Parte 6: Susurros del bosque
Hilda se aferró al cuello de su caballo, deslizando sus dedos por la crin y sintiendo la ansiedad del animal; percibió las gotas de sudor resbalando y el temblor de su cuerpo en medio del estruendo de los incendios y el choque del acero de las espadas. Hilda se concentró únicamente en Luna, olvidando el caos a su alrededor, y le habló en susurros.
—Sombra de Luna, te ruego, quédate conmigo. Te necesito, sino, pereceremos.
—Es inútil, hija. Los caballos están poseídos, no nos obedecen, arrojan a sus jinetes de la montura y corren hacia el mar... Debemos refugiarnos en el templo antes de que sea demasiado tarde, tu madre nos espera allí —dijo un anciano con los ojos desorbitados.
Hilda, como si no hubiera ningún otro ser sobre la tierra, fijó su mirada en los enormes ojos de Sombra de Luna, en los que se reflejaban el fuego, la muerte y la duda. El caballo intentó separarse de ella una vez más; Hilda se aferró con fuerza a las riendas, abrazando al animal con todo su cuerpo; por un momento, los latidos de sus corazones se encontraron y se comunicaron en un lenguaje más allá de las palabras.
—Por favor, llévanos a mi hermano y a mí lejos de aquí, sino, pereceremos —insistió Hilda, aferrándose a su yegua con fuerza.
El aire volvió a traer hasta ellos las palabras de un idioma desconocido que hacía que la sangre se les helara en las venas. Todos los animales se encabritaron, relincharon y patearon en los establos; los potros corcovearon, desconociendo a sus jinetes; incluso los más obedientes se comportaban salvajes y extraños a sus amos antes de galopar hacia la voz.
Finalmente, Luna, en medio de la confusión, torció el rostro hacia Hilda y resopló, invitándola a montar.
Hilda captó la señal y subió raudamente, mientras su padre le entregaba a Aelfred, su pequeño hermano, quien se sentó aferrándose a su espalda.
—Cabalga, hija, informa al rey y no mires hacia atrás —pidió su padre con lágrimas en los ojos. Hilda puso su peso en los estribos y tiró de las riendas mientras Aelfred miraba a su padre, quien fingió una sonrisa de despedida. La última imagen de Hilda galopando con el cabello rubio al viento trajo al anciano la resignación que necesitaba; tomó sus herramientas de labranza y se unió con su esposa y los demás pobladores en el templo, al llamado del párroco que lideraba un último intento de defensa.
Dos días atrás, Hilda había dado la alarma de que su villa costera estaba en peligro. Acostumbrada a viajar grandes distancias por las costas de East Anglia mientras recogía el tributo de caballos para el rey, había oído el testimonio del avistamiento de velas en el mar merodeando las costas; incluso algunas mujeres que se dedicaban al ordeño decían haberlas visto en los ríos, navegando con facilidad en las madrugadas, casi como si fueran cisnes.
—Son solo habladurías para evitar el pago de los tributos al rey Edmund —había dicho su padre—. Los asesinos del Norte nunca han llegado al Oeste; somos verdaderos hijos de Dios, no tenemos por qué temerles. —Sin embargo, cuánto se equivocaba su padre.
Cuando los hombres del Norte finalmente desembarcaron en las costas, no habían sido algunos barcos como se pensaba, sino cientos, tal vez hasta miles; nadie sobrevivió lo suficiente para contarlos. Ningún hombre de Dios se hubiera imaginado un ataque de paganos de esa magnitud; fue una invasión impensable e inmensa, como si toda la ira de Dios se desatara una vez más sobre la tierra, al mismo tiempo en toda la costa de East Anglia por la madrugada.
Los que sobrevivieron contaban que los hombres del Norte desembarcaron feroces en la orilla y, con una formación cerrada de escudos, avanzaron contra las ciudades cercanas a las costas; quienes los enfrentaron dijeron que su defensa era impenetrable, que eran salvajes, fieros y que no le temían a la muerte. Dijeron también que se lo llevaban todo a su paso; y otros escucharon que venían por una venganza y que necesitaban seguir su camino hacia el Norte.
