
𝘁𝗿𝗲𝗻𝘁𝗲 𝗲𝘁 𝘂𝗻. 𝗹𝗲𝘀 𝗰𝗼𝗻𝘀𝗲́𝗾𝘂𝗲𝗻𝗰𝗲𝘀
capítulo treinta y uno:
las consecuencias
Una semana había pasado desde que Capella tuvo aquella conversación con su hermano mayor. Él no se había vuelto a aparecer por la casa; Capella suponía que no era tan fácil librarse de su padre para ir a verla, pero se sentía muy inquieta.
No había encontrado fuerzas para decirle a Deneb que cabía la posibilidad de que tuviera una maldición corriendo por sus venas. ¿Cómo se suponía que debía contarle algo como eso? Además, no parecía haber ido a peor en todo el tiempo que llevaban en casa de los Tonks. De vez en cuando le dolía la cabeza, y sí era cierto que se veía cansada, pero nada más que Capella supiera.
Andromeda les había dicho el día anterior que iban a hacer una visita al Callejón Diagon, ya que debían hacer varias compras. Eridanus les había enviado algunas de las pertenencias de sus hermanas, pero en la nota decía que Cepheus había quemado la mayoría de lo que quedaba. Walburga también había socarrado sus rostros en el tapiz familiar.
No solo, sino que les habían llegado ya las cartas de Hogwarts, y con ellas las correspondientes notas de los TIMO de Capella. La chica abrió el sobre con manos temblorosas.
¡Solo había suspendido Historia de la Magia y Pociones! Capella sonrió, ya había asimilado que esas no tenían salvación, así que no le importó y se centró en los demás aprobados. Estaba contenta con ellas, se había esforzado estudiando y había merecido la pena.
Mientras Deneb y Capella desayunaban en la cocina, Ted leía El Profeta. De pronto, su cara palideció y dejó el periódico sobre la mesa, con tanto cuidado como si de una bomba se tratase.
—¿Qué pasa? —se alarmó Capella.
Ted tenía los ojos muy abiertos y se llevó una mano a la boca. Sin contener la intriga, Capella agarró El Profeta y ojeó la página hasta dar con aquello que le había causado tal reacción. Estaba en la sección dedicada a los caídos en la Guerra.
El profesor Benjamin había sido asesinado por los mortífagos. Habían encontrado su cadáver, llevaba días muerto. Probablemente ni siquiera pudo hablar con el Ministerio. Le habrían encontrado antes.
Los ojos de Capella se cristalizaron, y no logró contener las lágrimas. Se sentía tan culpable que empezó a notar una presión en el pecho que le impedía respirar con normalidad, lo que solo hizo que su llanto fuera a más.
Si no le hubiera metido en esto, seguiría con vida. No merecía morir por mi culpa.
Ted se acercó a ella para darle un abrazo en un intento de reconfortarla, porque había empezado a llorar sin darse cuenta. Pero Capella se sobresaltó por el repentino contacto y se puso de pie de un salto, marchándose de la cocina para encerrarse en el baño.
A pesar de todo, Capella se tuvo que tragar su tristeza por la tarde, porque debían acudir al Callejón Diagon. Ted se quedaría en casa con Dora, para cuidar de ella, porque era muy arriesgado llevar ahí a una niña tan pequeña en los tiempos que corrían. Como refuerzos, habían enviado una carta a Sirius pidiéndole que las acompañara, por lo que llegó a la casa poco después de terminar de comer.
En cuanto vio a sus primas, corrió a darles un abrazo, contento de que finalmente hubieran seguido sus pasos.
—¡Cuánto me alegro de que estéis aquí! —exclamó, despeinando a Deneb con cariño.
Capella se obligó a sonreír y a no alejarse para volver a encerrarse en alguna habitación. Había tenido una charla con Andromeda. Mejor dicho, Andromeda le había hablado mientras Capella fingía que la escuchaba, porque estaba demasiado perdida en sus pensamientos.
—Vámonos ya, es mejor que no sigamos ahí cuando anochezca —apremió Andromeda.
Se despidieron de Ted y de Dora y salieron fuera para poder realizar una aparición conjunta. En unos segundos, estaban en la entrada al Callejón Diagon.
Lo primero que hicieron fue ir todos juntos a por material escolar: plumas, pergamino, libros a Flourish & Botts... Cada vez que pasaban por un escaparate destrozado, Andromeda aceleraba el paso e incitaba a los demás a hacer lo mismo.
Mientras Andromeda entraba con Deneb a probarse una nueva túnica a Madame Malkin —había dado un gran estirón durante el curso—, Sirius entretuvo a Capella contándole una entretenida anécdota sobre lo que le había pasado a James y a él la semana pasada.
—¿Los mortífagos os persiguieron? —repitió Capella, incrédula, y con un creciente pánico.
