
𝗱𝗶𝘅-𝘀𝗲𝗽𝘁. 𝗹'𝗵𝗮𝗶𝗻𝗲
capítulo diecisiete:
el odio
Por lo general, Capella no se consideraba una persona que odiase con facilidad. Sí, no sentía lo que podría decirse aprecio por la mayoría de su familia, pero tenía razones de sobra. Simplemente, no era alguien que odiara sin una justificación, pero los últimos meses le estaban demostrando que quizás estaba equivocada.
Desde hacía semanas el caso de la muerte de su madre no avanzaba y no tenían ninguna noticia nueva, lo único de lo que tenían la certeza era de que Agatha había muerto por envenenamiento. Pero nadie sabía quién era el culpable. Al menos nadie se lo había dicho a ella.
Cada vez que Capella pensaba que se estaba recuperando de su muerte, aparecía alguien con quien se cruzaba por los pasillos y le dedicaba una cara de profunda tristeza. No soportaba que todo el mundo la mirase de esa forma, con los labios fruncidos y los ojos decaídos. Así que siempre trataba de caminar por los pasillos que menos gente transitaba, porque detestaba encontrarse con dichas miradas de pena.
No siempre le salía bien la jugada.
—¿Qué hace la gran traidora por aquí? —escuchó una socarrona voz a sus espaldas.
Se dio la vuelta con recelo, porque había reconocido al chico que había hablado. Malcolm Avery, uno de los anteriores candidatos a ser el futuro marido de Capella, antes de que Cepheus cerrase el trato con los Rosier y decidiera que el elegido sería Evan.
Avery no estaba solo, nunca se movía por Hogwarts sin su compañero, Mulciber, ni siquiera para perseguir y atormentar a todos los nacidos de muggles que pudieran. Era su pasatiempo favorito, no había más que fijarse en lo que Mulciber le hizo a la pobre Mary Macdonald el curso pasado. La maldición imperius se le daba demasiado bien.
—Apuesto a que busca problemas —siguió hablando Mulciber, con una sonrisa prepotente en la cara y la varita entre sus gruesos dedos—. ¿O no es eso lo que los leones hacéis siempre? —la picó, riéndose de forma burlona.
Capella se recolocó la mochila sobre su hombro derecho y, con toda la dignidad que pudo reunir, se volteó para seguir su camino, aferrando su varita en la mano izquierda. No estaba de humor para soportar las burlas de esos dos idiotas. Se creían superiores al resto y eran odiosos, Sirius lo sabía mejor que ella, ya que él iba a su curso.
—Oye, oye, oye —la frenó Avery, adelantando el paso—. ¿Dónde te crees que vas tan rápido, Ella?
—No recuerdo haberte dicho que me llamaras así —replicó Capella, intentando esquivarlo.
—Haz memoria, entonces, si no prefieres que nosotros hagamos que te acuerdes —amenazó Avery, colocándose frente a ella de tal manera que no pudo seguir avanzando.
Le hizo un gesto con la mano a Mulciber para que se acercase, a lo cual él obedeció. Capella suspiró con pesadez y se les quedó mirando como si fueran lo más aburrido del castillo. Sabía de lo que eran capaces, pero no iba a demostrar ninguna señal de debilidad.
—No tengo tiempo para vuestros juegos, he de ir a clase.
—Qué aplicada —se burló Mulciber—. Pero no va a ser tan fácil.
—¿Y qué pensáis hacer? ¿Lanzarme una maldición? Nada nuevo, deberíais innovar un poco, chicos.
Miró por encima de sus hombros, harta de la situación.
—Fíjate, es que así nos va muy bien, ¿cierto, Craig?
—Estupendamente, Malcolm.
Capella trató de hacerse paso a empujones, pero los dos chicos eran mucho más altos que la pelinegra y Mulciber le sujetó con facilidad. Sus brazos eran el doble de grandes que los de Capella, así que no pudo soltarse.
Empezó a ponerse muy nerviosa, quería salir de ahí fuera como fuese. Le dio un pisotón al chico, pero él solo soltó un gruñido, y no a ella.
Antes de que nadie pudiera decir o hacer nada más, alguien que acababa de llegar habló:
—Marchaos. Ya.
Evan Rosier estaba parado frente a los tres, apuntando a Avery con la varita mientras este apuntaba a Capella. La chica aprovechó la sorpresa de ambos para darle una patada de malas maneras a Mulciber donde sabía que más le iba a doler y, como supuso, él no aguantó un grito y se dobló, soltando a la chica. Se alejó unos pasos y levantó la varita en dirección a Mulciber, quien seguía encogido sobre sí mismo.
