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Capítulo 1

La familia Thompson saluda en su puerta, sonríen deseándome un buen viaje. Dicen que es valiente este gran paso que estoy dando, que es algo a lo cual no todos estarían dispuestos a hacer. Creo que en cierta medida que es cierto. No me gusta la idea de que puedan resurgir dolorosos recuerdos del pasado y menos la del hecho de siquiera pensar puedan volver a abrirse aquellas heridas que logré sanar. 

Hoy es el día del viaje, y me encuentro más que eufórica de emprender un nuevo vuelo en lo que llaman uno de los medios de transporte más seguros del planeta.

-¿Se encuentra bien?- cuestionó el calvo señor sentado a mi izquierda con una clara expresión de preocupación y extrañeza plasmada en su rostro. 

Y es que claro que no revelaría en ese momento que mi estómago ya se encontraba revuelto por los nervios al imaginar las miles de posibles causas en las cuales podríamos acabar zanjados a mitad de país por un accidente; así que sólo respondí:

- Claro, mejor que nunca.

 Y es que en estos momentos me encuentro aterrada. Los vuelos me asustan y dan náuseas, pero el único hecho que compensa todo este horror es que pronto llegaré a casa, y una vez allí podré  abrazar a mamá, papá y al pequeño Pablo. Verdaderamente ha pasado mucho desde que no compartimos todos en familia. 

Con la intención de hacer más ameno el tiempo del vuelo cierro mis ojos y en breve me deslizo sobre un suave dormir. No esperaba menos de un viaje de un total de catorce horas considerando que las otras restantes había permanecido despierta resolviendo algunos asuntos que habían quedado pendiente de mi antiguo trabajo. 

Disfrutaba del cálido sueño y la suave música con la cual danzaba yo en la bahía cuando de pronto siento una ligera presión sobre el brazo izquierdo. Así fue como me vi forzada a abrir los ojos con el pesar de haber querido seguir gozando de unos minutos más de aquel breve pero reconfortante sueño. Los fuertes rayos de Sol atravesando la pequeña ventana me hicieron parpadear reiteradas veces antes de poder tomar total conciencia de mi. Tratando de no evidenciar el sentimiento de desagrado tras lo ocurrido; y por cierto, de paso también intentar secar mi mejilla de la baba que había botado sin querer,  volteo para sorprenderme y darme cuenta que no era mi compañero de asiento quien me estaba llamando, sino que la azafata. 

-Señorita, ya llegamos. Lamento despertarla, pero todos los pasajeros ya han desembarcado.

En cuanto pronunció aquellas palabras se me hizo imprescindible no mirar hacia mi alrededor; y efectivamente, era la única pasajera que quedaba a bordo. Con las mejillas enrojecidas me levanto del asiento disculpándome con la azafata un tanto avergonzada. Tomo mi cartera de debajo del asiento ubicado delante y salgo a la sala de embarque para luego dirigirme a esperar las maletas.

Ya afuera y entre la multitud de personas busco entre tanto rostro desconocido el de mi padre. Allí está. Luce tal como lo recordaba, tal vez con un par de canas más y más delgado. Me sonríe apenas logra distinguirme entre los demás viajeros. Y  así es como tomo mis bolsos y corro decidida a abrazarlo tan fuertemente como se me fuese posible intentando no dejar escapar lágrimas tras la emoción de al fin poder sentirlo nuevamente cerca mio. 

-Te extrañé - dije forzando una sonrisa en mi rostro.

- Y nosotros hija.

Sus ojos eran tan dulces y compasivos que me hacían sentir como una niña otra vez cobijada entre sus brazos. Y no podía negar cuánto había anhelado estos pequeños detalles llenos de amor y regocijo durante aquellas noches solitarias y abrumadas por melancolía en mi estadía en Estados Unidos.

Una vez en el auto nos dirigimos a nuestro pequeño pueblo. Ubicado a tres horas de la ciudad más cercana, que precisamente no es en la cual acababa de arribar, comenzamos a conversar para ponernos al día de las novedades de este último tiempo. Así puedo enterarme que al fin  Yellowknife  tiene caminos pavimentados más hacia sus alrededores y que al fin ha llegado un doctor  que brinde atención de calidad a los usuarios en el consultorio del pueblo.  Mi padre también relataba sobre la llegada de nuevos habitantes a la localidad y que al fin la escuela parece ser habitada por una cantidad relativamente abundante de niños. Respecto a lo que concierne a mis amigos, papá comenta que se ha encontrado con algunos de ellos en algunas fiestas que ha celebrado la comunidad, pero tan pronto como lo hace intento desviar la conversación. Y a pesar que tengo claro que es tema pasado mi desencanto por todo lo que ellos pudiesen haber hecho y no hicieron (como defenderme de ciertas críticas de extraños), o el mero hecho de creerme y no hablar pestes de mi y dejarse caer en rumor y el supuesto de la locura que me había envuelto tras la muerte de mi hermana; también tengo claro que aún existe en mi cierto rechazo al recordar que algún día eso ciertamente fue así... y desgraciadamente tuvo que tocarme a mi, y peor aún. A mi familia.

Mi padre logra notar mi intento de esquivar el tema, lo cierto es que tanto él como mi madre me conocen más de lo que yo lo hago conmigo misma. Así es como enseguida intenta encontrar un nuevo tema de conversación, y no saben lo mucho que les agradezco por comprenderme y el siempre haber estado conmigo en todo el proceso que viví los últimos años de mi estadía aquí, en Yellowknife, como así también en mi posterior mudanza a U.S.A.

