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(!) 𝘀𝘂𝗽 𝗾𝘂𝗮𝘁𝗿𝗲. 𝘃𝗶𝗻𝗴𝘁-𝗱𝗲𝘂𝘅



















we're happy,
free, confused
and lonely
in the best way



















Febrero, 1983

El momento de la cima en una montaña rusa era fugaz, porque enseguida llegaba la caída.

Y, sin embargo, Capella llevaba en la cima varios meses. Todavía le costaba acostumbrarse. Todavía guardaba la varita debajo de la almohada y no conseguía conciliar el sueño por más de tres horas seguidas.

También había que admitir que lo de no dormir se debía, en gran parte, a la bebé de diez meses que lloraba en su cuna, al lado de la cama que Capella compartía con Gordon. Zoe, su preciosa hija pecosa y de enormes ojos casi negros, lloraba tanto como cualquier otra criatura de su edad. Pero Capella y Gordon tenían veintidós años y estaban mucho más cansados que la gente de su quinta.

—¿Te toca a ti o me toca a mí? —preguntó Gordon, gruñendo contra la almohada sin esperar una respuesta, puesto que no se giró a ver lo que Capella le contestaba.

Se levantó y tomó a Zoe en brazos. Ella se calló al instante en cuanto su padre le acarició la mejilla con el pulgar.

Capella se frotó los ojos para desperezarse. El sol se asomaba ya por la ventana, así que supuso que quedaba poco para que sonara la alarma y no merecía la pena volver a dormir, porque tenía que entrar al trabajo a las ocho en punto. Se quedó observando a Gordon con una sonrisilla en los labios.

Habían tenido muchos altibajos durante la guerra. Secretos y rencores. Besos y palabras bonitas. Pero, desde que Capella, aterrada, había descubierto que estaba embarazada el mismo día que se declaró acabada la guerra, no volvieron a tener una discusión tan grande. El primero de noviembre de 1981 supuso grandes cambios en su vida. El primero fue, claramente, el embarazo. El segundo, que recibió otra noticia: no podría volver a hablar. Lo último que recordaba era pasar el día de Halloween con su primo Sirius. Y después estaban los rumores, de los cuales ella tenía la certeza.

El asesinato de Lily y James. El de Peter. La caída de Voldemort. El encarcelamiento de Sirius. Recordaba la visita de Remus en el hospital. Emmeline y Josephine también vinieron. Y Garrett. Incluso tenía una imagen poco nítida y bastante dudosa de Eridanus, que probablemente hubiera sido un sueño porque no creía que su hermano hubiera ido a verla.

Fue el final de un capítulo de su vida. Y el inicio de otro en el cual se encontraba sumergida en esos momentos. Desde luego, había sido un camino difícil. Madrugadas vomitando hasta quedar sin nada en el estómago, medianoches doblando turnos en el Caldero Chorreante, tardes limpiando la casa de arriba abajo para remodelar todo lo antiguo plagado de malos recuerdos... Y muchas caricias en los rincones. Muchos abrazos y besos por toda la cara. Muchos «Te quiero» susurrados y muchos «Yo más» articulados.

Y después vino Zoe. Se adelantó dos meses por sorpresa; debía nacer a finales de mayo y acabó siendo el último día de marzo, a punto de dar las doce de la noche. Zoe estuvo ingresada largas semanas de insomnio para sus padres. Capella no recuerda haberlo pasado peor. Su hija recién nacida se debatía entre la vida y la muerte igual que su hermana pequeña, que por aquel entonces seguía en coma después de arduos meses.

Sin embargo, ahí se encontraban, casi un año más tarde. Ahora, Zoe estaba sana y salva entre los brazos de su padre, quien le tarareaba una nana para que se quedara bien dormida. Y Deneb también había despertado del coma, hacía apenas cuatro meses. Aunque nadie podía explicar cuál era su estado: Deneb comía, respiraba y se movía, pero no reaccionaba a rostros ni voces conocidas.

—Creo que lo hace para fastidiar —se lamentó Gordon en un susurro, aunque su tono era más somnoliento que fastidiado—. Mírala, se ha quedado sopa.

Capella se rio por lo bajo. Gordon, todavía meciendo a su hija, se acercó de nuevo a la cama y se sentó en el lado izquierdo, apoyando la espalda en el cabecero. Con delicadeza, Capella dejó caer su cabeza sobre el hombro del chico y acarició con el pulgar la mano de Zoe, quien cerró los dedos sobre él en medio del sueño.

Gordon le dio un beso en la cabeza a Capella y ella alzó la vista para descubrir que le respondían los ojos azules más brillantes del mundo y la sonrisa más amplia que alguien podía tener a las siete menos cuarto de la mañana.

—Feliz cumpleaños, Ella —felicitó Gordon.

Capella se separó un poco de él para poder signar con claridad la palabra «Aniversario». Hacía cinco años que habían empezado a salir oficialmente. Y ahí estaban, con una cría de casi uno.

Aunque no todo hubiera salido a pedir de boca, porque habían perdido a demasiados amigos y familia en el camino, Capella estaba feliz. Casi por primera vez en su vida, estaba feliz constantemente. A pesar de que siguiera sobresaltándose cada vez que escuchaba el picoteo de una lechuza en la ventana, pensando que traería malas noticias. Estaba criando a una niña preciosa junto al amor de su vida, algo con lo que siempre había soñado. Por muy terrorífico que hubiera parecido al principio.

