𝗾𝘂𝗮𝗿𝗮𝗻𝘁𝗲-𝗰𝗶𝗻𝗾. 𝗹𝗲 𝘁𝗿𝗮𝘃𝗮𝗶𝗹
capítulo cuarenta y cinco:
el trabajo
A finales de semana, Capella viajó al Callejón Diagon para hacerle una visita a Gordon. Él había conseguido un trabajo temporal en una tienda donde vendían útiles escolares, como dependiente, hacía un par de días. Sin embargo, la razón por la que el puesto estaba libre no atraía mucha confianza, pues el anterior encargado había renunciado tras un saqueo en el negocio contiguo.
—¿No te parece peligroso? —le preguntó Capella mientras andaban por la calle, camino al Caldero Chorreante durante el descanso de Gordon.
—Estamos en una organización que combate mortífagos, Ella, eso es peligroso. Trabajar en una tiendecita que casi nadie conoce, no —repuso él.
Pasó un brazo por sus hombros, viendo que no parecía calmarse, y Capella suspiró y cambió de tema.
—He estado pensando sobre lo que dijo Andromeda en la cena del otro día...
—No hace falta que me invites a vivir contigo —se apresuró a intervenir Gordon—. Sé que no te gusta que las cosas vayan rápido.
Capella desvió la vista. Acababan de llegar al Caldero Chorreante, así que no pudieron seguir con la conversación hasta que hubieron pedido sus bebidas.
—Es que puede que Andy tenga razón, es arriesgado que una ande sola por el mundo justo en estos momentos... No lo sé, igual no es tan descabellado, ¿no?
Miró nerviosa al chico, bebiendo un sorbo de cerveza y tratando de ordenar sus pensamientos.
—¿Quieres que vivamos juntos? —dijo él, con cautela.
—Me agobia un poco la idea, pero quizá sea lo mejor —reconoció Capella, después de suspirar.
Los dos permanecieron unos segundos en silencio.
Podía parecer una tontería, al fin y al cabo seguían siendo mejores amigos, y no había nada raro en que fueran a vivir juntos después de casi un año y medio de relación oficial. Pero, para Capella, cada paso era importante, y le costaba darlos. Se sentía en parte presionada, pero eso no era culpa de Gordon. Él jamás se había propasado en ningún sentido. Y, aun así, ella seguía pensando que en cualquier momento ocurriría algo malo.
—Me encantaría vivir contigo, solo si tú quieres —dijo Gordon, sonriéndole.
—Entonces, decidido, antes de que me dé un ataque de nervios —concluyó Capella, brindando con él y soltando una risita.
Hablaron sobre ello durante la media hora libre de Gordon. Capella tenía planeada la mudanza para la próxima semana, porque ya lo tenía casi todo listo. Si Gordon le ayudaba a limpiar y llevar las cosas que faltaban, incluso podrían ir antes.
Eso está solo a un fin de semana.
Se despidieron porque Gordon llegaba tarde al trabajo. Capella se levantó y llevó las jarras vacías a la barra, donde vio algo que le interesó. Había un cartel en la pared: «Se busca camarero con experiencia en la cocina». En cuanto Tom, el tabernero, se acercó a donde estaba Capella, ella decidió preguntarle por el puesto de trabajo.
—La cocinera se jubiló la semana pasada, y yo solo no puedo llevarlo todo —comentó el hombre, apuntando algo en una libreta—. ¿Por qué? ¿Conoces a alguien interesado?
—Yo misma —respondió Capella, dándole una sonrisa amistosa.
—¿Sabes cocinar?
—Por supuesto.
—¡Estupendo! Mañana comprobaremos si es verdad. ¿Te viene bien a las seis de la mañana? El bar aún estará cerrado, te enseño las cocinas y veo si te doy el puesto.
Capella asintió, encantada.
—Sería genial. Gracias.
Cuando salió del local, lo hizo satisfecha porque la suerte parecía estar de su lado por una vez. Sabía que, con el dinero de Alphard, no tendría problemas para vivir por el momento, pero nada le aseguraba que surgiera algún inconveniente.
Y, a la mañana siguiente, todo fue bien. Consiguió impresionar a Tom con sus habilidades en la cocina, y después de charlas sobre las condiciones, los horarios y los sueldos, la contrató. Empezaría el lunes.
El fin de semana lo pasó, junto a Gordon, terminando con la mudanza. Dos personas se movían mucho más rápido que ella sola. El mismo viernes, Capella había acudido antes a la casa, guardando a buen recaudo todas las pistas sobre el caso de su madre. No quería que Gordon se topara con nada que no debía ver, como los recuerdos o las libretas.