«Nadie me creyó, las señales estaban ahí pero no las quisieron ver». Pensaba Hilda mientras se concentraba en el galope de Luna y apretaba los dientes, dejando atrás a su familia. El viento traía consigo esa extraña voz que invadía todos sus sentidos, pero su caballo se mantenía fiel, sin dar marcha atrás.
Para Elondir, ver a la muchacha pasar frente a él con su yegua al galope, venciendo su encantamiento, le dejó un sabor amargo en la boca. La desazón le inundó todo el cuerpo, y sintió que sus fuerzas volvían junto a su deseo de venganza.
—Parece que tus habilidades están disminuyendo con el tiempo, Elondir —bromeó Erick, al tiempo que traía para él y Elariel, dos de los mejores caballos que había capturado. Elondir chasqueó los dientes y tomó las riendas de un brioso corcel marrón el cual sacudió la crin a su tacto, Elondir recitó para él una vez más el antiguo idioma del bosque para tranquilizarlo.
—No ha nacido la bestia que se resista a mi llamado —dijo Elondir, subiendo a la montura al tiempo que ordenaba a su hermana Elariel y al resto de sus huestes terminar la captura de los animales—. Iré tras esa muchacha por mi orgullo y la traeré para que nos sirva hasta el día de su muerte —dijo sobre la silla, dispuesto a partir.
—Como usted ordene, mi lord —dijo Erik, al tiempo que hacía una burlona reverencia, imitando a los señores de esas tierras—. Pero deja que tu hermana se encargue de los caballos; yo no me perderé la fiesta —dijo Erick, retrocediendo sin dejar el tono burlesco, luego dio media vuelta, alzó su hacha en medio de un grito y fue a unirse con los demás berserkers que planeaban su siguiente asalto; Erik nunca entendería los asuntos de los Alfar, para el la energía volvía al pensar en todo el oro y mujeres que podrían haber dentro de ese alto edificio en el que se encerraron los pobladores inutilmente intentando hallar la piedad y la protección de su dios.
—Tú no me das órdenes. Dispararé contra esa mujer —insistió Elariel, tensando su arco largo—. Si invoco al viento, mi flecha la atravesará, y luego podrás llamar al caballo. ¿Para qué molestarse en ir tras ella? —dijo Elariel, a punto de que la muchacha se internara en el camino del bosque.
—Guarda tus flechas y reúne a los caballos que dominé hoy; no tardaré —dijo Elondir, mientras partía raudo tras la chiquilla de cabello dorado. Elariel fingió no darse cuenta del parecido; siguió con la vista a su hermano que emprendía una furiosa carrera tras ella y luego se unió al grupo de Alfar que iniciaban la distribución de los recursos capturados.
—Como si fuera tonta, Elondir, nos avergüenzas —murmuró para sí y luego se empecinó en buscar un par de botas nuevas; estaba cansada de tener las suyas mojadas desde el desembarco. Además, no había mucho más por hacer, todo lo que continuarían serían gritos, sangre y muerte de los hombres de la cruz. —A lo que hemos llegado, aliándonos con estos forajidos, es realmente nuestra decadencia —susurró, mostrando los dientes mientras se paseaba por las rústicas edificaciones.
Las lágrimas de Hilda se congelaron en su piel al sentir un furioso galope a sus espaldas y escuchar el diabólico llamado una vez más, esta vez era más fuerte, como si lo invadiera todo; incluso el espacio entre los árboles. —Santa María, apiádate de nosotros —empezó a rezar en voz alta; podía escucharse el eco de sus voces enfrentándose en medio del ruido del incesante galopeo; Aelfred se aferró a ella, y también empezó a rezar infundiéndole valor. Un gran viento levantó ta tierra a su alrededor, cegándolos por completo, Luna sin conocer el rumbo de su marcha disminuyó su galope hasta detenerse; el viento se arremolinó, rodeándolos y subió hasta perderse entre las hojas.
