, poniéndole todo el pelo sobre la cara. Con una risita, Gordon le dejó su gorro de lana, colocándoselo al pararse y separarse un poco del resto, que se dirigían a la cuesta. Capella sonrió al observar cómo lo hacía.
—Te queda muy bien —le dijo, sonriendo.
Capella aprovechó la cercanía para tirar un poco de su bufanda y hacer que bajase el cuello, lo justo hasta que pudiera darle un beso.
Hacía apenas diez días que se besaron en el tren y, desde entonces, no pasó un solo día en el que no lo hicieran. Apenas habían hablado sobre el tema, pero Gordon le aclaró una y otra vez que no tenía ningún compromiso con el chico al que había besado. Capella siempre respondía a eso con una sonrisa y un beso.
Era una sensación tan agradable que no sabría describirla para hacerle justicia. Se sentía en paz por unos segundos.
—¿Seguro que no tendrás frío en la cabeza? —le preguntó a Gordon cuando se separaron.
—No te preocupes. Vámonos, que se marchan sin nosotros.
Él le agarró de la mano, ambos llevando guantes, y corrieron como pudieron por la nieve, dejando sus huellas por el camino. Gordon casi se queda atascado al meter el pie en un hueco tan grande que la nieve le llegó hasta mitad de la pantorrilla.
—¡Me pido primer! —gritó Steven, ilusionado, cogiendo uno de los trineos de madera.
Garrett se apresuró a coger el otro y ambos hicieron una carrera por ver quién llegaba antes. Cuando Garrett ganó, Emmeline le dio un gran beso como premio, cosa que él le restregó por la cara a Steven antes de que Emmeline le dijera que, si no se callaba, le daría un beso a él.
La tarde continuó entre risas y carreras. Era algo cansado el subir la cuesta, pero, al menos, no tenían que cargar con el trineo; los de arriba se encargaban de hacerlo levitar con un encantamiento.
Cuando el sol se puso y la temperatura bajó aún más, decidieron que ya era hora de volver dentro, con el calorcito. Estaban todos congelados, pero había merecido la pena pasar una tarde los ocho juntos, porque casi nunca estaban todos juntos.
—Ten, tu gorro.
Capella le fue a devolver la prenda a Gordon al llegar al vestíbulo, pero él no le dejó.
—Quedátelo, tengo otro. Este te queda mejor a ti.
Le dio un tierno beso en la nariz, que se había colorado con el frío del exterior.
—Gracias, pero no hacía falta.
—Solo quería hacerte un regalo. —Gordon se encogió de hombros y rodeó la espalda de Capella con su brazo izquierdo—. ¿Vamos a la Sala Común antes de la cena?
—Claro.
Pero los planes de quedarse sentados en los sofás quedaron interrumpidos cuando Em, Josie y Cora tiraron de Capella hasta llevarla a los dormitorios. Las conocía tan bien que sabía que se venía un interrogatorio.
—Llevas casi dos semanas besando a Gordon y todavía no nos has dicho si estáis saliendo —soltó Josephine nada más cerrar la puerta a sus espaldas.
—Porque no estamos juntos.
—¡Pero si os besáis a todas horas! —replicó Coraline.
—Es complicado...
Emmeline decidió intervenir, colocándose al lado de Capella.
—¿Tú estás preparada para salir con él si te lo pide?
Sabía que se lo preguntaba porque ya le había comentado sus dudas antes de Navidad. Porque Emmeline la conocía bien y, aunque a veces le insistía mucho, sabía las preocupaciones de Capella.
Todo lo que parecía ir bien acababa saliéndole mal, y el claro ejemplo de eso era Evan. Se preguntaba si las cosas serían más fáciles si jamás hubiera aceptado el trato con él, y así su única experiencia en pareja no sería con Evan. Pero así era, y tal vez por eso Capella estaba algo asustada todavía.
—No lo sé, Em.
—Vale, a ver. Si Gordon subiera ahora mismo y te diera el beso de tu vida, preguntándote si quieres salir con él, ¿qué le dirías? —inquirió la pelirroja.
Capella se imaginó la escena. No le era difícil, mentiría si dijera que jamás había fantaseado con algo así. Le producía una calidez en su interior, como si supiera que era lo correcto.
A lo mejor sí quería estar con él.
Pero seguía teniendo miedo de que se estropease todo.
* * *
El primer sábado de febrero tuvo lugar la primera lección de Aparición, para la cual tuvieron que salir a los jardines. El temporal se había relajado de forma considerable, así que no hubo problemas.
El instructor, Twycross, les explicó un poco sobre la Aparición. Él sería quien les enseñara durante las doce próximas semanas, hasta que pudieran presentarse al examen a finales de abril. Les habló sobre «las tres D»: destino, decisión y desenvoltura. Fijar la mente en el destino deseado parecía fácil, pero echar de lado sus demás pensamientos no era tarea sencilla.
Durante la primera sesión, un alumno de Ravenclaw sufrió una desapartición, dejándose atrás su brazo derecho. Los profesores le socorrieron enseguida, pero aquella imagen dejó trastocados a todos.
