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Botado XXIV


Botado

Franco se desplomó en la cama totalmente sudado y con la respiración en duros jadeos. Tenía los ojos muy abiertos mientras veía el techo de su habitación.

—Wow...— murmuró mientras se pasaba la mano por la cabeza, para correr sus cabellos de sus ojos.

Miró a María, que aún estaba boca abajo en la cama. Su cuerpo brillaba y respiraba tan trabajosamente como lo hacía él.  Franco había visto el cielo hace sólo unos segundos cuando se corrió fuertemente en el condón. Se sentía pegajoso, pero no se molestó cuando María se pegó a él, poniéndose de costado y usando su brazo como almohada.

—¿Quieres que prendar el ventilador de techo?— preguntó cuando ella agitó una mano para tirarse aire.

—Puff—, sopló aire hacia su frente y su cabello negro se movió un poco—. Si, por favor— pidió.

Franco se estiró hasta que agarro el control a distancia que estaba en la mesita y lo prendió, viendo la mochila tirada en el suelo. Cuando volvió a dejar el control, vió que papel marrón se acercaba al cierre abierto. Él había agarrado la mochila para los condones y se había olvidado de cerrarla y de lo que contenía.

—Maldita sea— murmuró mientras se estiraba todo lo que podía para agarrar la taza.

La palpó mientras se volvía a acomodar y María se puso sobre él de nuevo. Esta vez apoyó la mano en su pecho y la barbilla en la mano para verlo con curiosidad. Franco sonrió cuando sintió que no se había roto y se lo puso frente a la cara de María.

—Para ti—, fue todo lo que dijo.

María parpadeó, alzando las cejas se sentó mirando hacia él, sin importarle su cuerpo desnudo

—¿Qué es?— preguntó mientras lo tomaba.

Ella parecía algo reacia para tomarlo, pero al final le ganó la curiosidad.

— Ábrelo—, le instó Franco con un encogimiento de hombros y poniendo su mano tras su cabeza, mirando su rostro.

María le dió una mirada de ojos entrecerrados, pero lo abrió. Franco sonrió ante la estupefacción en su rostro.

—¿Esto...?— murmuró María.

Franco estiró su mano y acarició su muslo regordete.

—No puede reemplazar la taza que te rompí, nena. Pero es mí forma de pedirte disculpas.

María no apartó la mirada de la taza de cerámica, más que una taza parecía un caldero negro y tenía la imagen de los ojos, orejas y bigotes de un gato misterioso en dorado. Ella lo agarró con las dos manos y lo llevo a su rostro, a la altura de su boca, como si estuviera por tomar. Franco notó las lágrimas formarse en sus ojos, él apretó sus dedos en su carne.

—No llores linda, si no te gusta...

—¡Me encanta!— tartamudeo ella, pero luego se largó a llorar.

Franco se sentó con mirada alarmada cuando María se dobló hacia adelante, su cuerpo temblando con los fuertes sollozos.

—Shh, ven aquí nena—, él la instó a que se sentara sobre sus piernas de costado y la abrazó mientras lloraba. Él acarició su espalda mientras ella abrazaba la taza contra el pecho y ocultaba la cara en su hombro—. Puedes llorar todo lo que quieras conmigo—, murmuró con un nudo en la garganta.

Franco parpadeó las lágrimas que nacieron de sus ojos sin saber la razón. Ver a la fuerte y frontal María doblarse del llanto, su cuerpo temblando contra el suyo, sus ahogos... Era demasiado para cualquiera. Franco la abrazó más fuerte, acariciando con su barbilla la coronilla de su cabeza.

Franco no supo cuánto tiempo estuvieron así, pero cuando el llanto se convirtió en inspiraciones de líquidos por la nariz y suspiros, comenzó a tener frío. No quería separase de María, así que tomó la sábana y los tapó a los dos. Con su espalda contra el respaldo de la cama, se quedaron allí un buen rato hasta que María se separó, pasando su mano por la altura de su nariz con un sonoro ruido.

Franco sonrió cuando ella le miró con ojos rojos y un poco avergonzada. Él acomodó su flequillo, acariciando su rostro.

