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☪ 67 ☪

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"Dos caminos diferentes"

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La devastación continuaba por todos lados.

Los sonidos de ayuda y súplica de los animales, llegaron a sus oídos, haciéndola otra vez temblar hasta los huesos.

Cerró los ojos, intentado sin éxito opacarlos; intentando sin éxito dejar de pasar desapercibido el daño que no parecía tener un final. Sin embargo, trataba más de olvidar el grito desgarrador de su padre.

«¡¡¡NO!!!». Se acercó y extendió el brazo en un intento de alcanzarla, pero, cuando su mano estuvo a escasos centímetros, ella, desapareció y apareció en un nuevo lugar; uno que creía conocer.

Abriendo sus parpados cansados de demostrar su dolor, giró a ver a la responsable, que la miraba con suma atención. Atsuko se apartó con un paso, manteniendo sus manos aprisionadas contra su pecho. Y esperó.

Akko esperó a que la guardiana, la mujer que amaba, cumpliera con su palabra. Akko esperó el agobiante e insoportable dolor que atravesaría su pecho. Ella esperó, el destino que tenía puesto desde nacimiento.

Sin embargo, nada de eso llegó. Diana, la guardiana que protegía y cuidaba del bosque mágico en el que una vez se sintió segura, solo la miró. Sus ojos azules, profundos y claros, los más hermosos que alguna vez vería en su vida y daba las gracias por haberlo hecho, la miraban de una manera que no podía describir.

Pero, no deseando ilusionarse; no deseando crearse alguna expectativa que la llevara de nuevo a un final desgarrador, lo dejó a un lado.

Akko recordó esos momentos dolorosos; esas palabras frías y sin sentimiento. Recordó esa noche a su lado y le dolió más al saber que había sido mentira; una farsa.

Molesta de haber dejado que pasara; de haber permitido que la utilizaran, con algunas lágrimas aun descendiendo por sus mejillas, agarró y colocó con agresividad, la mano de la guardiana contra su pecho.

—Hazlo —soltó—. ¿Qué esperas? —dijo.

Diana, no le respondió. E Impaciente y cansada, Akko le gritó.

—¡Vamos, hazlo! ¡Arráncame el corazón! ¡Cumple con tu deber! ¡Mátame, Diana!

Una vez más, los labios de la guardiana no se movieron. Y Akko, no hizo más que enfurecerse, presionando con mucha más insistencia la mano que yacía en su pecho. Exclamando otras palabras que fueron ignoradas.

El bosque continuaba falleciendo. Lograba escuchar el crujir de las grandes estructuras caer; lograba sentir el ardor, la picazón y el dolor en su cansado pecho.

Akko le gritó otra vez, pidiéndole que dejara los juegos a un lado; pidiéndole que dejara de mirarla; pidiéndole que hiciera algo; pidiéndole que, por favor, acabara con su sufrimiento.

Ella estaba cansada. Akko estaba cansada, de todo.

No obstante, ninguno de sus deseos fue cumplidos; ninguna de sus peticiones fue escuchadas. No, la guardiana, que la admiraba llorar nuevamente frente a sus ojos, estiró su mano libre, pasando y apartando con seguridad las nuevas lágrimas derramadas.

Una vez más sus ojos se cerraron, molestándose y odiándose por haber cedido tan fácilmente. Terminando por descansar, acariciar y restregar su mejilla en la palma de la mano ofrecida; agarrándola con las suyas en deseo de no perder la calidez, aunque fuera con intenciones muy distintas a la suya.

Pero, en el momento de abrir sus parpados y dirigirse con enorme tristeza y cansancio a los ojos azules que la miraban, unas palabras, junto con un repentino escalofrío en su pecho, la golpearon sin piedad.

—Olvidarás tu vida. Olvidarás que alguna vez los conociste. Y olvidarás que una vez naciste.

«¿Q-qué?»

—¿Di-Diana qué-?

—Atsuko —llamó, pero esta vez con un tono autoritario y firme que la hizo petrificar en su lugar.

Akko se calló.

