𝘁𝗿𝗲𝗻𝘁𝗲-𝗾𝘂𝗮𝘁𝗿𝗲. 𝗹𝗮 𝗰𝘂𝗶𝘀𝗶𝗻𝗲
capítulo treinta y cuatro:
la cocina
Fue una suerte que hicieran una celebración antes del partido, porque resultó en una atroz derrota para Gryffindor frente a Slytherin. El juego no duró mucho, pero bastó para que James desapareciera toda la tarde-noche, quedándose tirado en la cama bajo su capa invisible. Ni siquiera Sirius pudo animarle a que bajase a la Sala Común, donde el ambiente también estaba algo muerto.
Así que Capella no empezó el mes de noviembre con las expectativas muy altas. E hizo bien, pues durante las primeras semanas se llevó la noticia de que Perseus, además de estar molestándola a ella —ya había atinado a lanzarle un par de maldiciones—, sino que también lo hacía con su hermana pequeña.
Lo que menos quería era que Deneb se sintiese peor de lo que ya lo hacía. Porque, aunque ella asegurase estar bien, Capella conocía a su hermana mejor que nadie, y no lo estaba. Pero ella lo negaba siempre, ni siquiera le había contado que Perseus la había maldecido al encontrárselo a solas.
Así que intentaba estar muy al pendiente de ella. El problema era que, en todos los años que llevaba en el castillo, nunca se había parado a pensar dónde estaba su Sala Común. Sabía que se encontraba en el sótano, pero no la localización exacta, y eso podría resultar un inconveniente. Por lo que se decidió a preguntarles a quienes conocían cada rincón del castillo: Sirius y sus amigos.
En su habitación no había nadie cuando llegó, pero Capella pensó que no tardarían en llegar y no pasaría nada si les esperaba dentro. No creía encontrarse nada tan raro como al ciervo y al perro que había visto el curso pasado, antes de descubrir que eran James y Sirius en sus formas animagas. De hecho, todavía no sabía si Remus había conseguido transformarse ya o no...
Al tumbarse en la cama de su primo, notó que había caído sobre un pergamino, así que lo sacó de debajo antes de estropearlo. Estaba en blanco, pero, por algún motivo, parecía muy usado.
—Capella, ¿qué haces aquí?
La chica levantó la vista y vio a Peter parado en el umbral de la puerta, apoyado en el marco y sonriendo de forma nerviosa.
—Quería preguntaros si sabíais dónde está la Sala Común de Hufflepuff, pero no había nadie —respondió ella, dejando el pergamino y poniéndose en pie.
—Oh, está al lado de las cocinas. Me iba a pasar para coger ingredientes y hacer un pastel, si quieres te acompaño.
Ella asintió, muy contenta, y salieron escaleras abajo.
—No sabía que te gustara cocinar —comentó Capella por el camino.
—Se me da bien la repostería —dijo Peter, rascándose detrás de la oreja—. Diría que me extraña que Sirius no te haya dado ningún brownie, pero se los come todos él solo.
—Me habló de unos brownies especiales, pero creo que se refería a otra cosa... Entonces, ¿vas ahí y cocinas? No sabía que se podía hacer.
—Poder no sé si se puede. —Peter frunció el ceño mientras esquivaban a un fantasma al que por poco atraviesan—. Pero los elfos nunca se han quejado.
Bajaron hasta el sótano y, cuando llegaron al cuadro de un frutero, Peter se frenó.
—La Sala Común de Hufflepuff está justo donde los barriles.
Con la charla sobre la cocina, a Capella casi se le había olvidado por qué había bajado hasta ahí. Miró a Peter mientras le hacía cosquillas a una gran pera del cuadro, y esta se retorció hasta convertirse en un pomo.
—¿Puedo ayudarte a hacer el pastel? Solo quería saber dónde estaba la sala, y ya lo sé.
—Claro.
Él tiró del pomo y una puerta se abrió. En cuanto pasaron dentro, un montón de elfos domésticos corrieron a su encuentro, saludando a Peter como a un amigo —siempre con el respeto que los caracterizaba— y preguntándole quién era la que lo acompañaba.
