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𝘀𝗲𝗶𝘇𝗲. 𝗹𝗲 𝗯𝗶𝘀𝗼𝘂

capítulo dieciséis:
el beso

Cada vez que Capella pasaba tiempo con Sirius y sus amigos, de lo único que se hablaba era del equipo de quidditch y las pruebas que James había organizado el 11 de septiembre, sábado. Y, cuando pasaba tiempo con los de su curso, era más de lo mismo, porque Josephine iba a volver a probar suerte —esta vez como buscadora— e incluso Gordon quería entrar como bateador. 

Así que acabó un poco harta y el sábado se sentó en las gradas a regañadientes para ver las pruebas. Estaba junto a Coraline, Sirius, Remus y Peter, ya que Emmeline se había quedado en la biblioteca para hacer deberes, que se les estaban acumulando a todos. Coraline tenía las mejillas muy rojas, y no tenía nada que ver con el frío: lo que sucedía es que Sirius se había sentado a su lado. Después de tanto tiempo, ni ella ni Em habían superado su tonto enamoramiento por el primo de Capella, quien no estaba al tanto de nada. Como tampoco lo estaba de que al menos una docena de chicas más lo tenían. O al menos, si es que lo sabía, parecía darle igual.

Primero fue el turno de los que buscaban el nuevo puesto como cazador, había tres alumnos que se habían presentado y acabó ganándolo Marlene McKinnon, una chica rubia de sexto curso. Josephine se había quedado tan absorta mirando a Marlene que no se dio cuenta de que una bludger iba hacia ella, pues acababan de empezar las pruebas para golpeadores. 

—¡Lo siento, Josie! —se disculpó Gordon, dando un fuerte grito—. ¡Pensaba que ibas a apartarte! 

Desde tan lejos Capella no podía ver lo roja que se había puesto Josephine, que fácilmente podría haberle hecho competencia a Coraline. Sobre todo desde que Sirius se había levantado a aplaudir a Marlene. 

A James le acabó gustando la fuerza de Gordon para lanzar la bludger —Josephine le había asegurado que había sido un golpe muy fuerte—, así que lo eligió como el nuevo golpeador. Capella le aplaudió muy fuerte y le vitoreó desde las gradas, a lo que él le sonrió y le hizo una reverencia en broma.

El último puesto era para el nuevo buscador, para el cual se presentaban solo dos personas. Iban a ir al mejor de tres: James liberaría la snitch y quien consiguiera atraparla dos veces ganaba. No hicieron falta más de unos minutos y las dos primeras rondas para que Josephine fuera elegida, sorprendiendo a todos por su gran agilidad.

—¡Lo habéis hecho genial! —felicitó Capella a sus dos amigos cuando bajó de las gradas, abrazando primero a Josephine y luego a Gordon. 

Se quedó agarrada al brazo de este mientras James concretaba la fecha del primer entrenamiento, sin prestarle real atención a lo que hablaba porque ella no iba a tener que ir. Tenía suficientes deberes de los que acordarse ya.

* * *

A finales de septiembre, los alumnos de quinto curso se habían dado cuenta de que no iban a tener tiempo para nada que no fuera hacer tareas si no querían reprobar. Los TIMO serían en nueve meses, pero ya les agobiaban como si estuvieran a apenas unos días de ellos. 

La biblioteca se llenaba de gente en los ratos de descanso de alumnos que no daban a basto, aunque algunos otros preferían hacer sus deberes en sus respectivas Salas Comunes. Capella era una de estos últimos, nunca le había agradado la biblioteca y la evitaba lo máximo posible, por lo que se quedaba en la Torre de Gryffindor. Emmeline, por el contrario, casi no salía de la biblioteca, algo preocupante porque parecía que solo la veían durante las clases y a la hora de dormir. 

Aquel día, Capella se había quedado hasta tarde porque debía terminar una redacción para Herbología, así que subió ya cansada a la habitación. Pero el ambiente ahí no era calmado y silencioso como abajo, más bien tenso y lleno de gritos. 

—¡Las amigas no hacen esas cosas! —chilló Coraline desde una punta de la habitación, con el labio tembloroso. 

