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Botado XVI

Botado

Franco observó a María mientras se sentaba en la silla alta en la cocina al lado de la mesada central.

Ambos se habían quedado mirando fijamente cuando las risas habían terminado, en silencio. Franco notó que ella era tan hermosa maquillada como cuando no lo estaba. Tal vez parecía algo enferma por sus ojeras, pero estaba seguro que él también tenía. Su aro en la nariz resaltaba la curva de su labio rosa y gordo. Él había tenido ganas de besarla...

María había cortado el silencio invitándolo a pasar y él, aunque tenía cosas que hacer en la casa, dijo que si. Sólo quería pasar un rato más con ella.

Franco la observó bajar las dos tazas de nuevo, la rosa y la naranja, y sirvió café. Sonrió cuando volvió a poner la rosa frente a él y ella sacó un plato para llenarlo de galletas que tenía en un frasco y ponerlo entre las tazas.

María sonrió cuando se sentó a su lado, casi saltando porque las sillas eran bastante altas. Ella tomó la caja y la abrió con una sonrisa tan  luminosa que por un momento le pareció ver una niña. María aplaudió cuando vio todos los distintos chocolates en la caja y él sonrió mientras la veía tomar uno cuidadosamente.

Franco se mojó los labios al ver cómo sus dedos entraban en su boca con el chocolate. Le parecía sucio, pero no pudo evitar recordar cuando habían estado en el baño del bar y ella había...

—¿Quieres?— preguntó extendiendo la caja a él.

Franco se separó rápido, y negó con la cabeza. Tenía una desgraciada alergia con el chocolate, no le provocaba asfixia mientras no entrara por su garganta, pero le salía un doloroso y muy molesto sarpullido en todo el cuerpo si lo tocaba.

—Disfruta, los compré para ti—, dijo con una sonrisa y tomando más café.

María lo miró por un rato y luego volvió a sonreír, tomando otro.

— Más para mi—, dijo con un cantito y se lo metió en la boca.

Franco se mordió el labio mientras veía como ella se chupaba el dedo manchado con chocolate. ¿Por qué todo lo que hacía María le parecía sexy? Él no lo sabía, pero no podía evitarlo. También debía admitir que estaba algo caliente, desde esa vez que había estado con María ya no había tenido nada. Tenía una compañera que le arrastraba el ala, pero él no tenía ganas de una relación y Sofía quería eso.

Lo que tenía con María... Sea lo que fuera, era mejor para él. De todos modos, no le diría para follar ese día. No era tan idiota. Seguramente ella pensaría que le habría traído los chocolates para follarla y ese no había sido su intención.

La siguió observando mientras ella tomaba su café hasta que María se dió cuenta y también lo miró.

—¿Cómo van los exámenes?— le pregunto apoyando la barbilla en el talón de su mano.

Franco suspiró.

—Bien. Creo—, rió un poco mientras bajaba la mirada. No podía concentrarse si ella le miraba fijamente, no podía dejar de mirar su boca—. Ciudadanía estuvo algo complicado, pero..—, él se encogió de hombros—. ¿Y a ti?

—Un. Caos. Total. —, dijo puntuando cada palabra, Franco sonrió—. Justo cuando estaba casi todo resuelto, David se agarró una gripa que le hizo volar de fiebre.

—Patrick me contó—, asintió Franco.

—¡Estaba muy asustada!— admitió ella—. Ahora Andrew y Wally tomaron un trabajo de medio tiempo para poder pagar los gastos médicos. Y los medicamentos pude pagarlos con unos ahorros que tenía para las vacaciones, pero bueno—, ella suspiró—. Lo importante es que David está bien y se está recuperando.

Franco asintió, curioso por saber la historia de cómo conocía a todos esos hombres tan distintos. Pero no estaba seguro de que María quisiera contarle.

—Y luego Robin—, dijo bajando la voz—. Él es disléxico y cuando se pone muy nervioso le cuesta encontrar sentido a lo que lee. Patrick le había comprado una tablet para que pudiera bajar los audiolibros, pero se rompió. Por suerte estamos en casi las mismas materias y mientras yo estudiaba, le leía en voz alta.

