Especial: Más allá del mundo.
Ellas ríen, se rozan, se miran y se abrazan.
Son risas cálidas, roces inocentes, miradas llenas de coqueteo y abrazos perfectos acoplados a sus sentimientos.
Hay vibraciones que giran a su alrededor en diferentes tonalidades, como aurora boreal sobre capas de hielo. Las de Nayeon ya habían sido rotas.
Se siente feliz, emocionada y tímida y anhelante y quiere tirar más cerca a Mina de sí. Hasta que ya no quede espacio que cerrar y sus almas se acaricien.
Es extraño, piensa. Porque jamás se imaginó estar en una situación donde ella esté siendo mimada y siendo mantenida más cerca de otra mujer. Pero no es otra mujer, simplemente es Mina.
Y Mina la quiere, la atiende y es suya.
Y Mina la toma por la cintura y ella se sonroja porque la cercanía de su prometida le arroja una tormenta de sentimientos.
Y Nayeon está dispuesta a dejarse llevar por ella.
—¿En qué tanto piensas?
Nayeon es atrapada en su torbellino de pensamientos y se siente como una niña a la que están por castigar. Pero ella no es una niña, porque las niñas no se comprometen con la hija de satanás o están dispuestas a hacerlo. Tampoco es como si hubieran más de un Satán.
—Solamente... Pensaba.
—¿Y en qué?— Mina sonríe divertida y apoya su mentón sobre el hombro de Nayeon. La posición resulta cómoda y hogareña que a Nayeon se le enciende el pecho por más y se imagina a ella y a Mina casadas sobre una linda casa... En el jardín, viendo el atardecer y quizás, malcriando a sus hijos.
Hijos. La idea ya no resulta espeluznante, mucho menos equivocada. Lo sabe porque ha aprendido mucho y a ella le gusta Mina, y estar con Mina se siente bien. Y está bien.
—Sobre nosotras y el futuro.
—¿Un futuro donde estemos juntas?
A Nayeon se le desliza una sonrisa por el rostro, siente el pecho lleno y pleno y se siente tan bien. Su cuerpo es sostenido por los brazos de su prometida y ella se deja llevar.
—No podría imaginar uno en el que no lo estemos.
Nayeon no suele pensar mucho en lo que dice, porque no le importa demasiado. Antes, creyó que todo estaba mal con ella, con ella y con todo lo que había comenzado a sentir por Mina, que era incorrecto.
Pero sabe que no lo está, porque amar se siente bien y está bien, y nadie debería de ser privado de amar o ser amado. Y ella quiere ser amada. Solamente por Mina.
Hay rayos de sol precipitándose sobre el horizonte, el brillante follaje de los árboles meciéndose con tranquilidad entre el aire y los aromas mezclándose sobre la tierra.
Ray, su perro, yace sentado sobre sus patas traseras. El can parece verlas y adorarlas y amarlas por la juguetona mirada de sus ojos, por las orejas puntiagudas levantadas y la cola agitándose felizmente de un lado al otro.
Mina respira un beso sobre la mejilla de pan de Nayeon, fugaz y divertido y Ray ladra una y otra vez porque al parecer también quiere besos y que le rasquen detrás de las orejas.
—No—, dice Mina— lamento informarte esto, mi querido compañero Ray, pero Nayeon es solo mía.
Y Ray gruñe, baja las orejas, coloca una mirada triste y comienza a gimotear.
Mina enarca una ceja, porque hasta hace poco Ray siempre había sido su amigo–y lo era– pero desde que Nayeon había llegado a sus vidas, Mina había conocido lo que era la traición. Y por un perro.
—Te has vuelto muy manipulable, ¿No esperas que caigamos en tu trampa y-...
Pero Nayeon ya estaba acariciándolo, rascándole las orejas y sobando su lomo y Ray se dejaba hacer entre los brazos de la menor. Con la lengua afuera y la cola disparatada hacia todos lados.
—No seas cruel, Mina. ¿Acaso no es la cosita más linda que has visto en tu vida?— Y Nayeon sostenía la cabeza de Ray junto a la suya, abrazándolo y con una gran sonrisa gomosa que, en su defensa, hubiese podido derribar hasta las más grandes murallas de la antigua China.
Y claro que era lo más lindo que había visto. Era hermoso, y cálido, suave, reconfortante, amigable y etéreo... Ray también era lindo, a su manera (aunque a menudo robara la atención de Nayeon).
