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☪ 19 ☪

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''Ojos azules''

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Narradora Pov

«Diana...». Su nombre se repetía una y otra vez en su mente mientras su mirada se perdía en el techo de su habitación. Era de mañana y tenía que bajar a desayunar antes que su padre la llamara, pero... en ese momento sólo quería permanecer ahí, reviviendo una y otra vez ese recuerdo donde la guardiana brillaba tan intensamente como las estrellas y le decía... su nombre.

Su cabello era largo rubio, sus ojos eran de un azul profundo y sus rasgos faciales eran simplemente... únicos. No había visto a una persona tan hermosa como ella y dudaba verla algún día. Era única. La guardiana era alguien extraordinaria y ella la había encontrado. El sentimiento de felicidad que la llenó, la hizo contener una sonrisa con sus dientes tomando su labio inferior.

Nuevamente su mente viajó a aquellos vivos recuerdos donde tuvo la oportunidad de verla y escucharla a la vez. Actualmente la guardiana se estaba mostrando más seguido y eso le gustaba. Le gustaba demasiado, ya que significaba para ella que estaba entrando en confianza.

Aún no la había visto tocando su instrumento de cuerda, pero añoraba e imaginaba verla tocar algún día. Sus dedos moviéndose con lentitud y delicadeza en cada cuerda mientras sus parpados permanecían cerrados disfrutando con profundidad de la melodía transmitida. Sería una imagen simplemente hermosa y apreciada por ella.

Parecía un sueño. Todo lo que había vivido hasta entonces con la guardiana parecía algo sacado de un cuento ficticio. Ella hablaba con alguien fuera del mundo donde pertenecía. «¡Es magia!». ¡Ella había descubierto una fuente de poder muy superior a lo que la mujer Croix trataba de hacer! «¡La magia es poderosa!», pensaba. «¡La magia puede ayudar a las personas!», era lo que se pasaba por su mente.

Sin embargo, la realidad era otra. La magia era peligrosa en manos equivocadas. La guardiana le había explicado con anterioridad la responsabilidad que conllevaba, y Akko lo entendió perfectamente cuando cumplió dieciséis años. Y ahora con casi dieciocho estaba pensando en cómo conseguir que la guardiana confiara más en ella: que enfocarse en el futuro que le preparaba su señor padre.

Un futuro que no lo había pensado mucho, honestamente. Pero de algo estaba segura: comprometerse no estaba en sus planes y si tenía que irse con su tía Bertha para que su padre no la uniera con alguien, lo haría. Aunque le dolía de tan sólo imaginar que se alejaría de su gran hallazgo.

Suspiró y una vez más volvió a recordar a la guardiana. Su piel parecía de porcelana y desde "lejos" podía imaginar lo suave que debía ser. Su vestimenta era peculiar y le gustaba. Se había acostumbrado a verla siempre de esa misma manera que al final le termino encantando. El blanco le quedaba perfectamente y los pantalones también, a pesar de que era un atuendo completo.

Su mente viajó a un punto que la hizo mirar inconscientemente su mano derecha. Esa vez... la guardiana se había acercado lo suficiente como para intentar tocarla. Esa vez... estuvieron demasiado cerca, aunque el muro las dividía y en realidad estaban bastante distanciadas.

Akko imaginó como se sentiría... tocar su mano. Sus pensamientos empezaron a imaginar cada vez más creando escenarios que la hacían sentir... bien. Muy bien. Su corazón se calentaba y latía con suavidad. Sus mejillas se ruborizaban y una sonrisa pequeña se dibujaba en sus labios.

Era increíble... «Ella es increíble.»

—¿Akko, estás ahí? —preguntó Johan bajando de golpe a su hija de la nube de pensamientos donde se encontraba.

—¡Voy! —avisó.

Y suspiró cuando escuchó los pasos de su padre abandonar la planta superior. Ella aun poseía la bata blanca que utilizaba comúnmente para dormir y debía darse una ducha rápida antes de desayunar.

Ese día sería uno nuevo y bastante largo, pero al recordar que vería a la guardiana, la emocionaba. Habían pasado tan sólo dos semanas desde su última visita, y no podía esperar a volver a llamarla, pero esta vez... intentaría hacerlo por su nombre.

Las otras veces se había acobardado y no lograba mencionarlo. Era un sentimiento extraño de nervios y emoción que no la dejaban hablar correctamente.

Pero esta vez... estaba dispuesta a hacerlo. Esta vez la llamaría por su nombre.

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—¡Hola, Atsuko! ¿Tienes prisa? —le preguntó una señora deteniendo su andar.