—Lo siento, te llene de mocos—, dijo con voz nasal.

Franco rió.

—No me importa nena. No tengo problema con tus líquidos.

María rió un poco también y luego se volvió a acurrucar contra él. La habitación ya estaba a oscuras, la noche ya había caído y él no quería levantarse para prender la luz. Franco se moría de ganas de preguntar, el por qué le afectaba tanto recibir regalos por parte de él, pero tenía miedo de la respuesta. María llevó su dedo índice a su tetilla y la rodeó antes de empezar a hablar.

—No recibí muchos regalos ¿sabes?— murmuró sin mirarlo. Franco acarició su cabello.

—¿Ah no?— preguntó distraídamente. María negó.

—Como escuchaste en el baño la otra vez, mí madre era prostituta. Ella se cuidaba mucho con sus clientes, ella siempre me dijo "usa condón hija"—. María se quedó callada por un momento—. Yo no la entendía porque tenía seis años, pero siempre le dije que sí.

Franco se detuvo con su caricia y luego comenzó a acariciarla de nuevo, sin saber qué decir de eso.

—Ella había salido con mí papá, él no era un cliente. Ella estaba muy enamorada de Joseph y él me contó que mamá había sido preciosa—, él escuchó la sonrisa en su voz.

—Estoy seguro—, murmuró Franco, pensando que lo habría sido si su madre se parecía algo a María.

—Ellos estaban muy enamorados, pero Joseph no sabía en lo que trabaja mamá. Él era de buena posición, y mamá sólo era una prostituta de la zona pobre. No es una buena combinación ¿eh?— dijo con cierto cinismo. María suspiró—. De todos modos, todo había ido bien por un tiempo. Cuando comenzaron a salir oficialmente, mamá dejo su trabajo y consiguió uno de camarera. Era mucho menos dinero, pero ella quería ser buena para Joseph. Hasta que una noche ellos no se cuidaron y ahí mamá quedó embarazada de mí. Cuando se enteró, ella había estado muy feliz. Mamá se lo contó a Joseph y ambos estaban felices.

María se detuvo y dejó su tetilla tranquila, un poco tensa. Franco había escuchado atentamente, y ahora llevó su otra mano a su pierna, acariciando allí también. Buscando la forma en que se sintiera cómoda y reconfortada. María suspiró y apoyó su cabeza de costado en su pecho, ahora mirando a la taza, sus dedos llendo y viniendo por el borde.

— Una noche Joseph se enteró de lo que había trabajado mamá y la echó de su casa. Él... Él no confiaba de que él bebé fuera suyo. Para qué decirte que mamá se sumergió en una depresión. Luego yo nací y aunque tenía los mismos ojos de Joseph, según él podía ser de cualquiera y no quería gastar dinero en un análisis de ADN. Mamá ya no podía mantenerse con el sueldo de camarera y no tenía a nadie con quién dejarme, así que volvió a su anterior trabajo. Al poco tiempo comenzó a beber y luego llegaron las drogas.

—Joder María. Lo siento mucho—, murmuró él abrazándola.

Ella se mantuvo en la misma posición y escuchó una risa apagada.

— Yo no entendía mucho de eso, era una bebé. Si te soy sincera, no tengo muchos recuerdos de mí mamá sobria—. Él corazón de Franco se apretó y la abrazó con más fuerza. Eso debía ser horrible—. Pero no era mala ni violenta. Ella siempre parecía triste... Cuando yo tenía diez, un día volví de la escuela y encontré a un hombre en casa. Era Joseph, diciendo que era mí padre y que quería conocerme. Imagínate, de no tener un padre de repente ya lo tenía frente a mí. Estaba muy feliz por eso. Ahí fue cuando me regaló a Papá. Él venía algunos fines de semana y salíamos. Ahora tenía dos papás—, ella rió un poco.

Franco beso su frente.

