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☪ 55 ☪

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"¿Cuán fuerte puedes ser?"

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Narradora Pov

Su respiración era agitada y sus palpitaciones cálidas. Una sonrisa se dibujó en sus labios al sentir el agradable placer que le era entregado a su cuerpo; suspiros y leves gemidos eran imposiblemente contenidos.

Sus dedos se movían con una delicadeza que le provocaba más satisfacción a su intimidad completamente húmeda; le gustaba demasiado. ¿Y cómo no hacerlo? El anhelo de su cuerpo y corazón estaban siendo complacidos y tomados de una forma tan... angelical.

Los labios ajenos besaron con pasión contra su piel mientras la intensidad de su cuerpo aumentaba. Las reacciones a las acciones no tardaron en dar sus frutos, haciéndola llegar a ese punto tan ansiado que la hizo cerrar y tensar sutilmente sus piernas.

Se tomó unos pocos minutos para recuperarse a la vez que era vista por unos hermosos y resplandecientes ojos azules. Con cuidado una mano se posicionó en su ruborizada mejilla, y con lentitud fue cerrando sus parpados al ver el rostro que tanto le encantaba, acortar la distancia.

«Diana...»

—¿Akko? ¿Akko?

«Esa voz...» Era lejana y no le gustaba para nada. Su ceño en confusión se frunció y un malestar se creó en su pecho, pero, al ver que la presencia de la persona arriba de su cuerpo empezó a distanciarse, su entrecejo se arrugó con más fuerza y su consciencia despertó cuando sus oídos captaron enseguida el abrir de una puerta, sentándose de golpe en la cama.

—¡No! —exclamó deteniendo las intenciones de su padre.

El color rojo adornaba por completo su rostro y la humedad en su entrepierna solo le aseguraba lo que había pasado. Johan se detuvo sintiéndose nervioso.

—E-el desayuno está listo, ¿bajarás?

—I-iré en un momento.

Su padre asintió y la dejó sola. Al escuchar sus pasos en la planta inferior, Akko, soltó un pesado suspiró, para luego dejar caer su espalda en la comodidad de su lecho y envolverse con sus sabanas sintiendo una enorme vergüenza. «¡¡¡¿Por qué?!!!» Sus ojos se cerraron y su ceño volvió a fruncirse.

Evitó mover las piernas e intentó no recordar lo que había soñado; no era la primera vez que imaginaba en sus sueños, de manera inconsciente, que la guardiana llegaba a hacer lo que tanto deseaba, sin embargo, jamás había tenido uno de esa forma.

¡Nunca pensó que algo así le sucedería!

Intentó buscar un motivo y su mente se la entregó en el pasar de pocos segundos provocando que sus parpados se abrieran con sorpresa. «Ese momento...» Ahora lo entendía. Ese calor que fue causado cuando los brazos ajenos la apegaron por completo a su cuerpo, era casi idéntica.

«¿Acaso...?» ¿Acaso Diana intentaba insinuarse a ella? Otra vez tomó asiento de golpe. «¡No!», negó. «La guardiana nunca lo haría...», pensó sintiendo un poco de tristeza ante esa declaración; aunque era verdad, no quería imaginar que no fuera posible que jamás llegara a hacerlo. Aun así, debía admitir que la sensación dentro del sueño se había sentido real; como sus manos la tocaron; como sus labios besaron con entusiasmo su cuello.

Inhaló y exhaló, sintiendo un gran cosquilleo en su vientre. «¿Será así?», se preguntó perdiéndose en algún punto de la habitación. «¿Así se sienten tus labios?». Era probable que no. Y sus esperanzas de hacer realidad ese deseo de su corazón, eran demasiado pocas; la guardiana no había demostrado nada más que un simple afecto común.

No la había ido a ver desde que Johan se recuperó, sin embargo, continuaba invadiendo sus pensamientos días y noches; sus bellos ojos y su mirada inexpresiva eran difíciles de olvidar. Y más por esos sentimientos que todavía conservaba.

«Te amo...», pensó y tomó el dije de zorro que colgaba en su cuello, para después dejarse caer y cerrar sus parpados con una expresión anhelante en su rostro y una calidez acogedora en su pecho. «Te amo, Diana».

—¡Akko, baja a comer!

—¡Voy! —gritó y se quejó.

Había arruinado su momento.