—¿De verdad Tom no puede darte el día libre?

Capella negó, aunque Gordon ya intuía la respuesta. Lo cierto era que en esos años no les había faltado el dinero porque la herencia de Alphard había sido bastante generosa, pero tenían que tener en cuenta que debía repartirse entre tres personas. Sirius no podía tocar su parte porque estaba en Azkaban, y Deneb tampoco porque estaba en San Mungo. Capella se negaba a usar el dinero de alguno de los dos. Y prefería ganar el suyo propio.

Además, Gordon no trabajaba. En septiembre entró a una universidad muggle para estudiar psicología. Como iba por las tardes y Capella trabajaba por las mañanas, se turnaban cuidar de Zoe esas horas y disfrutaban juntos las libres. Lo llevaban bien.

Ese día en la taberna, Tom decidió sorprenderla decorando el Caldero Chorreante con algunas guirnaldas y globos. Capella cocinó los platos de los comensales mucho más animada con aquel ambiente festivo. No se cumplían veintidós años todos los días.

En torno a mediodía, Tom le pidió que le trajera conservas de la alacena, pero el hombre estaba demasiado entusiasmado como para que Capella no se oliera algo. A nadie le gustaban tanto los espárragos.

—¡Sorpresa!

Capella se llevó una mano al pecho y otra al bolsillo. Pero no necesitaba su varita. En la habitación contigua a la alacena, una pequeña sala donde solían refugiarse las visitas más distinguidas para tomar el té sin ser molestados, se reunían las personas a las que Capella más quería. La chica miró a Tom con una sonrisa de agradecimiento.

—Tienes dos horas libres guardadas desde hace un mes, chica. ¡Disfrútalas, no seas boba! —la apremió él, dándole una palmada en el hombro—. El viejo Tom se encarga de servir a los clientes, que hoy no hay tanto trabajo que hacer.

—¡Un brindis por Tom! —saltó Emmeline con apuro, antes de que este saliera, y todo aquel que sostenía un vaso lo alzó en su honor—. ¡Felicidades, preciosa!

Emmeline se acercó a su mejor amiga y la recibió con un abrazo. Los demás no tardaron en acudir. Garrett casi vertió la cerveza de mantequilla sobre su camisa. Josephine le dio veintidós tirones de oreja. Remus se aproximó con Zoe en brazos. Capella sabía que habían tomado la decisión correcta al nombrarlo su padrino, por mucho que Emmeline y Garrett se hubieran quejado.

—¿Cómo va todo, Ella? —preguntó Remus.

«Genial», respondió Capella, sonriente. «No esperaba esto».

—Ha sido idea de Gordon. Habló con Tom porque sabía que, si te lo preguntaba, te negarías.

Capella rodó los ojos, pero tenía razón. Ella sabía que, si Tom había aceptado, era porque no suponía ninguna molestia. Pero no podía evitar sentirse algo rara estando celebrando su cumpleaños en el trabajo, a pesar de que fuera cierto que tenía horas guardadas.

—Creo que Garrett pretendía traer a su nueva novia, pero Em le ha dicho que la anterior duró menos de un mes y no quería una extraña en las fotos de tu cumpleaños. ¿Cuánto crees que tarda en salir el tema?

«Diez minutos como máximo. Son de lo peor».

Las riñas de Emmeline y Garrett eran cada vez más amistosas que rencorosas, porque sus diferencias habían quedado en el pasado. Pero seguían teniendo sus roces. Por eso mismo, Capella y Gordon quisieron mantenerlos al margen de ser los padrinos de Zoe. Se pelearían escogieran a quien escogieran, incluso si era a ambos.

Esas dos horas estuvieron llenas de risas. Habían venido Andromeda y Ted con Dora, de nueve años. La chica se pasó el tiempo cuidando de su prima, y Capella juraría que no la había visto teniendo tanto cuidado en su vida. El matrimonio no dejaba de hacer bromas sobre estar rodeados de críos, aunque no bajaran de los veintiuno.

Capella se sentía plena. Era tan extraño, después de años de angustia, que no se creía merecedora de ese sentimiento.

Pero se lo merecía con creces. Las fiestas sorpresas, toda la tarta que pudiera comer hasta hartarse, los regalos y la presencia de sus seres queridos. Todo lo que tenía.

—Espero que te lo hayas pasado bien —le dijo Gordon al cabo del rato, apartándose un poco de la gente.

«Mejor que nunca».





¡sorpresaaaaa! extra 4 para celebrar el cumpleaños de Capella <3

a veces tengo la sensación de que cuando escribo voy muy al grano y se pierden momentos bonitos que no aportan a la historia más que adentrarse en cómo sería un día cotidiano. un cumpleaños, un día de trabajo, una noche en vela... se me olvida que lo que más se disfruta en una lectura son las cosas más simples :)

espero que, aunque sea corto, os haya gustado. si queréis leer más sobre Capella, Gordon y Zoe (y todos los demás), podéis pasaros por Every cloud has a silver lining, si es que aún no lo habéis hecho

extra dedicado a bajounaletra mi bestie que se leyó la historia en cero coma porque la reté a ello. no pude dedicarle capítulo antes porque no me quedaban así que espero que este te haya hecho ilusión jejeje tkm bonita

un beso a todos los que estéis leyendo esto más de tres meses después de que haya acabado la historia jejeje. os quiero (os querré más si dejáis un voto!!)

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