—Luego llegó la preadolescencia. Yo me desarrollé mucho antes que mis compañeras y todas mis amigas comenzaron de dejarme de lado cuando los chicos comenzaron a mirarme. Nunca entendí el por qué. Joseph pagaba mis estudios ahora, y aunque mamá ya no necesitaba trabajar, ya que Joseph quería pagarle todo a ella y a mí, de vez en cuando ella lo hacía. No sé porque no volvieron a estar juntos...—. Ella se encogió de hombros—. Supongo que ya no era lo mismo. Cuando tenía quince, tuve que ir a buscar a mamá a un bar cerca de casa. Ella se emborrachaba a veces allí.

Franco sintió que algo frío bajaba por su columna, un mal presentimiento, pero no dijo nada. Temeroso de que sus sospechas fueran ciertas. María bajó la voz en un murmullo cuando siguió hablando.

—La encontré en un callejón. La habían golpeado y violado—, ella se estremecio y Franco sabía que no era por el frío—. Llamé a la policía, pero antes de que llegarán los hombres habían vuelto. No sé para qué. Supongo que iban a deshacerse de ella. Ellos intentaron hacerme lo mismo, pero pelee y grité todo lo que pude. Allí fue cuando Darren me encontró. Él era un policía que estaba de civil pasando por allí de casualidad. Él mató a uno y golpeó a los demás.

—Que bueno—, murmuró Franco cuando ella se detuvo.

María asintió mientras pasaba el dedo por el rostro del gato está vez.

— Darren era joven y me visitó en el hospital donde mamá terminó internada. Terminamos como novios. Él fue el primer hombre, que no era mí papá que comenzó a regalarme cosas. Cómo esa taza naranja.

Franco asintió y volvió con sus caricias, sus dedos pasando los sus piernas y brazos por abajo de la sábana.

— Todo era bueno, aunque a mamá y Joseph no le caía bien Darren porque decían que era muy mayor para mí—, ella se encogió un hombro—. A mí no me importaba. Él me regaló esa taza después de la primera vez que hicimos el amor. Yo ya no tenía amigas, pero me llevaba bien con los chicos. Allí conocí a Patrick. Él es mí mejor amigo desde los 16, pero Darren lo odiaba. Se había vuelto muy celosos y posesivo. Tanto que una vez había golpeado muy feo a Patrick. Yo lo dejé, pero él aparecía en todos lados donde yo iba. Me perseguía, me decía que yo era de él. Luego comenzó a decir que yo era igual que mí madre, que era una prostituta barata e intentó hacerme lo que no habían logrado los otros hombres gracias a que él me defendió.

— Que hijo de puta.

— Mí madre me escuchó, mientras peleaban él le disparó con su arma reglamentaria.

Franco cerró los ojos con pesar.

—Lo siento tanto nena.

— Pero—, ella siguió como si no lo escuchara—, él ya había hecho correr la voz de que yo era igual de prostituta que mí madre. Cuando lo llevaban a la comisaría, él gritaba que yo había estado con varios hombre y él se había vuelto loco por eso. ¡Era mentira! Yo sólo había estado con él, pero nadie en mí barrio me creyó. Yo escuchaba sus murmullos "¿Qué pueden esperar si se crío en la casa de una prostituta? Salió igual de puta que su madre. Arruinó a un buen muchacho". Todos me echaron la culpa de lo que pasó.

María limpio una lágrima con sus dedos y Franco no pudo seguir escuchando. Levantó su cara para que lo mirará.

—No tuviste la culpa, nena. Ese tipo estaba enfermo. Eres hermosa por dentro, tu corazón es gigantesco.

María sonrió con lágrimas corriendo por sus mejillas y acercó su boca para darle un beso corto. Ella dejó la taza en su regazo y lo abrazó por la cintura, Franco apretó sus manos en sus hombros, pegando su cuerpo al suyo. Franco miró la taza con el celo fruncido.

—¿Piensas que llegaría a juzgarte como él?— preguntó cuando creyó llegar a la conclusión del porqué su llanto—. Nunca lo haré nena, jamás—, juró.

María negó con la cabeza.

—Por eso no lloré— murmuró.

—¿Entonces?— preguntó Franco besando su cabello.

María lo abrazó más fuerte, pero no le contestó.

Continuará...

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