☪ 64 ☪
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"Unos segundos más"
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Narradora Pov
Tres horas antes de la invasión
Johan se encontraba recogiendo los cultivos del día con una sonrisa tranquila en su rostro. Dentro de unas horas, el sol empezaría a ocultarse y las personas regresarían a sus hogares, dando por terminada otra jornada de trabajo.
Despejó el sudor de su frente con su antebrazo, para después cortar la parte unida de la sandía y cárgala hasta la carreta de una sola rueda. Seguidamente, observó con orgullo la cosecha y continuó en la otra área, en el que se encontraban los vegetales.
Para su suerte, el día no era tan caluroso como se esperaba que fuera. Dentro de poco las nubes ocuparían el lugar en el cielo, y la lluvia regaría sus plantas sedientas.
Caminando con la canasta de vegetales en su hombro derecho, vestido con su sombrero y ropa de trabajo, el hombre de la casa, estaba contento e intranquilo a la vez. Su hija, Akko, no le había comunicado nada negativo de la relación de su hija Amanda, pero la manera en cómo lo dijo sin detalles, le causaba inquietud.
No estaba seguro de confiar en su intuición y se encontraba un poco cansado mentalmente de esa situación. «Amanda me dirá si algo está mal», se dijo recordando lo fuerte y rebelde que era su hija. Por supuesto, el cambio inesperado de su actitud y comportamiento también lo golpeó a él, pero, sabía que su hija no se quedaría con los brazos cruzados.
Ella, seguía siendo una rebelde. Y se sentía todavía mal por haberla metido en una situación tan compleja como lo era un matrimonio con un hijo que le incomodó un poco cuando lo vio por primera vez. El niño se parecía al hombre con el que la comprometió, pero sus ojos eran de color verdes, como el de su madre.
Un hijo y el compromiso de ser una buena madre y esposa, era una responsabilidad cansada, sin embargo, confiaba que el marido compartiera de su tiempo.
Johan deseaba que su primera hija fuera feliz y no viviera bajo tanto estrés; aunque, debía admitir que, con su anterior esposa, el estrés era lo de menos.
Kioko era una mujer excepcional y capaz, haciéndose cargo de los deberes naturales del hogar mientras él se dedicaba por completo al trabajo.
Johan, se sentía alegre y orgulloso de llevar siempre comida a la mesa; Johan, se sentía afortunado y bendecido de tener a su esposa e hijas con una buena salud.
Las cosas materiales nunca llegaron a hacer falta, pero los desacuerdos estaban allí frecuentemente.
Claro, su matrimonio no era perfecto. Kioko era una mujer audaz y con un orgullo inquebrantable. Si algo le interesaba, se propondría a conseguirlo a toda costa; si algo no salía como lo esperaba, intentaría una y otra y otra y otra vez, hasta hacerlo salir bien.
Muchas veces discutieron, y más, acerca de las remodelaciones de su futura casa. Mientras Johan quería una casa amplía y cómoda con tonalidades suaves. Kioko quería los colores más llamativos y chirriantes posibles.
Sin embargo, aunque su comportamiento a veces era bastante agitador, él no la hubiera dejado por nada.
Ella, lo había bendecido con tres hijas. Tres hermosas hijas que rondaban la edad de los veinte años. Amanda, era la mayor y se había convertido en una mujer deslumbrante. Lotte, la del medio, era una intelectual con un problema de aislamiento social, nada grave. Ella, igualmente, era una mujer preciosa que irradiaba, cada vez más, madurez.
Bertha parecía estar haciendo un buen trabajo educándola.
Decir que pensar en el futuro de sus dos primeras hijas lo hacía sentir nostálgico, era poco. Ellas continuarían y comenzarían a construir sus vidas. Armarían una familia y él estaría ahí para aconsejarlas, apoyarlas y seguir amándolas.
Y, por último, Atsuko, o Akko, como le gustaba que la llamaran. Ella, era la imagen idéntica de la persona que llegó a amar con todo su corazón. Su sonrisa, su carisma y su personalidad, se asemejaban bastante, sin embargo, partes de su comportamiento y mentalidad, era totalmente diferentes.
Mientras que Amanda tomó casi todo de él y Lotte de su madre fallecida, Akko complementó lo que nunca pensó que le haría falta.