Les ofrecieron todo tipo de comida y Capella no se negó a unas galletas de chocolate, mientras Peter se dirigía a una esquina a coger utensilios e ingredientes.
Fue una tarde divertida, resultaba que a Peter sí se le daba muy bien hacer repostería y ayudó a Capella a hacer un pastel bastante rico. Cuando ella cocinaba en casa solían ser platos principales, y como a su padre no le agradaba demasiado lo dulce no había hecho muchos postres.
—Está deliciosa —aseguró James cuando trajeron la tarta a la habitación—. Tenéis que cocinar más juntos, por el amor de Merlín.
—Lo siento, Sirius, pero esta tarta es el nuevo amor de mi vida —dijo Remus, con la cara manchada de chocolate.
—No te atrevas a reemplazarme por chocolate otra vez, Remus.
* * *
Capella agradecía inmensamente tener solo dos asignaturas —Encantamientos y Defensa Contra las Artes Oscuras— en las que se requería el uso de la magia no verbal. Porque, a decir verdad, no se le daba nada bien.
Emmeline, a finales de noviembre, la manejaba a la perfección, igual que Dirk y Steven. Otros alumnos, como Capella y Gordon, apenas habían hecho progresos. Pero era algo sumamente difícil.
—¿Por qué tenemos que ser los tontos del curso? —se quejó Capella.
Tenían una hora libre antes de la comida, y la estaban aprovechando para practicar el encantamiento convocador. Trataban de atraer un cojín del sofá más apartado, pero la única vez que lo consiguieron fue cuando Gordon hizo trampas y pronunció el conjuro en voz baja.
—Solo tenemos un aprendizaje lento —repuso Gordon, repitiendo con burla lo que el profesor Flitwick les había dicho en la anterior sesión, cuando habían fallado ese mismo hechizo.
—Agh, esto es inútil. Por esto mismo no deberían admitir alumnos con un simple Aceptable en Encantamientos.
Capella dejó a un lado la varita y se tiró al sofá, enfurruñada.
—Si solo admitieran de Supera las Expectativas para arriba, no habría entrado más que en dos clases —apuntó Gordon—. Aunque voy a cuatro, no hay tanta diferencia.
—Yo a... dos también —dijo Capella, pensativa—. La única razón por la que lo sacamos en Defensa Contra las Artes Oscuras es porque el profesor Benjamin enseñaba genial. ¡La profesora Egwu se asustó de la foto de un Inferius!
—Siendo justos, daba bastante miedo —dijo Gordon, pero se le escapó una risita.
Acabó tumbándose a su lado, apoyando las piernas en la mesa. Todo el curso tenía hora libre, menos Emmeline, la única que continuaba con las clases de Aritmancia. Sin embargo, la mayoría solía estudiar en la biblioteca, por lo que los únicos que se encontraban ahí eran Garrett y Steven, escribiendo una redacción de Transformaciones.
—Lo que no echo de menos son las clases de Transformaciones —apuntó Gordon, observando el trabajo de los dos chicos—. No podía transformar ni una simple cerilla en un alfiler.
—No eran peores que Pociones. La cara de decepción de Slughorn cada vez que se me quemaban las mezclas era insufrible. Lamento que mi madre fuera una genio en Pociones y que no lo haya heredado de ella —gruñó Capella, moviéndose hasta apoyar la cabeza en el hombro de Gordon.
—A mi madre se le daba tan mal el colegio como a mí —comentó Gordon—. Mi padre dice que es porque en Hogwarts tenemos un sistema diferente a Beauxbatons. Pero ella me contó que no estudiaba nunca.
Capella miró de reojo a Gordon. Estaba sonriendo y se le veía el hoyuelo del lado izquierdo de la boca.
—Nunca hablas de tu madre.
Eso era cierto, en los cuatro años que llevaban siendo amigos apenas la había mencionado. Sabía muy poco de ella, como que se llamaba Adelaide Max, y había conocido a sus padres aquel mismo verano, en el Callejón Diagon.
—No la recuerdo mucho —admitió él—. Tenía cinco años cuando murió. Pero mi padre me habla de ella siempre. Por la forma en la que lo hace, parece que se querían de verdad.
