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Botado XI

Botado

Franco se detuvo cuando María se lo pidió. Él apagó la moto mientras ella bajaba con un pequeño salto. La lluvia se había mermado, aunque seguía cayendo una fina garúa. Franco se sacó el casco, mientras veía la pequeña casa que María dijo que era suya mientras ella se sacaba el casco, agitando su cabello que había quedado pegado en su cabeza. Unas cuantas gotas cayeron en medio de la cara de Franco, pero él sólo sonrió mientras apoyaba sus manos en el casco, que estaba sobre el tambor, y la veía.

María lo observó también y estuvieron así, mirándose por unos segundos que a Franco se le hicieron eternos.

—Bueno, tal vez...

—¿Quieres pasar?— hablaron al mismo tiempo.

Franco se detuvo y la miró fijamente, María no parecía incómoda con la idea

—No me gustaría molestar, ni meterme...

—Ya estás metido en mí vida—, descartó María con un aleteo de mano, como si espantara moscas—. Ahora todo el mundo te conocerá por el que rompió a la Perra-Acosta —, dijo con un encogimiento de hombros.

Franco hizo una mueca.

—No es gracioso—, dijo algo incómodo.

—¿De verdad? A mí sí me lo parece ahora que puedo caminar normal y no como si hubiera bajado de un caballo—, bromeó mientras abría sus piernas como si tuviera una pelota entre sus muslos.

Franco rió sin poder evitarlo.

—Lo siento. No me di cuenta que estaba siendo muy brusco—, se disculpó.

—Oye, ¿me oíste quejarme?—, Franco sonrió—. No, claro que no. Estaba gritando para que des más duro—. Ella abrió la boca como si estuviera gritando en medio del acto y él negó con la cabeza, divertido—. Además gracias a ti me he portado muy bien.

Ese comentario hizo que frunciera el ceño.

—¿Por qué?— preguntó curioso.

Ella acarició la mejilla de su trasero.

—Me azotaste tanto que cuando alguien me decía que lo iba a hacer, huía—. María rió, pero Franco hizo otra mueca. Ella vió su preocupación en su rostro y rodó los ojos—. Te estoy tomando el pelo, hombre. Vamos, vayamos a dentro así te sacas esa ropa y tomas algo caliente antes de que te enfermes.

Franco sonrió mientras trababa el volante y pasaba la pierna por arriba de la moto.

—¿Me quieres desnudo?— no pudo evitar preguntar.

María lo miró por sobre su hombro mientras subía los cortos escalones a la puerta de la casa, la sonrisa en su boca era perversa.

—Tengo algunas lagunas mentales y quiero ver si estas tan bueno como recuerdo—, bromeó con él alzando y bajando las cejas.

A Franco le empezaba a doler un poco las mejillas por la constante sonrisa que María le provocaba. María abrió la puerta y pasó, dejándola abierta. Ella se sacó los zapatos y se volvió a Franco.

—Si puedes sacarte los zapatos sería genial.

—No hay problema— dijo Franco mientras lo hacía y los dejaba donde ella había puesto los suyos. Dejando el casco también a al lado,ya que ella había hecho lo mismo.

—Aha—, María lo detuvo antes de que entrara—, las medias— apuntó a sus medias negras húmedas.

Franco sonrió y se las sacó, se negó a dárselos y las puso en su bolsillo. María rodó los ojos con su actitud pero no dijo nada. La mirada marrón de Franco notó todo en el primero minuto. Un sillón viejo, una televisión que tuvo años mejores y una alfombra algo descolorida, pero extremadamente limpia.

—¡Papá ya llegué! Voy a mí habitación—, gritó María mientras le hacía señas a Franco para que la siguiera.

Franco frunció el ceño, buscando al hombre pero no vió a nadie, ni tampoco contestaron. De todos modos siguió a María a una pequeña habitación que era por lo menos la mitad de la suya. En ella apenas entraba la cama matrimonial, una cómoda con una computadora de escritorio y una cajonera que ocupaba toda una pared, casi. La habitación estaba algo desordenada, pero nada fuera de lo común.

—Disculpa el desorden. No esperaba visitas cuando me desperté tarde hoy para ir a la universidad—, dijo mientras se agachaba y levantaba una remera enorme color marrón oscuro.

—No te preocupes—, Franco hizo una mueca cuando vió que estaba goteando agua al suelo de madera—. ¿Dónde puedo sacarme esto? Voy a llenar de agua tu habitación o sino.

María juntó la ropa y lo puso sobre la cama.

— Puedes hacerlo aquí, te buscaré algo de ropa—. María lo miró fijamente y luego asintió, como si hubiera adivinado su talla.

Franco no era vergonzoso, y comenzó a sacarse la incómoda ropa mojada y húmeda. Su chaqueta hizo un ruido raro mientras se la sacaba y María rió por eso mientras escarbaba en un cajón. Mientras Franco se desabrochaba la camisa, no apartaba la mirada de ella. Él se detuvo cuando María se bajó el chandal como si nada, mostrándole su hermoso trasero con una tanga negra. Franco se mordió el labio, tragándose el siseó, mientras veía su cuerpo, su sangre comenzó a calentarse.

María no se detuvo una vez que sacó sus pies de la ropa que dejó en el suelo. Llevó sus manos a su remera y se la sacó por arriba de la cabeza. Ella no llevaba sostén. Franco se quedó con la mirada clavada en la curva de su espalda y lo pequeña que parecía de cintura para arriba desde atrás, pero tenía carne de sobra desde sus caderas. Pamela había dicho que era gorda, pero Franco la encontraba perfecta.

Franco se mojó los labios cuando ella se puso otra camiseta, una muy larga que le llegaba hasta la mitad de los muslos y cubrió toda esa piel pálida. Él pareció recordar que tenía que sacarse la ropa y volvió con su camisa. Estaba en los botones de sus vaquero cuando María se volvió con una remera grande para él también.

—Toma—, dijo extendiendo la prenda a él.

—Gracias—, dijo Franco sin poder ocultar su voz ronca.

María se lo quedó mirando mientras él se bajaba el pantalón y salía de el. Franco sabía que ella podía ver perfectamente su erección con su boxer húmedo, pero él no hizo nada para ocultarla. Se puso la remera y frunció el ceño al ver la cara de un gato gris con manchas de color blanco en la parte frontal. María rió mientras juntaba las ropas húmedas y se mordió el labio cuando llegó a la puerta.

—¿Quieres poner en la secadora tu boxer?

Franco entendió perfectamente su tono de desafío, y sonrió con sorna. Él jamás se escapaba de uno. Sin apartar la mirada de ella, se bajó con lentitud la última prenda suya que le quedaba puesta y se quedó con una remera que apenas le cubría la polla dura como roca. Se lo lanzó con una sonrisa.

Franco alzó una ceja y abrió los brazos.

—¿Contenta?

María sonrió con lentitud, ya que había quedado asombrada de que él actuará con tanta naturalidad. Sus ojos lo recorrieron desde las puntas de los pies descalzos hasta sus cabellos castaños claros y mojados.

—Muy...— dijo con los ojos brillantes antes de salir de la habitación.

Continuará...

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