Mina se agachó hasta la altura de sus dos grandes amores y acarició la mata de cabellos que Nayeon portaba.
—No lo creo, ¿Deberíamos de dejarlo aquí y adoptar a otro perro más lindo?
Ray ladeó la cabeza y gruñó entendiendo a lo que su dueña se refería. Nayeon azotó un golpe de su codo contra el abdomen de su prometida y rio divertida.
—Eso sí que ha sido cruel, ¿Cómo podríamos hacerle eso a Ray?
Mina exhaló con orgullo, tan llena de adoración contra su amor porque a pesar del mal comienzo que ella y Nayeon habían tenido, Nayeon incluía y amaba a Ray tanto como ella lo hacía. Era felicidad al ver que Nay le aceptaba, a ella y a Ray y a todo lo que vendría en un futuro. Dejó un beso contra su cabeza y después rascó por detrás de las orejas a Ray.
—No podría, cariño. Nunca los dejaría.
Nayeon se sintió satisfecha después de escucharle, así que soltó una sonrisa y continuaron el paseo que daban sobre el parque.
Había simple y agradable comodidad. Sus hombros se rozaron y se vieron envueltas en una estela de sentimientos fluidos, mágicos e increíbles. Vibraban en tonos rosados y naranjas, sincronizados y armonizando. Si alguien dijera que el anticristo estaba vivo y andaba entre millones de personas, cualquiera hubiese gritado atemorizado y hubiera intentado tirarle agua bendita, porque los anticristos eran quienes querían acabar con toda la creación de Dios, claramente.
Pero Mina no estaba acabando con la creación de Dios, porque esa había sido destruida hace miles de años. Las mujeres que Dios había puesto sobre la tierra para hacer el bien, ahora yacían acabando con todo lo hermoso que aún quedaba sobre el mundo. Pero no con Nayeon. Nayeon era su adoración, y a su opinión, no debería de ser mirada por seres tan despiadados como el resto de los humanos. Entonces, Mina no estaba matando hombres, comiéndose a bebés o provocando tormentas de dolor, habían mejores cosas que eso.
Como ver a su dorada Nay emocionada y contenta por comerse un suave y dulce algodón de azúcar.
Si los humanos y Dios pensaban que los ángeles eran los seres más etéreos que existían, pues se regodearía de corregirlos, porque solamente Nayeon lo era.
Rió. Amaría tanto a Nayeon hasta que Dios escuchara los latidos de su corazón. Hasta que él se enterara de cuánto la deseaba y de cuán hermoso se sentía amar a otra mujer. De cuán correcto y bien se sentía.
Y así lo hizo.
Días después, Mina y Nayeon se casaron y aquel día vibró en fuertes tonos rojos y amor se desbordó desde las puertas del infierno, el cielo crujió y Mina le hizo el amor a la mujer de su vida.
Los días posteriores se convirtieron en caricias íntimas y besos traviesos, lento y vainilla, olor a hogar y a llamas cálidas.
Se besaron, se disfrutaron y vivieron. Muy pocas personas sabían lo que era vivir, ellas sí lo hacían.
A Nayeon le ganó la curiosidad en una de las tantas y maravillosas cálidas mañanas que disfrutaban tras su luna de miel. Ella había estado arropada, abrazada por detrás y siendo mimada, porque a ella le encantaba ser mimada. El desayuno yacía sobre una mesa al lado de su gran y suave cama, pero ninguna quería abandonar los brazos de la otra, así que esperaron hasta desperezarse.
Entonces, Nayeon dijo
—¿Qué pasará cuando el tiempo llegue?
Mina había entendido lo que ella había querido decir y dejó un beso sobre uno de los hombros desnudos de su esposa.
Resultaba extraña la forma en la que hablaban y mencionaban vagamente el Apocalipsis como si fuera un nada, como si ellas no fueran las culpables de que ello sucediera y la misma humanidad hubiese sido quien las llevó a tal destino cruel.
—Simplemente... Todo lo malo sobre el mundo desaparecerá.
Nayeon mugió y giró el rostro preocupada hacia su amante. —¿Entonces tú también lo harás? ¿Te irás?
Había una sombra sobre sus ojos, el reflejo de lágrimas asomándose por entre sus cabellos castaños. Mina le acarició la mejilla con el pulgar y la besó lentamente, Nayeon se sostuvo de ella y tiró más cerca de su cuerpo.