No puede doler más que un Cruciatus.
Con todo, el día 15 llegó bastante pronto, lo que solo significaba una cosa: Capella cumplía los diecisiete, la mayoría de edad.
Se despertó con las felicitaciones de sus compañeras de cuarto y un montón de regalos a los pies de la cama. Uno que le sorprendió fue el de su hermano mayor. Era una tradición regalar un reloj cuando un mago o bruja cumplía la mayoría de edad, y Eridanus había decidido seguirla. Era sencillo, pero muy bonito, negro y reluciente. Capella se lo puso alrededor de la muñeca con una pequeña sonrisa.
—Feliz cumpleaños.
Gordon la esperaba al pie de las escaleras con una sonrisa radiante. Tenía un regalo envuelto en las manos, y apenas le dio tiempo a Capella para que bajase antes de dárselo.
Se trataba de un libro con una portada colorida, un estampado que se asemejaba a manchas de harina. Capella pronto descubrió por qué, gracias al título: «Creación de comida mágica, una guía completa».
—¡Esto es fantástico! —gritó con entusiasmo, lanzándose a los brazos de Gordon para darle un gran abrazo—. ¡Muchísimas gracias!
Separó la cabeza de su cuello solo para poder darle un sonoro beso en los labios. Luego vino otro que duró un poco más, porque Gordon posó su mano en la nuca de Capella, profundizándolo, y a Capella le entraron todavía más ganas de sonreír contra sus labios.
—¡No puedo esperar a usarlo! Esta misma tarde bajaré a las cocinas, no tenemos muchos deberes...
—Oh, no, esta tarde no va a poder ser —repuso él, pasando un brazo por los hombros de Capella—. Tengo algo preparado.
Capella quería preguntarle el qué era, pero también darle las gracias y chillar de alegría, por lo que terminó besándole de nuevo, en su lugar. Sus tres amigas bajaban en ese momento, y no dudaron en aplaudir y silbarles. Algo roja, Capella se separó de él para subir y guardar el libro.
Lo que no se esperaba al bajar al Gran Comedor era que su primo Sirius se subiera a la mesa junto a James. Sabía qué era lo que iban a hacer. Era lo mismo desde el curso pasado, cada vez que uno cumplía los diecisiete. Los dos entonaron casi a la perfección el estribillo de «Dancing Queen», una canción de un grupo muggle que les encantaba, llamado ABBA. Capella se lo había aprendido a ese paso, pero eso no hacía la escena menos vergonzosa, porque todos los de su mesa y algún Ravenclaw y Hufflepuff aplaudió.
—¡Black, Potter! —gritó la profesora McGonagall, y ellos se giraron sonrientes, después de hacer una reverencia—. Habéis desafinado en el último verso, tenéis que mejorarlo un poco —dijo entonces, disimulando una sonrisa.
—¡Lo haremos, Minnie! —aseguró James.
—¡Gracias por los consejos! —añadió Sirius.
Capella se sentó en la mesa a su lado, sintiendo varias miradas sobre ella, cosa que la incomobada en cierta medida.
—Sois de lo peor —bromeó.
—Así nos quieres —dijo Sirius, dándole un abrazo de costado—. No puedo creer que mi primita ya sea mayor de edad.
Desde su sitio vio a su hermana en la mesa de Hufflepuff, que miraba en su dirección. Le hizo una señal para que se acercase y Deneb se puso en pie. Pero Capella no la vio mientras se acercaba, porque su vista había pasado hacia Perseus. Hablaba con Barty Crouch demasiado cerca el uno del otro, y levantó la mirada como si sintiera los ojos de su hermana sobre él.
Sonrió y, con ese solo gesto, transmitió tanta maldad que asustó a Capella. Recordaba su advertencia de principios de curso, la que le había dicho a Gordon y él se la había contado. No mentía si decía que estaba asustada, al fin y al cabo sabía que Perseus era un psicópata.
—Felicidades, Ella.
La chica se sobresaltó al ser abrazada por Deneb, pero enseguida le devolvió el abrazo, quitándose a su hermano de la mente.
—Gracias, Den. He visto el álbum de fotos, ¡es muy chulo!
Ella sonrió, dándole así otro regalo de cumpleaños a su hermana; no le había visto hacerlo desde que habían llegado a Hogwarts. Aun así, Deneb siempre le decía que estaba bien, pero no podía creérselo.
Como la primera hora tocaba Runas Antiguas, Capella pudo pasar un rato descansando en la Sala Común. Se dedicó a ojear el libro que Gordon le había regalado, mientras él jugaba al snap explosivo con Steven y Coraline.
Tuvieron una clase de Defensa Contra las Artes Oscuras después. La profesora Egwu parecía haber perdido un poco el miedo desde principios de curso, pero seguía apareciendo por clase con cara de haber sido traspasada por un fantasma. Era, sin duda, la profesora más paranoica que habían tenido hasta el momento. Y, aun así, era mejor enseñando que casi todos los de Defensa Contra las Artes Oscuras.
