☪ 51 ☪
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"Angustia"
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Narradora Pov
«No dejes que este mundo dañe tu bello corazón». Los ojos rubíes hicieron conexión con el color verde de los ajenos. Akko pensó en sus palabras y las meditó unos segundos. «Padre». «¿Sí, Akko?» «No te apartes de mi lado». «No tengo las intenciones de abandonarte, pero la vida es impredecible y la muerte inesperada. Tienes que estar preparada para lo que ella te enseñe a lo largo del comienzo de tu vida». Johan rio sutilmente. «Eres una persona madura y fuerte, aunque debo decir que todavía te falta aprender de mucho más».
Akko exhaló con la mirada perdida en algún punto del suelo; pensaba demasiado mientras que era vista con lastima por dos personas en particular. Con debilidad miró las prendas empapadas y las acarició con sus dedos pulgares.
¿Cuántos días habían pasado desde aquella noticia? No recordaba exactamente las horas o los minutos en que su mente descansó; por las noches era casi imposible, y en el día se limitaba a solamente hacer los mismos deberes una y otra vez.
Estaba cansada y sus parpados hinchados de llorar en silencio por las noches, lo demostraban. No podía aceptarlo y le lastimaba el corazón de tan solo recordarlo. «Dijiste que no te irías de mi lado», se dijo y su ceño se frunció con fuerza soportando de nuevo las ganas de desahogarse. «Mentiroso...», pensó recordando el momento exacto cuando él había dicho que se encontraba bien. «Eres un mentiroso».
Suspiró y continuó su labor. Una vez terminó no encontró nadie en el hogar sintiéndose un poco aliviada. La casa de la señora Angelica era cómoda y bonita, entregando un aura de tranquilidad que no disfrutaba para nada; solo la ahogaba cada vez más. Ella tenía que ir a verlo; de cualquiera manera necesitaba verlo, pero, ¿Cómo? Las personas del pueblo tenían la mirada puesta sobre ella y no quería crear más alboroto.
Agarró una canasta cercana, se alistó y ajustó el cinturón de su bolso, dispuesta a salir por tercera vez.
Caminando por el pueblo se topó con dichas miradas previas y escuchó el murmurar de cada una de ellas. «¿Es ella?» «Sí». «Es una lástima». «¿Está soltera?» «No creo que tenga futuro, no pierdas el tiempo». «Vamos, es tu momento, solo háblale». «Necesita de un hombre o morirá pronto». «Pobre jovencita, si no consigue a alguien... No quiero ni pensarlo». «Que desperdicio de mujer». «Era una mantenida». «Ese negocio no le funcionará de nada. Si el hombre muere la mujer no le queda nada más que vender su cuerpo».
Su ceño se frunció con molestia, y con ese sentimiento en su pecho, ingresó al negocio familiar cerrando con fuerza la puerta. «Estúpidos...», pensó apretando con fuerza sus puños. «Son unos estúpidos...», repitió dejando que las lágrimas salieran de sus ojos llenando otra vez su corazón de impotencia.
Dobló sus rodillas y escondió su rostro, desahogando una vez más el agonizante dolor en su pecho.
«Hemos llegado muy lejos, ¿no lo crees?» Akko asintió. «Gracias por no pensar como los demás». Johan le sonrió. «El amor a veces es tardío». «¿Crees que cuando me enamore me correspondan?» «Seguro. ¿Quién no correspondería a mi bella hija?» Sus parpados se cerraron y volvieron abrirse. «Traje un libro conmigo, se trata acerca de una chica hada que puede ver tus más profundos deseos. ¿Me lo lees?» «Después de la cena». «¡Sí! ¡Gracias, papá!»
Suavemente el aire de sus pulmones se escapó por sus labios mientras que, sus ojos rubíes humedecidos se posaban con lentitud en los tablones de madera del suelo. «Papá...»