—Cuando el fin llegue nosotros no estaremos aquí, estaremos lejos, donde nadie nos pueda alcanzar y nos podamos amar con libertad. Donde te pueda amar con libertad.
Nayeon soltó una sonrisa que alcanzó sus ojos y al corazón de Mina.
Incluso aun después, la culpa llegó sobre Nayeon.
—Nadie quedará vivo, ¿no es cierto? Pensar en ello me hace sentir tan... mal.
Pensar en todos los que desaparecerían y ya no existirían más que en sus recuerdos era un golpe duro y difícil de afrontar. Mina lo sabía porque incluso ella a veces se sentía mal. Después de todo, había personas a quienes estimaba, como MoonByul... Ella había sido casi como la madre que no pudo estar presente con ella, y la quería.
Y MoonByul la quería más. Pero era algo inevitable y que tenía que cumplirse para que un nuevo mundo renaciera. La tierra necesitaba un descanso, y era tan simple como eso.
—No estarán con nosotros —dijo Mina apretando un beso contra su frente—, pero les tendremos en nuestros recuerdos y los recuerdos son valiosos, porque ahí jamás podrán morir—.
—¿Y si los olvido?
—Estará bien, mi amor. Solo tendrás que ser feliz, porque ellos ya lo fueron y ahora te toca a ti serlo por ellos.
Nayeon soltó una risita nasal, paseó las manos sobre el rostro de Mina y besó su nariz. Adoración alumbrando su mirada y cariño, cariño arropado entre sus cuerpos.
—¿Sabes? A veces suenas como una profesora de filosofía, una muy vieja y arrugada, por cierto.
—Fácilmente podría serlo —dijo Mina— porque delante de mí tengo a la inspiración de Eratóstenes y Tales de Mileto.
—Ellos no eran filósofos, eran astrónomos.
—Lo sé, y no cambia el hecho de que te adoro.
Nayeon se escondió tras su intenso sonrojo. Alcanzó sus orejas, su cuello y las mejillas canelas. El calor arropó su cuerpo y una mano se paseó libremente sobre la curvatura de sus dos hoyuelos sobre la espalda baja.
Algún ángel debió de haberlas visto entregarse una a la otra como siempre hacían, porque el cielo tronó y una lluvia se desató sobre la casa Myoui. No importó mucho ni demasiado, porque Nayeon solo pudo deshacerse en suspiros cuando ella, cuando su esposa y el anticristo por el que todos temían, sostenía su alma y arrullaba su cuerpo. Balanceándose y deslizándose fuera y dentro, más lento y más rápido, más suave y suave y ella solo logró atinar a un desesperado y desastroso "Te amo".
Porque lo hacía, intensamente.
𓄹 ⭒ ࣪ ˖ 𑑛 ☆
Había sucedido años más tarde.
Nayeon lo había sabido.
Mina lo había sabido.
Y la humanidad había desaparecido.
Fue tres días después de que Nayeon hubiera dado a luz a su tercer hijo y lo había arropado entre sus brazos y se había colmado tanto de él hasta que el pequeñísimo Myoui se llenó de la esencia de su madre. Porque Nayeon era hogar, Mina era hogar, sus dos hermanos mellizos eran hogar. Y estaba en casa. Los brazos tibios, largos y suaves y reconfortantes que le sostenían eran casa.
Jooheon había dicho –casi gritado– emocionadamente que su pequeño hermano olía a dulce de leche y miel. A tornados y rayos de sol. Su hermana le había golpeado porque según ella el pequeño Myoui no podía oler a todo eso. Y Jooheon había ido llorando con su madre Mina porque los golpes eran malos, y su hermana lo había hecho.
SeoYeon solo había podido cuestionarse el porqué tendrían que dejar su enorme y bonita casa. Ella guardaba allí todos sus juguetes, había un gran patio y no había nada más que le gustara más que acurrucarse y quedarse dormida sobre sus madres. Su habitación era linda y grande y mamá Nay siempre preparaba galletas y chocolate caliente.
Tampoco quería dejar de visitar a MoonByul, y el parque frente a su casa era su mejor amigo. Temía que si lo dejaba ahí solito se rompería y se perdería y después ella no podría encontrarlo de vuelta. Como la muñeca que alguna vez lanzó por la ventana de su habitación esperando que ella volara, no lo hizo y en cambio un perro se la llevó.