—Dejarás de dudar y dejarás de persistir. El daño del bosque es demasiado grande como para creer en una posibilidad de un retroceso. Las criaturas mágicas desaparecidas no volverán; los cimientos y los lugares con poco poder mágico, caerán. Lo ocurrido, se quedará, sin embargo, confío en el nuevo renacimiento.

Diana suspiró, mirándola con una expresión que Akko jamás había visto.

—Lo que diré puede parecer insolente, pero, es mi deseo escucharlo nuevamente. ¿Tú, tu corazón, me amó?

«¿Q-qué?» ¿Qué estaba diciendo? ¿Qué estaba ocurriendo? No tenía sentido; nada de lo que había dicho tenía alguno. Se encontraba confundida, realmente confundida. La guardiana. No. Diana, primero, le decía que olvidaría, y ahora le hacía una pregunta que la había sacado muy fuera de lugar.

¿Por qué Diana preguntaba sobre sus sentimientos? ¿Por qué en primer lugar esa conversación era más importante que los acontecimientos que pasaban afuera?

Aun desconcertada, agradeció inconscientemente que el miedo y la sorpresa lo opacaran un poco. Logrando así, responder.

—S-sí. Diana, t-te amo. —El rubor de sus mejillas fue mínimo, pero sincero—. T-te amo... c-como no tienes idea.

Su corazón latió rápido, acogiéndose en una agradable calidez que la lastimó al intentar borrar ese recuerdo que lo causó; ese recuerdo en el que, lo había entregado todo.

—Creo que la tengo. Sin embargo, aun después de conocer mis verdaderas intenciones; aun después de descubrir la razón detrás de mis acciones. ¿Deseas mi felicidad?

Sin titubear esta vez, Akko, contestó, conteniendo el estremecimiento del dolor emocional en todo su cuerpo.

La amaba, tanto que no deseaba que algo malo le sucediera. Si era su destino dar su vida por este bosque; dar su vida por ella, lo haría. Y no se odiaba por no poder reprimirlo, pero sí la molestaba, ya que era una muestra más de su debilidad.

—Lo hago.

Las lágrimas de nuevo se hicieron presentes, al igual que el temblor en sus manos. Su ceño se frunció y su mandíbula se cerró con fuerza, esperando un rechazo; unas palabras de aborrecimiento hacia su raza que la hiciera sentir más... inútil.

Sin embargo, el mirar fijo de los ojos de la guardiana hacia los suyos y la nula acción realizada, la confundió, pero ayudó en agarrar el valor necesario para hacer una pregunta que podía no ser respondida; conociéndola, era probable que lo omitiera, pero, aun así lo intentó.

Akko lo volvió a intentar.

—¿P-por qué eso es importante?

La guardiana perduró el contacto por unos cortos segundos más, para después, bajar la mirada y guiar una mano a su propio "corazón".

—El amor, es más relevante de lo que crees. Con un amor fuerte y estable, es capaz de controlar hasta el más fuerte y persistente. Por eso y otras razones, es considerado como el arma más mortal que destruye, pero construye un nuevo comienzo. Una nueva vida.

Los ojos de Akko se posaron en donde su mano reposaba.

«Felicidad...» Sus parpados se abrieron en grande, volviendo a verla. La voz de la guardiana otra vez resonó en su cabeza. «No es algo que merezca».

—Soy una creación del Árbol, algo que nació de la nada misma, pero tú, no. Eres diferente. Eres especial.

«Tiene sentido...», esta vez, el pensamiento de la guardiana, se conservó en privado.

Ahora las intenciones del Árbol cobraban sentido.

«Esconder "el fruto" más importante de toda la existencia en una raza débil». Ni un ser mágico o errores del mismo Árbol, estaría dispuesto a pisar un mundo humano; un mundo en donde la magia era inexistente y nunca nacería.

Los errores u otros seres, estaban interesados únicamente en el poder que el mismo Árbol otorgó de sus propias raíces; los errores u otros seres, jamás serían capaces de persistir en un universo vacío de dominio.

