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☪ 43 ☪

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"La guardiana"

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Narradora Pov

En un bosque donde todos tus deseos llegarían a hacerse realidad, habitaba un ser cuya edad superaba los cuatrocientos años. Muy pocos la habían visto cuando una vez ese lugar fue abierto para ayudar a una raza que tenía un corto plazo de vida. La que logró verla años atrás decía que era alguien hecha por los mismo Dioses, y otros no paraban de murmurar deseando comprobar lo dicho.

El bosque era maravilloso a simple vista. Todas las preocupaciones de las personas eran abandonadas en ese sitio que tenía como motivo crear vida nueva y prospera que ayudara a los demás. E incluyendo proteger lo que creaba vida y mundos en otros lugares. El Árbol era la fuente de todo poder que guardaba el sitio; la magia del ser también provenía de él.

Los humanos gozaban y sonreían de felicidad mientras bebían de un jugo con leve alcohol que provenían de las frutas de algunos árboles. Estos eran exprimidos y vaciados en vasos de maderas creado por sus propias manos.

Diana los miraba desde la lejanía, y dentro de su interior se sintió feliz de crear aquellas sonrisas. Todo se sentía tranquilo y relajante. En ese momento, sentada en la punta de un acantilado sin final, sus parpados se cerraron disfrutando del aire fresco que movió sus mechones platinados.

Su cuerpo poco a poco empezaba a descansar cómodamente en el césped, sin embargo, sus ojos se abrieron de repente cuando una persona apareció entre sus pensamientos. «Que extraño...», pensó. Lentamente tomó de nuevo asiento y colocó sus palmas a los costados. Sus parpados otra vez se cerraron, pero en esta ocasión utilizó uno de sus más grandes hechizos para ponerle fin a su angustia.

«No está», se aseguró y, seguidamente miró el cielo con el ceño fruncido y cambió su apariencia en un parpadeo. Cuatro largas y esponjosas colas y dos orejas, salieron en un tintineo de campana. Y, otra vez, sus ojos se cerraron en busca de algún rastro que la hiciera inquietarse, sin embargo, no encontró nada.

El bosque tenía muchos enemigos; algunos débiles y otros con mayor poder. Su objetivo, era obtener la magia proveniente del lugar para cumplir con sus deseos más profundos y egoístas.

Diana estaba consciente de ellos, y una vez cada cien años se aseguraba de que se encontraran en sus mundos. No obstante, existía alguien que la hacía ponerse nerviosa cuando se cruzaba por su mente la simple imaginación de verla en persona. Si ella lograba poner un pie en el bosque, sería el final de muchos universos y, seguramente del mismo Árbol.

La magia del bosque era poderosa y coexistía para mantener el equilibrio. Por esa y otras razones, igualmente de relevantes, no dejaría que ninguno de ellos cumpliera con su cometido. Si tenía que atenderse a las consecuencias, lo haría sin dudar.

Sus ojos se abrieron lentamente y su ceño permaneció fruncido por cuestión de unos minutos mientras su mirada estaba en el cielo de color celeste. «No está», se dijo una vez más y se dispuso a ponerse de pie para empezar lo pendiente en ese día.

Una nueva criatura mágica nacería y daría sus frutos en un nuevo habitad que fue preparado con anticipación por la guardiana. Cada cincuenta años venía a su mundo un animal que protegería el bosque en su lugar cuando no se encontrara.

El Árbol no podía morir. Diana no permitiría que eso sucediera. Ella estaba consciente de que la destrucción sería masiva, puesto que, la que era considerada la segunda más fuerte de todos los universos tendría bajo su mano el poder absoluto. Y no dudaría en romper las cadenas que una vez se le impusieron como castigo por un hecho sucedido hace muchos años atrás.

Esa persona era la única capaz de hacerle frente a un ser que vivía... en un bosque mágico.

Encontrándose en un habitad donde los árboles superaban la altura de las más grandes bestias conocidas en esa zona, miraba con atención un fruto de una planta que contenía recuerdos pasados de cada persona que existía en el universo. Ésta reflejaba la imagen de una señora de cabello castaño que cargaba a una niña de pelo rubio con pecas.

Diana deslizó su yema tocándola con sutileza. «Kioko...», murmuró en su cabeza. El recuerdo que veía ligeramente era del hombre que había aportado una parte de él para traer a esa pequeña humana al mundo donde habitaba. Actualmente la única persona que podía entrar al bosque, se encontraba feliz de tenerlo como su padre.

«Es una lástima», pensó y se dio la vuelta retirándose de aquel sitio. Al encontrarse cerca de su hogar dispuesta a descansar en esa noche con un sentimiento de leve angustia en su pecho, miró a la lejanía la pared invisible que protegía el bosque. «Aparecerá», se dijo con seguridad e ingresó a sus aposentos.

El bosque le había dado otra orden en especifica que cumpliría sin dudar, sin embargo, para realizarla necesitaba que la castaña se encontrara; no obstante, la niña no había aparecido duranta un tiempo corto.