Poco a poco nos comenzamos a sumergir en las inmensas hectáreas cubiertas por nieve. A medida que avanzamos y nos acercamos más a mi pueblo natal comienzan a surgir una y otra vez mayor cantidad de pinos y árboles que tras la época, algunos incluso yacen sin acículas debido a que se han quemado por los intensos fríos de la región. Papá conduce lento debido al alto riesgo de accidentes automovilísticos que han ocurrido en la zona por el congelamiento de los caminos. Pronto comienzo a familiarizarme con los parajes y aparecen las primeras casas. No puedo evitar pensar en que a pesar de prometer no volver aquí estoy. Pero sigo repitiendo internamente que debo ser fuerte, y que si de algo debo sacar provecho es que mi ausencia en estos parajes fueron muy útiles para dejar los malos recuerdos atrás, para superarlos y afrontar todos los miedos que aquel espeluznante bosque enmarañado fue capaz de plasmar por siempre en mi conciencia. 

Si lo pienso así suena sencillo: "No debo dejar que todo ello me afecte nuevamente". Por lo que luego de haber pensado todo ello y ya pensando que era momento de interrumpir el silencio que nos invadía, suspiro esfumando aquellos diálogos internos para iniciar un nuevo tema de conversación.

- Pablo debe estar inmenso, ¿no, papá?

-Lo está, sus primeras palabras y ya tu nombre figura entre ellas. Aprende con rapidez, es un niño inteligente. Le gusta dibujar al igual que a ti de niña. Es ingenioso y risueño, nos gusta verlo crecer. -Hace una pequeña pausa desviando su mirada hacia mi con orbes dichosos en orgullo-¡Mírate a ti!, parece que fue ayer cuando tu madre y yo te recibimos en el Hospital, y ahora... Toda un adulto. - Interrumpe haciendo una pausa y para luego pasar de cambio, finalmente agrega -Señorita, hemos llegado.

Papá detiene el motor y se baja del auto comenzando a llevar las maletas consigo hacia la entrada. Me apresuro ya que camina a paso apresurado. Trato de hablar para ofrecerle ayuda, pero antes que logre articular palabra alguna se encuentra dentro y allí es cuando veo a mamá y Pablo junto a él, y tras ellos un par de globos pegados a la pared y once servida en la mesa. 

- ¡BIENVENIDA QUERIDA ALICIA! -exclaman mis padres al unísono.

Claro que Pablito les siguió, pero él dijo...

- ¡...Ichia!- con aquella adorable voz que solía acostumbrar escuchar cada viernes por la noche a través de videollamadas.

Pero ya no más, porque le tendré para mí todos los días. 

No pude evitar sonreír.

Yo que me encontraba bajo el umbral de la puerta corro a los brazos de ambos tomando a mi pequeño hermano en brazos. No puedo creer que al fin, tras tres años y cinco meses esté aquí. Mamá está estupenda, Pablo gigante... y no puedo evitar pensar que cada vez se parece más al abuelo Jack.

Así es como mamá pregunta entusiasta sobre cuán agotador estuvo el viaje y poco después nos llama a la mesa. Extrañaba ese exquisito olor a las delicias que prepara. Quizás esta vez preparó queque... o galletas. O pan. La verdad no importaba, porque sabía que sea lo que sea me encantará. Acto seguido mi vista se fija en cómo luce mi hogar. Y así puedo comprobar que luce más acogedora que nunca, lastima no lo aprecié hasta que decidí marcharme. A simple vista distingo que hay nuevas fotografías en los muros. Unas de Pablito en el jardín, aquella de la boda de mis padres. Unas de la familia unida para Navidad.

-¡Espero les guste lo que cociné!- dijo risueña mi madre.

-Oh... de eso sí que estoy segura mamá.

Y justo y tal cual como sucede en los momentos menos indicados, recuerdo que no he lavado mis manos desde el arribo al aeropuerto, por lo que decido ir rápidamente al baño. 

-Disculpenme, vuelvo enseguida. 

Sonreía como una tonta del sólo hecho de saber que ya me encontraba con mi familia y que ya nada nos separaría, pero a medida que la luz del comedor iba extinguiéndose a medida que avanzaba por el estrecho pasillo que daba al resto de las habitaciones y el baño, de pronto aquella leve sonrisa que comenzaba a molestar un tanto mi mandíbula empezó a desaparecer a medida que un extraño sentimiento comienza a apoderarse de mí. 

Las carcajadas de mis padres se desvanecieron, mientras mis pasos se hacían cada vez más audibles a lo largo del estrecho camino, y fue cuando me encontraba enfrente a la manilla de la habitación a la cual me dirigía que de pronto una oscura voz en mi cabeza empieza a insinuar tímida lo cobarde que realmente aún soy. Y que definitivamente sin toda la máscara que estaba intentando encubrir lo aterrada que ahora me encuentro, estaría temblando al recordar todos los retorcidos recuerdos que surgirían al mirar hacia aquella dirección. 

Cierro mis ojos con fuerza y decido hacer vista ciega encerrándome en el baño. Lavo mi cara con abundante agua fría para finalmente decir a mi misma mirando hacia el espejo:

- Has venido, no hay marcha atrás. 

  Al salir, camino directo al comedor y allí están todos esperándome.  

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