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Botado XVIII


Botado

Maní.

Franco era alérgico al maní y al chocolate. Él se enteró que juntos eran una combinación letal para su cuerpo, aunque por separado él no habría tenido un ataque de alergia tan grave y tan rápido. Los doctores le explicaron que lo que bajo por su garganta fue el maní y no el chocolate, pero este segundo había tenido contacto con su lengua que se inflamó por la combinación.

Su garganta se había cerrado por un maldito maní. Ni siquiera era uno completo.

Franco se había quedado en observación mientras le daban más medicamentos para contrarrestar la alergia. También le hicieron el análisis de alergias antes de darle el alta. Franco jamás había comido maní, ni siquiera sabía el por qué. Él creyó que era ese el gusto extraño que había sentido. Tobías y Susy fueron los primero en llegar a la clínica donde Franco había sido internado y su "amigo" le había sacado varias fotos.

Tobías lo amenazó que las subiría a Instagram si no limpiaba los platos por un mes. Él tuvo que jugar que lo haría.

No entendía cómo María podía haber apretado su mano cuando vio las fotos de como estaba. Su mano había parecido algo raro, y su cara.... Era una cosa rara. Un híbrido mezclado entre unas uvas y un troll. Susy se había enojado con él por no decirle a María sobre su alergia, pero se había puesto muy feliz cuando el doctor llegó explicando que gracias a la acción rápida de Andrew, estaba vivo.

Franco ahora le debía al pandillero.

Él no pudo más que asombrarse cuando se enteró de Andrew era un residente en doctor clínico. A pesar de que era un año menor que él, Andrew estaba por recibirse. Había quedado estupefacto al enterarse que era algo así de un nuevo prodigio en la escuela de medicina.

Para el lunes al mediodía ya estaba en la casa de nuevo. Aunque le habían mandado reposo por unos días más.

Franco estaba jugando CandyCrash en el teléfono cuando Tobías abrió la puerta.

— Tienes visitas troll—, dijo haciéndose a un lado.

Franco bloqueó el teléfono y se sentó mejor en la cama cuando vio a María pasar.

—Gracias Tobías — dijo María dándole una mirada y una sonrisa.

Tobías sonrió y le hizo una reverencia como si María fuera de la realeza. Ella rió un poco divertida.

—Gracias a ti. Debes darles las gracias de mí parte a Andrew por salvar a este tonto—, Tobías le dió una mirada antes de cerrar la puerta con María dentro de su habitación.

María no fue tímida cuando entró, corrió a su cama y lo abrazó con la suficiente fuerza para que él jadeara. Franco sonrió cuando María apretó sus brazos fuertemente en su cuello y él rodeó su cintura con los suyos. Acarició su espalda cuando la sintió temblar, ella era muy sensible.

—¿Me quieres ahorcar?— preguntó con otro jadeó cuando ella apretó más fuerte sus brazos.

María aflojó su agarre, pero no separó su rostro de su pecho.

—Estoy tan feliz—, dijo contra su remera.

Franco sonrió y apoyó la mano en su cabeza. Hoy llevaba el pelo suelto y el perfume salía de el cuando lo tocaba. Olía delicioso.

—Lo siento por todo—, dijo él disfrutando de los mimos y caricias que María le daba a su nuca.

María separó su rostro de su pecho y lo miró, parpadeando lágrimas. Ella frunció el ceño y sorbeó por la nariz, limpiando con sus dedos lágrimas no derramadas.

—Estaba muy asustada. Pensé que habías muerto—, Franco hizo una mueca porque se veía su sufrimiento en su rostro.

Él aprovechó que estaba cerca y la observó mejor. Esta vez estaba maquillada como de costumbre, tenía un jeans azul oscuro ajustado y una camiseta que mostraba mucho escote, Franco podía ver su sostén con encaje si movía un poco la cabeza. Él parpadeó cuando los dedos de María revolotearon en su rostro sin tocarlo en realidad.

—¿Te duele?— le pregunto suavemente.

Franco quiso que le tragara la tierra, aún tenía la cara un poco hinchada, pero recordó que ella lo había visto todo azul, morado e hinchado. Aunque ese asunto era un golpe para su ego masculino. Él tenía confianza en su aspecto y jamás le importó lo que otros dirían, pero algo le molestaba. Franco parpadeó al darse cuenta que se preguntaba si María seguía pensando que era atractivo ahora que lo había visto así.

