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Parte 5: Raíces y memorias

—¡Alto! Os lo ordeno en el nombre de nuestro Señor —dijo el abad con fuego en los ojos, acercando la cruz de oro hasta la mujer, quien bajó las orejas en un claro acto de sumisión. Wulftan tenía la espada desenvainada, listo para decapitarla; solo lo detuvo el brazo del abad que se interponía, sosteniendo a Cristo entre él y el cuello del supuesto demonio. —Baja la espada, Wulftan. Será nuestro venerado obispo quien determine el destino de esta criatura, según las leyes de Dios y del reino. Subidla al carro con cuidado y llevadla a la Abadía con la debida reverencia y seguridad —sentenció el abad Juan, al tiempo que observaba cómo los soldados mostraban un temor reverencial tanto a la ira divina como a la posibilidad de enfrentarse a lo desconocido.

—Será como usted ordene, padre abad —dijo Wulftan, quien enfundó su espada e hizo la señal de la cruz como muestra de obediencia. Al verlo, sus hombres lo imitaron; luego, alzando el brazo, ordenó: —Aseguradla bien, pero recordad que, aún siendo una criatura de misterio, está bajo la protección de nuestro juicio cristiano hasta que se dicte su sentencia. —Luego designó a cuatro soldados para que acompañaran el carro hasta la abadía mientras el resto continuaría con la redada. El hermano Harold, al oír las órdenes, saltó como un resorte y se movilizó diligentemente para preparar los carros asegurando que las provisiones estuvieran dispuestas equitativamente.

—Padre Abad, la oscuridad de este lugar nos oprime el alma. ¿No deberíamos purificarlo con fuego para erradicar la presencia de Satanás y evitar que su sombra vuelva a caer sobre estas tierras? —pidió Wulftan, señalando hacia los restos de la casa y el manzano, bajo la mirada atónita de los aldeanos que, superando su miedo, se reunían para ser testigos del veredicto. El abad Juan, consciente de la necesidad de equilibrar la justicia con la misericordia, asintió con gravedad.

—Hacedlo, pero con discernimiento. Que el fuego sea un símbolo de nuestra purificación, no de destrucción ciega. Hermano Owen, tú, conocedor de las escrituras y las tradiciones, guía a Wulftan en esta tarea —Sentenció el abad. Luego, dirigiéndose a los aldeanos, los invitó a unirse en oración por la redención y la paz de la comunidad, mientras él mismo bendecía la tierra con agua bendita.

Wulftan, con la solemnidad de su cargo, sostuvo a la mujer sobre su hombro y se dirigió al carro preparado por el hermano Harold. Los caballos inquietos por el movimiento relincharon y sacudieron sus crines mientras los reubicaban para tirar de los dos carros de manera independiente. El sol del mediodía se sentía arder sobre las cabezas de todos.

—¡Observadla bien! Y no permitáis que sus artimañas ni sus formas de mujer os lleven a dudar de vuestra fe. Su apariencia de fragilidad no debe confundirnos; el mal adopta muchas maneras —advirtió Wulftan, asegurando que la vigilancia de sus hombres sería constante durante el trayecto de regreso. 

El capitán arrojó el cuerpo de la mujer al interior del carro donde se encontraba el hermano Harold, sin ninguna dificultad; luego, se sacudió el barro que había dejado en su ropa. Al interior, apenas si la estructura se estremeció cuando el cuerpo de la prisionera se estrelló contra el piso; la mujer tenía las manos atadas a la espalda, y sus ropas y el cabello dorado estaban sucios por el lodo y la sangre. Se encogió en un rincón como pudo para evitar la mirada de los hombres; y centró su atención en los ojos del hermano Harold, quien también la miraba con suma atención. El frágil cuerpo de la mujer contrastaba con la leyenda de su supuesto parentesco con los demonios.


