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☪ 8 ☪

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''Esperanza''

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Narradora Pov

En un hermoso lugar donde habitaban las criaturas más maravillosas para el ojo humano, se encontraba una mujer de cabellos rubios ondulado con una vestimenta blanca de cuello abierto, tocando una hermosa melodía producida por un instrumento peculiar. Hallándose también sentada arriba de una roca y siendo rodeada por una corriente de agua cristalina.

La melodía no sólo ayudaba a calmar a una gran bestia que descansaba plácidamente a su costado derecho. Sino que, igualmente tranquilizó sus pensamientos y relajó cada musculo de su cuerpo.

Sus parpados estaban cerrados y las cuerdas eran tocadas con delicadeza por sus agiles dedos. El sonido de la corriente iba al compás de la armonía, y las hojas del gran árbol que era su actual hogar caían suavemente en el pasto y descansaban de igual forma en el agua.

Sin embargo, todo sentimiento de tranquilidad fue dispersado por un llamado que escuchó claramente. Diana, abrió uno de sus parpados y observó de reojo desde la distancia la sonrisa de emoción de la pequeña chica de cabello castaño y ojos rubíes.

La guardiana suspiró y, nuevamente dispuesta a seguir tocando su instrumento fue interrumpida despertando sin querer con el chirrido de la nota al animal que la acompañaba. La bestia abrió con pesadez sus parpados, y en un bostezar grande extendió sus alas y abandonó el lugar.

Diana miró con su semblante neutro a la persona que no había dejado de visitar el muro que protegía el bosque de humanos como ella. Nuevamente inhaló y exhaló con suavidad y cerro sus ojos azules pensando en su respuesta.

"Hola, de nuevo."

La sonrisa de la castaña se amplió más. Y Diana, no se tomó la molestia de observar como ésta se sentó frente al muro y posicionó un libro frente a ella, pero asimiló que lo haría. Habían pasado dos años desde que empezaron las visitas frecuentes de la niña, sin embargo en algunas ocasiones respondía y en otras no.

—¿Quieres escuchar un cuento? Traje un libro.

«Otra historia», pensó Diana sintiendo un poco de curiosidad de que se trataría esta vez.

—Es de princesas.

«Personas que son calificadas para gobernar en unas tierras después de los reyes», contestó Diana en su cabeza. Nuevamente, agarró su instrumento y empezó a tocar mientras la castaña se dedicó a leerle aquel cuento inventado por el mismo ser humano, pero entretenido para cualquier mente que toleraba la monarquía.

Las horas fueron pasando y Diana dejó su instrumento a un lado para ir a asegurar los sitios del bosque que no tenían alguna esperanza de ser restaurado. El lugar, era anteriormente un rio curvado con rocas rodeadas por otras en forma de pilares que tenían dibujos circulares. Estaba también constituido por unos bellos árboles que daban sabrosos y saludables frutas que ayudaban a mantener el cuerpo en un estado limpio.

Actualmente el rio se encontraba sin agua, las piedras estaban cubiertas por unas manchas negras que caían del cielo, y los árboles se encontraban sin ninguna hoja o fruto. Diana caminó tranquilamente con sus manos juntas detrás de la espalda e inspeccionó con pequeñas miradas de reojo algún lugar que aún estuviera en proceso de desfallecer, con el motivo de extraer la semilla del sitio antes que desapareciera y volver a recrearlo en otro.

Colocó su palma derecha en el suelo con sus parpados cerrados, pero nada sucedió luego de unos minutos llenos de intentos.

—El rey, se enojó con la princesa por su decisión. Y lleno de ira ordenó a matar a su enamorado.

Diana arqueó una ceja.

—La princesa Verónica, gritó aterrada e intento detenerlo, pero las órdenes del rey sobrepasan las suyas.

La guardiana continúo explorando el lugar, y en el trascurso se topó a una que otras hadas pequeñas que eran las encargadas de cuidar algunas las flores que conservaban sus pensamientos y mantenían el bienestar de ciertos lugares; menos de ese. Ellas no hablaban y su pensar se preservaba en los pétalos.

Por esa y otras razones, las hadas protegían las flores, puesto que, si llegaban a despedazar una, las palabras se desplegarían hacia arriba dando a conocer un pensamiento personal, o en algunas ocasiones un secreto.

—¿Te gustó?

"Vuelve a casa."

Le trasmitió por escrito Diana sin la necesidad de verla y mover sus labios. Akko, ante esa respuesta hizo un puchero.

—¿Eso es un sí o un no?

No obtuvo respuesta.