—Estábamos volando con la moto que Fleamont y Euphemia me regalaron, porque descubrimos cómo hechizarla para que pudiera hacerlo. Pero de alguna forma los mortífagos dieron con nosotros, así que intentamos escondernos...
A medida que iba hablando, modificaba su voz para darle más dramatismo. Capella le escuchaba sin rechistar, inmersa en la historia.
—... Entonces, esos aurores muggles nos siguieron con su coche hasta acorralarnos en un callejón. Pero, de pronto, regresaron los mortífagos, y les lanzamos el coche de los muggles encima para poder escapar.
—Wow... Debíais de estar muy asustados...
Sirius soltó una risa y negó con la cabeza.
—¡Fue la bomba! —exclamó con exagerado entusiasmo—. Nunca me había sentido más vivo.
—Pues podrías haber acabado muerto, ¿sabes? —le reprochó Capella—. Como el profesor Benjamin.
La cara de Sirius abandonó el tono cómico que había tomado. No se había enterado, por supuesto.
—Lo ha dicho hoy El Profeta —susurró Capella, mirando por la ventana a su hermana y su prima, que ya estaban pagando—. Asesinado por mortífagos. Porque me ayudó a escapar e intentó hablar con el Ministerio sobre mi padre, pero ni siquiera llegaría a hacerlo.
Antes de que Sirius dijese nada, Andromeda y Deneb salieron del establecimiento a su encuentro.
—¿Falta algo por comprar? —preguntó Andromeda, repasando la lista que había hecho antes de salir de casa—. No, ya lo tenemos todo; volvamos a casa. Sirius, ¿te quedas a cenar?
Mientras él aceptaba la invitación, Capella se giró para mirar a su alrededor. La historia de los mortífagos persiguiendo a su primo la había dejado con un mal sabor de boca, y no entendía cómo podía tomárselo tan a la ligera.
No quedaba mucha gente en la calle, pero Capella se fijó en una pareja de ancianos que estaban de espaldas. Al apartarse un poco, dejaron ver a alguien que Capella conocía muy bien.
—¡Gordon! —le llamó, sonriendo casi sin darse cuenta.
Él se giró ante el grito, y al ver que se trataba de Capella apareció una genuina sonrisa en su rostro. No tardó más de dos segundos en avanzar rápidamente hacia ella, gesto que Capella imitó. En cuanto estuvieron enfrentando al otro, Gordon la apretó en un fuerte abrazo.
—Estás bien —susurró , sin soltarla.
—Me escapé —dijo Capella en voz baja, apoyando la cabeza en el pecho del chico—. Por fin.
—No sabes lo feliz que estoy de escuchar eso...
Se separaron un poco y se quedaron mirándose a los ojos, sin dejar de sonreír.
—Bellchant, qué alegría verte aquí. —Sirius acababa de llegar a su lado, y apoyó una mano sobre el hombro del chico, apartándolo un poco de su prima—. Déjala respirar un poco, ¿no? —añadió con tono irónico.
—Sirius, déjalo en paz —reprochó Capella.
—Pero si yo no he hecho nada...
Le quitó la mano de encima a Gordon, pero el momento ya se había roto. Él se giró hacia los ancianos, que observaban la escena enternecidos.
—Ellos son mis abuelos por parte de madre —le dijo a Capella, y ella les dedicó una pequeña sonrisa a modo de saludo—. Abuelos, ella es Capella.
—Oh, cielo, Gordon nos ha hablado de ti —dijo su abuela, acercándose a ellos con expresión bonachona—. Encantada de conocerte.
—Igualmente, señora...
—Max, querida.
—Mi padre está en Francia visitando a familiares, así que me ha dejado con mis abuelos —explicó Gordon.
Pasaron un rato más en el Callejón Diagon, puesto que Andromeda le dejó quedarse a estar con Gordon. Caminaban por delante, solo un poco alejados, uno al lado del otro.
—Siento no haberte escrito, no sabía que no estabas con tu padre —se disculpó Capella—. No tenía claro si era buena idea hacerlo...
—Tranquila, Ella. Lo importante es que estás bien.
Sus brazos se rozaban mientras caminaban, algo que no pasaba desapercibido para ella. Cada vez que se balanceaban ligeramente, el dedo meñique de Gordon se topaba con el suyo, y Capella no podía evitar mirar hacia sus manos.
Hasta que, para su sorpresa, los dedos de Gordon envolvieron los suyos. Cuando levantó la mirada, él le sonreía con sinceridad, y Capella apretó algo más sus manos. Podría tratarse de un simple gesto, pero de alguna manera le hacía muy feliz.
—Te he echado de menos —reconoció Gordon, sin apartar los ojos más que para cerciorarse de que no se chocaba con nada por el camino.
Quería añadir muchas más cosas que, en realidad, no se atrevía a decir. Pero no lo hizo.