***

El lugar. El ambiente, se sentía excesivamente incomodo. No sabía que hacer o decir al respecto mientras que su padre y la señora Angelica preparaban todo para lo de esa noche. Los invitados llegarían dentro de unas horas y ayudaría a tender la mesa una vez terminado lo importante, pero, entretanto debía esperar en uno de los sofás del salón con un libro en su mano para no pensar en la persona que estaba sentada frente a sus ojos con la mirada perdida.

Un día después de su atrevido sueño, Amanda, llegó al atardecer acompañada de una mujer de estatura baja con ojos marrones y cabello blanco que cargaba en sus manos un inofensivo y vulnerable bebé que, extrañamente, le causó un nudo en la garganta.

«¿Qué es esto?», se preguntó llevando su mano al cuello. ¿Por qué le causaba esa sensación?

Las esferas verdes de su hermana se posaron primera en ella, causándole un leve sobresalto. Se veía... diferente; parecía a otra persona. Su vestido sutil y cómodo resaltaba el buen desarrollo de su cuerpo; y su cabello largo hasta sus hombros y de color negro la hacían ver más madura.

«Ojos verdes y cabello negro...», pensó tomando en cuenta los rasgos de Johan. Amanda era por poco una copia de su padre, sin embargo, las características de su madre, Kioko, resaltaban tenuemente.

Otra vez la miró de reojo bajando un poco su libro. Estaba sería y aparentaba no tener ganas de iniciar una conversación; lucía cansada.

—Falta poco —dijo Johan rompiendo la tensión silenciosa—. ¿Cómo te sientes? —le consultó a su hija mayor.

—Estoy bien, padre, gracias —respondió con simpleza.

Johan miró a Akko y le hizo un leve movimiento de cabeza en señal de que intentara hablarle. La castaña movió sus ojos diciéndole en pocos términos que no podía hacerlo; deseaba más era decirle en palabras y explicarle la neutralidad que Amanda tenía plasmado en todo su rostro.

No era momento de iniciar una conversación y no lo haría.

—He traído lo que pidieron —dijo alguien ingresando por la puerta principal.

—Puedes dejarlo en la mesa, gracias, Lotte. —La rubia asintió y tomó asiento a un lado de su hermana recién llegada.

El día se sentía refrescante y la noche estaría a una temperatura perfecta para una celebración de ese tipo. Lotte agarró uno de los libros en la mesita del costado y lo empezó a leer recostando su espalda en el cómodo sofá.

Las tres hijas de Johan, estaban otra vez reunidas, pero ninguna se dirigía la palabra. A Angelica no le costó notarlo y le dedicó una mirada de cariño cuando el señor volvió un poco desanimado cargando la bolsa de cuero dejado anteriormente en el comedor.

—Todo estará bien —le susurró agarrando con delicadeza su brazo.

—No sé qué debería hacer. —Suspiró llevando una mano a su cabeza—. Se siente... diferente; como si todos fuéramos desconocidos —dijo en el mismo tono, para luego volver a suspirar—. Al menos Bertha está encargándose de conseguir los asientos.

—Todos están poniendo de su parte. —Ella sonrió—. Les tomará tiempo —le aseguró, para luego observar a las tres chicas—. Se paciente.

Johan asintió y le devolvió el gesto.

—Gracias, Angelica.

***

Las personas sonreían, conversaban y reían. El patio posterior del hogar gozaba plenamente de alegría y comodidad. Las personas invitadas felicitaron a la anfitriona y los niños pequeños juguetearon con cuidado de no causar algún desastre.

Una larga y espaciosa mesa repleta de distintos alimentos, se encontraba centrada con asientos dispersados por el lugar; las personas eran libres de llevar la silla en cualquier sitio que desearan. Arriba de todos, con ayuda de unas sogas transparentes colocadas de manera verticales y horizontales, había guirnaldas con formas de estrellas que entregaban una sutil y visible luz amarillenta.

Desde la distancia, Akko, los observaba con una suave sonrisa en sus labios. La vista era relajante y acogedora, entregándole un sentimiento cálido en su corazón.

La Sra. Finnelan regañaba a los traviesos niños que jugaban corriendo uno detrás de otro; la Sra. Piscis intentaba calmarla; la que era apodada como: "La loca de los inventos", hablaba con otras personas de la maravilla que había creado; el señor Garret, bromeaba con su padre; la señora Angelica ayudaba a repartir algunos aperitivos con ayuda de su hija; el único especializado en la medicina que existía en el pueblo, se hallaba disfrutando de una bebida alcohólica muy bien concentrada.

