Parte 2: Memorias en Delfrost
Puedo cargar a Friola en un brazo, sosteniéndola a veces de la cintura. Pese a medir un palmo menos que yo, es delgada y flexible. Es verdad eso que dicen que los elfos son ligeros, casi como si no existieran. Al cargarla en mi hombro, inicia su protesta, golpeando ligeramente mi espalda.
—¡No soy un saco de patatas! —dice gruñona, pataleando y retorciéndose. Bajo la loma con Friola en la espalda. La mañana ha sido muy provechosa para la búsqueda de plantas medicinales e insumos para la elaboración de medicamentos. El descenso con ella enredada en mi resulta fácil, y si intenta soltarse, subo la loma de nuevo. A veces, corro durante el trayecto, y ella se agarra a mi piel firmemente con sus uñas como un gato, intentando estar quieta para no caer. Cuando tengo a Friola aferrada a mí, su cabellera dorada se agita delante de mi nariz, provocando que estornude y me tambaleo. Este movimiento provoca el chirrido de sus dientes. En ocasiones, llegamos a caer y rodamos sobre la hierba, riendo juntos. Otras veces, se resigna y se queda muy quieta, haciendo que el descenso pierda toda la gracia. Finalmente, la bajo y continuamos caminando lado a lado hasta llegar a nuestro hogar.
Los días empiezan muy temprano para los dos, juntos hacemos el trabajo en nuestra pequeña granja a las afueras de la villa de Delfrost. Allí cultivamos un pequeño campo de maíz para alimentar a los animales del corral y mantenemos una huerta de hortalizas que Friola cuida con esmero. Friola se mueve entre tubérculos, hierbas aromáticas, tomates y zanahorias, hablándoles suavemente, como si pudieran entenderla. Según la estación salimos en búsqueda de insumos medicinales, aprovechando los conocimientos de Friola en este campo; las medicinas que ella prepara ahora son nuestros principales ingresos, dado que a mi edad se han reducido las oportunidades de trabajo como constructor.
En esta vida hemos tenido mucha fortuna. Encontré a Friola a mis 30 años, y desde entonces, hemos disfrutado de una vida de paz juntos. Elegir la villa de Delfrost no fue tarea fácil, pero su ubicación remota en los mapas la hacía perfecta para nosotros, que preferíamos el anonimato. Aunque al principio los pobladores eran reservados, gradualmente confiaron en nosotros gracias a nuestras habilidades útiles para la vida cotidiana. Los 20 años de trabajo duro y buena fortuna juntos nos han permitido construir una pequeña casa con cimientos de piedra, techumbre de madera, tejas y gruesos muros para proteger a Friola en los años venideros que estará sola. Hemos trabajado incansablemente en la granja, asegurándonos de que pueda sostenernos en tiempos más difíciles. Friola podrá resguardarse con independencia los años posteriores a mi muerte, o podrá volver a nuestra casa cuando ya nos hayan olvidado si tardo muchos años en retornar; Friola incluso tiene la opción de vender la propiedad y comenzar de nuevo en otro lugar, algo que le he sugerido para asegurar su futuro.
—Esta felicidad juntos es la gracia de tu dios, que bendijo nuestro reencuentro —dice Friola.
—No, esto ha sido gracias a ti, que has salvado más de las mil vidas que prometimos para cada retorno. —La corrijo conociendo lo duro que trabaja.
Aunque no sepamos qué divinidad ha oído nuestras plegarias, estoy seguro de que volveré si seguimos haciendo el bien y continuamos amándonos más allá de la muerte. Comparto con ella estos pensamientos mientras acaricio su cabello, y puedo sentir como se aferra a mi pecho para dormir. Cuando escucho que su respiración se vuelve lenta y acompasada, soplo las velas que tengo en la mesa de noche y descansamos. El cambio de estación se aproxima, marcando el inicio de nuestra búsqueda de lavanda, y otras flores que corresponden a esta época del año.