Akko la miró con un semblante inseguro.

—No... —susurró sonriendo ligeramente—. ¿La puedo ayudar en algo, Sra. Finnelan?

Finnelan, sonrió en agradecimiento.

—Ven a dentro.

La castaña asintió, pero antes de obedecerle observó a la lejanía el lugar a donde iba a ir. «Iré pronto», pensó.

La tarde se pasó bastante rápido para las dos. Akko ayudó a la Sra. Finnelan a acomodar, limpiar y atender su local. La Sra. le había pagado y agradecido con pan por su generosidad.

Luego en ese mismo día, Akko, se topó nuevamente a la "loca de los inventos" quien acaparó sus siguientes horas. Las cosas que le había mostrado no eran nuevas, pero la entretuvo demasiado como para olvidarse por unos minutos de la guardiana.

Su amiga Constanze se encontraba esa vez y juntas hablaron de las creaciones y otras cosas más mientras Constanze se encargaba de acabar uno de sus inventos. Akko conoció el proceso que conllevaba aquel proyecto y para no quitarle más tiempo se retiró a eso de las cinco.

Era tarde y sabía que dentro de una hora debía volver a su hogar; una hora antes de la cena. Aún tenía algunos minutos y eso la alivió cuando recordó lo que iba a hacer en ese día. Sin embargo, su amigo Andrew cortó su camino para mostrarle lo nuevo que había cocinado. Ella con pena de rechazarlo aceptó, pero se sentía cada vez más afligida por no... ir a ese lugar que tenía destinado.

—¡Te va a encantar! —dijo el castaño de ojos verdes.

—Si es dulce, puedes apostar que sí —comentó con una sonrisa un poco forzosa.

Andrew sacó con cuidado, en una bandeja, unos pastelillos. Ellos estaban en su hogar y el ambiente era tranquilo. Akko observó asombrada las creaciones de su amigo, y después de enfriarse un poco tomó uno y le dio un leve mordisco.

—¿Y? —incitó Andrew esperando una positiva reacción.

La castaña masticó un poco más antes de dar su "humilde" opinión. Sin embargo, en realidad estaban deliciosos. Tenían una consistencia blanda y crujiente a la vez. El sabor era nuevo para ella, pero no estaba mal; para nada mal.

—Está rico —dijo con sinceridad.

Andrew asintió orgulloso y satisfecho.

—Voy a buscar... Dame permiso...

Akko se hizo a un lado, pero Andrew tropezó con una madera sutilmente levantada del suelo. La castaña se sobresaltó al tener al joven demasiado cerca de su rostro con sus manos colocadas en los costados para evitar que cayera su cuerpo encima de ella.

Andrew abrió sus ojos con lentitud no esperando encontrarse con los de su amiga tan... de cerca. Sus mejillas se sonrojaron de inmediato y su expresión fue de completo asombro. Akko por su parte lo miraba de la misma manera con sus pómulos sutilmente ruborizados. Sin embargo, la castaña movió su cabeza a un lado dándole a entender que tomara distancia.

El joven entendió enseguida y retrocedió pidiendo disculpas.

—Lo siento, yo... sólo quería...

—Está bien —lo calmó ella con una ligera sonrisa.

Andrew asintió nervioso y buscó lo que iba a tomar.

—Pensaba... que podrías llevarle a tu padre y hermana. No son muchos, pero quería...

—Gracias —le interrumpió.

.

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Era tarde, demasiado tarde como para ir a visitarla. Sabía que su padre no le volvería a pasar una más como la noche donde su hermana mayor había estado.

En las dos últimas semanas no había podido ir a verla por motivos simples y entendibles. Mientras más crecía, más trabajo tenía y su responsabilidad con su padre era cada vez mayor.

Suspiró decepcionada y triste de no haber podido ir.

Encontrándose ahora en su hogar, sus ganas de cenar eran totalmente nula. Su corazón se sentía entristecido, y eso era más que suficiente como para que no tuviera hambre. En los últimos días tampoco había comido demasiado.

Ese sentimiento de aflicción que permanecía en su pecho era... verdaderamente molesto para ella, pero por una extraña razón no podía... hacerlo desaparecer. Desea verla. Quería verla.

Su padre la miró con confusión.

—¿Está todo bien?

—Sí... —murmuró sin despegar la mirada de su plato.

Johan hizo una mueca, no muy convencido de esa respuesta.

—Si sucede algo puedes...

—¿Es por los pastelillos? —habló Lotte—. Si no querías compartirlos lo hubieras dicho.

