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"La maldad del mundo humano"
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Narradora Pov
En un lugar donde la belleza era divina y única, se encontraba una persona dirigiéndose a otro de los hermosos sitios que aún se conservaban. Los pasos de la guardiana eran firmes y lentos; no tenía prisa alguna.
Había pasado diez días, aproximadamente, desde que no había visto a la castaña. La niña parecía haber desaparecido otra vez, pero no se preocupó como la otra vez; estaba segura de que volvería cuando estuviera lista. Los humanos a veces necesitaban tiempo para acomodar sus pensamientos e ideas. La última conversación que habían tenido, después de esa charla de sentimientos, había sido igual que las anteriores.
Diana recordaba lo que había hecho para mantener el corazón de Akko esperanzado y vivo. Estuvo tan cerca de ella que sabía que, con un simple hechizo fácilmente podía haber traspasado el muro y tocarla; no obstante, no se encontraba interesada en hacerlo. Ella era muy conservadora con respecto al tacto y aún no confiaba tanto en la humana como para llegar a ese punto; eso si llegaba.
Suspiró suavemente cuando llegó a su primer destino. Empezó a caminar y pasar entre las columnas hechas de piedras con formas triangulares. El pasto verde estaba repleto de flores pequeñas de color azules y moradas. Alrededor había otros tipos de árboles que eran de los pocos que quedaban y que poseían la capacidad de trasmitir sus emociones y hablar a través de sus hojas como el Gran Árbol.
Ella miró una de las columnas recordando como había ingresado y regresado del aquel mundo. La guardiana en una semana se había hecho pasar por su otra versión del universo once y había vencido al espíritu que se escapó del bosque. El Árbol le había explicado como ocurrió ese hecho y, en cierta parte, se encontraba un poco abrumada debido a eso. Las grandes bestias o fantasmas que una vez se rebelaron contra el bosque hace muchos años atrás, estaban liberándose de sus cadenas.
Ellas eran capaces de moverse entre mundo y absorber la magia de las personas que la poseían; eran considerado como un peligro bastante grande si llegaban a obtener lo que buscaban. El deber que tenían, antes de ser castigados a un sueño "eterno", era de cuidar los diferentes mundos que había; ellos se encargaban de vigilar en total veinte universos distintos.
Recordó la conversación que había tenido con la Atsuko Kagari de ese mundo, y también de las palabras que había dicho Cavendish antes de combatir juntas. E incluyendo, la charla tenida con la mujer que rompió las leyes e hizo lo que se consideraba imposible para la raza humana; esa platica no había salido bien, pero algunas cosas quedaron aclaradas y, la guardiana, esperaba que cumpliera con lo ordenado.
"¡Esa ni siquiera soy yo! ¡No soy ella!", había exclamado con furia Atsuko. Era cierto que, Diana conocía el motivo detrás de sus palabras, pero no tenía intenciones de entrometerse. También, debía admitir que lo dicho por Cavendish, le había creado cierta curiosidad en el momento, sin embargo, fácilmente en cuestión de segundos desapareció al hacerse una idea.
Era seguro que, la Diana del universo once se había comunicado con la Atsuko del multiverso diez a través de uno de los lagos que conocía con exactitud. La guardiana cumplió con su deber y Cavendish igualmente obtuvo su recompensa cuando realizó el suyo en el bosque mágico.
Continuó con su camino adentrándose en uno de los portales de las columnas que la llevarían con más rapidez al lugar donde deseaba ir. Al adentrarse se halló con la fuerte brisa arenosa que creaba grandes remolinos y provocaba que no viera absolutamente nada, no obstante, con un hechizo sencillo creó nuevamente una barrera a su alrededor que le permitió caminar con tranquilidad sobre la arena.
Los animales que se escondían debajo no demoraron en aparecer y atacar de nuevo lastimándose en el instante que se atrevieron a hacerlo. No importaba cuantas veces visitara aquel sitio, ellos seguirían siendo territoriales y cuidaban plenamente de los suyos.
Cuando llegó al centro sintió la única plataforma de roca en sus pies, y con un movimiento ligero que hizo con su mano derecha, cesó por completo la tormenta de arena. La barrera fue quitada y una piedra salió lentamente del suelo.
La guardiana observó su entorno sintiendo las miradas de las pequeñas criaturas. «Que extraño», pensó estando consciente que algo parecía estar mal, sin embargo, cuando éstas se retiraron la sensación de sospecha desapareció de su pecho. Y, seguidamente colocó la palma de su mano en la piedra convocando unos muros de arena que salieron del suelo.