«Tiembla como los conejos antes de ser sacrificados», pensó el hermano Harold, que por primera vez podía verla de cerca. Luego, con un llamado de su corazón, se dio un golpe en la cara para vencer su miedo y se acercó para limpiar sus heridas con un paño húmedo, tratándola con una gentileza inesperada en aquel contexto de miedo y superstición. Le ofreció agua fresca de beber, aflojó las ataduras de sus manos, recogió su cabello y la cubrió con una manta, siguiendo las enseñanzas de Cristo. —Te serviré comida caliente al llegar a la abadía; espera un poco, son solo unas horas de viaje —dijo el hermano a la mujer que, con incredulidad, asintió levemente con las orejas hacia abajo.

La mujer, sin apartar su cautela, bebió y dejó que el hermano examinara con más detalle sus heridas, limpiara el barro de su rostro y, muy lentamente, su mirada de desconfianza se suavizó, como una ventana a su humanidad, revelando su fragilidad. «Un demonio no sangra ni siente pena o dolor», reflexionó el hermano para sí, sin atreverse a cuestionar las órdenes de su superior, mientras recordaba viejas leyendas que le contaron sus abuelos. —No eres un demonio; eres un Ljósálfar. Yo voy a cuidarte hasta que se esclarezca tu origen; ten fe, Dios cuida de todas sus criaturas — dijo Harold en un susurro casi inaudible que se perdió entre el galope de los caballos que retornaban a Delfrost, dirigidos por el Padre Abad Juan.

En la colina, luego de un almuerzo frugal de pan y carne seca con Wulftan y sus hombres, el hermano Owen, acompañado por cuatro soldados, se dispuso a examinar en detalle el lugar en busca de evidencias. —Hermano, usted sería un excelente soldado del rey —oyó decir al Capitán Wulftan al tiempo que volvía a su montura para continuar con su redada. —Espero ver el humo del fuego sobre este lugar a la distancia para que todos podamos dormir en paz.

—Soy un soldado de Cristo —respondió respetuosamente Owen con una venia, mientras Wulftan y su escolta azotaban a los caballos y partían para aprovechar las horas de luz de la tarde. Owen continuó su minucioso escrutinio alrededor de la propiedad. El terreno parecía haber sido una pequeña granja; aún podían verse los cimientos de lo que parecía haber sido un granero o un establo, y el forraje para alimentar a los animales aún crecía mezclado con la mala hierba.

Owen prestó más atención a las estructuras que parecían haber sido una casa de unas tres habitaciones. «Está bien construida», pensó para sí, acariciando con sus dedos la rugosidad de la piedra al tiempo que medía el espesor de los muros y hacía unos rápidos dibujos del lugar. «Contrastaré esta información con las propiedades registradas en la abadía; así sabré a quién perteneció este lugar», pensó para sí... Por un momento, Owen se perdió en sus cavilaciones, imaginando lo acogedor que debió ser ese lugar cuando estuvo en buen estado, mientras acariciaba las vetas del suelo bajo el sol de la tarde; a lo lejos, podía verse la abadía y el centro de Delfrost; fuera de ese lugar, podía escucharse a los soldados cavando entre conversaciones.

—Hermano, hemos encontrado lo que parece ser una cripta pagana; por favor, necesitamos su permiso y su protección para examinar los restos —dijo Godwin, uno de los soldados que se quedaron para apoyar al hermano Owen en su investigación.

—Voy en un momento —respondió Owen mientras alejaba un cúmulo de pensamientos que empezaban a nublar su mente; nada de lo que encontraba en ese lugar parecía maligno, y le perturbaba aún los recuerdos de la violencia con la que había sido tratada la mujer. Owen se levantó lentamente, se acomodó el hábito; y cargó a sus espaldas un primer saco lleno de materiales y pequeños artefactos de uso diario que había logrado recuperar de su inspección, todos de apariencia común.

No fue hasta llegar al pie del manzano que Owen se quedó sin palabras; Godwin explicó cómo los soldados se percataron de un montículo cubierto de flores silvestres que se alzaba a sus pies, y llenos de curiosidad comenzaron a cavar; las flores arrancadas y la hierba fresca se encontraban mezcladas con la tierra de la excavación a un lado de lo que parecía haber sido el montículo. —Tiene usted una muy buena intuición, Godwin. Agradezco a todos que me convocaran para la revisión del interior —dijo el hermano Owen ante la diligencia de los soldados.

