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''¡Sorpresa!''
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Narradora Pov
—¡Sorpresa! —exclamó su tía mostrándole lo que era... su nueva habitación.
Akko se quedó anonada observando todo con impresión y emoción. Ingresó con lentitud y timidez sin dejar de mirar su entorno. La habitación estaba pintada de un color blanco y su cama que anteriormente estaba en el otro cuarto que compartía con sus hermanas, había sido trasladada.
Su padre la miró con atención esperando una reacción positiva de su parte, sin embargo, Akko aún estaba procesando lo que sucedía y se tomó su tiempo en inspeccionar todo antes de dirigirse a las dos personas que la miraban desde la puerta.
—¿Es para mí? —preguntó aun insegura.
—Sí, cariño. Tu padre y yo tomamos una decisión importante. De ahora en adelante tendrás tu privacidad.
La castaña frunció levemente el ceño. La idea no era mala, al contrario, le había fascinado, pero, ¿Qué pensarían sus hermanas al respecto? Ella estaba empezando a tener más privilegio y eso en cierta parte le atemorizaba, ya que no deseaba que la molestaran más y siguieran culpándola por la muerte de su madre.
En ese tiempo que su tía estuvo en su hogar sus hermanas no le dirigían la palabra, y en cierta parte se encontraba agradecida, pero a la vez se sentía cada vez más distanciadas de ellas y la habitación simplemente hacía que esa distancia incrementara más. Sin embargo... era lo mejor, ¿no? Sus hermanas aún la detestaban y despreciaban. Y su tía no había podido cambiar sus pensamientos, pero si hacer que mantuvieran la boca cerrada con respecto a ese tema.
Superar, era el siguiente paso que debían aplicar, pero ellas... no querían hacerlo. Sentían que si lo hacían estarían abandonando a la única persona que les entregó ese "amor" y "cariño", puesto que su padre no entraba en eso: para ellas él también tenía la culpa y el señor se había cansado completamente de decirles lo mismo una y otra vez.
Bertha, en cambio, trataba de disciplinarlas, pero ninguna deseaba seguir sus órdenes. La malcriadez la habían llevado a perder la paciencia con ellas; sin embargo no iba a darles el lujo de verla "rendirse". Ellas serían las que se rindieran primero, aunque tuvieran un gran orgullo. Bertha reconocía eso.
La más sencilla de controlar era la mayor, pero la rubia... era un total dolor de cabeza. Más necia que su propia madre.
—¿Te gusta? —consultó Johan con una sonrisa sutil.
La niña pareció haber salido de un pequeño trance y le dio otra vez un vistazo a su entorno. El ambiente lo hallaba bastante nuevo y le tomaría un poco acostumbrarse. Akko suspiró y miró a su padre con la misma sonrisa que poseía en sus labios, para luego asentir en afirmación.
—Dejaremos que te acomodes —le dijo su tía. Y, seguidamente cerraron la puerta y la dejaron a solas.
La castaña caminó a pasos lentos hacia su cama, y dentro de las sabanas entre el algodón despojó un cuaderno con tapadera de cuero. Ella sonrió al verlo y volteó hacia atrás asegurándose de que la puerta en realidad estuviera cerrada. Nuevamente dirigió su mirada al cuaderno suspirando de alivio, y con ansias lo abrió y buscó la última hoja donde había escrito. Aún quedaban varias en blanco y no podía controlar ese sentimiento de emoción al imaginar llenarlas.
Ella estaba aprendiendo. Estaba aprendiendo cosas nuevas del Bosque que se encontraba oculto de las personas como ella. Sin embargo... después de ver el aspecto de la Guardiana no se había vuelto a presentar otra vez de esa forma. Simplemente hablaba demasiado poco, casi nada. Y eso la confundía demasiado.
Era como si tratara de comprobar algo y luego que no diera resultado, o así lo veía ella, desaparecía y dejaba de darle interés.
Akko no la comprendía e intentaba hacerlo, pero... sentía que su mente no daba para tanto; no obstante debía admitir que después de ver la apariencia de la guardiana no había dejado de pensar... en lo hermosa que era. Los libros estaban en lo cierto. La guardiana tenía un aspecto bastante parecido a la de una Diosa.
Los Dioses eran consideradas hace mucho tiempo atrás como seres inmortales que gozaban de eterna juventud.