Pero cuando volvió a verla está se había sacado la mochila y estaba revisando en su interior.

—No duele—, contestó algo tarde al recordar su pregunta—. Los medicamentos son buenos y tal vez para mañana ya esté mejor.

María lo miró con un sonrisa.

—Que bueno. Me asustó mucho cuando te voltee y vi tu rostro—, ella abrió grande los ojos como si lo estuviera viendo en ese momento. Franco no sabía si reír o enojarse por burlarse de él—. Lo más feo es que me quedé totalmente shockeada. Menos mal que Andrew había llegado, yo no tenía idea que tenía que hacer—, María suspiró, sus hombros se relajaron.

—Por cierto, debo agradecer a Andrew...

María le cortó haciendo una señal con la mano.

—Esta bien, Fran. De verdad. Andrew ama ser doctor para ayudar a los demás. Él jamás dañaría a alguien.

Franco alzó una ceja, o por lo menos lo intentó, aprovechando que María centró toda su atención en el interior de su mochila.

—Mmm, no lo sé..—, murmuró bajo recordando cuando quiso golpearlo en la puerta de su casa.

María sonrió cuando pareció encontrar lo que buscaba. Cuando lo sacó, los ojos de Franco se abrieron asombrados y parpadeó. Era...

— Sé que no es mucho—, murmuró María—. Pero tampoco podía traerte comida. O flores—, ella se puso pensativa cuando lo dejó en su regazo y luego levantó la mirada de golpe—. Por cierto, ¿a qué más eres alérgico?

— Maní—, susurró él mientras agarraba el pequeño llavero con su cara en peluche.

Franco lo observó de cerca, notando que en realidad parecía una almohadilla ovalada pequeña y bordada.

—No tenías que hacerlo—, dijo pero sonrió al ver qué hasta había bordado una pequeña cicatriz que tenía en en la frente.

— Quería—, dijo María con firmeza.

Franco levantó la mirada, notando que tras sus ojos místicos había un pequeño destello de desafío. Cómo si él le criticara por el pequeño pero grande detalle que había tenido con él. Franco sonrió y lo cerró en su mano.

— Gracias—, él se movió a su mesita de luz y abrió el cajón buscando algo.

Franco encontró las llaves de su motocicleta y lo engancho con las llaves. Él sonrió cuando lo alzó, viendo cómo quedaba la pequeña cara con abundante cabello castaño claro al lado de sus llaves negras.

—Me gusta—, dijo para volver a guardarlo.

Cuando volvió a su posición, volvió a mirarla. Los ojos de María había cambiado y lo observaba tan intensamente que él se sentía muy consciente de la hinchazón que todavía tenía su cara.

—¿Te dolerá si te doy un beso?

El cuerpo de Franco se endureció, iba a dolerle, pero la polla cuando se le pusiera dura porque sabía que no podía follarla. Pero de todos modos, él negó con la cabeza, reteniendo la respiración cuando ella sonrió y tomó su rostro con delicadeza.

Sus labios fueron dolorosamente suaves cuando rodaron los suyos, las manos de Franco fueron a su rostro para apretarla un poco más contra él. María lo beso con la boca cerrada, pero él quería besarla de verdad. Se ayudó con sus dedos en la barbilla de ella y la obligó a abrir la boca, su lengua entrando en ella. María hizo un ruido que hizo que si corazón golpeara más fuerte, bombeando sangre rápidamente a su zona baja. Pero aún así, el beso se mantuvo suave y sensual. Franco disfrutó del contacto, María sabía a menta.

Franco gimió cuando bajó su mano, ésta actuando con vida propia, y se cerró en el pecho firme. María jadeó, las delgadas manos llenado a sus hombros y apretándose allí. El otro brazo de Franco rodeó su cintura y la apretó contra él, el cuerpo suave de María casi sobre el suyo en la cama. Franco empezaba a sentir que se estaba quemando de adentro hacia afuera.

Ambos cortaron el beso de golpe cuando la puerta de su habitación se abrió precipitadamente. Franco frunció el ceño.

—¡Hey! Te dije que no entres—, Tobías estaba justo atrás de una congelada Sofía con ojos muy abiertos—. Mierda—, susurró Tobías.

Continuará...

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