—Maldita sea, ¿qué quieres, Rosier? —preguntó bruscamente Avery, haciendo caso omiso a los gruñidos de dolor de su compañero.
—Que os perdáis por ahí, los dos.
—¿Se puede saber qué te pasa? —dijo Avery muy confundido, entrecerrando los ojos—. ¿Acaso le has cogido cariño a tu asquerosa prometida?
Prometida. A Capella le asqueaba pensar en ello. Su padre había esperado hasta que su madre muriese para dar el visto bueno y hacerlo oficial. Tal vez si Agatha siguiera con vida, Evan no sería todavía la opción segura. Pero era así, y lo aborrecía.
—Soy vuestro prefecto —les recordó con voz monótona—. Así que, si no queréis quedaros limpiando retretes el resto del mes, os largáis, es así de simple.
Los dos se quedaron escépticos. Mulciber arrugó la nariz e irguió la espalda de nuevo, y junto a Avery se marchó con la cabeza en alto. No sin antes susurrar que no iban a olvidarse tan fácilmente.
—No sé cuál era tu intención, pero no te he pedido que me ayudases —le espetó Capella.
Evan alzó las cejas.
—Es una extraña forma de agradecerme el haberte salvado.
—¿Salvarme? ¿Qué piensas, que soy una especie de dama que tienes que rescatar para demostrar algo? Para tu información, Rosier —Capella dio un paso al frente y le miró fijamente a sus ojos azules—, no lo soy.
—Claro que sí —aseguró él, ladeando la cabeza—. Si no fuera por mí, estarías recibiendo maldiciones a diestro y siniestro por ese par de bobos. Es mi deber, como tu futuro esposo, el cuidar de ti y llevarte de vuelta por el buen camino.
Capella soltó una carcajada seca y sin nada de gracia. Ahora lo entendía todo.
—Esto es increíble. Mi padre —dijo, señalándose a sí misma— te ha elegido a ti —añadió, apuntándole con el dedo— para corregirme. Porque se piensa que vas a hacer que me vuelva una supremacista.
—Es posible —comentó Evan, sonriendo de forma condescendiente.
Odiaba su sonrisa. Detestaba la idea de casarse con Evan Rosier. Tenía quince años y no tenía por qué estar pasando por aquello.
Se dio la vuelta, ya que no quería quedarse quieta, porque cuanto más lo estuviera menos capaz de moverse luego sería. Sabía que estaba empezando a irse como siempre le pasaba, su mente se sentía a metros por encima de su cuerpo.
—Ahora me debes dos favores, Ella. Y yo los cobro.
—¿Por qué te intereso tanto, Rosier? Soy una traidora a la sangre que va a irse de su casa en cuanto tenga la oportunidad —dijo Capella sin dejar de caminar, siendo consciente de que Evan la seguía por el pasillo de la mazmorra.
Había desistido de la idea de asistir a Pociones, quería volver a su Sala Común y no salir por el resto del día. Saltarse la primera clase no sería para tanto.
—No creo que vayas a hacerlo.
—Mira tú por dónde.
—Te he estado observando más últimamente. Desde que murió tu madre.
Capella sintió una punzada en el estómago, pero continuó subiendo las escaleras que iban de las mazmorras al sótano. No le respondió.
—Te quedas mucho más perdida en tu mente que antes, Ella.
La chica se dio la vuelta de forma brusca, haciendo que Evan casi chocase con ella.
—Déjame sola de una vez, por Merlín, Rosier.
—¿Piensas que Avery y Mulciber no están esperando a unos metros de aquí para lanzarte una maldición?
Capella se dio la vuelta y siguió andando mientras fingía normalidad, cuando en realidad se sentía con menos fuerzas cada vez y solo quería irse de ahí. Pero Evan no dejó de seguirle hasta que empezó a subir la Torre de Gryffindor y le perdió de vista.
* * *
Un lunes a principios de octubre, Capella desayunaba junto a Gordon mientras intentaba que sus ojos no se cerrasen. Tenía demasiado sueño y no le apetecía ni un ápice asistir a clase de Pociones.
—Sus clases serían más entretenidas si estuviéramos en ese club que tiene —dijo Gordon, después de bostezar mientras le daba vueltas al café.
—Sí, bueno, pero ¿cómo íbamos a formar parte de él si ni entre los dos tenemos un Aceptable?
Gordon se rio por lo bajó y asintió, dándole la razón.
—Deneb está en el club, según me dijo el otro día —le dijo Capella—. No me extraña, Slughorn quiere a todos los Black cerca. Seguro que si no fuera un desastre en todo también estaría dentro.