Diana los examinó y analizó. El muro que anteriormente desapareció, se encontraba en su sitio. Ella suspiró levemente de alivio; había hecho las cosas correctas en el otro mundo, pero era posible que volviera, algunos de ellos, a despertarse y su magia fuera la única que pudiera frenarlos.
Ellos estaban rompiendo sus cadenas internas porque el bosque perdía las fuerzas para mantenerlos. La guardiana consiguió el corazón de cristal de uno, sin embargo, se hallaba consciente de que él se encontraba haciendo otro de manera inconsciente; era su naturaleza y así funcionaban.
En total eran seis; seis grandes espíritus cautivos.
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Al pasar de regreso por el portal, sintió de inmediato la presencia de la humana cerca del muro. Diana la miró desde lejos leyendo un libro en su espera. Tardó unos minutos en llegar y hacerse presente como las anteriores veces. Akko la observó de reojo y le sonrió forzosamente.
—Buenas tardes —saludó.
—Buenas tardes, humana.
La castaña se rio ligeramente por como la había llamado, no obstante, la ignoró y guardó silencio unos treinta minutos.
—¿Qué sucede? —preguntó al no escucharla decir algo más como de costumbre cada vez que se mostraba ante sus ojos.
Diana recordó en ese instante la charla que habían tenido hace tiempo atrás con respecto a los sentimientos románticos. Ella pensó que su silencio se debía a eso, pero estaba equivocada.
—¿Alguna vez... pensaste ver algo... malo y no poder hacer algo al respecto para detenerlo? Quiero decir... Olvídalo —susurró y exhaló vencida dejando el libro a un lado para abrazar sus piernas.
Quedaron otra vez en un silencio que demoró poco, y que Diana utilizó para descifrar lo que decían sus ojos tristes. Ella suspiró cuando tuvo una idea en mente de lo que posiblemente había pasado.
—Estás comenzando a ver las maldades que se encuentran en tu mundo —soltó ganándose la atención de Akko.
La castaña sonrió suavemente.
—La mayoría de veces atinas a lo me sucede o sucedió para que me encuentre... así. Lamento haber venido... así —repitió—, pero pasaron muchos días y no quería preocuparte.
—No lo hiciste —aseguró causando un leve movimiento inconforme en las mejillas de Akko—. Sabía que volverías —dijo provocando que la mirara completamente.
—¿Cómo siempre sabes lo que me sucede? ¿Has usado magia en mí sin mi consentimiento? —preguntó con cierta diversión.
—Tus ojos hablan por sí mismos.
—Oh... —susurró—. Es verdad. —Ella se rio ligeramente— Eres mejor que mi padre.
—¿Qué desgracias viste de tu mundo?
—Una persona obligada a hacer algo que no quería —dijo con molestia y disgusto.
—Eso, es algo normal para ustedes.
—Para mí, no.
—Las personas pueden llegar a ser abusadas por otras que no tengan la fortaleza o mentalidad mayor.
—¿Y si me pasa a mí?
—Puedes evitarlo.
Akko negó con la cabeza y estiró sus piernas para mirar sus manos.
—No pude hacer nada. —Sus ojos se humedecieron recordando lo visto y escuchado— No soy fuerte; no poseo habilidades en combate; y no tenía ningún arma para defenderla.
Diana levantó una ceja ante lo último dicho.
—Si hubieras tenido una, ¿Serías capaz de acabar con la vida de ese humano?
—Lo decía de la forma de amenazar, no matarlos, aunque lo merecieran. —La castaña giró a verla— ¿Qué hubieras hecho en mi lugar?
—No puedo ponerme en tu lugar.
Akko suspiró un poco frustrada.
—No como humana —le aclaró—. ¿Qué hubieras hecho en mi lugar?
—Depende de la situación, Atsuko.
La menciona frunció más su ceño.
—¿Qué hubieras hecho si vieras a una mujer ser violada por tres hombres? —soltó con especificación.
Silencio. La guardiana no respondió por querer mirar la expresión de enojo y los ojos brillosos de la joven frente a ella. «Así que era eso...», se dijo y dentro de ella no sintió algún remordimiento o lastima por aquella mujer nombrada. Solamente pensó en las malas manos que había caído y la mala suerte que había tenido.
—La vida de los humanos no son mi responsabilidad. Cada uno es responsable de sus acciones.
—¿Quieres decir que ella decidió ser abusada?
—No. Y no te culpes por lo que le sucedió.
—Estuve ahí.