Echaba de menos a la verdadera Capella, no a la chica que Rosier había intentado que fuera.
—Yo también, Gordon. Mucho.
Unos minutos más tarde, tuvieron que despedirse, para marcharse cada uno a su casa. Se estaba haciendo tarde, y no era buena idea permanecer en la calle cuando el sol se ocultaba.
Así que se dieron un abrazo, tal vez demasiado largo, antes de que Sirius cogiera del brazo a su prima para aparecerse de nuevo en el jardín de la casa Tonks. Andromeda y Deneb ya estaban ahí.
Esa noche cenaron los cinco juntos, y Sirius se encargó de animar un poco el ambiente.
Cuando Capella se metió en la cama para ir a dormir, lo hizo con una culposa sonrisa en los labios. No entendía por qué de repente parecía tan feliz, siendo que esa mañana la había pasado entre llantos, pero simplemente no podía dejar de estarlo.
Lo único que tenía claro era que no quería apartar a Gordon de nuevo; ya había cometido antes ese error.
* * *
No fue hasta el primer día de agosto que Capella volvió a ver a Eridanus. Tenía ojeras marcadas debajo de los ojos y no se había afeitado. Cuando Andromeda lo recibió en la entrada, volvieron a discutir.
La situación con Deneb seguía igual por aquel entonces. La chica casi no sonreía, pero se pegaba a Capella todo el día, cosa que ella agradecía porque no quería quitarle el ojo de encima.
Todavía no podía creerse que hubiera fallado en lo único que tenía que hacer, en proteger a Deneb.
Andromeda, cabreada, acabó aceptando a regañadientes que Eridanus volviera a llevarse a Capella, con la condición de que la trajera de vuelta para la cena.
Así que, apenas unos minutos más tarde, los dos volvían a estar en la casa Shafiq, pero esta vez se quedaron en el salón. Eridanus debía de haber quitado todo el polvo de la sala, porque estaba mucho menos sucia que antes.
—¿Por qué maldijo tía Gaia a madre?
La pregunta de Capella, a pesar de haber sido pronunciada en voz baja, se escuchó a la perfección. Aun así, la habitación permaneció en silencio durante unos segundos, hasta que Eridanus se dignó a contestar algo:
—Porque madre reveló su secreto, y tía Gaia no se anda con rodeos. Pero el porqué no es lo más importante ahora mismo, Capella, sino el qué va a suceder.
—¿Y qué se supone que va a pasar? —dijo ella a la defensiva.
—He estado leyendo los libros sobre magia oscura que madre dejó, y creo que he hallado la maldición de tía Gaia.
Eridanus se puso en pie mientras Capella lo observaba, expectante. Rodeó la mesa y se dirigió a la pared donde las cortinas abiertas dejaban ver un gran ventanal, como Capella había supuesto la primera vez que las había visto cerradas. Pero Eridanus las cerró y sacó la varita, apuntando en dirección a la pared.
—Revelio —conjuró. Nada ocurrió a simple vista. —Ven conmigo.
Confundida, Capella se levantó y acompañó a su hermano, que agarró las cortinas con una mano y las volvió a correr. Ningún ventanal quedaba ya al otro lado de estas, sino una pared de madera con una puerta en medio, camuflada casi por completo. Eridanus la abrió y encendió la luz.
—¿Es una habitación secreta? —preguntó Capella con asombro, asomándose—. No me habías dicho que existía.
—Aquí es donde madre lo guardó todo —explicó Eridanus—. Donde encontré los recuerdos, su cuaderno y un montón de libros, entre otras cosas.
Era una estancia amplia, pero estaba tan desordenada y repleta de cajas de cartón, todas amontonadas unas encima de otras, que daba la impresión de que las paredes eran muy estrechas. Había estanterías, una mesa llena de trastos y un sofá muy gastado. Al fondo a la izquierda, una trampilla estaba colocada en el techo, junto a una escalera de mano.
—¿Por qué está oculta? —le preguntó Capella a su hermano, embriagada por la curiosidad.
—Para que pudieran esconderse. Los abuelos formaban parte de la Alianza en los tiempos de Grindelwald, aunque consiguieron huir sin ser reconocidos. Querían tomar precauciones, por si alguien daba con ellos.
Capella se quedó callada, procesándolo. No sabía por qué le había sorprendido que sus abuelos formasen parte del ejército de Grindelwald, teniendo en cuenta que casi toda su familia estaba en esos momentos en el bando del Señor Tenebroso. Una pequeña parte de ella creía que el lado de la familia de su madre no sería tan malo como el otro, aunque, obviamente, se equivocaba.
—Después de morir los abuelos, madre escondió aquí todo lo que no quería que encontrasen. En algunos libros había mucha información sobre maldiciones, pero encontré una que me llamó la atención.