—No eres un desastre, deja de decir esas cosas —le recriminó Gordon, poniendo una mueca en la cara—. Anda, vamos ya a clase, tenemos calderos que explotar.
Eso le sacó una sonrisa a Capella, que se levantó y siguió a Gordon fuera del Gran Comedor.
Aquellos días solía pasar más tiempo con él que con las chicas, porque no le gustaba el ambiente tan tenso que se había formado entre Coraline y Emmeline. Y tampoco le parecía bien que les hicieran elegir bando a Josie y a ella. Sirius ni siquiera había mostrado de nuevo ninguna señal de interés por Emmeline, lo sabía porque ella se había encargado de repetírselo a Capella.
Así que Capella decidió que lo más sensato sería hablar con su primo de una buena vez, porque la situación le estaba hartando ya. Y eso hizo una tarde que lo vio en la Sala Común.
—Sirius, ven un momento —le llamó.
Él estaba con sus tres inseparables amigos, gritando y armando alboroto porque Peter estaba probando un chicle que, cuando la pompa se hacía grande, empezaba a flotar. Había atraído a muchos alumnos que lo observaban mientras reían al ver al chico alzándose y perdiendo el control.
—¿Todo bien? —preguntó Sirius, una vez que se separaron un poco de la gente.
—Hace como dos semanas Em y tú os besasteis, ¿recuerdas?
—¿Tu amiga la pelirroja? —Sirius frunció el ceño—. Sí, sí lo recuerdo, no tengo tan mala memoria.
—Vale, pues si no piensas volver a hablar con ella, al menos podrías decirle que está todo pasado. Porque se ha enfadado con Cora... Aunque tal vez no debería haberte contado eso, pero...
Sirius suspiró.
—Ya sé que les gusto a tus amigas, no son lo que se dice disimuladas. Pero ¿qué quieres que le haga? No me interesan.
—¿Y por qué besaste a Em?
—Yo que sé, estaba por el pasillo con James y ella vino hacia mí y me dijo si podía preguntarme algo. James se fue y se lanzó encima de mí, ¿qué querías que hiciera?
—Decirle que no querías besarla, si es que no querías, tal vez.
—No tengo por qué andar dando explicaciones, ¿vale? Pero no me interesan porque tengo a otra persona en mente.
—¿Quién?
Sirius se encogió de hombros, sonrió con suficiencia y se volvió con sus amigos.
Capella suspiró y subió las escaleras hasta la segunda puerta y, cuando la abrió, vio que sus dos amigas estaban cada una sentada en su cama haciendo la tarea. Josephine no se encontraba en la habitación.
—Vamos a acabar con esto de una vez —declaró Capella, cerrando la puerta tras de sí.
Las dos chicas le miraron de forma interrogativa.
—Vosotras dos tenéis que solucionarlo, no podéis vivir enfadadas para el resto del curso.
—No estoy enfadada, solo me siento traicionada —replicó Coraline, y Emmeline bufó.
—Venga ya, Sirius ni siquiera me ha vuelto a hablar. Si de verdad fueras mi amiga, te habrías alegrado por mí.
—¿Cómo iba a alegrarme de que besaras al chico que me gusta?
—¡Chicas! —chistó Capella, y las dos se callaron—. Siento ser brusca, pero no merece la pena que os enfadéis. A Sirius no le gustáis y lleváis más de un año así, va siendo hora de que lo superéis.
—Para ti es fácil decirlo —se molestó Emmeline—. Nunca te ha gustado nadie. Y, cuando eso pase, te darás cuenta de lo complicado que es.
La habitación se quedó en silencio unos segundos. En eso había acertado, a sus quince años a Capella no le había gustado nadie todavía. Sí que había chicos que le parecían guapos, pero ya tenía suficientes cosas de las que preocuparse.
—Un poco de razón tienes —intervino Coraline—. Sirius no me iba a besar, de todas formas, pudiendo besar a Em.
—¿Qué dices? Seguro que hubiera preferido besarte a ti, igual te dirigía la palabra después, no como a mí.
—Vamos, Em, sé que no habría podido pasar. Supongo que por eso estaba enfadada.
Coraline frunció los labios y se encogió sobre sí misma. Emmeline miró de forma fugaz a Capella, y ella lo entendió. Parecía que igual sí iban a poder perdonarse, así que decidió que las dejaría a solas para que lo arreglaran entre ellas.
En la Sala Común, Peter seguía flotando y dando vueltas por la habitación, siendo perseguido por James. Pero no había rastro de Sirius ni de Remus.
Evan. es. malo. no es por hacer es spoiler es un hecho es que estoy editando las notas de autor y he visto algún comentario que :/ así que quería dejarlo claro vale???
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