—Y pudieron hacerte lo mismo —dijo causando que la expresión molesta de Akko disminuyera—. Simplemente estabas protegiéndote —concluyó y las lágrimas de enojo de la castaña se escaparon de sus ojos.
—Yo... me sentí tan... impotente. Quería ayudarla.
Akko se levantó del césped y se acercó al muro sin que Diana se lo pidiera. Seguidamente tomó asiento cerca y apoyó su hombro derecho con sus brazos abrazados.
—No puedo dejar de pensar en eso —declaró en un susurro.
Diana pudo sentir el latir agobiador del corazón de la joven y el sufrimiento de culpabilidad que llevaba encima, e incluyendo que logró leer algunos de sus pensamientos. Las palabras que más se repetían en su mente era: "Debí haber gritado." "Debí hacer algo." Sus palpitaciones eran lentas y fuertes a la vez.
La guardiana la miró sin mover algún musculo de su cuerpo. «Los humanos son débiles», se repitió sin quitarle la mirada de encima.
—Has visto lo que existe en tu mundo —le recordó—. ¿Te gusta?
Akko rio tenuemente.
—¿Qué clase de pregunta es esa?
—Atsuko, apuesto que hay otras cosas más de las que no has visto aún. Debes prepararte mentalmente para recibirlas.
La mencionada tragó pesadamente de su saliva. Ella no quería hacerlo.
—Tu cuerpo tiene esa reacción debido a que has vivido en un lugar cerrado donde no ocurrían ese tipo de cosas que existen en todas partes dentro del mundo donde coexistes. No te sientas mal por no ayudarla; no podías y debes aceptarlo. Lo que hiciste fue protegerte.
Akko restregó sutilmente su mejilla derecha y cerró sus parpados.
—Quiero ayudar a las personas inocentes.
—¿Esa mujer era inocente?
—No lo sé —musitó abriendo nuevamente sus ojos—, pero nadie merece ser tratado de esa manera —acotó limpiando sus lágrimas con el dorso de su mano y el cuello de su camisa.
—Mantente consciente de que pasaran otras cosas a lo largo de tu vida que no vas a poder evitar, aunque quieras. La corrupción siempre existirá en la humanidad; por eso su raza no tiene salvación.
La castaña asintió en entendimiento a sus palabras. Ella se separó del muro con ayuda de la palma de su mano para impulsarse. Al mirar a Diana una sonrisa suave se dibujó en sus labios.
—Gracias por hablar conmigo. —Hizo una pequeña pausa y acarició de manera instintiva el muro— Me haces... feliz —dijo y admitió provocando que la guardiana la viera con leve confusión. ¿Ella le hacía feliz?
En el momento que abrió sus labios para responder y conocer el significado de aquella declaración, un fuerte mareo la atacó repentinamente. Sus parpados se cerraron y abrieron tres veces, y una de sus manos se situó en su cabeza después de eso. Akko lo notó y su expresión cambió a la de una de preocupación. El pecho de la castaña empezó a cosquillear como aquella vez.
—¿Diana?
«¿Qué está sucediendo?», se preguntó mientras sentía como todo le daba vueltas.
—¿Estás bien?
«Va a suceder», pensó al conocer el motivo de su síntoma. Otra vez iba a desmayarse y si Akko se encontraba tocando el muro, éste la lastimaría. Tosió y expulsó un poco de sangre de sus labios que asombró y preocupó más a la nombrada. «No...» Diana no había deducido que algo así llegaría a pasarle en ese momento, y no le gustaba para nada que la humana la viera de esa forma.
—¿Qué está pasan...?
—¡Aléjate! —exclamó en un gruñido, a la vez que estiró su mano enviando el cuerpo de la persona frente a ella lejos del muro.
Todo se volvió oscuro. Akko parpadeó aturdida por la caída y se movió con lentitud. Apoyó su mano derecha en el césped e hizo memoria de lo ocurrido. Al recordarlo pequeños fragmentos de lo sucedido miró el lugar donde se encontraba previamente topándose con absolutamente nada.
Respiró con agitación y su corazón comenzó a palpitar con algo de prisa.
—¡Diana! —gritó y se puso de pies enseguida corriendo hacia el muro, pero cuando estuvo cerca no lo tocó—. ¡Diana! —llamó otra vez no recibiendo respuesta alguna.
Su ceño se frunció entre confusión y preocupación. «¿Qué sucedió?», se preguntó con extrañes tratando de analizarlo. Un recuerdo imprevisto viajó a su mente como un destello sorprendiéndola. «Ella... ¿Había sangrado?».
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Fin del Cap. 27 (La maldad del mundo humano)
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