Entonces, Nayeon había confiado en su esposa y cuando las paredes de su casa timbraban por la gentuza afuera y las ventanas se caían, cayeron en un pequeño sueño. Fue extraño, aturdidor y asombroso a la misma vez. Cuando despertaron había calor abrazándolas, oscuridad sembrada en sus ojos e infinita tierra basta y oscura.
El infierno había sido diferente a lo que había imaginado. Levemente, pero era diferente. Había mares salpicados de fuego, ríos que descendían desde cascadas gigantescas en rojo y un cielo sin sol. Había piedras y montes de dura roca, cuevas y paredes alzadas sin orden. Parecían fortalezas caídas y construidas altamente. Había luces amarillas, como bloques de lámparas colgadas de las paredes y eterno silencio.
No había gritos, mucho menos desesperación ni dolor. Nada de ello existía ahí. Solamente... paz, pasto negro y flores blancas. Como si la vida aún pudiera habitar allí. También, en algún rincón había lo que parecía ser una reserva llena de árboles con troncos gruesos y negros, hojas cafés y frutos colgando de sus ramas.
Mina había dicho:
—Está bien, esto es hogar. Estamos en casa y no hay de qué temer. Las frutas son para comer y el agua no quema y nosotros estamos para querer.
SeoYeon se había burlado de su mamá porque ella no entendía nada, su mamá debía de ser muy tonta porque para vivir necesitaban agua y comida, un cielo azul y un sol y una luna. Allí no había nada de eso. Entonces Mina preguntó:
—¿Quisieras ver una luna?
Jooheon tomó la palabra chiquita; —Yo quiero una de queso— y se había escondido tras las piernas de su mamá Nayeon.
—Las lunas de queso no existen, mamá. ¿El agua de verdad no quema? Porque quiero tirar a mi hermano justo ahora.
El bebé se rió, Jooheon lloró mientras su hermana reía y se burlaba de él, Mina negó y Nayeon no pudo hacer más que poner el rostro en blanco, preguntándose si estar ahí abajo hacía más rara a su familia de lo que ya era. Claro.
Mina cargó a Jooheon y le apapachó. Besó sus mejillas y fue la madre más maravillosa en ese momento. Mina no había tenido una madre, mucho menos un padre, al menos físicamente. Y se había sumergido en Nayeon cuando la conoció, porque era a quien necesitaba para sentirse llena y plena y feliz. Nayeon lo había hecho sentirse así. Ella había llegado para quedarse a su lado, para abrazarla durante la noche y acercarla contra su pecho después de hacer el amor. Para hornearle galletas e hijos y vida eterna. Poco le importaba, Nayeon era su salvación. Y no le importaba si era la hija de Satán, ella quería llorar cada vez que veía a Nayeon dándole besitos a sus cachorritos. Quería llorar cada vez que Nayeon se había mirado al espejo durante su último embarazo y acariciado su enorme barriga.
Era difícil de describir, porque estaban rodeadas de fuego puro, de llamas y lumbre, y solamente se sentía cálido cuando abrazaba a Nayeon y besaba su boca. Simplemente era... hogar, y casa, y más calidez. Entonces ella también quería transmitir esos mismos sentimientos hacia sus hijos.
Le revolvió el cabello a su pequeña y le tomó de la mano. —Tal vez no podamos tener una luna de queso por ahora, pero me aseguraré de crear una para ti, chiquitín— y besó el rostro de Jooheon. —Así que ahora disfrutemos de esto.
La tierra bajo ellos tembló y vibró y las lámparas se difuminaron en una pequeña luz apenas perceptible. Mina apoyó su mentón en el hombro de Nayeon y besó detrás de su oreja. Ella se estremeció y le brindó una sonrisa gomosa.
Entonces, miles de puntos de luz plateada surcaron desde la tierra hasta el cielo sin sol, girando y construyéndose gigantescamente en una bola redonda y bien formada que iluminó cada rincón y cada lugar del, no tan temeroso, infierno. Los colores rojos y naranjas y blancos se mezclaron y las llamas sobre los mares y los ríos ascendieron brillantemente.
Oyeron susurros y ruidos y pequeños pasos y deslizamientos en el aire y pequeños diablillos asaltaron el lugar. Tenían diferentes tamaños y diferentes colores, algunos con cuernos sobre sus cabezas (porque algunos tenían dos cabezas) y sobre sus alas y brincaron, corrieron y treparon hasta la copa de los árboles y todo se sintió como casa.
La pequeña SeoYeon saltó en alegría y no dejaba de apuntar a cada diablillo que pasaba hacia su lado. Ella los saludaba, les sonreía y pronto comenzó a perseguirlos porque eran lindos y divertidos.
—¿Quieres ir?— Jooheon dudó y se escondió brevemente. Él no era tan sociable como su hermana, solamente le gustaban su mamá Minari y mami Nay, y a veces su hermana (no siempre, porque ella era mala) y temía ir con las figuritas divertidas, lindas, graciosas y que daban vueltas sobre las ramas y reían y jugaban con su hermana...
—No te harán daño, son amigos— animó Mina.
Ella miró a su mami Nay y después a mamá Minari, y al bebé y después hacia los diablillos y una vez más a mami Nay, a mamá Minari, al pequeño bebé que estaba babeando, a los diablillos y a su mami Nay y a mamá Minari y al bebé y después a los diablillos...
Entonces saltó de los brazos que le sostenían y corrió hacia su hermana quien jugaba a alguna clase de escondidillas con los diablillos. Y se unió y fue tan divertido que su pancita pronto dolió de reír tanto.
Cuando quedaron solas, Mina tomó al bebé y jugó con sus dedos mientras el pequeño balbuceaba y regaba baba por donde se le daba la gana.
—¿Estás bien con esto? No es el cielo, ni el paraíso y tampoco hay un sol sobre nuestras cabezas y en cambio solo puedo ofrecerte fuego y roca y una luna falsa.
Nayeon miró a su alrededor y suspiró. Se acercó hacia su bebé y acarició la pequeña cabecita.
—Mimi... No creo que fuego y roca y una luna falsa sean sinónimo de mala vida o pésima vida. El mundo solamente pudo ofrecerme mentiras, límites y aturdió mi cabeza y tú llegaste a darme paz y amor. Creí que estaba viviendo pero justamente no estaba viviendo. Y ahora lo hago, solamente a tu lado.
Sus miradas conectaron. Un contraste de ojos cálidos y miel contra unos negros y márgenes bien construidos, y aún así, ambos lograban expresar cuánto se amaban y cuánto se adoraban. Fue todo kaboom y luego ba-boom y un poco de Wah-waah de parte del bebé y más mhaw de parte de ambas.
Mina presionó varios besos contra la boca de su amante, sobre su rostro y sobre sus manos, sobre los hombros y sobre su alma. Narices rozándose y cuerpos manteniéndose más cerca de lo que podían hacer.
—Estoy bien, Mimi— afirmó una vez más, solamente para hacerle llegar a su esposa que realmente lo estaba.
Y su adorada Mimi respondió: —, ¿Ves? Justo ahora has sido tú quien ha sonado como una profesora de filosofía, una arrugada y vieja, por cierto.
—Esta profesora arrugada y vieja de filosofía golpeará tu cosito para que no vuelvas a sembrar a ningún otro bebé sobre mí.
—Paso de ello. Mi deseo es colocar otro par de gemelos en ti, tal vez algunos trillizos y entonces consideraría la idea.
Nayeon rió y golpeó su hombro. Ella ya era una mujer, grande y madre y cerca de los treinta años. El tiempo había pasado rápido y a pesar de ello, ella aún se ponía tímida cada vez que Mina le hacía el amor. Simplemente no podía evitarlo, porque Mina era todo músculos y caricias y palabras que le hacían sonrojar. Pero si lo pensaba.., la idea de tres niñas idénticas corriendo por allí no era tan mala.
Volvió a golpear el hombro de su esposa y recibió un beso sobre la boca.
—Te amo, Mimi.
—Te amo— le dijo entonces Mina.
Ella en cambio dijo:— Bésame, bésame más.
—Siempre me encuentro haciéndolo.
—No... Bésame. Bésame tanto hasta que tu padre Satán vea que las llamas del infierno no queman como nuestro amor lo hace, bésame porque aquí no existe ningún Dios que nos detenga.
Mina la besó. Su cariño vibró en rojo, naranja y rosado y verde.
Y su amor consumió las llamas del infierno.
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