Frank y Andrew, hablaban entre sí; Sucy y Constanze compartían sus ideas; Barbara y Hannah, igualmente conversaban con ánimos mientras sostenían dos vasos de jugo en sus manos; Alex, la mujer que se hacía pasar como hombre, también se hallaba comunicándose con una de las amistades de Johan.

La vista era única y especial; todo lo que pasaba frente a sus ojos era con lentitud conservando cada detalle en su mente. De manera inconsciente bebió un poco de su vaso sin dejar de contemplarlos. Las sonrisas en sus rostros; la alegría reflejada en cada rasgo facial; el ambiente acogedor en el aire.

Todo... Absolutamente todo, le regalaba un sentimiento reconfortante y tranquilo. «Estoy en casa...», pensó y su corazón volvió a palpitar de esa singular calidez.

—¿Lo estás pasando bien? —preguntó alguien a su costado.

Akko giró a verla con una sonrisa y le sonrió.

—Es... relajante.

—Si que lo es... —susurró—. Las cosas han cambiado —dijo observando el pequeño panorama—, y continúan haciéndolo.

—No quiero que nada de esto cambie —declaró—. Me gusta como estamos ahora.

Chariot colocó una mano en su hombro.

—A veces los cambios son buenos —le respondió y Akko miró a Johan acercarse a Angelica. La mujer le sonrió con un sutil rubor en sus mejillas provocando que las del hombre igualmente se pusieran de ese sutil color.

—Tal vez... tengas razón. —La giró a ver y Chariot le sonrió con suavidad.

—¿Tienes planes acerca de lo que harás?

—¿Planes?

La mujer pelirroja asintió.

—Sigues creciendo. ¿Ya has hablado con ella con respecto al futuro?

«¿El futuro...?» La respuesta a esa pregunta, era negativa.

—No he... pensado en eso, todavía.

La mujer, entendió enseguida y de nuevo miró a los demás. Akko agradeció que no continuara y, seguidamente, de manera repentina, visualizó y reconoció a una persona alejándose del lugar.

—Ya regreso —avisó y desapareció con cautela de los ojos ajenos.

Cuidadosamente pasó entre los grandes y florecidos cultivos de maíz, y se detuvo al escuchar un pequeño sollozo. Su corazón palpitó asustado y preocupado, y sus nervios se hicieron presente, no obstante, no tenía intenciones de dar vuelta atrás.

Agarró aire acumulando el valor necesario para dar un paso al frente y encontrarla sentada intentando contener aquellas lágrimas debajo del único árbol en el sitio.

—¿Puedo? —consultó dudosa.

Amanda, movió la mano derecha a su costado, dándole el permiso que pedía.

Las personas continuaban divirtiéndose; la noche aún era joven y los preparativos estaban comenzando, pero, una persona en especifica no estaba pasándola del todo bien. Sus pensamientos estaban hechos un total estrago y la sirvienta que la acompañó, la había empezado a buscar.

—¿Qué ocurre? —dijo rompiendo el frio silencio entre ambas.

—Nada.

Akko hizo una ligera mueca, y poco segundos después relajó sus músculos y recostó su espalda en el tronco del árbol.

—Las manzanas no tardarán en estar listas, pero creo que hay alguna hecha, ¿quieres?

—No, gracias.

Otra vez, quedaron en un silencio incomodo. Amanda había dejado de sollozar, pero continuaba abrazando sus piernas con su cabeza mirando a otro lado. Akko le dio su tiempo y cerró sus parpados. Los minutos pasaron y la noche cada vez se hacía más fría. La castaña rogaba que no lloviera, ya que no quería que el esfuerzo de su padre y la señora Angelica, como el de los demás, fuera arruinado.

Suspiró y miró las estrellas. «Que hermosa...» En esa noche brillaban con orgullo.

—Fuiste valiente —habló tomándola por sorpresa—. ¿Dónde está...?

—¿Quién?

—El chico que te gusta o... gustaba. Esperaba verlo hoy.

—O-oh... A-ah... B-bueno... aún no le he dicho que... me gusta.

Ella la miró de reojo y se rio con sutileza.

—Que extraño, con lo lanzada que eres pensé que lo tendrías en tus manos.

Akko le sonrió y negó con la cabeza.

—Las cosas son más complicadas de lo que crees.