Su esposa estaba feliz de concebir a dos niñas, esperar la petición de un tercer hijo con el anhelo de que tomara su belleza, no lo había esperado por el nacimiento de la más reciente.
Las actitudes de ese tercer embarazo lo desconcertaron mucho, Kioko era un poco más distante y la mayoría del tiempo se la pasaba distraída mirando por la ventana o las lejanías de su hogar. A veces sonreía de manera inesperada y otras se entristecía haciéndole preguntas que no podía responder con exactitud.
«¿Qué decisiones crees que tome cuando crezca?» «Lo averiguaremos cuando lo haga», decía recibiendo una sonrisa insatisfecha.
Por suerte, el amor nunca había hecho falta en su relación, Johan se aseguraba de darle la mayor atención posible junto con obsequios y detalles frecuentes. Sus dos hijas no quedaban afuera y se alegraba tanto de recibirlas después de un largo día de trabajo.
Habían sido momentos felices. Momentos llenos de alegría y felicidad.
Johan los recordaba con una gran sonrisa en sus labios.
—¿Johan?
«¿Mm?» Él levantó la cabeza, topándose con una mujer de cabello y ojos azules, mirándola con una felicidad sutil en su rostro.
—Discúlpame, ¿te interrumpo?
Johan no entró mucho en cuenta de sus palabras, hasta que se dio cuenta de que se había detenido inconscientemente de pelar las verduras que utilizaría para la cena. Saliendo de ese pequeño trance, parpadeó un par de veces.
—N-no, no, lo siento. M-me perdí un momento, ja, ja... —«Maldita sea»—. ¿No e-estabas trabajando h-hoy? ¿Pasó algo? —preguntó causando una sonrisa más amplía en la mujer.
—Terminé con los pequeños encargos. ¿Necesitas ayuda?
—Solo si nos acompañadas esta noche —dijo, sin pensarlo mucho, causando que se cortara uno de sus dedos.
«¡Maldición!» Estaba actuando demasiado descuidado e inseguro.
Desde hace un tiempo, Angélica, madre de la mejor amiga de la hija que tanto quería, causaba que su comportamiento sereno y ético tuviera en gran parte un desequilibrio.
Ella, era una mujer madura que había conservado su belleza a pesar de los años.
Angélica, al ver este detalle, no dudó en hacerse cargo quitándole con cuidado el cuchillo junto con la verdura.
—Nada me gustaría más.
Johan asintió avergonzado y buscó en los cajones de arriba lo necesario para su pequeña herida.
—¿Cómo está Mary? —preguntó iniciando un tema de conversación cómodo para los dos.
—Bien, salió de casa con Akko.
—¿Ella no te ha causado algún problema?
Angélica se rio.
—Tu hija nunca me causaría un problema, Johan.
—No la conoces, yo sí.
—¿Oh...? Entonces, ¿qué tipos de problemas crees que pueda causarme?
—La vez que desapareció por buscarme.
—Oh, Dios, no me lo recuerdes.
—¡Ja, ja, ja!
Akko tenía la costumbre de desaparecer en los momentos menos inoportunos.
Angélica se unió a la ola de felicidad y le compartió unas verduras. Juntos empezaron a preparar la comida.
—Nunca antes te había preguntado... —habló, con cierto temor en su voz—, y si llegó a incomodarte, por favor, dímelo.
Johan arqueó una ceja.
—¿Cómo era su madre?
«¿Su madre?», se repitió sorprendido. «¿Kioko...?»
—Estabas pensando en ella hace un momento, ¿no es así?
Johan le sonrió con confianza y empezó a cortar en partes el pollo.
—Sí, lo hacía. —Con cuidado, lo lavó y tiró a la olla hirviendo—. Si conoces a Akko, la conocerás también a ella, aunque piensan de manera distinta, su energética naturaleza se asemeja bastante. Ella es la más destacable entre sus hermanas.
Angélica asintió atenta a las verduras que salteaba.
—Kioko fue la única mujer que tuve en mi vida.
«¿Qué?»
—Eso es...
Angélica estaba sorprendida. «Entonces...» Los rumores de que, el señor Johan, dueño de uno de los mejores huertos elaborados, había estado viudo por más de veinte años dedicándose por completo a sus hijas, era cierto; ella no había preguntado por miedo a causar una incomodidad entre los dos.