Sabía que era cuestión de tiempo que la gente se enterase, y que probablemente debería contarle algo a Gordon. Pero lo haría a su tiempo, sin prisas, porque ya estaba lo suficientemente agobiada como para añadirse más presión. Prefería dejar esas pistas ocultas por el momento en la sala oculta, en la habitación superior siendo más específicos.
Lo que no podía esconder era el pensadero, pero tampoco tenía mucho misterio si no se lo daba. Aquella habitación, una vez quitado todo el polvo —y llevados los frascos con los recuerdos— pasó a ser una especie de despacho, por si alguna vez lo necesitaban.
La vieja habitación de Agatha estaba casi intacta. Solo había limpiado la suciedad, exterminado una plaga de doxys que se escondían tras las cortinas y arreglado lo roto. No quería cambiar nada ni se veía con las fuerzas para hacerlo.
Así que solo quedaba una habitación, la que habría pertenecido a sus abuelos. La cama que tenían era demasiado antigua y oscentosa, por lo que Capella la había cambiado por una nueva, de matrimonio. El domingo por la tarde observó el resultado de lo que, de ahora en adelante, sería su nuevo dormitorio. Y el de Gordon.
—¿Dónde dejo estas cajas?
La voz de Gordon la sacó de sus pensamientos.
—En la cocina, ya lo organizaré después —contestó con una sonrisa.
Él asintió y salió de la habitación, bajando las escaleras.
Capella se sentía mal consigo misma porque sus dudas respecto a que se mudara con ella no se disipaban. Le resentía no poder simplemente sacárselas de la cabeza y dejar de darle vueltas al asunto. Pero era imposible hacerlo, porque su cerebro no descansaba, diciéndole que no era una buena idea.
¿Y si se aburría de ella, pasando el día juntos? Sí, en Hogwarts también convivían, pero no estaban solos, sino rodeados de cientos de otros alumnos.
No le gustaba que sus inseguridades la controlasen, pero a veces se sentía tan desgastada que cedía ante tales pensamientos.
Esa fue la primera noche que durmió en la casa. Siendo honestos, no pudo pegar ojo más de una hora, a pesar de que los brazos de Gordon la rodeaban con fuerza. Escuchaba la madera crujir y se sentía como si el fantasma de su madre les estuviera observando. Cuando cerraba los ojos, la imagen de su hermano diciéndole que Agatha se había quitado la vida se repetía en su cabeza, una y otra vez.
Habría sido mejor no haber dormido en lo absoluto, o Capella pensaba que habría estado menos cansada de haber sido así. Gordon ya se había ido a trabajar, porque entraba antes que ella, y le había dejado una nota que le deseaba buena suerte en su primer día.
Ni con dos tazas de café podía aguantar con los ojos abiertos, y se maldijo a sí misma por no saber preparar una simple poción de despertares. Se apareció en el Callejón Diagon a las ocho menos cinco, justo enfrente del muro de piedra por el que se llegaba al Caldero Chorreante.
Tom la esperaba con tan solo un par de clientes, que desayunaban mientras leían el periódico. El único titular que Capella alcanzó a leer era tan desesperanzador como lo habitual: «La piedad de Quien No Debe Ser Nombrado no existe ni siquiera entre sus seguidores».
—Black, qué puntual —saludó Tom, limpiando un par de tazas—. Puedes empezar a preparar una docena de sándwiches, algunos empleados de Gringotts suelen aparecer por aquí antes de entrar a trabajar.
Capella obedeció y los tuvo listos en un santiamén.
El día no fue mal. Casi se quedó dormida y se llevó un gran susto cuando el reloj de cuco sonó, indicando que era el final de su jornada. Lo que hizo nada más llegar a casa fue tumbarse en el sofá y dejarse dominar por el sueño de una vez por todas.
El primer mensaje enviado vía patronus que Capella recibió fue aquel viernes por la tarde. Recordaba que su primo le había hablado de la importancia de aquel encantamiento, y al entrar a la Orden del Fénix había comprendido por qué: era el medio más cómodo de enviar mensajes.
Estaba dándose una ducha después de un agotador día; los mortífagos habían montado un estrago en el Callejón Diagon, y habían tenido que evacuar a la gente por el bar, hacia el Londres muggle.
«Nos vemos en cinco minutos, hay sospechas sobre quiénes han sido los mortífagos que han causado el caos esta mañana», dijo la voz de Sirius mediante un brillante, enorme y plateado perro, que se desvaneció en cuanto terminó de hablar.
Capella se apresuró a vestirse, tropezando por el camino y provocando que Gordon se asustara y fuera corriendo a ver qué había pasado.