—Deben de ser de los pocos que lo hacían —dijo Capella, acomodándose un poco—. No es algo común en los matrimonios entre sangre puras.
—Bueno, tu hermano sí que quiere a Leonor, ¿no? Recuerdo el día de su boda, parecían bastante emocionados. Y ahora tienen una hija.
Capella se encogió de hombros. Eridanus y Leonor se tenían mucho aprecio mutuo, pero no sabía si de verdad estaban enamorados. Era difícil imaginar a Eridanus sentir una emoción tan fuerte, al fin y al cabo siempre andaba con la misma cara seria. La única vez que lo había visto mostrar sentimientos así fue la inmensa tristeza al morir su madre.
Leonor, por su parte, era otro misterio para Capella. Nunca se había comportado mal con ella, era una chica bastante callada y obediente. Eso era lo que le había gustado a Cepheus y la había convertido en la candidata ideal para su hijo mayor. Pero no había llegado a conocerla tanto como Nashira, con quien siempre se había llevado más que bien.
—Supongo que sí.
La conversación se cortó en cuanto Garrett y Steven empezaron a reírse. Capella y Gordon levantaron la mirada y los vieron con una cámara de fotos en la mano.
—¡Habéis salido preciosos! —dijo Steven, sonriendo con burla y levantando en su mano una fotografía—. Míralos, Garrett, parecen un matrimonio de esos de los que hablaban.
Capella se separó inmediatamente de Gordon, con las mejillas rojas, y se quedó sentada en la otra punta del sofá. Gordon les sonrió de forma sarcástica y les sacó el dedo corazón, lo que hizo que ellos se rieran todavía más fuerte.
—Nos vamos a comer ya, así os dejamos solos —apuntó Garret, guiñándoles un ojo.
Ambos se pusieron en pie y caminaron hasta el hueco del retrato, no sin antes dejar la fotografía sobre la mesa. Gordon la cogió para verla y sonrió.
—Sí que salimos preciosos.
Se la mostró a Capella. En la foto, Gordon la miraba desde arriba con la misma sonrisa y los ojos brillantes, mientras enroscaba un rizado mechón entre sus dedos. Capella no se había dado cuenta antes, pero en la fotografía salía claramente cómo acariciaba el dorso de su mano.
Él le hizo un gesto con la cabeza, señalando la puerta, se guardó la fotografía en el bolsillo de la túnica y se dirigió hacia ahí. Capella se puso de pie también, pero las piernas le temblaban un poco.
Suspiró antes de seguirle, porque no podía decir que le quedaban dudas después de ver la fotografía.
Sí que me gusta. Demasiado.
* * *
Aquel pensamiento estuvo recarcomiendo su mente durante todo el mes de diciembre. Pero eso no quería decir que tuviera la valentía para confesarlo en voz alta.
No es muy Gryffindor de mi parte.
Lo cierto era que no se le había quitado el miedo. Algunas veces, la idea de decirle a Gordon cómo se sentía y que él le correspondiera le aterraba. Empezar a salir con él podría acabar muy mal, quizá se enfadaban tanto que no volvían a hablarse más.
O igual Gordon se da cuenta de que en realidad no me quiere.
Esos ataques de inseguridad no eran buenos, pero Capella tenía bastante interiorizadas aquellas ideas. Ni siquiera se había dado cuenta de que había cosas que odiaba de sí misma hasta que alguien se lo había hecho notar.
Bajaba a solas la escalera de la Torre de Astronomía la última noche antes de las vacaciones de Navidad. Habían tenido una prueba y había acabado la primera, así que la profesora Sinistra le había dejado irse antes.
Cruzó el pasillo de las armaduras y se asustó cuando, a mitad de él, un estruendoso ruido sonó. Se giró, sobresaltada, y vio una armadura en el suelo, que acababa de caerse.
No se esperaba ver a Gordon parado, mirando la armadura con una mueca en la cara, los ojos achinados y los hombros levantados. Mucho menos esperaba que tuviera la camisa y el cinturón desabrochados, ni que no estuviera solo.