En todo el tiempo que llevaban en el colegio, Capella no había visto a Coraline perdiendo los estribos hasta el punto de gritar. Normalmente se desahogaba llorando o alejándose del resto, pero no le había escuchado alzando la voz. 

Emmeline estaba al otro lado del cuarto, tenía su pelirroja melena desordenada y no traía puesta su corbata, sino que la llevaba en la mano y la retorcía entre sus dedos. 

—¡No es mi culpa! —parecía defenderse Em—. Tú no te atrevías a hacer nada, no iba a quedarme de brazos cruzados. 

—¿Se puede saber qué pasa? —preguntó consternada Capella, ya que nadie se había fijado en su presencia. 

Josephine se levantó de su cama y se colocó al lado de la recién llegada, sujetándola del brazo. 

—Supongo que ya sabrás que a las dos les gusta tu primo. 

Coraline hizo un gesto de desesperación, como si no quisiera que se lo recordasen. 

—Sí, no es ningún secreto —comentó Capella. 

—Bien, pues Emmeline y él se han besado. 

Tuvieron que pasar unos segundos para que Capella procesara todo. Emmeline había besado a Sirius y Coraline se había enfadado por eso. Observó a sus dos amigas, ambas se lanzaban fuego con la mirada. 

—Pues sí —reconoció Em, sin importarle que alguien más se enterase—. Y eso no es todo lo que hemos hecho —añadió, cruzándose de brazos y con una sonrisa de satisfacción en la cara. 

Coraline soltó un gruñido de exasperación y le lanzó una almohada a Emmeline, que le dio en la cara. 

—¡Parad ya! —ordenó Josephine, poniendo una mano sobre la almohada que Emmeline había levantado para lanzarle a Cora—. Sois amigas, por favor, no discutáis por un chico. Son todos idiotas, sin intención de ofender a tu primo. 

—Tienes razón —apoyó Capella, quien no quería que sus amigas se pelearan.

—Pero es que no he hecho nada malo —repitió Emmeline, llena de rabia—. Puedo besar a quien quiera. 

—Sí, claro que puedes, ¡ya lo has demostrado! 

Muy enojada, Coraline se metió en la cama y cerró las cortinas con fuerza. Emmeline miró a sus dos amigas con el ceño fruncido y se dio la vuelta para cambiarse y meterse también a la cama de una vez. 

—No sé por qué pelean por chicos —susurró Josie—. Son todos unos guarros y unos maleducados, de verdad que no lo entiendo. 

Capella no sabía qué contestar, así que solo asintió. La verdad es que la discusión se le había quitado el sueño, y cuando vio a Emmeline sacando la cabeza por la cortinas y mirar en dirección a la cama de Coraline, supo que no quería estar estar ahí. Murmuró una vaga excusa y volvió a bajar a la Sala Común sin mirar la hora que era. 

En uno de los sofás más cercanos al fuego se encontraba la única persona ahí, sentado y observando un punto fijo en la pared. Capella había hablado en muchas ocasiones con Remus Lupin, pero no tantas a solas, por lo que no sabía si debería acercarse o volver a subir a su habitación. 

Pero sus pies ya habían comenzado a moverse y no le quedó más remedio que decir algo cuando Remus se le quedó mirando. Tenía los ojos enrojecidos, y lo que parecían lágrimas brillaban en sus mejillas entre las cicatrices de su rostro.

—¿Estás bien? 

—Sí. Sí, claro que lo estoy, ¿por qué no iba a estar bien? —dijo muy rápido Remus, limpiándose las mejillas. 

—No lo pareces —mustió Capella, dubitativa. 

Hacía poco que Remus se encontraba en la Sala Común, o eso supuso ella, pues no lo había visto hacía un rato cuando estaba haciendo deberes. Pero ya era entrada la noche, no como cuando se había ido que el cielo no había alcanzado la completa oscuridad. 

Remus se quedó en silencio. Capella suspiró y se dio la vuelta, sin querer incomodarle con su presencia, pero notó cómo la agarró con suavidad del brazo, como si en realidad no hubiese querido hacerlo. 