La Guardiana no se veía para nada mal, y Akko estaba consciente de que era muy probable que le sumara muchos años, pero... ¿Cuantos?
«¿Cuantos años tiene la Guardiana? ¿Cuándo fue que se creó el Bosque? ¿Cómo ella fue creada? ¿De dónde nació la magia? ¿Cómo surgió? ¿Acaso era un tipo de... sucesos naturales como la lluvia?». Muchas y otras preguntas tenía apuntada en su cuaderno que, claramente no serían contestada por la guardiana.
Akko frunció el ceño y mordió su lápiz. Eso la molestaba un poco, ya que tenía muchas dudas, pero debía siempre "entender". El territorio al que sentía que se estaba adentrando era considerado majestuoso y peligroso. Los libros contaban las maravillas que había, pero también hablaban de los peligros que podían haber en ese sitio.
La guardiana solamente les mostró a ellos el lado hermoso de su hogar, pero nunca había enseñado, en otras palabras, la cara de la otra moneda. «¿Qué hay más allá del Bosque?», se preguntó otra vez. «¿Qué clase de magia tiene la guardiana? ¿Qué puede hacer ella con ese "poder"? ¿Qué sería capaz de hacer con ese "poder"?»
Era cierto que no la conocía, pero no desconfiaba del todo de ella. ¿Por qué? Porque si tenía tanta magia como se especulaban en los libros, entonces se hubiera deshecho de ellos hace mucho tiempo atrás. Sin embargo, no lo había hecho y parecía no tener intenciones de hacerlo. O eso quería pensar ella.
Tenía sus dudas; tenía sus preguntas, pero sabía que no serían contestadas en ese momento. Debería ser paciente si quería conseguirlas.
—¡No voy a salir con él! —escuchó Akko desde la planta baja de su hogar.
Akko suspiró y dejó caer su espalda en la cama. Con el cuaderno extendido releyó lo que había apuntado con anterioridad. Se trataba de simples sucesos y conversaciones que tuvo con la guardiana, pero nada más. No había descubierto como ganar su confianza; no había conseguido que intentara ayudar a los humanos otra vez.
Cada vez que sentía que daba un paso hacia delante, la Guardiana la tiraba hacia atrás y tumbaba las expectativas que se formaban en su mente.
Akko abandonó el cuaderno en su pecho y miró el techo para empezar a planear que le diría la próxima vez que la visitara. Sin embargo, un nuevo grito de su hermana mayor la hizo mirar con sutileza el suelo hecho de madera.
—¡No quiero un hombre! —había gritado con total furia.
Su padre había hecho lo que dijo que no haría. Aceptó el trato de un hombre mayor que poseía los mismos terrenos que él, pero Akko estaba segura que no lo hizo con motivos de querer poseer más amplitud en su negocio. Sino porque pensaba que su hija mayor no conseguiría a nadie con esa actitud, y vio la propuesta del señor como una gran oportunidad.
Johan estaba consciente que sus hijas eran hermosas, y que mientras más crecían más atención adquirían. Sin embargo el intentaba que sus creaciones no pensaran que las trataba como un objeto que podía dar como intercambio o unión de negocios; no obstante Lotte y Amanda lo veían de esa manera.
Además, fue Bertha quien lo ayudó a tomar esa decisión. Claramente el padre de las niñas tenía demasiadas dudas y no quería que luego lo odiaran más. Pero al pasar el tiempo se convenció de que ese sentimiento que tenían dirigido a él, no cambiaría.
Amanda era joven aún. Había cumplido sus diecisiete años y pronto llegaría a los dieciocho. Para esa edad ya muchas mujeres se encontraban congeniando con hombres que llamaban su atención. Y estaba clarísimo que Amanda no deseaba uno. Lo único que quería ella era seguir apostando con los amigos que tenía.
Bertha le había propuesto irse con ella y trabajar juntas. Akko se hallaba segura que, en el otro pueblo, aprendería a volverse alguien independiente, pero mal visto por la sociedad. Igualmente, la castaña sabía que las palabras de las demás personas no la molestarían, puesto que su hermana mayor era una ignorante en eso.
Sin embargo, se sorprendió cuando ésta no aceptó. Bertha le dijo: "Entonces espero que te atiendas a las consecuencias". Y obviamente no lo estaba haciendo.