—La Orden, tenemos que prepararnos ya —dijo con prisas, poniéndose de pie: el suelo estaba mojado porque su pelo todavía chorreaba—. Creo que vamos a perseguir mortífagos.
En el tiempo previsto, ambos se aparecieron en el punto de encuentro del Callejón Diagon. Sirius les esperaba ahí con Peter.
—Tomaos esto como un entrenamiento, Dung dice que Travers lleva una hora fardeando de haber torturado a alguien esta mañana —insinuó Sirius.
—Está en Borgin y Burkes, deprisa —añadió Peter, liderando la marcha.
Capella nunca había pisado el Callejón Knockturn, a pesar de que sabía que su padre lo frecuentaba. Las historias del lugar eran tenebrosas y jamás había querido tener algo que ver con el lugar. Pero ahora las cosas estaban cambiando, así que tuvo que armarse de valor y encaminarse hacia ahí, muy a su pesar.
Era una calle estrecha, con fachadas oscuras. Algunas tenían las ventanas rotas, o directamente había desaparecido el cristal porque las habían saqueado. Se cruzaron con una bruja que les intentó vender unos ojos sospechosamente parecidos a los humanos.
Borgin y Burkes era la tienda más grande, y no tardaron más de medio minuto en llegar a la entrada. Tenía las ventanas tintadas de negro, por lo que solo podía observarse el interior mediante la ventanilla de la puerta.
Sirius se asomó y les confirmó que había tres hombres dentro. Susurrando unas simples instrucciones, le dio una patada a la puerta y entraron. Lo primero que vio fue una luz rojiza pasarle por encima de la cabeza, dándole el tiempo justo para reaccionar y agacharse con la varita en ristre. Peter y Gordon lanzaron sendos maleficios, pero el de Peter rebotó en la pared y el de Gordon fue esquivado por uno de los hombres. Ellos se lo intentaron devolver. Por suerte, Capella llegó a tiempo para lanzar un encantamiento escudo.
Con lo que no contaban era con que la tienda tuviera una salida de emergencias por la que se marcharon, corriendo. Les persiguieron, chocándose con el muro de enfrente al salir a un apretado callejón.
Capella, que iba la más rezagada de los cuatro, no pudo gritar cuando sintió que alguien tiraba de ella hacia atrás, porque le habían tapado la boca. Lanzó un hechizo aturdido no-verbal a sus espaldas, pero no dio en el blanco y solo consiguió que se destabilizaran y cayeran al suelo de piedra. Estaba tan oscuro que no veía de quién se trataba.
—¡Desma...!
La figura del hombre le agarró del brazo izquierdo, impidiendo que el hechizo saliera de forma correcta. Capella, esta vez, sí que gritó, pero pensó que sería inútil porque no veía a ninguno de sus tres acompañantes.
Justo cuando se propuso propinarle una patada en la entrepierna para que la soltara, su rostro salió de entre las sombras, y Capella sintió verdaderas ganas de chillar del terror.
Evan.
—¿Pensabas hechizarme? —dijo con voz melosa, agarrando su otro brazo, aprovechando la estupefacción de la chica.
Ella forcejeó, pero estaba demasiado asustada como para ejercer fuerza de verdad y sentía sus músculos como gelatina.
—Suéltame —jadeó. El cuerpo de Evan estaba cada vez más cerca del suyo.
—Las tornas han cambiado, cielo —murmuró Evan—. Ahora no te vas a escapar.
—¡Maldito psicópata!
Le escupió en el ojo, tratando de pillarle desprevenido, pero él apenas se inmutó. Tan solo lo cerró unos segundos y lo volvió a abrir, con rabia en la mirada.
Hasta que se le ocurrió una idea mejor. Una que le daba asco, pero lo repugnante que podía durar unos segundos sería mejor que lo que Evan quisiera hacerle. Así que, muerta de miedo, Capella dejó de chillar. Retuvo el aliento e hizo lo único que podía despistarle.
Estaba tan cerca que no fue difícil juntar sus labios, sintiendo sus entrañas removerse, con ganas de vomitar. Tenía razón, porque el agarre de Evan se aflojó por unos segundos, bajando la guardia lo suficiente para que ella liberara el brazo derecho y le diera un puñetazo en la mandíbula.
Alzó la varita y aturdió a Evan, que cayó de espaldas al suelo. No se paró a comprobar nada, salió corriendo para buscar a los demás, con los dedos sobre los labios y ganas de llorar.
Dobló esquina tras esquina, sin ver a nadie a su alrededor, hasta que dio con Sirius y Peter, sujetando el cuerpo desmayado de otro de los hombres.