Una manta estaba colocada en el suelo justamente en el jardín posterior del hogar. La noche era preciosa como todos los días y las constelaciones decoraban el cielo en su esplendor. Un leve suspirar se escapó de los labios de un señor y una sonrisa apareció en ellos al ver a la pequeña niña de cabello castaño disfrutando de su compañía.
Sus parpados volvieron a abrirse; era otro día. Sin energías se preparó y contestó el saludo de buenos días de su amiga. Con normalidad y pesades bajó los escalones topándose a la señora Angelica en la cocina. La mujer animadamente la recibió con una sonrisa, pero esta se borró al notar la expresión cansada y decaída de la joven.
—¿Quieres desayunar?
Akko negó.
—Vendré tarde —avisó y sin más abandonó el hogar. Minutos después una joven de cabello azul observó a su madre desde las escaleras. Esta solo le suspiró con una mirada de tristeza.
Las personas que pasaban a su costado la observaron con curiosidad como de costumbre; unos cargando grandes litros de leche; otras bolsas pesadas de frutos y pescados recién capturados; y las demás sostenían canastas de diferentes panes en sus cabezas o antebrazos. En ese día todos estaban laborando.
La puerta del negocio fue abierta y las canastas de vegetales y frutos fueron acomodadas en cada uno de los costados correspondientes. Una vez culminadas las primeras tareas, miró los cestos en las diferentes estanterías casi vacías. Era cierto que los clientes habían disminuido y que los alimentos se dañaban con más rapidez al no ser comprados, sin embargo, todavía ocurrían ventas favorables que la ayudaban a mantener lo que él había construido para ella.
Contempló las monedas en su bolsillo y buscó las otras para contarlas. «Necesito traer más...», se dijo estando insegura de ir a ese sitio. No quería hacerlo; cada musculo de su cuerpo se negaba a pisar esas tierras. Sostuvo su palma cuando esta empezó a temblar y cerró sus ojos en un intento de calmar sus emociones.
«Te subestimas demasiado, Atsuko». Leves palpitaciones la impresionaron. Inhaló y exhaló varias veces; cerró y abrió sus parpados repetitivamente. Agarró valor y tomó la canasta.
Un paso en las tierras que conocía a la perfección la hizo temblar. Otra vez suspiró y enseguida caminó primero hacia los frutos; con rapidez empezó a separarlos de sus ramas. La brisa se movía a un suave compás mientras que las hojas débiles caían, dando como aviso la próxima lluvia.
Sus ojos volvieron a humedecerse y su cuerpo se detuvo en el pasar de los segundos. «No puedo...» Lágrimas nuevamente se deslizaron por sus mejillas. «No puedo hacerlo...» Su labio inferior fue tomado por sus dientes y su cabeza y hombros cayeron.
«Puedo cuidarme». «No deseo que alguien te cause un daño. Eres hermosa, hija mía. Y como tu padre, es mi deber protegerte». «Lo sé... pero en serio... necesito irme». «Akko». «Necesito verlo». «No quiero correr el riesgo. Él lo entenderá». «¡¿Y tú qué sabes?!» Ese devastador grito la hizo estrujar con fuerza sus brazos, abrazándose a sí misma.
«Lo siento». «Lo siento...» Su cabeza se levantó y volteó para ver con arrepentimiento, tristeza y dolor, una casa de madera donde yacía un hombre de unos cuarenta años falleciendo solo por culpa de una enfermedad.
«¿Me vas a decir en qué piensas?» «¡Lo siento, no puedo! Te prometo que es algo... ¡Increíble! Te quiero, papá. ¡Adiós!» Johan suspiró y después se rio. «¡Ja, ja, ja!»
Sus piernas deliraron y sin algún cuidado cayó de rodillas ensuciando su vestido. Segundos pasaron sintiéndose como minutos y su mirada esta vez se posó en las palmas de sus manos. «¿Qué crees que diría mamá si me viera?» «Bueno... puedo asegurarte que estaría feliz de verte. Ella siempre estaría feliz de verte. Eres su hija; la que más se parece a ella», dijo colocando una de sus manos en la rodilla de Akko. «Si estuviera con vida, es posible que, a la edad que tienes, aún te cantaría canciones para dormir».