—Estoy segura de que encontraré la forma de alargar tu vida —afirma Friola, quien aparenta tener apenas veinte años. No comparto mis preocupaciones con ella para no inquietarla, y disfrutamos del momento. Admiro como Friola selecciona con cuidado cada planta, su mano se desliza examinando su textura y aroma antes de seleccionar las mejores: las hojas de milenrama, los tallos de valeriana y las delicadas flores de lavanda, son colocadas en nuestra cesta.
Friola, cuando está molesta, se cierra en sí misma. Su expresión muestra la profundidad de sus mil años de vida. Aunque su mal humor suele desaparecer al ver un ave o encontrar la planta perfecta, si persiste, me dedico a cazar para prepararle una comida reconfortante que sin duda hace que se sienta mejor. En otros momentos, Friola se muestra atenta, y su herencia élfica se hace evidente en la tensión de sus orejas ocultas bajo el pañuelo. Cuando nos cubre la niebla, Friola se transforma: suelta su cabello y danza, girando y cantando; extiende sus pies y levanta las hojas del suelo a su alrededor, todo huele a hierba, mientras yo la observo sentado en una manta cercana. A veces, la humedad cala mi cuerpo o un estornudo mío interrumpe el encanto, pero otras veces, me quedo dormido bajo su hechizo, soñando con vidas pasadas y nuestro reencuentro en el futuro.
El afecto de Friola es un regalo constante y disfruto cada momento a su lado, cuando me rodea con sus brazos dejando su aroma a canela en mi ropa, cuando intenta besarme de puntillas, o cuando su concentración invade la casa mientras trabaja en silencio. En un extremo de nuestro salón, Friola tiene su espacio de trabajo, un santuario de sabiduría antigua con frascos de cristal llenos de esencias y polvos de colores colgados del techo. Los rayos del sol de la tarde se filtran por la ventana, iluminando el espacio con una luz casi sagrada. Desde el porche, siento la calidez de la madera bajo mis pies descalzos, una señal de la primavera que nos llena de ilusión. Ayudo envolviendo las medicinas que Friola prepara mientras observo la vida diaria de la villa, planeando el mejor momento para bajar y vender nuestros productos.
—Debemos dejar Delfrost pronto —susurra Friola, interrumpiendo mis pensamientos.
Su voz lleva una preocupación que reconozco, reflejo de los cambios en la villa. Asiento, recordando cómo los pobladores nos miran ahora con una mezcla de miedo y curiosidad. Aunque Friola se ha retirado de la vida pública, no hemos podido evitar que la gente note su inmutable juventud. Recuerdo el día en que llegamos; la calidez de sus sonrisas se ha ido perdiendo. La magia de Friola, una vez un misterio acogido, ahora es motivo de temor y sospecha. La expansión de la nueva religión cristiana en todo el territorio reemplazando las antiguas costumbres de veneración a la naturaleza nos obligan a considerar un futuro diferente y ser más precavidos si sus sacerdotes llegan a Delfrost, tengo temor de que nos acusen de hechicería; es un riesgo que no podemos ignorar; la humanidad siempre ha temido lo desconocido, por más maravilloso que sea; debemos actuar para protegernos.
—Sería mejor volver al bosque —le digo a Friola. Aún poseo la fortaleza para construirnos un nuevo hogar; podríamos regresar aquí cuando el tiempo haya hecho que nos olviden. El sonido rítmico de las hierbas siendo aplastadas por el mortero se detiene, y el aroma de manzanilla y especias se esparce por toda la casa gracias a una ráfaga de viento que se filtra.
—¡No!, no es tiempo de volver al bosque —responde Friola con firmeza-. Si enfermas, solo mis medicinas no bastarán —dice, sus ojos brillan con una mezcla de determinación y tristeza.
—Friola, partiré en unos años y no podremos evitarlo. Pero mi despedida será tranquila sabiendo que tienes un refugio seguro donde esperar. Quiero que mi cuerpo nutra nuestro bosque hasta que pueda volver por ti. Ten fe, siempre retorno.
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