«Sin embargo...» El mayor error considerado, ahora tenía una idea. Ella lo había descubierto y no tardaría en tomar medidas una vez que su magia sea recuperada y sus cadenas vuelvan a romperse.

«La mayor amenaza del bosque». El ser, que una vez, asesinó a un guardián y estuvo a punto de hacerse con la magia de la creación.

«La magia del comienzo».

Pero, lastimosamente, no era el momento de pensar en esas ocurrencias.

—Tu decisión fue incorrecta, sin embargo, aun así-

—¿Por qué me dices todo esto? —le interrumpió, mirándola con una creciente molestia.

¿Acaso eso importaba? ¿De qué le servía esa información? No. ¿De qué le servían esas palabras? Ella iba a morir, nada de lo que le dijera importaba. Y el recuerdo solo causó que la lastimara más.

Diana se sorprendió ligeramente por el repentino cambio de aire.

—¡Mátame de una vez!

—Atsuko-

—¡No!

Estaba cansada. Realmente estaba cansada de los secretos, las mentiras y l a indiferencia.

—¡¿Cómo no puedes entenderlo, Diana?! ¡¿Quieres que olvide toda lo que viví?! ¡¿Quieres que sepa por qué no me amaste en primer lugar?! ¡¿Sabes cuanto duele?! ¡¿Dejar a mi familia?! ¡¿Entregarme a ti pensando que sentías lo mismo?! —Akko lloró, repudiándose por no poder retenerlo—. ¿S-sabes cuanto d-duele saber que no me q-quieres? —Ella negó con la cabeza y mordió su labio, logrando retomar el control—. ¡Si estás son tus últimas palabras antes de matarme, por favor, detente y hazlo! Hazlo ya... por favor.

La guardiana guardó silencio por varios segundos que se sintieron como minutos. Akko no desistió, esperando lo que tanto ansiaba en ese momento: cesar por completo con ese dolor que la hacía llorar, gritar, repudiarse y odiarse.

Con un suave movimiento, rompiendo el ambiente tenso en el aire, Diana, movió su brazo, mostrando un punto vacío del lugar donde un cuerpo que antes no era visto, yacía, tumbado y apoyado contra la muralla que cubría el lugar.

Akko lo reconoció, no escondiendo su enorme impresión.

«¿Diana...?»

«No puede ser». Akko regresó a ver a la guardiana que tenía en frente. «¿E-esto es...? N-no, no es posible». En un intento nervioso de asegurarlo, estiró su brazo para tocarla, no esperando que este la sobrepasara como un fantasma.

Asustada, retrocedió, pero, no perdiendo el tiempo, dejó su cuerpo actuar, corriendo enseguida a donde estaba mientras era observaba por la que se encontraba consciente.

—Diana. Diana —llamó suavemente con la respiración levemente agitada.

Su expresión era serena y su cuerpo estaba frío, demasiado frío. Akko miró a la copia casi perfecta de ella parada en el mismo lugar contemplándola con indiferencia.

«N-no puede ser...» Cerró los ojos con fuerza y los volvió a abrir. «Por favor, q-que esto sea un sueño». Antes de regresar a verla, se limpió la vista rápidamente y se percató de un importante detalle que la dejó estática.

«Si Diana está aquí... Entonces, ¿Ella...?»

En realidad, la guardiana, nunca abandonó el bosque.

—Atsuko Kagari —llamó la copia que ahora estaba de nuevo frente a sus ojos, pero, Akko, no la miró.

—¿P-por qué no despiertas? ¿P-por qué estás así?

Diana permaneció de nuevo en silencio, desviando su mirada para ver las hojas marchitadas cayendo desde lo más alto del Árbol. Seguidamente, dejó reposar con delicadeza una en su mano.

—Mi tiempo en este lugar, ha terminado —dijo y el corazón de Akko saltó.

«N-no...»

Más lágrimas enfurecidas se empezaron a acumular en sus ojos.

—Una vez, hace muchos años, amé a los humanos.

Akko arrugó el ceño, apretando con más fuerza el cuerpo en sus brazos.