En el espacio que lograron cavar podían verse las raíces del árbol entrelazadas con una pequeña cámara funeraria construida de piedras blancas, aún cubiertas por tierra y musgo. Los soldados limpiaron la superficie con sus propias manos, revelando figuras en alto relieve. Owen, luego de una oración, pidió que descubrieran la tapa. Lentamente, los soldados la movieron, descubriendo en el interior lo que parecía ser una osamenta envuelta en finas telas teñidas con colores que le recordaron a las flores del bosque. «Flores de lavanda, tal vez», pensó mientras alzaba uno de los lienzos a contra luz y admiraba con asombro su delicada confección.

—Estas finas telas fueron confeccionadas sin duda para un ser amado —dijo Godwin con una expresión cálida en el rostro, esperando que el hermano pudiera decir algo que los ayudara en su comprensión y asombro. Owen aún acariciaba los grabados de la tela que cubría el cuerpo sin poder evitar que su corazón se enterneciera; luego, con sumo respeto, dio la autorización a los soldados de retirar el cuerpo para transportarlo a la abadía. «Hace bien, hermano; las personas aquí sin lugar a dudas saquearían estos tesoros», dijo Godwin mientras los demás soldados confirmaban sus sospechas; alrededor de ellos se agruparon algunos hombres atentos a cualquier distracción para hacerse con alguno de los delicados objetos.

Los soldados sacaron el cuerpo con sumo respeto, como había pedido el hermano; sin embargo, no pudieron evitar que, al alzarlo a cuatro manos, cayeran algunos objetos que habían sido envueltos como ofrendas. Estos se estrellaron contra las piedras labradas con un sonido metálico; Owen volvió a ellas, concentrando toda su atención.

—Parecen ser herramientas de un constructor; antiguamente, se enterraban a los cuerpos con los objetos que usaban en vida —dijo para calmar la curiosidad de los hombres que se asomaban tras sus hombros. —Mirad todos, se trataba de un cristiano —dijo Owen finalmente, mostrando el objeto principal, una cruz de unos siete centímetros de largo que había resbalado del cuerpo. Cogió el frío metal entre sus dedos y la limpió con uno de los bordes de su túnica; el metal estaba finamente labrado. —Tratad con benevolencia el cuerpo y preparad todos el retorno a la abadía. Todos brindarán testimonio de lo encontrado; el cuerpo será enterrado en nuestras criptas al acabar la investigación —indicó Owen, y luego se dispuso a hacer unos dibujos del lugar con los últimos rayos de sol de la tarde.

Los soldados ataron una rústica carreta a dos de sus caballos, la cual habían adquirido a cambio de unas monedas de cobre. En ella cargaron todos los objetos y la osamenta rescatada. Al caer la noche, encendieron pequeñas hogueras en el patio a la espera de órdenes. Luego, Godwin instó a sus hombres a recoger los restos de madera de los edificios derruidos, pendientes de las instrucciones del hermano responsable para incendiar el lugar y retornar a sus hogares según lo planificado.

—Hermano, estamos listos y esperamos sus órdenes —dijo Godwin, mientras los soldados se congregaban alrededor del árbol donde Owen había estado catalogando y dibujando todos los objetos.

El hermano observó los rostros cubiertos de sudor y cansancio de los soldados que le rodeaban, esperando su decisión. Se ajustó la túnica y se apartó lentamente del túmulo; aún sostenía la cruz de metal entre sus dedos. Apoyándose casi instintivamente en el tronco del manzano detrás de él, Owen sintió la frescura de la brisa nocturna y observó las primeras estrellas brillar en el firmamento. «Santa María, asísteme en esta decisión que podría cambiar el destino de esa joven mujer», reflexionó, consciente de la importancia de su veredicto. «Necesito consultar los textos en la biblioteca antes de emitir cualquier juicio a estos hombres», pensó, guardando en su bolsillo la cruz del difunto cristiano. Luego, elevando una plegaria al cielo ahora salpicado por siete estrellas resplandecientes, buscó la inspiración divina.