Sin duda, a Angélica le gustaba.
En esos años que se había estado conociendo, compartiendo uno que otros momentos de acercamiento que llevaron a conversaciones un poco más personales que los ayudó a aprender mucho más del otro, llamó su atención.
Era un hombre admirable, con una voluntad que parecía inquebrantable. Su fortaleza y determinación en el trabajo, eran sin duda uno de los atributos más resaltantes, aparte de su buen físico cuidado.
Le era imposible pensar que ninguna mujer, antes o después de su llegada, hubiera posado sus ojos en él.
Tal vez porque creían en los otros rumores que circulaban a su alrededor.
—Yo... No sé qué decir.
Ciertamente, ella no era la excepción. Después de huir de su primer matrimonio fallido, en el que tuvo una hermosa hija que amaba y quería con todo su corazón, y haber sido echada del anterior pueblo por un intento de amor imposible, perdió el interés completo de comenzar algo desde cero; de establecer una nueva y mejor relación que fuera estable.
Hasta que, lo conoció. Y otra vez, las esperanzas volvieron a florecer.
—Está bien.
Angélica sabía que la madre de las tres niñas había fallecido en su último parto; Johan le había contado la historia en un día que lo encontró deprimido a causa de la partida de su segunda hija, después de encontrar a la última.
—¿Con qué vas acompañarlo? —preguntó con normalidad terminando con las verduras.
Había varios ingredientes útiles que aportaban un excelente acompañamiento, sin embargo, aunque las recetas que tenía en mentes eran buenas, Johan era el encargado de elegir la cena esta noche y no quería ir en contra de sus planes.
Aun pese a que, sus platillos fueran un poco simples.
—Angélica.
Ella lo miró.
—¿Estás bien? Puedo sentir como la felicidad se ha reducido. ¿Algunos de tus pretendientes te hizo daño y lo acabas de recordar?
«¿Qué?» Eso era absurdo. Sí, algunos hombres le habían cortejado, pero... «¡No!» Él estaba actuando como un tonto. ¡Además, ¿a qué venía el tema?!
—¡Ah, oye! Estoy un poco viejo para recibir golpes.
Angélica suspiró.
—¿Y si eso fuera así?
—Entonces los golpearía.
—¿No estabas viejo? —dijo con una ceja levantada y una sonrisa burlona, disipando la leve molestia.
—Aún puedo trabajar.
—Que vaga excusa. —Ella rio dulcemente, negando con la cabeza—. Entonces, ¿vamos a terminar con...? ¿Johan?
—¿Sí?
Angélica arrugó el ceño; la mirada de Johan no se había apartado de ella.
—¿Estás bien?
Johan sonrió, no dejando aún de verla.
—Sí.
Confundida, levantó una ceja, pero, al notar el significado de la atención y mirada llena de cariño y sinceridad que le era dedicada, se sorprendió con sutileza.
Con lentitud y delicadeza, unos fuertes brazos, la rodearon cálidamente.
—Puedo protegerte.
—Puedo cuidarme por mi cuenta.
Johan se rio.
—Suenas como mi hija. Parece que nadie quiere ser protegido por este viejo.
Esta vez, fue el turno de Angélica reír.
—¡Ja, ja, ja!
Johan la atrajo un poco más y Angélica correspondió, sin duda, tomándose un momento en silencio para disfrutar cómodamente de esa cercanía compartida.
—Esto... se siente bien —susurró.
—Lo mismo digo.
Agarrando un poco de distancia y sintiendo como algunos mechones de su cabello eran tomados con delicadeza, Angélica posó una de sus manos en su mejilla, acariciándolo y admirándolo por unos cortos segundos.
Johan parecía tranquilo, conmovido y agradecido.
—Quiero ser algo nuevo para ti —le dijo con suavidad—. No planeo reemplazarla. Si estás bien con eso...
Él la miró pensativo, mientras brazos acogían de su cintura. Y, en el momento de abrir sus labios, un fuerte gritó lo interrumpió.
—¡Caballeros!
«¿Qué?» Angélica volteó, igualmente desconcertada.
—¡Los caballeros están atacando!
«Akko...» «Mary...»
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Cap. 64 (Unos segundos más)
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