—Espera —murmuró Remus. 

—Puedo ayudarte —aseguró Capella, esperanzada porque realmente quería sentirse de ayuda. 

—Si te cuento algo, tienes que prometerme que no vas a decírselo a nadie —le pidió Remus, con miedo en la mirada—. Y... no me juzgues, por favor. 

—Claro, cuéntame. 

Él respiró profundamente, sin saber si debía abrir la boca y soltarlo todo. Podía confiar en Capella, ¿verdad? No había podido decírselo a sus amigos porque sabía que James y Peter lo soltarían sin querer, y tampoco se imaginaba si reaccionarían bien a aquello. Sí, no les había importado que fuera un hombre lobo. Pero... ¿y si esto sí que les importaba? 

Megustatuprimo —dijo de carrerilla, tan rápido que Capella pensaba que no lo había entendido bien. 

Pero sí que lo había escuchado. Remus lo vio en los ojos de la chica, que se abrieron de la sorpresa, y en su garganta al tragar saliva. No se lo esperaba. ¿No estaba bien?

—No sabía que te gustaran los chicos —comentó en voz baja Capella. 

—¿Crees que eso está mal? —preguntó desesperado Remus, moviendo con nerviosismo sus manos, retorciendo las mangas de su jersey. 

—No. No creo que esté mal. Solamente no me esperaba que te gustase Sirius —añadió, mirando con cautela a su alrededor. 

El silencio volvió a inundar la sala, mientras Capella pensaba en qué debería decirle para hacer que se sintiera mejor. Si se ponía a cavilar, podría llegar a la conclusión de que Sirius siempre se mostraba muy feliz con Remus a su alrededor. Pero Sirius no le había confesado nada en relación a eso, en realidad.

—¿Estabas así por lo de... Sirius y Emmeline? —se aventuró a preguntar Capella. 

—Más o menos —admitió Remus—. Pero no es por eso solamente. Él... él besa a muchas chicas, es normal, porque es perfecto y a todo el mundo le encantaría besarle. —Acercó sus rodillas a su cuerpo y las pegó contra su pecho—. Siempre que escucho que se ha besado con alguien más me siento fatal. Sé que es imposible que le guste yo, no soy una chica, y tampoco soy guapo, estoy lleno de cicatrices, estoy gruñendo todo el día...

Se calló al notar los brazos de Capella a su alrededor, quien no quería seguir escuchando cómo se trataba a sí mismo, despreciándose de esa manera. 

—Escúchame, Remus. Eres una gran persona, y tendrías que escuchar cómo habla mi primo de ti. Siempre está sonriendo como un idiota, aunque no se dé cuenta. Te quiere mucho. 

Escuchó a Remus sorberse la nariz y se separó para mirarle a los ojos y mostrarle su apoyo.

—Gracias —murmuró Remus, bajando la mirada, viéndose algo avergonzado. 

—No sé qué tiene mi primo para que toda la escuela esté detrás de él, os  tiene locos a todos —dijo Capella con un tono de diversión.

Remus esbozó una pequeña sonrisa y negó con la cabeza. 

—Oye, Ella. ¿Puedo preguntarte algo? 

—Claro. 

—Si ya sé que me gustan... los chicos —dijo en un susurro—, porque, bueno, Sirius... Pero ¿y si las chicas también me gustan? ¿Eso también estaría bien? 

La pelinegra se encogió de hombros y se mordió el labio, pensativa. 

—Supongo que sí. Te lo he dicho antes, no hay nada de malo en querer. Ya nos han arrebatado lo suficiente como para que también nos quiten la libertad. 

—Dices cosas muy maduras —apuntó Remus sin poder evitar sonreír. 

—Por la noche me pongo filosófica —rio Capella, cambiando la posición en el sofá y sentándose sobre sus piernas—. También cuando estoy triste, que viene siendo todo el tiempo.

Permanecieron un rato en silencio, uno bastante agradable. Remus se sentía más liberado, como si se hubiera quitado un enorme peso de encima. Y Capella, al fin, se sintió de ayuda. 

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