Acomodándose en su lecho, arropó su cuerpo con sus colas y cerró sus parpados. Ella se hubiera dormido si no fuera por el llamado inesperado de la humana. «Iré a verte y tú, me protegerás». Diana la escuchó perfectamente. Sus palabras y venida repentina al bosque hicieron que sus parpados se abrieran una vez más en ese día.

Suspiró suavemente y permaneció mirando el techo de madera con la mente en blanco. Sus orejas se movieron al percibir, en cuestión de treinta minutos, unos pasos aproximarse a su ubicación. La joven humana no había corrido ningún peligro fuera de lo natural.

—¿Diana? —llamó en busca de la mencionada.

La guardiana apareció detrás de su espalda en un parpadeo de ojo, provocando que soltara un agudo grito y luego tomara distancia. Su ceño se frunció después de calmarse.

—Te dije que me protegieras.

—Buenas noches para ti también, Atsuko.

Ella se sonrojó. Tenía dos meses completos sin escuchar su hermosa voz decir su nombre y no su apodo. Negó la cabeza no queriendo dejarse llevar por aquellas provocaciones que le parecían un encanto. Cada vez más los sentimientos que perduraban y crecían en su corazón la molestaban.

—No hubo ningún peligro —acotó.

La castaña señaló la herida de mordisco en su brazo y la guardiana levantó en ceja.

—Fue un simple animal volador.

El ceño de Akko se frunció.

—Puede estar infectado.

Diana chasqueó los dedos desaparecieron la herida.

—No lo estaba.

Akko revisó el lugar de la mordida sorprendiéndose ligeramente de la magia utilizada.

—¿Y si lo estuviera? Pude haber muerto de una enfermedad.

—Eres la única que tienes acceso al bosque —le recordó—. Las aguas cristalinas te ayudarán a mejorar si es necesario —finalizó.

Silencio. La guardiana esperaba que comenzara a hablar acerca de la repentina visita nocturna que estaba recibiendo, no obstante, no se extrañó de no recibir alguna explicación al instante. A veces la humana le tomaba tiempo en procesar sus palabras.

—Tenemos que hablar —soltó y giró a verla.

—El leve sentimiento de culpa te abruma —dijo tomándola por sorpresa.

«¿Leve?» ¿Acaso había escuchado bien?

—Me siento...

Otra vez se había quedado sin palabras y una vez más la guardiana tenía razón con su sentir, sin embargo, ella había ido al bosque por algo más importante: la respuesta a su pregunta.

—¿Por qué...?

Diana arqueó ligeramente una ceja.

—¿Por qué lo hiciste?

Esta vez suspiró antes de contestar. Ella estaba consciente de lo que se refería, pero no le iba a dar la respuesta de inmediato. Divagaría un poco con intenciones de descubrir algún cambio dentro de esos dos largos meses. ¿Era probable que la humana hubiera cambiado sus intenciones con el bosque? Diana no lo dudaba.

—Escapaste de tu hogar —le recordó y camino hacia el borde del lago cercano al suyo. Akko la siguió sintiéndose ahora más angustiada por lo que hizo.

—Yo... no me creía capaz de hacerlo.

—Y aun así lo has hecho. Te subestimas demasiado, Atsuko.

«Subestimar...», se repitió en su cabeza. Aquella palabra provocó algo positivo dentro de ella. Al encontrarse cerca de las hermosas aguas, las observó con ligero asombro. El bosque no iba a dejar de encantarle y, ahora que se percataba, era la primera vez que lo veía de noche.

«Que... deslumbrante». El lugar era aún más maravilloso. Pequeñas luces parecidas a luciérnagas se movían de un lado a otro; algunos animales y plantas brillaban de tonalidades diferentes; y las aguas de los lagos igualmente relucían. Si algún otro humano contemplara la belleza que captaban sus ojos, era probable que pensara que se trataba de un sueño; uno muy hermoso.

—Te quistaste el collar —dijo captando su atención. Diana estaba de pie observando el horizonte.

Akko la admiró maravillándose de su simple belleza. Inevitablemente sus ojos brillaron y sus mejillas volvieron a tonarse de color carmesí. Había pasado bastante tiempo con aquellos sentimientos románticos que se convirtió en costumbre sus reacciones inconscientes.

La guardiana volteó a verla al no recibir alguna respuesta haciendo contacto visual. Las esferas de tonalidades rubíes la miraban de una manera que conocía; ella había visto esa mirada unas incontables veces en el pasado. La humana no podía contenerlo y lo entendía, sin embargo, no le gustaba que en ese momento intentara evadir su espacio personal.

Akko se estaba acercando y la guardiana frunció sutilmente el ceño sacándola de aquel trance. La castaña parpadeó varias veces volviendo en sí.

—Y-yo... lo hice.

—¿Por qué?

—¿Enserio me estás haciendo esa pregunta?

—El collar te mantenía a salvo.

—¿A salvo? —repitió y exhaló indignada—. ¿Estás consciente de lo que me estás diciendo? Asesinaste a un hombre.

—¿No era eso lo que querías? —consultó sin quitar la mirada de los ojos ajenos.

—¿Yo quería? —volvió a repetir en el mismo tono de indignación.