Después del descanso, Capella y Coraline se encaminaron a la clase teórica semanal de Astronomía, donde la profesora Sinistra les repartió las calificaciones de las pruebas que habían hecho la última clase. Capella había obtenido un Supera las Expectativas, lo que la alegró.
Cuando salía de Estudios Muggles, la última clase del día, Gordon la esperaba en la puerta.
—Ven conmigo —le pidió, agarrando su mano.
—Yo llevo tus cosas a la Sala Común —se ofreció Garrett, cogiendo la mochila de Capella—. ¡Venga, iros, tortolitos!
Capella le dio las gracias a Garrett antes de que Gordon tirase de su brazo, llevándosela por los concurridos pasillos. Iban a contracorriente, y se chocaron con más de un alumno.
Aunque le preguntó a dónde iban, Gordon no respondió, sino que siguió su camino. Los corredores se vacíaban a medida que avanzaban, hasta que llegaron a uno en el que no había nadie, y el cual Capella no recordaba haber pasado nunca.
—Le pedí a tu primo y sus amigos que me enseñaran un lugar que poca gente conociera, porque parece que se sepan el castillo de pe a pa.
Gordon se asomó por un hueco en la pared, negó con la cabeza e hizo lo mismo con otro unos metros más adelante. Esta vez metió la mano dentro, agarrando algo y tirando de él, hasta que la pared se abrió como si de una puerta se tratase.
Llena de curiosidad, Capella entró detrás de Gordon. Era una estancia pequeña, las paredes de piedra llenas de enredaderas. El suelo lo cubría una moqueta verde y marrón, la cual daba la sensación de ser hierba. Y en el centro había una manta cubriéndola, con una cesta llena de comida.
—¿Me has preparado un picnic? —A Capella se le encogió el corazón.
—He intentado cocinar algo, pero ha sido un desastre. —Gordon se rascó la nuca e hizo una mueca—. Así que he ido a las cocinas y los elfos han llenado la cesta. ¡Pero yo lo he traído todo aquí!
Capella le dedicó una sonrisa de lo más sincera. Se acercó a él para abrazarle, sin creerse que hubiera organizado algo tan bonito. Si cerraba los ojos y aspiraba su aroma, podría jurar que estaba soñando. Realmente se sentía como en un sueño, pero, por primera vez, aquella sensación se le hizo agradable.
—Eres el mejor, Gordon —murmuró Capella sin separarse.
—He traído un montón de cosas para comer, mira. Peter quería que le comprase cerveza muggle, pero no me parecía muy romántico... —Se quedó callado unos segundos—... para una primera cita.
Capella sintió su corazón acelerándose al escuchar aquellas palabras, sin darle tiempo a pensar en algo coherente que contestar. Sonrió instintivamente, soltando el aire que había retenido, y separó la cabeza para poder ver la cara del chico y besarle.
Fue una tarde especial. No recordaba haberse reído tanto como entonces desde hacía mucho tiempo, tanto que le dolían las mejillas y se le salía la lagrimilla.
Tumbada con la cabeza apoyada en Gordon, Capella enroscaba la falsa hierba de la moqueta entre sus dedos, entreteniéndose mientras escuchaba la respiración de Gordon después de haber estado un minuto callados. Jamás un silencio había sido tan cómodo.
—¿Y si nos quedamos aquí y no hacemos los deberes para mañana? —sugirió Capella al cabo de otro minuto.
—Me parece bien —contestó él, acariciándole el pelo—. Si te lo has pasado bien, imagina como sería salir conmigo. Todo un chollo, ¿no?
Capella levantó la cabeza de inmediato, encontrándose con una gran sonrisa en la cara de Gordon. Él alzó las cejas, mirándole fijamente.
—¿Acabas de pedirme salir juntos? —susurró Capella, sin poder hablar más fuerte.
Gordon asintió. Quería que fuera su novia. Los pensamientos nublaban la mente de Capella, pero el torrente de emociones no era nada comparable a la alegría que había sentido. La respuesta estaba clara, no podía seguir dándole más vueltas.
—Claro que quiero, por Godric.
Quería decirle tantas cosas en ese momento, pero no podía expresar ninguna sin trabarse. No sabría por dónde empezar si no era besándole.
Lo que Gordon sí sabía era acariciar la espalda de Capella, con tanta suavidad que podía jurar que sus dedos formaban parte de su propio cuerpo. No sentía el agobio que le provocaba en ocasiones que alguien la tocase.
¿Cómo no iba a querer eso?
PERDÓN PERO QUIÉN ES LA CRUEL AHORA PORQUE YO NO. seguro que empezáis comentando en el capítulo "miedo" es que lo veo venir PUES MIRAD TOMA ESA no todo va a ser triste *cries*
perdón ya me relajo es que AAHHH acabo de hacer real Bellnoir. no tenía sentido retrasar este momento ahora nos queda fangirlear y cruzar los dedos para que no se vaya todo a la mierda ;)
nos vemos el lunes que viene !!!
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