Conversación !
Luego de salir del consultorio del doctor Kim Seungmin, se encaminó directamente al restaurante dónde Chan lo esperaba para cenar y pasar una velada tranquila disfrutando de la compañía, y cariño mutuo que destilaban.
Seguro beberían unas cuantas copas de vino, teniendo conversaciones profundas o bobas como lo hacen cada que se emborrachan, y en esa oportunidad, el pelinegro estaba decidido a confirmar las teorías que él y el doctor se habían planteado en el consultorio.
Pero, en momentos como esos, Felix sólo se preguntaba cómo Chan y él llegaron hasta esas circunstancias tan críticas.
Desde el inicio de la relación fueron bastante abiertos con sus necesidades y gustos, prometiendo siempre hablar en cuanto desearan probar cosas nuevas y si ambos estaban de acuerdo lo realizarían. Sólo quería saber porque —si las teorías llegaban a ciertas—Chan no le dijo que deseaba probar ser el activo.
En realidad no era como si Felix se fuera a negar rotundamente a la idea.
Primeramente, ya una vez había probado ser el que recibía, y debido a esto, cada que se pasaba de copas se imaginaba a sí mismo siendo doblegado por el de hebras rojizas, actuando sumiso ante sus toques y llamándose por apodos sucios y lascivos.
Chan tampoco ayudaba mucho, si cuando estaba en igual estado de embriaguez, tomaba las riendas de todos los besos y toques. Aunque minutos después, le cedía el mando a Felix al no poder continuar el ritmo debido a su estado.
Aceptaba, en silencio, pero con orgullo, que esa es su mayor fantasía sexual.
Camino un poco más entre las mesas de aquel lugar, divisando esa inconfundible cabellera rojiza entre la multitud. Acercándose con rapidez ante la creciente y misteriosa ansiedad que se generó dentro suyo por estar cerca de él lo antes posible.
— Lixie... — dijo Chan, inmediatamente vió a su esposo acercarse a la mesa, levantándose para dejar un corto y tierno beso sobre sus labios.
— ¡Channie! — exclamó Felix, con una sonrisa enternecedora hacía el contrario al verlo tan feliz con su llegada.
El doctor Seungmin tenía razón. Debía confiar en Chan, y si este lo amaba tanto como se lo demostraba con esa simple pero hermosa sonrisa brillante ante su presencia, jamás lo iba a engañar.
Después de mirarse amorosamente, probablemente como tontos ya que estuvieron de pie todo ese tiempo por un largo rato, ambos decidieron sentarse en la mesa frente a frente.
— Llegué hace unos diez minutos, y pensé que cuando llegarás tendrías hambre — dijo Chan, haciendo una pequeña pausa para entrelazar sus manos sobre la mesa — Así que, me tomé el tiempo para pedir tu favorito — dijo, mientras tomaba de su copa de vino y luego servía hasta la mitad en la del mayor — Brochetas de cordero en salsa de soja. Para mi bonito esposo.
— Joder Chan. No sé cómo te las arreglas para que cada día me enamore más de ti. Mocoso, ¿Siquiera eso ya es posible? — dijo Felix, batiendo su pelo negro mientras le daba una mordida gustosa a su cordero.
Escuchó lo melodiosa risa de Chan y su pecho se sintió cálido.
— Es mi encanto personal, dulzura — dijo Chan, farfullando con altanería, causando que Felix rodara los ojos cansino — Y el hecho de que tú tengas veinticuatro y yo veintitres no significa que sea un mocoso, Felix. Supera eso — dijo, peinando sus hebras rojizas hacia atrás mientras abultaba su labio inferior en un inconsciente puchero.
— Siempre serás mi mocoso — dijo Felix, haciendo énfasis en la última frase mientras se inclinaba para estar más cerca del rostro de Chan. Brindándole una sonrisa de superioridad mientras tomaba de su vino.
— Algún día te haré cambiar de parecer, y verás que si soy merecedor de quitarme ese espantoso y estúpido apodo — dijo Chan, cruzando sus brazos sobre su marcado pecho mientras le daba una mirada profunda al pálido.
Y en ese momento Felix supo que debía persuadirlo si quería salirse con la suya.
— Entonces dime, Chan, ¿cómo me lo demostrarías? — dijo Felix en voz baja, pareciendo casi un vago y sensual susurro mientras le regalaba una mirada coqueta.
Chan se sentía intrigado ante la actitud de su esposo. Pero bien dicen por ahí; la curiosidad es una tentación labiosa. Así que solo le brindó una mirada juguetona mientras alternaba el paso de su lengua por sus dientes y labios.
— Sinceramente, no sé. Pero eso deberías decírmelo tú. ¿cómo te gustaría que te lo demostrará? — dijo Chan, inclinándose hacía el frente quedando más cerca del rostro de Felix, con sus respiraciones calientes mezcladas y sus vistas fijas una en la otra.
Chan era un hombre coqueto de naturaleza, por lo que, al verlo optar esa postura tan rápido, y sin negarse a que las insinuaciones fluyan con libertad, sin cortarlas de raíz como lo había estado haciendo en los últimos meses, solo le hacía saber que las cosas se estaban convenientemente acomodando a su favor.
La mente de Felix le gritaba con desesperación que este era el momento indicado para proponerle a Chan que lo folle.
Incluso puede jurar que escuchó un "Aprovecha el momento, pedazo de zoquete" de su subconsciente. Él le hacía caso a las voces de su cabeza, y como siempre, hoy tenían la razón.
Debía simplemente... Aprovechar la oportunidad.
— Déjame pensar... — dijo Felix, moviendo su cabeza asintiendo a modo de falsa duda — Sí, definitivamente hay una manera de que me lo demuestres, Channie — dijo, hablando con voz suave y baja, como si fuera un secreto que solo él y Chan pudieran saber.
