Botado XXIX
Botado
— Franco. Franco, despierta.
Franco se agitó cuando lo movieron con violencia. Él parpadeó sin entender dónde estaba y quien le estaba hablando. Hasta que reconoció a Patrick que lo miraba con ojos grandes y asustados.
Él se sentó de golpe, notando que María no estaba.
—¿Dónde está?— preguntó contagiado con la preocupación que se veía en el rostro del pálido chico.
—Hace un rato se levantó y dijo que iba a bañarse—, Franco ya estaba caminado a la puerta, siguiendo a Patrick—. Aún escuchó el agua, pero ella no abre la puerta.
Franco sacó a Patrick del camino, los otro cuatro estaban en la puerta del baño.
—Mi niña, abre la puerta— decía Andrew golpeando la madera.
— Permiso—, pidió Franco aunque quería empujar a todos. Los chicos se movieron y él llegó a la puerta—¿Nena?— él golpeó suavemente y acercó su oreja a la puerta, escuchando el agua correr—. Estás asustado a todos. ¿Puedes abrir la puerta?
Franco empezó a sentir que su corazón golpeaba con fuerza en su pecho, su estómago se apretó y su boca se llenó de un gusto horrible. Cuando comprendió que era miedo, también se enojo.
—¡María! Abre la maldita puerta—, él golpeó con puños furiosos la madera.
—No creo que ese sea el mejor método—, murmuró Robin a su espalda.
—¡La astuara!— gritó David.
—¡María! ¡Si no abres tiraré a bajo esta maldita puerta!— él le dió una leve patada en la zona baja—. ¡Te lo juro! Andrew y Wally tendrán que trabajar dobles turnos para arreglarla—, le prometió.
—¿Por qué yo?— preguntó Wally.
— Cállate—, gruñó Andrew.
—No te olvides de la cuenta de agua— dijo Robín.
—¿Podrían callarse?— pidió con tono cansado Patrick.
—¡María! Tiraré está puerta y todos tus amigos te verán desnuda y me voy a enojar mucho—. Era una amenaza estúpida, pero Franco no podía pensar con claridad.
De todos modos no hubo un ruido adentro y él comenzó a desesperarse.
—¡Muy bien! ¡La voy a tirar!— gritó él dando unos pasos hacía atrás.
Estaba por lanzarse sobre la puerta para patearla cuando está hizo un click y se abrió lentamente. Todos se pelaron por llegar primero, entre tirones de brazos y empujones. María salió con el cabello en una toalla en su cabeza y una bata en su cuerpo. Sus ojos se abrieron, asombrada, cuando los vio a todos y se sacó los auriculares, frunciendo el ceño.
—¿Que hacen todos aquí?— preguntó.
El pasillo se volvió una locura de gritos masculinos que apenas se podían entender y María miró a todos con ojos grandes. Y de repente se largo a reír, todos se callaron cuando fuertes carcajada comenzaron a agitar el cuerpo de María. Tan fuerte fueron sus risas que la toalla que tenía en la cabeza cayó y su pelo negro húmedo fue hacia adelante, la toalla tapando su cara. María siguió riendo mientras se la sacaba de la cabeza.
Franco la observó con la boca abierta, sin poder creer cuánto había extrañado su risa melodiosa y contagiosa. Y así como ella no podía detener sus carcajadas, sus amigos comenzaron a reír con ella. Franco miró a todos, pensando que estaban locos de atar. Su corazón latía con fuerza aún, por un momento había pensado lo peor. Pero cuando su cuerpo comenzó a relajarse al ver a María sana y salva, pronto se dió cuenta que él también estaba riendo, sin saber el por qué.
Y allí fue cuando lo supo.
Él era parte de este mundo. María lo había contagiado con su locura y eso ya no tenía cura.
Franco ni siquiera sabía si quería curarse.
•
—No puedo creer que creyeran eso—, se quejó María mientras apretaba la taza que Franco le había regalado y tomaba su café.
Franco sonrió con la taza rosa en las manos. Observó cada taza de los chicos. La de Patrick era una normal, totalmente blanca. La de Robin tenía unos lentes negros y era bordo. La de David estaba pintada por él mismo con un fénix. La de Andrew tenía la cara de un tiburón que sobresalía con los colmillos y todo. La de Wally tenía dibujos de chocolates y cosas dulces, como muffins. Franco ocultó su sonrisa tras su taza rosa.
—Nos asustaste como la mierda—, se quejó Andrew. Wally y Robin asintieron.
María los miró con ojos entrecerrados.
—Jamas haría eso—, se defendió enojada.
—No nos culpes María. Ya no sabemos qué esperar. La semana pasada estabas muy deprimida—, dijo Patrick revolviendo su café.
María lo miró con el ceño fruncido y un mohin. Ella pareció recordar que Franco estaba ahí y le dió una mirada tímida. Él suspiró mientras bajaba la taza y le sonreía. Franco sabía que tenían cosas que hablar, pero todo era a su tiempo. No ganaba nada apresurando una conversación, como le había pasado ya con María. Lo único que había hecho, fue separarlos. Él no volvería a cometer el mismo error.
—Asi e uero —, murmuró David con movimientos de las manos y el rostro lleno de angustia.
Franco asintió, ya empezaba a entender mejor al chico. Aún no había aprendido el lengua de señas, pero podía comprender lo que quería decir con sus palabras incompletas. Él también casi se muere. La sola idea de un mundo sin María.... Franco sólo había estado tres semanas sin ella y casi se volvía loco.
María resopló y movió sus manos sin decir nada. David sonrió y le mostró el dedo medio. Franco frunció el ceño. Tenía que aprender rápido.
Ellos estuvieron hablando un poco, Franco no participo de la conversación. Sólo estuvo allí, viendo el increíble intercambio que tenían ese grupo de seis. Las palabrotas de Andrew, los comentarios mordaces de Wally, los ingenuos y graciosos de Robín, las palabras incompletas de David y la voz de la razón que era Patrick. Pero para Franco, María destacaba ante todos.
Él se dió cuenta que ella era una extraña combinación entre todos ellos. Tenía un poco de cada uno, y Franco sonrió cuando un pensamiento paso por su cabeza.
Franco de verdad no tenía problemas en tener estás reuniones todos los días. Él casi no aguantaba a Tobías, pero él podía con este grupo porque cada uno de ellos les hacía recordar a María.
Él definitivamente podía acostumbrase a eso.
Ahora sólo quedaba ver si María podía aceptarlo en su grupo. Pero no como un amigo.
Continuará...
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