—Ese hombre cometió actos en contra de la voluntad de muchas mujeres. Además, llegó a lastimarte. Tal vez no lo recuerdes y es normal que no lo hagas. —Su mano se acercó lentamente al corazón de la castaña—. Déjame refrescarte la memoria.

—¡No! —exclamó y se alejó con brusquedad causando una leve sorpresa en la guardiana—. Yo no quería que... muriera.

—La muerte de un insignificante hombre perteneciente a tu raza, no hará la diferencia, Atsuko.

Akko la miró con impresión.

—¿Para ti no significa nada?

Diana no contestó. Era más que obvio que no tenía algún interés en el hombre que falleció bajo su mano, sin embargo, debía ponerle un poco de relevancia si quería entender el agobio de la castaña.

—¿No sentiste nada al verlo morir?

Nuevamente la guardiana no respondió. Quería hacerlo, pero sabía que su respuesta no aportaría nada bueno.

—¿Has asesinado a más de mi raza?

—Tu especie tiene fecha de extinción, Atsuko. Es inevitable para ustedes la muerte.

—¿Es todo lo que tienes que decir?

—¿Qué deseas que responda?

—¿Sientes piedad?

—Con los de tu especie no conservo un sentimiento igualitario al de piedad. Me equivoqué con ellos hace mucho tiempo atrás y no volverá a ocurrir.

Akko bajó la cabeza. «Lo sabía», se dijo y cerró sus parpados conteniendo sus lágrimas. «No tiene ese sentimiento». Y ese era un gran problema si ponía en frente su principal objetivo: abrir de nuevo las puertas del bosque.

—¿Por qué lo hiciste? No pedí tu ayuda... —murmuró.

Diana no contestó, pero dijo algo más que la extrañó.

—¿Estás bien?

«¿Estoy... bien?» Akko no entendía. ¿De pronto la guardiana se estaba preocupando por ella?

—¿A qué te refiere--

—Él te lastimó —le recordó, y con sutileza colocó una de sus frías manos en la mejilla ajena.

Akko no podía evitar sentirse complacida por su tacto y maldecía de que fuera así. Por culpa de sus sentimientos no lograba mantenerse mucho tiempo enojada. Además, la guardiana demostraba seriamente preocupación. La castaña pensó: «¿Desde cuándo le importo tanto como para matar a alguien?».

Aunque sonaba descabellado, no pudo prevenir el recuerdo de los libros de fantasía y romance que había leído anteriormente donde el protagonista asesinaba, con el poder otorgado por una bestia, a las personas que intentaran lastimar a su enamorada. Él daba la vida por ella y le parecía tan... romántico.

«No, no. ¡No pienses en eso!», se dijo haciendo una ligera expresión de molestia en su rostro. Sus mejillas sonrojadas daban a entender que igualmente se encontraba avergonzada. Y la mirada fija de Diana no ayudaba en nada.

¿Acaso la guardiana se atrevería a dar la vida por ella si llegara un momento donde corriera peligro? Era una pregunta estúpida con una obvia respuesta, pero su corazón quería creer que sí; no obstante, se llevaría una gran decepción.

—¡E-estoy bien! —exclamó con una sonrisa. Diana no había apartado su mano aún. Aprovechó para tomarla y mover levemente la cabeza contra su palma—. Estoy bien... —volvió a repetir con más tranquilidad y le dedicó una de sus encantadoras sonrisas que hizo juego con sus mejillas ruborizadas—. Gracias.

Su corazón latía cálidamente y fuertemente contra su pecho. Le había gustado demasiado el gesto y no quería separarse, pero sabía que Diana no le agradaba mucho el contacto.

Dispuesta a dar un paso atrás, fue detenida por un leve tirón que la llevó hacia el cuerpo ajeno. Sus parpados se abrieron en grande, y ahora su corazón latía sin control.

Su cuerpo estaba recibiendo lo que tanto había añorado hace muchos años: la calidez de la guardiana. La diferencia de altura no era mucha y agradecía internamente e inconscientemente que llegara a su cuello.

Lentamente y, cuidadosamente sus manos se movieron con un poco de miedo para apegarse un poco más. Su corazón estaba complacido; y sus ojos se llenaron de lágrimas por la felicidad que le ocasionaba aquel momento.

Ella la estaba abrazando; ella estaba sintiendo su calidez.

Su aroma era fresco parecido a las plantas de menta; su cabello se sentía bastante suave que añoró en muchas ocasiones amanecer con él en su rostro; y su cuerpo. «Oh Dios, su cuerpo», pensó aferrándose con más seguridad sin tener intenciones de separarse.

Diana la miraba de reojo sintiendo cada una de sus acciones. Ella no dijo alguna palabra y levantó la mirada para contemplar a las grandes bestias nocturnas pasear por esos lugares, e incluyendo a la enorme luna resplandeciente.

Su mano derecha se encontraba en la espalda y su mano izquierda en la cintura de la castaña, envolviéndola con firmeza. Apretó ligeramente el agarré al recordar la orden y noticia del Árbol.

«No tengo mucho tiempo».

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Fin del Cap. 43 (La guardiana)

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