Se adelantó unos pasos hasta la estantería más cercana, cogiendo un libro de tapa granate con unas runas en la portada. Lo abrió por una página marcada.
—Puede causar daños letales, pero eso no es todo. Nunca desaparece en su totalidad, las secuelas son permanentes.
Le enseñó a Capella la página donde la había encontrado, en la que había algunas anotaciones y palabras rodeadas.
—Mató a los abuelos y al que habría sido el gemelo de Perseus. Pero sospecho que ese no era el único objetivo de tía Gaia. Al menos, no el principal —repuso Eridanus, mirando la página del libro con el ceño levemente fruncido.
—¿Y cuál era? A madre no la mató.
—Porque Gaia no quería asesinar a madre. Quería vengarse. ¿No recuerdas que dijo que no iba a irle bien con los gemelos?
—Pero Perseus está bien. Trastornado, pero sano —apuntó Capella, bastante confundida.
Eridanus suspiró y se rascó la barba. Se había pasado semanas dándole vueltas a todo e intentando atar cabos finales. Entre eso, el trabajo y que tenía una hija en camino, se veía más agobiado que de costumbre.
—Perseus es un psicópata; nunca ha sentido remordimientos por nada de lo que ha hecho. Esa maldición no lo mató, y a madre tampoco, pero creó un aura de magia oscura que afectó a sus mentes.
—¿A madre también?
—Sí, Ella. Puede que a la que más.
No entendía cómo iba a afectarle más a ella que a quienes habían muerto, pero no dijo nada.
Porque Agatha también había acabado muerta.
—¿Y qué es lo que le hará a Deneb? —preguntó Capella, tragando saliva—. Si es cierto que se ha... activado.
—Madre escribió sobre el Cruciatus en su cuaderno, y en el libro también lo mencionan. Si la maldición es esta, hay una probabilidad muy alta de que la tortura haya dado rienda suelta a que se desarrolle.
La mirada ansiosa de Capella dejaba claro qué era lo que pensaba; que debían hacer algo para salvar a Deneb. Pero, nuevamente, Eridanus se encargó de intervenir antes.
—Deneb sigue con vida, la maldición en sí no va a matarla.
—¿Y eso qué significa?
—Que, por ahora, con vigilarla será suficiente. Solo la habría matado si se la hubieran lanzado en el momento. De lo que más deberíamos preocuparnos es de que se encuentre bien mentalmente, al menos por el momento.
Volvió a dejar el libro en su lugar, mientras Capella trataba de aclararse. Todo era demasiado complicado, ella solo quería que Deneb estuviera a salvo.
—Tía Gaia debía de tener un secreto muy grave para hechizar a madre así —dijo Capella en un tono de voz bastante bajo—. ¿Qué fue lo que hizo?
—Mentir.
—¿A quién?
—A su marido, principalmente. Madre era la única que lo sabía, e intentó hablar con Cetus anónimamente. Pero Gaia se enteró.
—Espera. Tiene algo que ver con el primer recuerdo, con la parte de la Amortentia, ¿verdad? Tía Gaia le advirtió a madre que sufriría las consecuencias si alguien se enteraba, porque ella era la única persona que lo sabía.
Eridanus asintió sin mirar a su hermana. Él conocía cuál era el secreto, pero no se lo había dicho.
—Es mejor que volvamos a casa —dijo al cabo de un minuto.
—¿Deneb estará bien? —quiso saber Capella, temerosa.
—Si la cuidamos, igual sí.
Cuidamos. ¿Acaso iba a ayudarla él?
—Tal vez debería decírselo.
—No. Deneb es demasiado pequeña, solo tiene doce años, Capella. Contarle algo así no le hará ningún bien, cuando se haga mayor...
—¿Es demasiado pequeña para saber la verdad pero no para que la torturen? —replicó Capella—. ¿Y yo? ¿También lo soy para que me cuentes todo sin darme largas?
Eridanus no se alteró en lo más mínimo.
—Lo importante ahora es mantener a Deneb estable. No creo que quieras meterle miedo con algo que no sabemos cómo va a acabar.
Capella suspiró y se dirigió a la puerta, dispuesta a salir de ahí. Estaba claro que Eridanus no iba a dar su brazo a torcer.
alguien quiere que Gordon y Capella se coman la boca pero no os voy a decir quién soy
en otras noticias se ha descubierto un poco más sobre la maldición, me pregunto qué acabará pasando con este asunto 👀 si tenéis dudas teorías o lo que sea podéis decírmelas y ya veré si os respondo JSJSJSJSJS
quería daros las gracias porque hemos llegado a más de 1k de votos y omg creo que me muero, últimamente más gente está leyendo Bouleversés así que gracias ilysm (menos si leéis sin votar entonces no os tkm)
nos vemos el lunes que viene!!
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