Franco alzó las cejas. Patrick no había mentido cuando había dicho que el grupo era algo raro. Estaba este chico Robin que aún no conocía, que era disléxico. Luego David, sordo. También Andrew que parecía una especie de pandillero metalero con su ropa negra y tatuajes en casi todos lados. Y Wally, parecía un matón, algo así como una mezcla de oso y gorila de pocas palabras. El más civilizado hasta ahora, Patrick, pálido musculoso parecía un chico normal pero estaba seguro que debía tener algún secreto como todos ellos. Y por último, y la central de todo ese mundo, estaba María.

Franco la observó mientras ella pensaba que otro chocolate agarrar.

Todas esas mierdas que decían de ella y María jamás las negaba. Su forma de vestir tan llamativa, su forma de expresarse tan liberal , su sexualidad tan a flor de piel. Sus perforaciones... Pero cada vez que la conocía un poco más, encontraba algo más fascinante que lo anterior. Al principio le había parecido una buena mujer para follar... Ahora no podía dejar de escarbar para ver qué más podía encontrar.

Franco tomó una galleta mientras pensaba en eso.

Hasta ahora había aprendido que tenía una clase de manía con los zapatos dentro de la casa y la suciedad. Él observó sus dedos notando las cutículas un poco lastimadas y supo que había tenido otro ataque de intentar limpiarlas. Había algo en ella que aún no podía descifrar y sabía que era sobre su infancia y su pasado. ¿Qué le había pasado para que ella llegara a subir las murallas para el mundo que la rodeaba? Las únicas personas que ella dejaba entrar eran esos cinco hombres tan diferentes entre sí, pero unidos por la hermosa mujer que tenía al frente.

Él sonrió cuando María lo miró con una sonrisa. Ella estaba por decir algo cuando la puerta se abrió.

—¡Ya vine perras!— Franco reconoció la voz de Andrew.

María rodó los ojos.

— Espérame un segundo que voy a fijarme que se saque los zapatos—, le murmuró saltando de la silla y corriendo en dirección a la puerta.

—Hola mí bonita niña ¿Descansaste?— Franco escuchó la voz de Andrew.

—¡Alto ahí tiburoncin! Quiero a fuera esas mugres.

—Mis botas no son mugres—, se quejó con vos de niño y Franco sonrió.

Mordió la galleta mientras se pasaba la otra mano por arriba del vaquero sintiendo una picazón rara. Masticó un poco pero se detuvo cuando sintió un gusto extraño. Se miró los dedos notando el sarpullido de alergia y escupió lo que le quedaba en la boca, pero había tragado un poco. Franco soltó la galleta y se levantó de forma brusca, la silla cayendo con un ruido fuerte.

Franco abrió la boca cuando sintió que el aire empezaba a entrar cada vez menos. Dió un paso hacía su mochila dónde siempre llevaba una inyección para la alergia, pero se tambaleó y cuando quiso apoyarse en la mesada golpeó una taza que rodó y cayó al suelo haciendo un ruido más fuerte de cerámica rota. Franco sintió la picazón en la garganta mientras la visión se le nublaba y las piernas se le aflojaron tirándolo al suelo de rodillas.

—¿¡Que mierda!?— gritó una voz, pero Franco no supo quien era—. Oye amigo, ¿Estás bien?

Franco se tocó la garganta, pero sólo salían ruidos raros mientras la negrura bailaba al borde de su visión. Él intentó apuntar su mochila, pero no sabía si había podido mientras ruidos silbantes salían de su boca cuando intentaba ingresar aire.

—¡MARÍA! ¡MARÍA!

Franco sintió que su mochila era dejada al frente de él y escarbó con desesperación encontrando el compartimiento dónde siempre la llevaba. Llegó a sacarlo, pero sus dedos ya se habían hinchado e entumecido. La pequeña caja de la inyección se le cayó mientras la negrura ganaba en todos sus ojos. Dejó de sentir, pero estaba seguro que se había caído.

Escuchó a lo lejos pasos apresurados y la voz de María, pero nunca llegó a escuchar lo que dijo.

Continuará...

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