—Una raza extraordinaria que busca un lugar en el extenso universo que pocos conocen. Admiraba su perspicacia y perseverancia. Y amaba, su amabilidad y bondad. Cada guardián nace con una singularidad distinta.

Diana miró las estatuas al borde del derrumbe.

—Una singularidad que nos representa y distingue a cada uno de nosotros. —Suspiró—. El guardián de la lujuria. —La que se atendió a las consecuencias—. El guardián de la sabiduría. —El primero—. El guardián de la codicia. —El que fue vencido—. El guardián de la vanidad. —La que una vez fue una líder—. El guardián de la desesperación. —El más insensato—. Entre otros más existe el guardián... del afecto. Ahora, revocado y titulado por el final de sus días como, el guardián de la indiferencia.

«Afecto...» Akko la observó con su sorpresa haciéndose cada vez más grande; parecía que todo estaba empezando a agarrar un poco más de sentido.

—Ellos prevalecen, pero su magia está afectada.

Hubo un silencio poco corto en donde, la guardiana, se dedicó a observar el techo.

—Conservo recuerdos imprecisos del sentimiento por el que aún añoras que sienta. Conservo momentos fugaces donde prevalecí una vida llena de felicidad. El bosque estaba restaurándose; las cosas caminaban de la manera correcta, luego de la inevitable devastación de los espíritus. Sin embargo, por mi error, mi imprudencia y mi confianza en la curiosidad de una raza sin remedios, el Árbol removió de mí esa posibilidad. Ese fue mi castigo. —La copia la miró con un frío e ira en sus ojos—. El costo por dejar entrar a una raza obsoleta a un lugar legítimo y absoluto.

Un pequeño tintineó alcanzó a escucharse, y Akko, sorprendida de haber conocido un poco de su verdadera historia, giró a ver el cuerpo que yacía inconsciente, empezando a desaparecer en diminutas esferas amarillentas.

—N-no, e-espera. Espera, espera, espera, espera. ¡Por favor!

Akko la abrazó y apartó su cabello de la frente, acercando la suya y agarrando rápidamente una de sus manos para colocarla en su corazón.

—Por favor, por favor, por favor. ¡Por favor!

Nada sucedió.

—¡¿Por qué no funciona?! ¡¿Por qué no está funcionando?! —preguntó a la copia que la miraba.

—La última gota de mi magia se ha acabado.

Su ceño se frunció y con rapidez miró el entorno, buscando alguna solución mientras, Diana, se cautivó de sus intentos en vano para hacerla volver.

La besó. Akko la besó, pero no nada ocurrió. Cada vez más, las luces amarillentas incrementaban y llenaban la habitación de una iluminación única.

Un guardián, estaba falleciendo. Una guardiana, estaba terminando con su deber en el bosque.

—Atsuko.

Ella la ignoró, presionando otra vez sus manos contra su pecho y cerrando sus ojos en otro intento sin resultados. Abriéndolos de nuevo más lágrimas fluyeron al no ver ningún cambio.

Diana volvió a llamarla.

—Atsuko.

—N-no... —Akko se apoyó en su hombro—. N-no puedes irte, no p-puedes dejarme —susurró apretando con fuerza la mano que sostenía—. N-no puedes, t-tienes que salvar e-este lugar. T-tienes que salvarte, p-por favor.

La guardiana se inclinó y estiró su brazo. Akko no quiso mirarla, estando oculta en el hueco vacío de su cuello, sin embargo, pocos segundos después, no teniendo algún otro remedio al sentir la poca calidez trasmitida, lo hizo, ganándose una gran sorpresa que la deslumbró por completo.

«Diana...» Diana, le estaba sonriendo.

—Mis más sinceras disculpas por dejarte una tarea tan difícil.

«¿Qué...?» La sonrisa de Diana creció aún más, haciéndola mucho más hermosa de lo que era y el corazón de Akko no pudo contener la emoción, palpitando con un pequeño hormigueo.

Y lo que Akko nunca esperó fue distinguir en diminutas lágrimas caer de sus brillantes ojos azules.

—Es un honor tener ante mí y darle la bienvenida, al nuevo guardián.