—¿Qué tipos de historias te gustan? He leído un montón de libros. Podría traerte uno que contenga lo que te gusta.

"No es de mí interés conocer las historias que inventan."

—Oh... Entonces... no te ha gustado ninguna de las que he traído —dijo un poco recaída.

Diana simplemente la ignoró y continuó su andar a un paso tranquilo.

—No todas las historias son inventadas —habló levantando repentinamente sus ánimos caídos—. Un libro habla del bosque. El bosque donde te encuentras —aclaró poniéndose de pies.

La guardiana se detuvo en seco. «¿Un libro que habla del bosque?»

—Pero bueno, como es tarde ya me tengo que ir.

"¿Qué cosas dice?"

Akko sonrió victoriosa.

—Lo traeré después, ¡Lo prometo!

Diana la miró nuevamente desde la distancia contemplando y asegurando en sus ojos las palabras dichas por su pequeña boca. Agachó la cabeza analizando la situación, para después empezar a caminar otra vez, pero de regreso a su hogar.

—¿Cómo te llamas?

Nuevamente no consiguió una respuesta.

—¿Cómo conoces mi nombre?

La guardiana tampoco respondió.

—¿Te aburres conmigo?

Silencio. El silencio molestaba a la castaña, pero ni una palabra más salieron de sus labios. Akko levantó la cabeza contemplando el sol que empezaba a ocultarse, y con un movimiento lento extendió la palma de su mano y poso su frente en el muro. Sus parpados se cerraron e imploró internamente sentir... la presencia de la guardiana.

Sin embargo, lo que causó creo una inmensa curiosidad en Diana. Su cabeza se giró enseguida hacia la zona deplorable cuando sintió el nacer de una diminuta flor entre medio de todo el desastre.

—Volveré después... —susurró Akko, para luego retirarse sin estar consciente de lo que había hecho.

La flor se marchitó cuando la niña abandonó el lugar a pasos rápidos por lo tarde que era. La orejas y colas de Diana aparecieron en un tintineo, y con elegancia dio un pequeño salto cayendo despacio en el lugar donde apareció aquella flor. Al tocar el suelo, la tomó en sus manos e intentó con su magia revivirla, pero no dio resultado.

Con su semblante neutro observó por donde se había ido la castaña, sintiendo... mucha inquietud dentro de su cuerpo que aprendió a manejar.

.

.

—¡Hola, Akko!

—Buenas tardes, Andrew.

—¿A dónde estabas? He estado buscándote para presentarte a mi nuevo amigo.

«¿Hizo un nuevo amigo?», se preguntó confundida y sorprendida a la vez.

—Él, es Frank —dijo señalando al joven de cabello rubios a un costado de él.

Akko lo examinó de arriba abajo sintiéndose un poco... atraída por la belleza natural de aquel chico, pero ese pequeño sentimiento de atracción, no lo comprendió en absoluto y simplemente desapareció con rapidez.

—Hola, Frank.

—Un gusto, Atsuko. Andrew me ha hablado de ti.

—Dime Akko, es más corto y simple. —Sonrió con sutileza, provocando que las mejillas del rubio se ruborizaran levemente.

Frank se rio y asintió un par de veces.

—Tengo que irme, hablamos en otro momento, ¿Está bien?

Y sin esperar una respuesta empezó nuevamente a correr con su libro en mano hacia su hogar. Al llegar entró y subió los escalones apresuradamente, para después saludar a su padre al encontrarlo en la planta de arriba, e ingresó seguidamente a su habitación en busca de su cuaderno escondido bajo su cama en un cofre con llave; la llave siempre la llevaba consigo en su bolsillo.

Pasó las hojas hasta llegar a una en blanco. Con el lápiz en su mano, comenzó a escribir lo ocurrido en el día de hoy con respecto al muro mágico que visita frecuentemente; menos en los días lluviosos. En esos meses se la pasaba encerrada en su hogar soportando las malas miradas de sus hermanas, aunque ahora... parecían estar cansadas de actuar de esa manera.

Su padre dejó de ponerle la atención que les tenía anteriormente, y eso aparentaba afectarles un poco, ya que algunas ocasiones hacían cosas que lo molestaban para llamar su interés, pero... el hombre solamente suspiraba con cansancio y continuaba con su labor aguantando sus rabietas.

No obstante, con Akko era diferente. Su señor padre la trataba de la mejor manera posible y, regularmente tenían conversaciones con ella acerca de las cosas que había estado haciendo sobre el negocio familiar, o de las historias que leía. Para sorpresa del señor, Akko, desde que empezó a estar consciente de las cosas a su alrededor, jamás había preguntado por su señora madre. Y eso que sus hermanas le gritaban a menudo el "error" que había cometido.