Porque había otro chico a su lado, con la corbata en una mano y el pelo revuelto. No sabía quién era, pero él le movió un brazo a Gordon, señalando a Capella con la cabeza.
No pudo hacer nada más que sonreír de forma forzosa y salir lo más deprisa posible.
¿De verdad había llegado a pensar que le seguiría gustando?
—¡Capella!
Se apresuró a limpiarse las mejillas antes de girarse. Había llegado a la Torre de Gryffindor, y pensaba que podría librarse. Pero nada parecía salir a su gusto aquella noche.
—Yo...
—Me alegro por ti —le cortó Capella, con la misma sonrisa falsa que había empleado antes.
—No lo parece. Oye, Ella...
—No quería interrumpir. Me voy a la cama, mañana hay que madrugar.
Se dio la vuelta para marcharse hasta el retrato de la Señora Gorda, cruzándolo. Escuchó a Gordon llamándola, pero corrió por las escaleras hasta llegar a su dormitorio y se encerró en su cama sin siquiera ponerse el pijama.
No se cruzó con él al día siguiente, incluso esquivó a sus amigas para estar sola en un compartimento. Les había dicho que se iría con su primo y sus amigos, pero era mentira.
Durante el trayecto se dedicó a mirar por la ventana mientras se machacaba la cabeza. No lloró y se comió dos trozos de un bizcocho que había hecho hacía un par de días. Se limitó a quedarse sentada, abrazada a sí misma, tratando de ignorar los pensamientos intrusivos.
Cuando se bajó del tren al llegar a la estación, iba tan despistada que, andando en busca de su prima, no se fijó en que alguien se había acercado por detrás.
—¿Te lo pasas bien? —preguntó una fría y conocida voz.
Se giró con temblorosas piernas y se le cortó la respiración. Era su padre, parado frente a ella.
—¿No vas a decirle nada a tu padre, Ara? —Él solo usaba su segundo nombre cuando estaba enfadado. Y en esos momentos tenía una pinta de maniático, solo que nadie a su alrededor parecía darse cuenta—. Respóndeme cuando te hablo.
—¿Qué quieres de mí? Ya no soy parte de la familia, me habéis quemado del tapiz —gruñó Capella, alejándose de Cepheus dando unos pasos hacia atrás.
—Y eso no es lo único que va a arder —susurró una voz en su oreja.
Capella ahogó un grito al escuchar a Perseus. No aguantó más y salió corriendo, dejándolos atrás porque no habían tratado de moverse. Perseus sonreía y Cepheus no le sacaba los ojos de encima.
Se sentía como en una pesadilla.
Igual que todas las veces que se cruzaba con Perseus y él la asustaba o trataba de atacarla. Le aterraba, en realidad, porque todavía no le había hecho nada realmente grave y no sabía qué esperar. Ni siquiera se habían movido del sitio, ¿acaso solo se habían acercado para asustarla?
Buscaba a Andromeda con desesperación. Se chocó con algunas personas por el camino, pero iba tan agobiada que no se disculpó.
—¡Capella! —escuchó que la llamaban—. ¡Estamos aquí!
Se giró y vio a Ted de la mano de Deneb, sonriéndole. No se habían dado cuenta del encontronazo que había tenido con su padre y su hermano. Capella daba las gracias a que no se hubiera cruzado con Deneb en su lugar.
No sabía si la había vuelto a maldecir porque ella siempre lo negaba cuando le preguntaba. Pero, últimamente, no creía nada de lo que Deneb decía. La había pillado en más de una mentira, se había estado saltando clases y nunca le decía la verdad del porqué.
Para cuando llegaron a casa, Capella ya estaba un poco más calmada y recuperada del susto.
en mi defensa, está bueno el drama. no me matéis porfa :( no sabéis todavía lo que va a pasar ✋
necesito acabar de escribir este acto porque quiero ponerme con la guerra ya, tengo cien mil ideas lmao, pero voy a estar pronto de exámenes y a ver quién se pone a matar personajes así ;(
en fin JAJAJAJAJA sabéis que os quiero muchito, un beso y nos vemos el lunes que viene, que ya es Navidad en Bouleversés juju, la primera feliz de Capella ¿??
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