—¿Dónde estabas? —preguntó Sirius, secándose el sudor de la frente—. Bellchant ha salido a buscarte.
—Rosier... Estaba ahí... —Capella apenas podía hablar, entre el susto y la carrera—. Casi me... casi se me lleva.
Ambos se quedaron en silencio por un par de segundos, solo escuchándose las agitadas respiraciones.
—Creo que lo he aturdido —siguió diciendo Capella—. Está al lado de Borgin y Burke.
—Vamos para allá. Wormtail, avisa a Bellchant de que mi prima está bien. Ah, y mándale también un mensaje a Dumbledore, dile que no tenemos a Travers pero sí a Burke.
Él asintió y se volteó para conjurar su patronus —una rata, igual que su forma animaga—, mientras Sirius y Capella se encaminaban de regreso al lugar donde Evan estaría. La chica sentía todo su cuerpo temblando, pero no quería decirle a Sirius que le daba pánico volver y verlo. Aunque estuviera tirado en el suelo, sin consciencia.
Cada vez que pensaba que se recuperaba, recaía. Pero esta vez fue mucho peor. Peor incluso que aquella excursión a Hogsmeade en la que casi se toparon.
Siguió a su primo por las estrechas y tenebrosas callejuelas, mientras mantenía a Burke flotando por delante, sirviendo de cierta manera como escudo.
Pero no estaba. Evan no se encontraba en el suelo, aturdido, ni en ninguna parte. Lo único que había era un reguero de sangre que continuaba un par de metros y se desaparecía a mitad de callejón. Un escalofrío recorrió a Capella de arriba abajo.
—¡Capella!
Lo siguiente que notó fueron los brazos de Gordon rodeándola, pero ella no pudo corresponderle.
Si Evan no estaba ahí, era porque se había marchado.
—Bueno, podría haber sido peor —Sirius trató de animar el ambiente, chocando la cabeza de Burke contra la pared al moverse—. Tenemos a uno y estamos todos vivos.
—Menudos ánimos —contestó Gordon, separándose un poco de Capella para poder mirarle a los ojos—. ¿Te ha hecho algo?
Ella negó. Tenía marcas en las muñecas por la presión que Evan había ejercido sobre ellas, y probablemente arañazos y raspones de todos los forcejeos. Pero nada grave, al menos para lo que podría haber sido.
No volvieron a casa hasta pasada una hora, después de hablar con Dumbledore y haberle llevado a Burke. Él, al parecer, no pensaba que fueran a atrapar a ningún mortífago, pero se aseguró de llevarlo al Ministerio. Lo más seguro era que al día siguiente saliera en El Profeta, si es que se lo llevaban a Azkaban.
Capella, después de asegurarle por quinta vez a Gordon que Evan no le había hecho nada, se metió en el cuarto de baño. Necesitaba llorar.
Se miró en el espejo, apoyando los brazos en el lavabo, dejando al descubierto los hematomas que se le habían quedado. No había querido decir nada porque temía que Gordon perdiera la cabeza, así que solo esperaba que se curasen pronto. Sentía las lágrimas rozarle los labios, y se imaginaba que así se limpiaban de la esencia de Evan. Hacía más de dos años que no le besaba y no había echado de menos la sensación de angustia en el pecho.
Y entonces reparó en la presencia del espejo redondo que había cogido de esa misma casa un año atrás, que no recordaba haber metido en el cuarto de baño. Lo había tenido Deneb todo el semestre en Hogwarts. Estaba en una cesta bajo el lavabo, probablemente Gordon lo habría visto en una caja y lo habría llevado ahí.
Lo recogió y se observó en él. Pero lo que vio la dejó asombrada y extranada. En el reflejo, sus labios no estaban inflamados y no tenía un pequeño corte en el lado izquierdo de la nariz, como había visto en el espejo del lavabo. Pero, al tocarse la boca con el pulgar, sí notó la hinchazón, y el corte le escoció cuando se pasó el dedo por ahí. Confundida, Capella se acercó el espejo al brazo y comprobó que, en efecto, los moratones eran inexistentes en el reflejo.
Se quedó largos minutos mirando la imagen de su brazo, liso, como si aquel espejo pudiera quitar las marcas que Evan había dejado sobre ella a lo largo de los años. Porque realmente se sentía así.
ou bueno mi excusa es que estamos en guerra y pasan cosas y podría haber sido peor :") en fin muerte a Evan, como de costumbre
¿qué pensáis sobre el espejo? no sé si tendréis teorías jjjj
nos vemos el lunes que viene, os quierooo <3
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