Sombra de Luna se detuvo por completo. Hilda bajó del caballo para intentar tirarlo de las riendas y ocultarse en el bosque; Aelfred seguía a su lado y se sostenía a una de sus piernas. Lentamente, la visión de su entorno volvía, permitiendo que se empezara a divisar el camino. Las piernas de Hilda comenzaron a temblar cuando frente a ella la silueta de un hombre esbelto desmontaba del caballo y caminaba hacia ella con elegancia, muy lentamente; tenía una capa negra que le cubría el rostro y unas botas altas. Hilda ordenó a su hermano que se ocultara entre los árboles y que no saliera hasta ver a los hombres del rey; el niño asintió y fue a guarecerse. Hilda podía escuchar las piedras aplastadas en el camino, testimonio de que lentamente el hombre se acercaba hacia ella; aferrándose a las riendas de su yegua.
—Es inútil, niña, no te obedecerá —dijo una voz elegante y calmada; Hilda pudo ver que el hombre tenía una espada atada en la cintra y varias dagas en las piernas; finalmente, cayó de rodillas ante la impotencia de no poder huir; el extraño hombre estiró la mano y, con la mayor naturalidad del mundo, acarició a Luna; esta lo recibió como si fueran viejos amigos, acariciándolo con el hocico.
—Tenga piedad de mí, por favor, se lo ruego —pidió Hilda entre lágrimas; los pálidos dedos del hombre recorrían todo el lomo de su caballo, susurrándole en una lengua desconocida.
—Tu caballo pide que sea benevolente; sin embargo... —dijo Elondir, quien fijó su atención en la muchacha y se agachó hasta estar a unos centímetros frente a ella, sus miradas se encontraron. Hilda, por primera vez, pudo ver su rostro y se quedó sin palabras; nunca había visto a un hombre de esa belleza; sin embargo, en el fondo de sus ojos, percibió la maldad. Elondir sujetó su rostro con fuerza, Hilda se estremeció al frío tacto de sus dedos. —Apenas si tienes un burdo parecido.
Hilda aprovechó la distracción del hombre, robó una de sus dagas y, a gran velocidad, trazó un corte en el aire apuntando a su cuello tras la capucha; Elondir apenas si tuvo tiempo de esquivarla; con gran agilidad, dio un salto hacia atrás; Hilda se puso de pie para defenderse.
—Pagarás caro por eso, chiquilla —dijo Elondir al tiempo que se secaba la sangre del rostro; un corte largo y limpio en su mejilla derecha, por el que brotaba un hilo de sangre; Hilda finalmente pudo ver por completo su rostro; sus finos y largos cabellos negros hasta la cintra, con cuentas doradas, y una mirada llena de odio; Hilda no retrocedió y tomó fuerzas para incorporarse y enfrentarlo; no se iba a rendir sin pelear; el valor de la chica hizo que por un momento Elondir recorriera su figura en detalle por primera vez; su apariencia indefensa lo había engañado, y ahora no volvería a cometer ese error. Elondir hizo a un lado su capa y desenvainó su espada sin dudar, listo a darle una rápida muerte. Hilda se fijó en la hoja centelleante al sol; sin embargo, lo que hizo que se estremeciera por completo y que su corazón se paralizara fueron dos orejas largas y puntiagudas que, tensas, brotaron con brusquedad bajo su cabello antes de que le mostrara los dientes.
GLOSARIO
Alfar: En la mitología nórdica, los Alfar son seres parecidos a los elfos, a menudo asociados con la naturaleza y la magia.
Berserkers: Guerreros vikingos conocidos por su furia y ferocidad en la batalla, a menudo considerados como combatientes invencibles.
Cintra: Variante antigua de la palabra "cintura", que se refiere a la parte más estrecha del torso humano, situada entre las costillas y las caderas.
Corcel: Un caballo de alta calidad, especialmente uno utilizado en la batalla o para la monta.
Tributo: Pago realizado por un grupo o individuo a otro como señal de sumisión o en reconocimiento de la autoridad o protección.
Yegua: Hembra del caballo, especialmente cuando es adulta.
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Gracias por su paciencia. Me esforzaré por compensarlos con actualizaciones semanales...
Díganme con honestidad ¿Extrañan las imágenes?
Se acepta cualquier otra sugerencia :D
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro