𓏲 O6: Yuan Bei
Las siguientes dos semanas volaron como un avioncito de papel, y cuando la figura aterrizó Mina se dio cuenta de que había pasado poco más de un mes desde que le habían raptado.
Normalmente, si alguien le hubiese dicho que su destino estaba enlazado con la mismísima hija de las tinieblas, ella hubiese reprendido aquello y se hubiese arrodillado para orar.
Así, si alguien más también le hubiera dicho que ella aceptaría esa unión, inmediatamente se hubiese hecho un auto-exorcismo, a ella y a la persona que le dijera esa tontería, claro.
Pero en esos momentos no se podía auto-exorcisar o echarse a orar, porque a decir verdad ya no tenía aquella fe flameante.
Las cosas habían cambiado en sobre manera, ella había cambiado.
Su pensar, es decir, y sus sentimientos.
Porque en algún momento dejó de temer y llorar por las noches, para acostarse con una pequeña sonrisa, esperando el mañana con ansias.
Justo como lo había hecho la noche anterior.
Estaba nerviosa, sentía estragos en su pansita, las tan famosas mariposas revoloteaban dentro de ella y sus mejillas se encendían. Tenía el corazón latiéndole a mil por hora.
Ahora estaba sentada en, lo que llamaba ahora, su cama. Estaba siendo arreglada por una monja con la que había compartido un par de charlas en la última semana. Siyeon le aplicaba a golpecitos suaves un poquito de rubor en sus mejillas, para hacerlas más rosaditas.
Anteriormente había aplicado también un poco de sombras en sus párpados, y le había peinado el cabello haciendo resaltar su cabello en pequeños rulos que le daban unos airesitos más pequeño, y tierno.
Sus manos jugaban entre sí mientras reposaban en su regazo. Un fino vestido blanco se deslizaba por sus caderas, en la parte superior teniendo un pequeño escote, resaltando la fina tela blanca y delgada que se entallaba en su cintura.
Siyeon terminó de colocar el rubor y pasó a ponerle un poco de bálsamo labial, hizo ver sus labios más rellenitos, rosados y con un brillo que hacía delirar.
— Ya estás lista, Mina — avisó la mayor. Tomó la mano de la castaña y la levantó para que se pudiera observar en el espejo de la habitación.
Mina clavó su vista en su figura. Lo admitía, se veía muy bonita, Siyeon se había lucido con su trabajo y ella esperaba que se viera lo suficientemente bien para Chaeyoung.
Era un Sábado, cerca de las 3:00p.m. El cielo estaba en un bonito tono de azul, las nubes blancas decoraban el vacío del cielo. Había cierto brillo en las cosas, parecía que toda la ciudad estaba alegre ese día.
Mina iba a contraer matrimonio dentro de unos minutos, con Chaeyoung.
Y no podía esperar a estar junto a ella, para poder estar juntas finalmente, en todos los sentidos.
Siyeon le colocó finalmente unos bonitos aretes. Tomó un pequeño ramillete de flores pequeñas y las colocó en su muñeca. Le dio una gran sonrisa para apreciar a la castañita.
— ¡Te ves preciosa, eres muy hermosa! — exclamó ella.
— ¿De verdad me veo bien? — susurró, temerosa.
— Claro que sí, no te preocupes. Chaeyoung sabe apreciar el arte
Mina sintió sus mejillas enrojecer, intentó cubrirse el rostro con las manos pero antes de hacerlo la fémina chilló con que arruinaría el maquillaje. Así que solo se vió una vez más en el espejo y sonrió, estaba lista.
Sabía de la boca de la pelinegra que, obviamente, no tendrían una boda por la iglesia. Tampoco harían una fiesta, tan solo serían ellas, las monjas y algún tipo de sacerdote que les casaría.
Tampoco sería una boda como todas las demás. Por su contrario, serían casadas bajo el permiso y autoridad del Señor Oscuro. Ese mismo día todo el poder de Chaeyoung despertaría en ella.
Tendrían la ceremonia en el patio de la casona, más bien sería algún tipo de ritual en el que jurarían amor eterno y harían un pacto de sangre.
No le dio tantas vueltas al asunto, después de todo ya no tenía miedo, se sentía segura allí y en los brazos de la mayor. Ella quería hacerlo.
Bajó junto a la monja, con los nervios a flor de piel, pronto se encontraron en la salida que daba al patio.
Desde donde se encontraba tenía una vista de todo, se habían esforzado por decorar el patio, había un recorrido de pétalos que guiaban a un quiosco en el medio, rodeado de lianas y florecillas rojas. La luz del sol golpeaba levemente todo, dandole un brillo natural.
Mientras Siyeon sostenía su mano, comenzaron a avanzar.
Cuando Mina alzó su cabecita pudo ver a Chaeyoung parada bajo el quiosco. Estaba también vestida de blanco, con un traje que se apegaba al trabajado cuerpo, el cabello negro recogido en una coletita tras su cabeza, y una magnífica sonrisa en el rostro.
Sus mejillas ardieron, las rodillas le flaquearon y mordió su labio inferior. Dio una pequeña sonrisa cargada de grandes emociones a su futura esposa.
Caminaron lento bajo la atenta mirada de las monjas y de Chaeyoung. Finalmente llegaron hasta ella, la monja Siyeon le entregó como una buena madre.
— Te ves muy hermosa — susurró Chaeyoung en su oído, se estremeció y bajó la mirada, tímida.
Ambas se giraron hacia el sacerdote, sus ropajes eran rojos y en vez de portar una biblia en sus manos tenía una copa llena de algún líquido que parecía ser agua.
— Nuestro gran señor Satán nos ha traído la dicha de presenciar a su hija, quien reinará pronto. Es por eso, que agradecido por tal honor llevaré a cabo esta ceremonia, donde nuestra princesa unirá su corazón y alma a esta joven quien gobernará a su lado — comenzó el sacerdote. Tendió la copa a ambas muchachas, y seguido, les ofreció un pequeño cuchillo de empuñadura azulada y ruinas en la hoja plateada.
— Hoy, jurarán ante nuestro Señor amarse por todos los días, respetarse y valorarse. Tomarán la vida, alma y cuerpo de su compañera para cuidarla por siempre, reinarán sobre este mundo como estuvo escrito desde antes
Chaeyoung tomó el cuchillo y se hizo un pequeño corte en la muñeca pero lo suficientemente profundo para dejar salir gotas de sangre, tras la señal del sacerdote.
Dejó caer la sangre en la copa y pasó el arma a la castaña, quien repitió todo lo anterior baja la atenta mirada de la pelinegra, tan solo soltó un pequeño siseo de dolor pero soportable.
El sacerdote hizo que le trajeran un par de anillos de oro y los tendió a la pareja, Chaeyoung fue la primera en sujetar la argolla y deslizarla suavemente sobre el dedo de Mina. La castaña tomó la sortija restante, con los nervios corrió también el anillo por el dedo anular de la mayor, quien le dio una sonrisa llena de amor.
Seguidamente, la pelinegra tomó la copa y tendió frente a ella, viendo fijamente aquellos ojitos que tanto le encantaban.
— Juro ante mi padre amar a Myoui Mina, y reinar junto a ella cuando sea el momento. La tomo como mi pareja de vida, de esta y la siguiente — Chaeyoung tendió la copa frente a Mina, para que bebiera y así sus palabras fueran selladas.
La castaña solo sintió el agua con sabor metálico, sin embargo no le importó y bebió hasta que Chaeyoung separó la copa de sus labios.
— Juro ante el Señor Oscuro amar a Son Chaeyoung, y acompañarla durante nuestro reinado cuando sea el momento. Yo la tomo como mi pareja de vida.., de esta y la siguiente — Mina repitió la acción: tomó la copa e hizo a Chaeyoung beber de ella.
Cuando finalizó, devolvió la copa al sacerdote quien solo les asintió y habló para decir:
— Con la autorización de nuestro Señor, les declaro esposas; amantes, y dueños de su gran amor. Que la dicha esté con ustedes
Chaeyoung se acercó a Mina, le sujetó por la cintura, acercándola y pegándola a su pecho. Su mano acarició la pálida mejilla y vio con profundo amor los ojos de la castaña, transmitiéndole paz y tranquilidad.
— Myoui Mina, finalmente eres mi pareja, eres mía
Y aunque no estuvieran en una iglesia, aunque no hubiera una multitud de invitados o sin importar que la música no sonara, y a pesar de que aquella unión era una total abominación para las personas del exterior les importó poco y por primera vez, acariciaron sus labios en una suave caricia que les mandó miles de corrientes eléctricas.
Con un profundo beso, tan suave como el terciopelo y grande como el universo mismo sellaron su unión.
Chaeyoung levantó el rostro, sintió su frente ser llenada de alguna mezcla que el sacerdote había elaborado. Sus rodillas pegaban en el pasto, mientras la noche se cernía sobre ellas.
Su mente estaba únicamente pensando en contactar con su padre, aunque inconscientemente sentía la mirada de, ahora su esposa, Mina.
Era el ritual que otorgaría a Chaeyoung el poder total y absoluto. El traje blanco que se había puesto para su boda ahora estaba un poco manchado de tierra en las partes de la rodilla. El sacerdote dictaba algunas palabras en un idioma que solo ella y la pelinegra podían entender.
Su mente divagó y entonces todo se puso oscuro, entró en un estado catatonico. Escuchó una voz que le llamaba e inmediatamente supo que era su padre.
Imágenes pasaron por su mente, como rayos que competían entre sí. Cada uno mostraba alguna verdad sobre la humanidad, la avaricia, los celos, el desamor, la obsenidad y soberbia. Hombres y mujeres malos, con los corazones podridos que cada día empeoraban el día. Guerras y abandonos, personas matándose entre sí y siendo engañada.
La humanidad estaba tan acabada.
Los ojos de Chaeyoung se abrieron, y entendió por segunda vez toda la perversidad del mundo. Supo entonces que el final sería inevitable, y ella sería quien les llevaría a este.
Abrió totalmente los ojos, con una sonrisa ladina en el rostro, un iris rojo rodeaba sus pupilas. Se sentía diferente, había algo que le recorría todo el cuerpo, una corriente que le impulsaba a odiar a la raza humana. El sacerdote asintió y sonrió al ver la transformación completa en ella.
Unos delgados deditos tomaron su mano, se sintió sobre sí al instante, recobrando la compostura. Se giró y vio el semblante de Mina, le veía profundamente, buscando que estuviera bien. No pudo evitar sonreír aún más, ahora estaba completa, sentía su propio poder recorrer por su cuerpo, y frente a ella estaba lo único que podía complementarla; su adorada esposa.
— Mi amor — le dijo tan bajo, solo para que ellas lograran escuchar. Acarició la mejillitas de pan, y Mina se dejó acariciar, inclinando la cabeza hacia la palma.
Ambas se miraron, simplemente no había palabras para expresar la conexión que ahora las unía. Había sido escrito, ambas tenían que estar juntas; se deseaban de todas las formas la una a la otra, no había sentimiento que pudiera reemplazar lo que sentían. Era.., era hermoso ante los ojos de ambas.
— Mi reina — susurró Mina.
De pronto tan solo eran ellas dos. Sin importarle nada más, salieron tomadas de las manos de aquella mansión. Caminaron bajo el cielo estrellado de la ciudad, por las calles que se habían detenido para presenciar a la pareja. El viento alborotaba sus cabellos, pero sus corazones parecían latir más rápido cuando miraban a la contraria, tan sumergidas en ellas.
No tardaron mucho para cuando llegaron a aquella otra mansión más grande que se encontraba en el parque. La reja fue abierta por una llave que Son poseía, entraron y observaron lo que a partir de ahora sería su hogar.
Era grande, tenía varias habitaciones que después se encargarían de explotar, había un patio delantero y uno trasero, con mesas y sillitas afuera. Una fuente y un hermoso jardín listo para recibir el amor de la pareja.
Era de tres pisos, con una hermosa fachada y grandes ventanales, dentro también había una chimenea que sería la encargada de guardar el calor en el hogar.
Chaeyoung guió a la castaña hasta la habitación más grande, la puerta era de una madera chocolatada, y cuando abrieron la puerta dentro se pudo apreciar una inmensa cama, en la que habían sabanas blancas y grandes almohadas, sobre ella estaba una colcha en color dorado y varias mantas al pie de esta.
La habitación era iluminada por una decena de velas puestas perfectamente para crear un ambiente romántico, y la luz de la luna de colaba por el gran ventanal que poseía la habitación.
— Bienvenida a casa — Dijo Chaeyoung mientras se colocaba detrás de Mina, y rodeaba sus caderas con ambos brazos, dejando descansar el mentón sobre el hombro de la menor— ¿Te gusta?
Mina no podía estar más feliz. Muchos sentimientos la embargaban, y tener a la pelinegra acariciándole el cuerpo y dejando leves besitos sobre su hombro tan solo podía llenarla más, y ponerla plenamente feliz.
— Me encanta — dijo emocionada.
— A mí me encantas tú
Los besos de Chaeyoung comenzaron a subir por el cuello de la castaña, quien cerró los ojos y ladeó la cabeza dejando más acceso a la pelinegra, para que besara a su gusto.
La piel de la menor estaba caliente, y Chaeyoung juraba que tenía un sabor propio, pues estaba segura que pronto se haría adicta a saborearla.
— Mmg-h... Chaeng — la mano de la mayor ascendió por su pecho, su lengua acariciaba el músculo de la oreja de la nipona, sus dedos hábiles se hicieron cargo de bajar las delgadas y largas mangas añadidas al vestido de Mina, deslizándolas por sus brazos para poder dejarlas fuera.
Mina se volteó finalmente, con las mejillas sonrosadas y el cabello levemente alborotado. Chaeyoung era más alta que ella, y tuvo que ponerse levemente de puntitas para pasar sus brazos sobre los hombros y atrapar los labios de Chaeyoung en un pequeño besito, tímido e inocente.
Su cintura fue acariciada por la mayor, dejando leves apretones y acariciando la espalda baja, hasta llegar al inicio de su trasero. Y aunque Mina pensó que la tocaría en esa zona, preparándose para aquello, aunque por el contrario obtuvo besitos en sus mejillas y nariz, besos que pronto fueron descendiendo por el cuello.
Las manos de Son se encargaron de bajar lentamente la cremallera del vestido de la menor, dejando a la vista el pálido torso, la piel parecía tan suave, suave y bonita, totalmente hermosa ante los ojos de Chaeyoung. Dejó un beso en los hombros de la japonesa y los acarició suavemente.
Las manos inexpertas de Mina viajaron al abdomen de la coreana, temerosa y con los nervios, haciéndola temblar. Con cuidado ella también se deshizo de las ropas superiores de Son, tragando saliva y sonrojándose al ver el trabajado torso, que subía y bajaba lentamente por las respiraciones.
Si alguien preguntase qué era el arte, Chaeyoung inmediatamente respondería que era Mina por las mañanas; con los cabellos desordenados y los ojos hinchaditos, que el arte era Mina bajo una calurosa tarde mientras hacía un puchero. Era Mina cubierta de copos de nieve, con un gorrito en su cabecita y el rostro rojito por el frío.
El arte era Mina, totalmente desnuda frente a ella. Con múltiples lunares en su cuerpo, su brillante piel pálida, sus mejillas sonrosadas y un brillo en sus ojitos, un deje de timidez en su rostro. Sus perfectas curvas, los hombros rectos y las piernas esbeltas y largas. Para ella, eso era el arte y nunca cambiaría su respuesta. Porque nada podría compararse a la inmensa belleza que Mina portaba, y nadie podría competir con Chaeyoung, porque solo ella podría apreciarle y admirarle, como la verdadera obra de arte que era.
Pronto, ambas estuvieron totalmente expuestas, con los pechos descubiertos y pegados, las prendas olvidadas en el suelo y aún de pie.
Chaeyoung juntó sus frentes, y rozó su nariz con la contraria, en un beso esquimal, cariñoso y sutil. Sus labios se encontraron delicadamente, su lengua delineó los labios rosaditos para pedir permiso y entrar en su cavidad bucal. Era cálida y se sentía tan bien, la punta de sus lenguas jugueteando entre ellas, buscando el mando que Son ganó.
Cuando se separaron un hilo delgado de saliva aún les conectaba, se sonrieron tan hermosamente que se sientieron correspondidas.
En un fugaz movimiento Chaeyoung tomó las piernas de Mina, haciendo que saltara y las enrollara en su cadera. Cargando a la nipona, sintiendo el roce de sus pieles y la calidez de estas le llevó a la gran cama que esperaba por ellas. Le recostó con cuidado, tratándola como una pieza de cristal y atrapó nuevamente los labios en un beso más intenso, tomando el control y guiando la lengua aún inexperta de su tierna esposa.
Acarició con parsimonia las largas y suaves piernas, tocando los muslos rellenitos y ascendiendo sobre el pecho, y descendiendo una vez más.
Mina jadeó, sentía demasiadas sensaciones nuevas que le pondrían al borde de la locura. Su cuerpo reaccionaba con perfección a las estimulaciones de Son, tan solo podía acariciar el cabello de la nuca y dejarse perder en el placer que sentía. Soltó un pequeño gemido cuando sintió una longitud adentrarse en su interior, la sensación fue extraña y le tomó por sorpresa, el dedo que Chaeyoung había deslizado por su entrada permaneció quieto, a espera de que la menor se acostumbrara. Un suave vaivén comenzó cuando la castaña volvió a gemir, esta vez moviendo un poco sus caderas.
Con el paso de los minutos, Mina era toda una cajita de gemiditos que se escapaban de ella, el falange de Chaeyoung entraba y salía de ella, extendiéndolo a su gusto. Los dedos de sus pies se apretaban y sus manos sujetaban el cabello negro de la mayor. Pronto, sintió como los tres dedos que habían explorado su interior salían con un ligero chapoteo, abrió sus ojos y vio la mirada deseosa de Chaeyoung, aún así había un deje de cariño en ella.
Chaeyoung se acomodó mejor encima suyo, inclinándose hacia ella y alzando sus piernas. Ella habló.
— Eres lo que siempre soñé, Mina. Siempre te deseé, esperé desde mi niñez para conocerte y poder ganar tu corazón, y eres muchísimo más hermosa de lo que te imaginé... Gracias por aceptarme como tú pareja, realmente eres lo más bello que podría haber en este mundo, te amo
Se acercó a besarle para distraerle, se fundieron tan bien en el beso y Mina gimió contra la boca de Chaeyoung cuando sintió como algo más grande que tres simples dedos se adentraron a su interior, estirándola más, se sintió llena.
Pasaron algunos momentos, en los que Chaeyoung le besó las mejillas, la nariz y la frente para distraerle del dolor en su zona baja. Acarició la delgada cintura, amando la forma en la que sus grandes manos encajaban tan bien en ella, saboreando la piel expuesta del cuello y clavículas.
Chaeyoung disfrutaba la estrechez de su esposa, le apretaba perfectamente que en serio pudo jurar que ambas habían sido hechas la una para la otra. Una primera estocada les sacó un largo gemido a ambas, estremeciéndose por las sensaciones que experimentaban, y sobre todo el placer.
Un vaivén que comenzó lento, con un ritmo marcado y suave, juntando sus bocas ansiosas por unirse con la contraria. Pronto, los movimientos fueron más rápidos, más marcados y duros, un chapoteo que se escuchaba por la habitación y una capa de sudor deslizándose por sus cuerpos.
— Ah-hg, C-Chaeyoung — decir que Mina no era extremadamente sensible sería mentir. Sentía su cuerpo recibir demasiado bien al de Chaeyoung, ambas se fundían entre besos y caricias. Su punto dulce era golpeado muchas veces, sacándole fuertes gemidos que Son amaba. Encajaban tan perfectamente que las sensaciones se multiplicaban.
Era el momento más especial de sus vidas, finalmente terminaban de unirse de todas las formas posibles. No podían estar más felices, sintiendo que todo aquello era irreal porque no podían creer que tenían a una persona tan hermosa y maravillosa con ellas.
— También ah-hg, tam-también te amo, Chaeyoung — y con aquellas únicas palabras la menor terminó, liberando un gemido y sintiéndose al borde del placer. Cuando sus paredes se contrajeron por la liberación apretaron tan deliciosamente a Chaeyoung, y esta dejó libre su semilla en su interior, buscando los labios contrarios para atraparlos en un beso más calmado.
Cuando sus respiraciones se detuvieron, se vieron a los ojos y sonrieron, tan completas y con un brillo en los ojos. Su amor ahora era irrompible y enorme, no había comparación.
Así pues, cuando la noche aún estaba presente y la luna miraba a ambas amantes, quedaron dormidas, abrazándose y declarándose amor verdadero.
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