—Por favor, os ruego que no incendiéis este lugar; fue el hogar de un cristiano, y el Obispo requerirá todas las pruebas para emitir su juicio sobre la naturaleza de esa mujer —expresó el hermano Owen, con una mirada llena de sabiduría y una voz que apelaba a la compasión de sus hombres. Para su sorpresa, Godwin y los soldados asintieron, proponiendo erigir una empalizada alrededor de la cámara funeraria de piedra, situada al pie del árbol, como medida de protección. Cuando finalizaron el hermano Owen bendijo una vez más la antigua granja e iniciaron el retorno.

Durante el camino de regreso a la abadía, todos los hombres que habían participado en la extenuante jornada guardaban un respetuoso silencio desde los distintos caminos que los conducían a su hogar. Movidos por sentimientos de piedad, temor o responsabilidad, las emociones del día se disolvían gradualmente, hallando reposo bajo el infinito manto estrellado. El eco de los cascos de los caballos sobre el camino polvoriento era alumbrado por la luna; y sus cuerpos se resistían al sueño atraidos por las luces distantes de la ciudad que les parecían cada vez más cercanas; el anhelo del hogar disipaba la oscuridad de sus corazones, permitiendo que emergieran dulces memorias.


GLOSARIO

Abad: Líder espiritual y administrativo de una abadía, generalmente elegido por los monjes que residen en ella. En el contexto de la Edad Media, el abad no solo tenía un papel religioso sino también político y económico en la región circundante.

Cripta Pagana: Estructura subterránea utilizada para entierros antes del cristianismo o fuera de sus prácticas. La mención de una "cripta pagana" indica la coexistencia de prácticas religiosas antiguas y cristianas.

Cristiano: Seguidor de la fe cristiana, basada en las enseñanzas de Jesucristo. En este contexto, identifica la religión predominante y su influencia en la vida social y política.

Cruz de Oro: Símbolo cristiano de gran importancia, que representa la fe en Jesucristo. En este contexto, podría indicar también riqueza y poder, ya que el oro era y es un metal precioso.

Demonio: En la tradición cristiana, un ser maligno opuesto a Dios y a la bondad. La acusación de ser un demonio o tener vínculos con ellos era grave en la Edad Media y podía llevar a la ejecución.

Empalizada: Barrera defensiva hecha de estacas o postes puntiagudos. Su construcción alrededor de un lugar indica la intención de protegerlo de intrusos o animales.

Espada Desenvainada: La espada es un arma comúnmente asociada con los caballeros y guerreros de la Edad Media. Tener una espada desenvainada indica preparación para el combate o una amenaza inminente.

Herramientas de un Constructor: Refiere a los objetos de trabajo tales como escuadras, plomada, etc. sugiriendo que la persona enterrada podría haber sido un artesano o constructor. En la Edad Media, era común enterrar a las personas con objetos de su vida cotidiana o profesión.

Juicio Cristiano: Refiere al proceso de determinar la inocencia o culpabilidad de una persona bajo los preceptos de la ley cristiana, que a menudo se basaba en la moralidad y las enseñanzas de la Biblia.

Leyes de Dios y del Reino: Refiere a las leyes canónicas y seculares que gobernaban la vida en la Edad Media. Las "leyes de Dios" se refieren a los mandatos religiosos, mientras que las "del reino" a las leyes terrenales establecidas por la monarquía o el gobierno local.

Ljósálfar: Término proveniente de la mitología nórdica, que se refiere a los "elfos de luz", seres considerados benévolos. Su inclusión sugiere una mezcla de creencias paganas y cristianas.

Purificar con Fuego: La práctica de quemar un lugar para limpiarlo de malos espíritus o influencias demoníacas. Simbólicamente, el fuego representa la purificación y renovación.

Signo de la Cruz: Gesto devocional importante en el cristianismo, simbolizando la fe en la crucifixión y resurrección de Jesucristo. Es un acto de bendición y protección.

Venerado Obispo: El obispo es una figura de alto rango dentro de la Iglesia Cristiana, con autoridad sobre un conjunto de parroquias llamado diócesis. El término "venerado" sugiere respeto y devoción hacia su figura.

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