Se preguntaba a veces, ¿Hasta dónde llegaría la necedad de sus hermanas? La castaña tenía catorce años y conocía lo que era la palabra: "inmadurez". Apostaba ella que, su conocimiento era más alto que el de sus hermanas en ese aspecto.
Si hubiera sido ella en esa situación aceptaría sin dudar, aunque eso implicaría alejarse del Bosque por un tiempo, pero era lo mejor si no deseaba ser forzada a conocer a alguien que no quería.
—¡No puedes obligarme!
Akko intentó ignorar ese grito mientras se disponía a guardar el cuaderno en su "escondite". Seguidamente abandonó su nueva habitación y bajó los escalones que dividían la cocina, la sala y el baño de los cuartos. Caminó con precaución no queriendo que su hermana se fijara en ella y luego la incluyera a la conversación.
Sin embargo, su tía la notó y no dudó en hacerle una pregunta cuando estaba a punto de abrir la puerta trasera.
—¿A dónde vas?
Akko la volteó a ver con una sonrisa nerviosa.
—Iré a... a ver a Mary.
Bertha le sonrió, y le concedió el permiso que, a su sobrina se le había olvidado pedir. Akko rápidamente salió exclamando un "gracias" antes de que su hermana abriera la boca.
Respiró hondo cuando se encontró lejos de su hogar. Akko tenía intenciones de ir a visitar a la guardiana, pero no cedió a ese deseo, aunque le cosquilleara, de una manera no agradable, el corazón. En el camino hacia la fuente central que decoraba el pueblo, se topó a la persona que le dijo a su tía que vería.
Mary se encontraba acompañada de alguien más, pero eso no evitó que la de cabello azul la saludara al verla pasar y le hiciera una seña para que se acercara.
—Buenas tardes, Akko. ¿Vienes por un aperitivo de la nueva tienda de dulces?
La castaña negó con la cabeza y miró de reojo con curiosidad a la otra chica que se hallaba a su lado. Ella se percató de la mirada de la niña de ojos de rubíes y tiernamente le dedicó una sonrisa.
—Mi nombre es Barbara, es un placer conocerte.
—Es... un placer también.
Akko, por alguna extraña razón se sentía tímida. El cosquilleo en su corazón se hacía cada vez más grande y eso le creaba picazón. No dudó en rascarse ligeramente, pero eso extrañamente no la alivió.
—¿Estás bien? —preguntó Mary al verla tan... fuera de sí misma.
Normalmente su amiga castaña saludaría con ánimos a su nueva acompañante. La había conocido hace un año y aprendió bien de sus diferentes actitudes como para saber que algo andaba mal.
—¡Sí! —exclamó Akko asustando un poco a las dos chicas que la estaban mirando—. Lo siento, mi nombre es Akko. Atsuko —corrigió rápidamente—. La mayoría me dice Akko, es más corto y simple.
Akko se rio levemente y aumentó el movimiento de su mano izquierda situada en el pecho. Mary lo notó y se puso de pies con intenciones de ayudarla a saciar lo que parecía una picazón incontrolable.
—¿Me dejas ver?
—¡Estoy bien! —dijo retrocediendo un paso hacia atrás—. No te preocupes, se pasará.
«Se pasará...», repitió en su mente. A una poca distancia un niño igual de castaño se acercaba con alegría al ver a su mejor amiga fuera del hogar. Akko no lo vio llegar, y tampoco se percató de su presencia. Su mente estaba centrada en el cosquilleo que simplemente incrementó.
—¿Akko?
—¡Andrew! —dijo con sorpresa volteando a verlo—. ¡Hola!
—¿Estás bien? —preguntó el niño confuso señalando la parte donde su amiga se estaba rascando con furia.
—¡Estoy bien! ¡Muy bien!
De repente su cosquilleo se detuvo, pero su cabeza se volteó rápidamente hacia donde se encontraba aquel muro.
—¿Akko...? —llamó Mary extrañada por su comportamiento.
La castaña no lo pensó dos veces y velozmente empezó a correr abandonando a sus confundidos amigos. Tenía un presentimiento... Un presentimiento bastante desagradable.
«¿Algo está pasando?»
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Fin del Cap. 11 (¡Sorpresa!)
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