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Botado XXII

Botado

Franco sonrió mientras tomaba la caja de condones, se volvió para seguir comprando, pero se detuvo y agarró dos cajas más. No las iba a usar todas, pero ya tendría un par de condones en su billetera. Hacía mucho que no tenía unos allí y con María, ya había aprendido que en cualquier momento podía surgir la necesidad.

Las dejó en la canasta que llevaba en su mano y se movió para comprar unos paquetes de tostadas. Estaba seguro que había en su casa, pero Tobías y Susy comían y no reponían. Él ya se había cansado de decirles que lo hicieran.

— Mejor prevenir..— murmuró mientras también agarraba una mermelada. Por lo menos Tobías siempre compraba la suya.

Mientras seguía para comprar unos paquetes de ramen, pensó que hacía unos cuantos días que no veía a Marco. Estaba casi seguro que se había casi instalado en el departamento de Jazmin. Ella vivía sola y era mucho más cómodo que estar entre hombres y otra mujer cuando querían estar juntos. Franco metió dos tazas de ramen de pollo y luego miró los picantes, metiendo cinco. Eran su debilidad.

Giró en una curva y casi choca con un chico pelirrojo.

—Lo siento—, se disculpó distraídamente y lo rodeó.

—¡Oye! Franco.

Franco se detuvo y miró sobre su hombro al chico. El pelirrojo sonrió, tenía grandes ojos verdad y una salpicadura de pecas en el rostro.

—¿Cómo estás? Estás mucho mejor—, dijo mirándolo desde la cabeza a los pies.

Franco lo miró ceñudo mientras se giraba para tenerlo frente a frente. El chico pareció notar su desconcierto, porque se golpeó la frente y extendió su mano a él.

—Soy Robin, el que te encontró en la cocina.

Franco reconoció el nombre.

—Ah, Hola— estrechó la mano y lo miró más atentamente—. Gracias por la ayuda.

Ahora que lo veía mejor, notó que llevaba una clase de pantalón ancho de color verde fluorescente y una remera fucsia ajustada. Él escondió la mueca, se ve que no sabía combinar.

—Nos asustaste a todos. Jamás había visto a María tan desesperada—, comentó distraídamente mientras miraba adentro de su canasta.

Franco puso de lado la canasta, y el chico notó que lo había cazado husmeando. Robín sonrió.

—Lo siento, sólo quería conocerte mejor. ¿Sabías que puedes conocer mucho a la gente si observas lo que compran?

—¿Ah si?— preguntó dándole una mirada a la canasta del chico.

Ocultó su sonrisa cuando vio que tenía dos paquetes de toallitas femeninas y uno de toallitas húmedas. Su mirada subió para notar el leve sonrojó de Robin.

—Estoy comprando las cosas para Nana—, se escudo.

— Me imaginaba—, dijo Franco con una sonrisa.

Robín puso una mirada pensativa mientras observaba su rostro.

—¿Sabes? María debe quererte mucho.

Franco abrió grande los ojos. El pelirrojo sonrió.

— ¿Por qué lo dices?— preguntó lleno de curiosidad.

—Entre todo el jaleo, tiraste la taza favorita de María. Ella ni siquiera se queja por tomar en la taza rosa ahora—, Robin se encogió un hombro—. Nana es un amor, pero si te metes con Papá o su Darren, se pone como loca. Ahora tiene tu caja, la llamo Botado—, dijo con una sonrisa.

Franco parpadeó.

—¿Rompí su taza?—, preguntó confundido—. No lo recuerdo.

—Creo que fue cuando quisiste tomar la mochila—, comento mientras sacaba una lista escrita y fruncía el ceño.

Franco maldijo interiormente mientras recordaba algo de un ruido de cerámica rota. Así que había tirado la taza favorita de María. Creyó que era justo que le comprara una, aprovechando que estaba en un Walmart cerca de la universidad. Estaba por despedirse cuando notó que Robin seguía mirando con concentración la hoja. Lo escuchó murmurar:

—Des.. desss..o.. deso...

—¿Necesitas ayuda?— preguntó Franco, no queriendo ser un entrometido.

Robín levantó la mirada y sonrió. Le extendió la hoja y Franco la tomó. La escritura era pequeña y un poco confusa.

—El maldito de Andrew lo escribió. Dice que se le rompió el micrófono del celular, es un imbécil que me vuelve loco.

Franco sonrió.

—Toallitas femeninas para María y húmedas para las manos. Desodorante de ambiente para el baño. Cloro para el suelo. Detergente para los platos—, Franco rió y levantó la mirada—. Además de ponerte lo que tenías que comprar te puso para que era.

—Hijo de puta—, murmuró Robin tomando la hoja—. Gracias.

Franco rió y asintió.

—Fue bueno conocerte Robin. Por lo menos el rostro.

—Lo mismo digo. Al fin conozco tu rostro sin toda esa hinchazón. Eres atractivo— dijo con una sonrisa.

—¿Gracias?

Robín asintió y se volvió, pero se detuvo de nuevo y volvió a mirar a Franco.

—¿Desodorante?

—De ambiente y detergente para platos—, le recordó.

Robín asintió y agitó su mano mientras se iba por el pasillo por donde Franco había estado. Franco negó con la cabeza mientras veía que una mujer mayor pasaba al lado de Robin y lo quedaba viendo con obvio asombró.

—¡Ah! ¡Robín!— lo llamó. El pelirrojo se volvió con el ceño fruncido—. ¡Cloro para el suelo!

Robin asintió y le mostró el pulgar.

—¡Gracias!

Franco lo observó, esperando que no se olvidará de nada. Él se rió entre dientes cuando la señora paso por al lado de él murmurando " la juventud está perdida".

Miró si reloj, viendo que le quedaba un poco de tiempo. María había dicho que tardaría al rededor de una hora y había pasado recién treinta minutos. Estaba por ir a la caja, cuando recordó la taza y se fue hacia ese pasillo.

Mientras estaba viendo los distintos modelos de tazas de cerámica, pensando cuál sería bueno para la personalidad de María, recordó algo. Ella le había contado que tenía la manía de poner nombres a las cosas dependiendo quién se lo había regalado...

Se preguntó ¿Quién era Darren?

Continuará...

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