—Ya veo... —Su cabeza se movió observando ahora, las constelaciones en el cielo, para después cerrar sus parpados disfrutando de la suave brisa que chocaba contra su rostro—. Esta paz... la dejé de sentir después de que... —Sonrió—. Ya sabes.

Ella la miró con preocupación.

—¿Todo está bien?

Amanda abrió sus ojos y mantuvo la mirada en el cielo por unos largos segundos que se sintieron como minutos. Akko esperó con paciencia, no teniendo intenciones de desistir en el tema. La pelinegra lo notó y tragó pesado arrugando con sutileza su entrecejo; su corazón latió con prisa y dentro de su cabeza estaba teniendo una intensa batalla.

—T-tienen que irse aquí.

«¿Qué?»

—¿Por...? —«Espera un minuto»—. ¿Acaso tú... sabes algo de la invasión?

Amanda quitó la mirada y ocultó sus manos temblorosas entre las mangas de su vestido.

—¿Lo sabes?

Ella no respondió.

—Puedes contarme —dijo y, al ver que no cedería decidió entrar dar algunos detalles—. Nos estamos preparando para contrarrestar. Croix ha hecho un invento que nos ayudará y la mayoría de los hombres están dispuestos a pelear. No dejaremos que tomen estás tierras.

—No sean estúpidos... —murmuró y otra vez las lágrimas se asomaron—. N-no pueden ganar.

—Ganaremos. No conoceremos la derrota y no estaremos conforme con irnos y abandonar todo lo que he--

—¡Deja de ser idiota! —gritó y la miró con enojo—. ¡Los matará! ¡Él los matará a todos!

Akko la miró con sorpresa no esperando esa reacción, para después quedar de nuevo quedar en un silencio que no perduró mucho.

—¿Quién...?

Amanda mordió con fuerza su labio inferior y bajó la cabeza.

—No... n-no puedo decirlo —susurró casi faltándole voz.

El ceño de la castaña se frunció en confusión. Le tomó unos segundos más en tomar nuevamente acción, con cuidado se acercó, agarró su mano y las situó frente a sus ojos. La mujer vestida de una manera elegante, levantó la mirada mirándola con sorpresa y extrañes mientras que su hermana menor, le hacía entregaba de una de sus mejores sonrisas.

—No estoy enojada contigo. Todo lo que pasó en nuestra niñez, se ha quedado atrás. No estoy enojada contigo —repitió y le extendió su mano—. Y me gustaría... ayudarte. Dime cómo puedo ayudarte.

Los parpados de Amanda se abrieron de par en par, y un reflejo provocó que sus lágrimas descendieran nuevamente por sus mejillas. «Mamá...» La castaña era la viva imagen de la persona que más quiso en ese mundo.

Un recuerdo viajó a su mente causando que exhalara y llevara su mano libre a la garganta; sentía un nudo que le impedía hablar, pero lo intentó.

Trató de hacerlo.

—E... Él... —«Si llegas a contarles»—. R-recomendó... —«Te mataré a ti»—, a-atacar este pueblo... —«A tus hermanas»—. D-dos semanas... —«Y tu querido padre»—. A-atacaran en dos semanas... —acotó y se dejó caer agarrando aire. «Y no quieres eso, ¿verdad?»

Lo había dicho. Por fin, las palabras que ocultó por tanto tiempo, habían salido de sus labios. Sus pulmones tomaron aire, por primera vez, en nueve años.

Akko la observó con impresión. «Él...» ¿Por qué había hecho algo como eso? No tenía sentido; muchas preguntas se le fueron acumulando.

—Los caballeros que vinieron por órdenes del rey —dijo y Amanda la miró.

—S-son sus amigos e... hicieron de la suya para provocarte.

«¿Qué?» Las cosas seguían sin encajar.

—¿Por qué...?

—A-Akko... tienen que irse. N-no pueden quedarse. —Tragó saliva con fuerza y se recompuso débilmente—. V-vi sus armamentos. N-no tienen oportunidad.

—Debemos intentar.

Amanda exhaló, cerró sus ojos y bajó la cabeza.

—N-no estaré... Y-yo... —No acabó; no pudo hacerlo, aún le dificultaba hablar.

Akko no le quitó la mirada y desvió sus pensamientos para enforcarse en lo que era más importante en ese momento.

—¿No fuiste feliz?

Amanda se rio.

—¿F-feliz? ¿Q-qué es ser feliz? —dijo y la miró con una forzada sonrisa en sus débiles labios—. N-nunca fui feliz, Akko —soltó causando que el pecho de la apodada se apretara.