«No me interesa la edad que tengas, te cantaré canciones cuando no puedas dormir». «¡Eso es embarazoso!». «¡Ja, ja, ja!» Kioko rio teniéndola en sus brazos.
Una tenue y débil sonrisa se dibujó en sus labios ante tal hermoso recuerdo, pero que de inmediato se borró en el momento que sus ojos se posaron en la canasta con frutos de manzanas esparcidos en el suelo. Su cabeza se levantó al sentir pequeñas gotas.
Ella iba a perderlos a los dos.
«Papá...» «¿Papá?» «P-puedes salir. Puedes ir a verlo si quieres, pero... por favor regresa. Por favor». Su sollozar; era la primera vez que lo había visto llorar. «No puedo perderte. N-no puedo...» Sus piernas se movieron hasta llegar a la ventanilla superior de una especifica habitación. Tardó solo unos segundos.
—¡Papá! —gritó esperando que la escuchara—. ¡Papá! —Otro grito. Las goteras aumentaron mojándola cada vez más.
«¿Quién es el chico?» «¿Por qué ahora el interés?» Su cabeza se agachó y su corazón volvió a latir de impotencia. «He tenido el interés antes, sólo no quería presionarte a que me lo presentarás, pero... has estado enojada en estos días». Las nacientes lágrimas en sus ojos se acumularon confundiéndose con la lluvia, y con un leve temblor llevó su mano al dije del zorro blanco que colgaba en su cuello. «Ese chico...»
«Los humanos están destinados a morir tarde o temprano; nadie de esa raza vive para siempre». «La vida de los humanos no son mi responsabilidad. Cada uno es responsable de sus acciones». Su labio tembló, su cabeza se volvió a agachar, y con fuerza su mano apretó el obsequio. «Los humanos se entristecen por una muerte común que es probable que les suceda después». «La vida de los humanos con los que convives día tras día, no son de mi interés».
«A ella no le importa», se dijo y sonrió con esfuerzo. «S-sé que no te importa». Hizo una pausa y miró otra vez la ventanilla. «Pero... necesito intentarlo», pensó y dio un paso atrás. «N-necesito tu ayuda...» Otro paso y su cuerpo reaccionó llenándola de esa energía que días atrás había perdido; el barro se levantó en cada pisar escuchando el claro chapotear.
Se detuvo al ver a la lejanía el bosque; el camino donde siempre pasaba para llegar a ese lugar mágico donde solo ella podía entrar. Respiró agitadamente recuperando el aire y, a punto de dar otro paso fue detenida por una reconocida voz.
—¡Akko!
Volteó sorprendida observando al chico acercarse con un traje poco impermeable. «¿Andrew...?»
—Akko... te he estado buscando —dijo nervioso contemplándola de arriba a abajo—. Ten, estás empapada —ofreció empezando a quitarse la chaqueta, sin embargo, fue interrumpido.
—¿Qué haces aquí?
Se sorprendió e intimidó; con cuidado le colocó la chaqueta en sus hombros y escondió sus manos en los bolsillos del pantalón.
—¿Quieres hablar en otro lado? La tormenta se está poniendo peor.
Con el ceño fruncido lo miró. «Las heridas sanan con el tiempo. Debes ser paciente y confiar en que él volverá a ti». Y sus puños se cerraron con fuerza. «No tengo tiempo para esto».
—¿Eso es un sí? —La joven no respondió—. Me he enterado lo de tu padre hace poco. Acabo de llegar y... sé que no quieres hablar de eso, pero me gustaría que pudiéramos--
—Piérdete, Andrew.
—¿Disculpa?
—¡Piérdete! —gritó, se quitó el abrigo y se dio la vuelta.
—¡Akko, espera! —exclamó, pero era demasiado tarde.
Otra vez, la chica de ojos rubies y cabello castaño, se había adentrado y perdido en aquel bosque.
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Fin del Cap. 51 (Angustia)
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