Para su suerte, Lotte, había dejado de robarse los libros de la biblioteca y había comenzado a devolverlos cuando acababa uno; sinceramente le ahorraba un dolor de cabeza tener que lidiar con eso.

Todos en el pueblo conocían a las hijas problemáticas del señor Johan, provocando ciertos rumores hacia su familia, pero éstos eran disminuidos gracias al comportamiento de su última hija, Akko.

Las personas creían que desde que falleció su amada señora, él había perdido totalmente el control de sus hijas. Y en gran parte era cierto, pero no le agradaba que fuera así. Johan, intentaba educarlas sin éxito alguno. Muchas veces se había puesto a pensar que sus hijas no tomaban en cuenta también el dolor que sintió por la pérdida de su esposa, sin embargo, él comprendía que apenas eran unas niñas que culpaban a otros para desviar ese sufrimiento.

Si ellas estaban sufriendo... ¿Cómo podía ayudarlas?

Al caer la noche, la familia se sentó en el comedor a cenar como normalmente hacían, pero en esa ocasión, Johan, tomó el valor para iniciar una conversación que no fuera tomada de mala manera por sus otras dos hijas. Él se dirigió a Akko, provocado que la pequeña lo mirara con confusión.

—¿Qué debería pensar de eso? —dijo inocente.

—¿No te ha atraído alguien?

—No —contestó con tranquilidad.

—¿Estás segura? Hay muchos chicos que desean tu atención.

Akko se sintió un poco incomoda por esa declaración.

—No... lo sé.

—No me digas que le pondrás pareja también —habló Lotte.

—¿Debería preocuparte? —le respondió desafiante su padre.

—Esa acción es muy repugnante de ti, viejo —dijo Amanda.

—No le he escogido a sus parejas.

Lotte: Pero te lo han recomendado.

El señor exhaló cansado, imaginando lo que vendría a continuación.

Amanda: ¿Y quién será mi marido? —soltó con desagrado.

Johan no les respondió; no teniendo las ganas de repetir lo mismo. Él no le había conseguido pareja a ninguna de sus hijas, aunque había pensado en muchas ocasiones en aceptar esas oportunidades que ofrecían las personas que lo conocían. No obstante, en una parte su hija Amanda tenía razón. Su madre no aceptaría ninguna de esas solicitudes y dejaría que el corazón de sus hijas encontrara el amor sin presión u obligación.

—Cenemos —ordenó ignorando el nuevo ambiente creado.

Amanda: Responde. Estoy muy... "muy" —recalcó—, interesada en este momento.

Lotte: Llegó un chico nuevo al pueblo. Tal vez sea ese, o quizás sea el mío.

Johan apretó con fuerza sus cubiertos. Y Akko, permaneció simplemente callada con sus hombros encogidos. La pregunta que le hizo su padre no estaba fuera de lo común; normalmente hablaban de muchas cosas y eso no le pareció diferente. Pero, sus hermanas... tomaron lo dicho de manera distintas.

Amanda y Lotte continuaron hablando de las cosas que su padre "hacía" a sus "espaldas". Y la rubia incluyó de como posiblemente las venda cual animal de rebaño.

—¡Basta! —exclamó haciéndolas callar—. En esta casa no puedo decir ni una sola palabra sin que ustedes empiecen a llevarme la contraria. —Enojado se puso de pies tomando su plato de madera—. Akko, sígueme.

Sin pensarlo, la castaña agarró su tazón y abandonó la mesa diciendo un tímido "buenas noches" a las dos que se quedaron más molestas y un poco confusas por la reacción de su padre.

Estando fuera, Akko, contempló unos segundos las constelaciones en el cielo, y con cautela tomó asiento en el escalón de madera a un lado de su padre. La noche era fría, pero tranquila.

—¿Es precioso? ¿no?

—Me gusta —susurró la castaña.

Johan inhaló con fuerza el aire fresco llenando por completo sus pulmones, para luego exhalar con suavidad relajando sus músculos y despejando cualquier rastro de estrés y molestia.

—En unos días, vendrá alguien que anhela conocerte.

—¿Quien? —le preguntó, girando a verlo con curiosidad.

—Ya lo sabrás —susurró audiblemente, regalándole una confiada sonrisa.

«Y espero... que mejore las cosas en esta casa», pensó un poco esperanzado.

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Fin del Cap. 8 (Esperanza)

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