«Todos estos años...» Todos esos años, su hermana... ¿Por qué había soportado tanta desconsolación? ¿Por qué no le había avisado a su padre? Ella estaba segura de que Johan respondería de inmediato. No obstante, antes que pudiera preguntar al respecto, existía algo relevante que la hizo ligeramente sobresaltarse al recordarlo.

«El bebé...» El pequeño niño que vio una vez en ese día, y que se encontraba en una de las habitaciones descansando.

—¿El bebé...? —murmuró dudando en hacer la pregunta. Amanda la observó y frunció el ceño.

—N-no es mi hijo... —aseguró.

Akko se sorprendió.

—E-entonces... ¿D-de quién es? —Estaba nerviosa; estaba demasiada nerviosa y confundida.

Amanda se rio y limpió sus mejillas.

—E-escaparé y viviré en otro pueblo.

«Espera, ¿qué?» ¿Acaso ella...?

—Amanda... ¿Piensas abandonarlo? —El ceño de su hermana se frunció y su corazón se llenó de furia por esas palabras. Ella no sabía nada.

—¡Jamás quise tenerlo! —exclamó—. ¡Ese hombre abusó de mí! —Sus lágrimas volvieron a fluir, pero esta vez de manera descontrolada que incrementaron el temblor en sus manos—. N-no puedo... C-cada vez que lo veo... me r-recuerda a él. N-no puedo cuidarlo... N-no puedo... —finalizó y el lugar quedó en silencio.

Akko, bajó la mirada y respiró entrecortado; su cabeza no evitó en hacer una comparación con la mujer que alguna vez había visto en el bosque con tres caballeros.

Sus puños se cerraron con fuerza y su pecho ardió de ira. «Ese hombre...» Ahora lo odiaba y le causaba asco. «Tan amable que se había comportado...» Sonrió con desagrado. «Debí suponerlo...» Si hubiera podido hablar con su hermana antes... Tal vez, solo tal vez, hubiera hecho algo al respecto.

Su cabeza se levantó y sus manos se acercaron tomando las ajenas. Amanda la miró sorprendiéndose al instante de verla llorando mientras que le dedicaba una triste mirada.

—L-lo siento...

«¿Qué...?» ¿Por qué ella se estaba disculpando?

—No llores... —dijo y soltó una de sus manos para pasar con suavidad su dedo pulgar en la mejilla—. Eres más linda si sonríes, Akko. —La castaña se impresionó—. T-tú eres... mi pequeña hermana. Siempre serás, mi hermana m-menor. —Ella le sonrió—. Y n-no dejaría que te hicieran daño.

«...» Estaba conmovida y esas palabras provocaron que su sollozar aumentara; aquellas palabras era las que había deseado escuchar cuando era una niña, pero, la felicidad era poca.

La mayoría de las personas trataban de protegerla, y ella no había podido hacerlo; no sentía que lo hubiera hecho. «¿P-por qué...?» La miró con tristeza. Amanda le rio sutilmente pasando unos de sus mechones castaño detrás de su oreja.

—L-lamento haberme tardado tanto —dijo y Akko no pudo evitar dibujar una sonrisa. Sus frentes se juntaron y sus parpados se cerraron—. N-no seas estúpida —soltó con diversión provocándole una risa.

—N-no lo seré —le aseguró y tomó distancia para tomar aire y calmarse. Amanda hizo lo mismo y, cuando estuvieron más tranquilas se sonrieron mutuamente, sin embargo, la sonrisa de Akko no duró mucho.

Exhaló con fuerza y llevó su mano al pecho.

Rápidamente, se colocó de pie y miró asustada las oscuridades de un bosque. «Esta sensación...» En el momento que sus dedos se movieron con intenciones de tocar el dije del collar, este la lastimó causándole un gran quejido al instante.

—¿Estás bien? —preguntó levantándose del suelo. Ella revisó sus dedos impresionándose de la gran y repentina herida—. Volvamos. Nuestro padre debe tener algo que...

Sus palabras se perdieron en algún lugar de su cabeza.

En lo único que podía pensar; en lo único que podía sentir. «Diana...» Sus ojos volvieron a humedecerse y su corazón volvió a llenarse de impotencia. «Diana...», repitió y su mirada decayó con miedo.

Algo... Algo realmente malo estaba pasando.

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Fin del Cap. 55 (¿Cuán fuerte puedes ser?)

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