Estaba tratando de asegurarse de que en verdad su esposo quería un cambio de roles, no deseaba arriesgarse a lanzarse de cabeza a la alberca de posibilidades sin saber cuantas probabilidades de hundirse tenía.
Pisaba un terreno muy frío. Cualquier cosa que se dijese en medio de esa conversación, silenciosamente, definiría la estabilidad y posible futuro de su relación de ahora en adelante.
Chan se encontraba bastante confundido y desorientado. En ese instante sus ojos se volvieron oscuros y lujuriosos sin siquiera saber a qué se refería concretamente el mayor. Pero esa mirada, esa mirada tan altanera que le dedicaban sus gatunos ojos, y su sensual voz con ese inconfundible acento de Busan, simplemente hacía que la temperatura de su cuerpo aumentara sin cesar.
Quería... No. La verdad, exigía saber qué era lo que el contrario intentaba decir. Porque su cabeza realmente no ayudaba cuando Felix se veía así de atractivo y dispuesto frente a él.
Era débil ante el Adonis que, por suerte, tenía a su lado.
Por lo que optó por preguntar lo más sensato en esos momentos. — Dime entonces, ¿Qué tienes en mente? — Chan habló igual de bajo.
— Chan... — dijo Felix, llamándolo con deseo — ¿Qué dirías si te digo que quiero ser follado por ti? — dijo, atreviéndose a hacer esa pregunta, sintiendo como su garganta se trancaba en ansiedad.
Inmediatamente observó el rostro en llamas de Chan, este era un completo poema derivado de la confusión y la sorpresa por las palabras soltadas.
El mejor stand up comedy para la mente burlona de Felix, si no fuera por la predispuesta seriedad que rondaba la mesa.
Pero definitivamente, de todas las cosas que Chan esperaba escuchar en eso momentos, definitivamente esa no era una de ellas.
— Y-Yo... Te preguntaría ¿Por qué? — dijo Chan, aún sorprendido, quizás mareado.
— Yo te contestaría que no preguntes tanto, carajo. Solo disfruta tu momento, mocoso — dijo Felix, mirando fijamente con una pizca de burla en su voz al menor. Extremadamente tranquilo y feliz de que aquella respuesta silenciosa en la mirada que Chan le brindaba, no denotaba ni una pizca de desagrado ante él.
Ambos sabían que el magnetismo estaba ahí haciendo de las suyas. El deseo creciente por algo nuevo los intrigaba a ambos, y de esta forma, llevándolos por el sendero de la lujuria.
Uno por el cual en un largo tiempo no habían caminado.
Uno que solo hacía sus lívidos crecer dolorosamente con tan solo compartir respiraciones húmedas y entrecortadas.
Felix quiso transmitirle todo a Chan en una sola mirada, hacerle entender que sabía bien lo que quería, y estaba dispuesto a dárselo, porque él también así lo quería.
O mejor dicho, lo anhelaba.
De un momento a otro, Chan sintió como Felix lentamente acariciaba su muslo derecho por debajo de la mesa. Sólo se limitó a terminar su copa de vino y observó a su esposo en todo momento.
Había algo en el rostro de Felix, algo en su mirada le decía que hablaba en completa seriedad. Que no estaba bromeando con él.
Una mirada que le escaneo el alma y luego volvió para posarse pecaminosamente sobre sus labios. También observó los labios de Felix. Esos esponjosos y pequeños labios color cereza que lo llamaban, tentándolo a pecar.
Por primera vez en mucho tiempo pensó seriamente en cómo sería follarle la boca con instintos dominantes a su mayor, en cómo se sentiría ver su extensión perdiéndose entre esa caliente cavidad bucal, ver esos belfos rojos debido al constante esfuerzo, en cómo sería tener a Felix con las mejillas sonrojadas chupando todo su falo con devoción; y también pensó en lo caliente que se vería el azabache tragando toda su esencia, de preferencia, teniéndola sobre toda su pálida linda cara esponjosa.
Jodida mierda...
Inmediatamente sintió como sus pantalones se volvían malditamente apretados, aún más de lo que ya habían estado, producto de la reciente tensión sexual espesa entre ellos.
— Vamos a casa. Aún la noche es joven, Channie — dijo Felix, con voz coqueta mientras se levantaba y le ofrecía su mano a Chan para que él también se levantara.
Felix sonrió victorioso al ver cómo Chan lo miraba embobado. Se podría decir que hasta hipnotizado.
Se sentía deseado al ver el hambre de lujuria reflejado en los ojos de su esposo... Y pensó que eso de ser pasivo era una de las mejores ideas que le pudieron haber dado en un buen tiempo.
Iba a complacer a su hombre. Iba a darle todo lo que quisiese de sí mismo esa noche, lo iba a dejar satisfecho y deseoso de más, porque él también estaba necesitado de eso y mucho más.
Por la cabeza de Chan en estos momentos solo estaba una sola cosa:
Quiero follar a Felix.
Necesito follar a Felix.
Voy a follarme a Felix.
Tenía unas ganas incontrolables de tomarlo por esos lechosos muslos firmes y obligarlo a que enrede sus bonitas piernas en su cintura, quería tomarlo de sus largas hebras azabaches y besarlo hasta que ya no tuviera aliento y sus pulmones picaran sofocantes por un poco de aire, quería dejarle lindas y duraderas marcas en su níveo cuello, las cuales pudiera renovar cada que se le viniera en la jodida gana.
Porque podía hacerlo, porque ardía por hacerlo.
Pero más quería enterrarse en su culo de una manera en la que jamás en la que jamás ninguno de los dos tuviera la oportunidad de olvidar.
Ambos sabían que no descansarían esa noche, y estaban bien con eso.
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