«¿Di...?» Deslumbrada e ignorando sus palabras, Akko se estiró, tratando de tocarla, pero sus manos pasaron una vez más sobre ella. Anonadada, confundida y aún sorprendida, no dejó de mirarla; la vista, era demasiada hermosa como para apartarla.

Diana brillaba. Diana sonreía. Diana estaba... feliz.

—La creación perfecta... El fruto de la esperanza... —«No». Ella negó con la cabeza—. Mi persona predestinada.

«...» Las lágrimas empezaron a caer de sus cuencas.

—Si yo pudiese... —Ella se rio—. Si yo... hubiera podido pedir un deseo. Si tuviera en mis manos... yo... pediría poder amarte, Atsuko. Devolverte el amor que tan inocente me has entregado.

«N-no, no, no, no, no».

Las hojas del Árbol que caían de pronto se detuvieron, al igual que las rocas de los hábitats y las aguas de los ríos y lagos. Y unos animales que surcaban los aires, admiraron lo sucedido con serenidad y leve sorpresa.

—Está sucediendo —dijo, un peculiar dragón que admiraba desde lo bajo el cielo.

Akko lo ignoró; Akko dejó de prestar atención desde un inicio a cada cosa que sucedía en su entorno. No le importaba. A ella no le importaba en absoluto, nunca lo hizo lo suficiente. No, a Akko le importaba era el guardián que habitaba en él, pero ahora eso... estaba desapareciendo justo frente a sus ojos.

«Atsuko», su voz resonó de nuevo en su cabeza, pero rápidamente hizo caso omiso, atrayéndola con fuerza.

—¡N-no! ¡No...! ¡No voy a soltarte! ¡N-no voy a dejarte! P-por favor... no lo hagas c-conmigo. —Ella lloró—. D-Dia... no me dejes.

Juntó sus frentes y agarró su mano, cerrando sus ojos en otro intento en vano.

«Vamos... vamos...» Nuevamente nada funcionó.

—N-no... —Akko jadeó y acercó sus labios, rozándolos suavemente—. L-lo siento. L-lo siento tanto.

Depositó un corto, delicado y tierno beso, y la volvió a abrazar, acunándola en sus brazos.

—Tres saltos... dio el conejo. D-dos saltos... dio el conejo.

Las pequeñas esferas amarillentas flotaron en el aire junto con los recuerdos de su padre cantándole y sonriéndole.

Recuerdos borrosos se presentaron en su mente.

—Un s-salto... d-dio...

Akko jadeó al dejar de sentir el pesar en sus brazos. No miró hacia arriba, siendo incapaz de hacerlo. Abrió sus labios, pero nada salió de ellos.

«¿Me vas a decir en qué piensas?» «¡Lo siento, no puedo! Te prometo que es algo... ¡Increíble! Te quiero, papá. ¡Adiós!»

Unas voces infantiles y juguetonas resonaron en el aire.

«Eres hermosa. Eres preciosa. Oh, amor, no llores. Estoy aquí, bebé. Estoy contigo, mi niña. Estás con mamá».

Lentamente, sus parpados fueron cerrándose.

«Ellas me odian. No lo harán toda la vida, pero eso no importa ahora. Me tienes a mí. Yo siempre estaré contigo. Soy tu padre y jamás te abandonaré».

«Te ayudará». «¿P-para qué...?» «Solo léelo».

«No llores... Eres más linda si sonríes». Amanda le sonrió. «L-lamento haberme tardado tanto».

Se sentía cansada. Akko se sentía demasiado cansada.

El joven sonrió. «Espero no me remplaces». «No lo haría. Siempre serás mi mejor amigo».

«Mi mejor amigo...»

Su cuerpo sucumbió al cansancio y una última lágrima fue derramada con un tenue recuerdo de una flor amarillenta que era entregado por una mujer que tenía una expresión indiferente. Sin saber que, antes de perderla, ella había estado a su lado, compartiendo ese último momento en silencio.

El tiempo de la guardiana, finalmente acabó.

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Fin del Cap. 67 (Dos caminos diferentes)

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ஐEpílogo

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