—No, no es por eso —aclaró frunciendo levemente el ceño.

—¿En qué piensas?

—En alguien —soltó inconscientemente.

Al darse cuenta de lo que había dicho e imaginar las expresiones de su padre y hermana, rápidamente se recompuso y pensó en varias palabras que podían encargar en esa respuesta que había soltado sin consentimiento.

—¡En alguien que conocí hoy! ¡Es un perro! —exclamó sonriendo con nerviosismo—. No lo pude traer a casa y... me siento triste por eso.

Akko miró a su padre rogando que le creyera. Johan suspiró; parecía aliviado con esa aclaración. Pero Lotte, no le creyó.

—¿No es Frank? ¿verdad?

—¿Qué? No. Dije que era un perro —reiteró.

—A veces tu forma de mentir es muy vaga. Deberías aprender —dijo con indiferencia, para después llevarse una verdura a la boca.

—¡Es un perro! —gritó—, y... estoy triste por él. Yo... estoy comiendo y él no.

—Tranquila —dijo Johan—. Si dices que es un perro: es un perro. Yo te creo.

Akko frunció otra vez el ceño sintiéndose ahora... enojada. No se encontraba de humor como para seguir en ese lugar. Ella se puso de pies y abandonó la mesa dejando su plato lleno. Su padre la llamó, pero Akko no respondió y se fue a su habitación.

Aquella reacción se sentía... fuera de ella misma. Nunca antes se imaginó que actuaría de esa manera, pero sólo había sido... un impulso de querer estar sola con esa emoción que la envolvía por completo.

Estando en su cama dio un par de vueltas con la almohada entre sus brazos. Escondió la mitad de su rostro y miró fuera de la ventana la tranquilidad de la noche. Nuevamente suspiró tratando de desaparecer ese sentimiento y cosquilleo en sus manos y corazón.

Su mente estaba empezando a recordar de nuevo las sensaciones creadas por la guardiana, pero de inmediato intentó negarlo y pensar en otra cosa. Sin embargo, no lo consiguió y sus pensamientos volvieron a presentarle los hermosos ojos azules que la miraban a través del muro.

Su pecho se sentía caliente y había comenzado a respirar lentamente por su boca. Se maldijo a sí misma sintiendo ahora calurosas sus mejillas.

—¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? —murmuró entre dientes.

«No...» No podía estarle pasando. Tal vez... estaba confundida. «¡Eso es!», pensó sintiéndose un poco más alegre. «Es un sentimiento que desaparecerá pronto», se dijo convenciéndose. Sonrió y se dio la vuelta preparándose para dormir. «Mañana esto desaparecerá.»

—Akko, ¿Podemos hablar? —dijo Johan tocando una vez la puerta.

«Oh no...» La castaña le dio la espalda.

—Está... abierta —avisó.

Su padre entró a la habitación y la miró con preocupación.

—No has cenado. ¿Segura que no quieres...?

—Segura —contestó.

Johan asintió y agarró el banco de madera que se encontraba debajo del escritorio donde tenía una pila pequeña de libros. Él colocó el banco frente a la cama, esperando que su hija lo viera para que comenzara a hablar, pero al verla acurrucarse y esconder su rostro entendió que no lo haría.

—Me preocupa que no estés comiendo. Estos últimos días has dejado la mitad de la cena. ¿Ha pasado algo?

Akko negó con la cabeza y musitó un "no" poco audible. Johan suspiró.

—¿Estás listas para trabajar mañana? Puedo omitirlo si no te sientes bien.

—Estoy bien —dijo quitando un poco la almohada de su rostro para que pudiera escucharla—. Estoy cansada.

—Está bien. Pronto cumplirás dieciocho y creo que es necesario hablar de ese tema, pero no en este momento. Quizás cuando estés lista para contármelo.

Akko se rio ligeramente. «Como si pudiera. No me creerías y tal vez...» Era triste. Esa posibilidad la dejó bastante entristecida.

—Quiero dormir —dijo.

Su padre comprendió y no insistió más. Antes de retirarse de la habitación devolvió el banco a su lugar y le dio un pequeño vistazo a su hija. Él se sintió... más preocupado que cuando entró. No quería pensar que la castaña estaba enferma y, probablemente era por esas razones que no ingería casi nada en la cena, pero si ella le decía que estaba bien.

Entonces... no le quedaba de otra que creerle y darle su espacio. Johan suspiró con profundidad estando fuera de la habitación.

«¿Qué estás escondiéndome?»

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Fin del Cap. 19 (Ojos azules) 

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