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Capítulo 8: Yuan Bei.

Las siguientes dos semanas volaron como un avioncito de papel, y cuando la figura aterrizó, Nayeon se dio cuenta de que había pasado poco más de un mes desde que la habían raptado.

Normalmente, si alguien le hubiese dicho que su destino estaba enlazado con la mismísima hija de las tinieblas, ella hubiese reprendido aquello y se hubiese arrodillado para orar.

Así, si alguien más también le hubiera dicho que ella aceptaría esa unión, inmediatamente se hubiese hecho un auto-exorcismo, a ella y a la persona que le dijera esa tontería, claro.

Pero en esos momentos no se podía auto-exorcizar o echarse a orar, porque a decir verdad ya no tenía aquella fe flameante.

Las cosas habían cambiado en sobremanera, ella había cambiado.

Su pensar, es decir, y sus sentimientos.

Porque en algún momento dejó de temer y llorar por las noches, para acostarse con una pequeña sonrisa, esperando el mañana con ansias.

Justo como lo había hecho la noche anterior.

Estaba nerviosa, sentía estragos en su pancita, las tan famosas mariposas revoloteaban dentro de ella y sus mejillas se encendían. Tenía el corazón latiéndole a mil por hora.

Ahora estaba sentada en, lo que llamaba ahora, su cama. Estaba siendo arreglada por una monja con la que había compartido un par de charlas en la última semana. Siyeon le aplicaba a golpecitos suaves un poquito de rubor en sus mejillas, para hacerlas más rosaditas.

Anteriormente, había aplicado también un poco de sombras en sus párpados, y le había peinado el cabello haciendo resaltar su cabello en pequeños rulos que le daban unos airesitos más tiernos.

Sus manos jugaban entre sí mientras reposaban en su regazo. Un fino vestido blanco se deslizaba por sus caderas, en la parte superior teniendo un pequeño escote, resaltando la fina tela blanca y delgada que se entallaba en su cintura.

Siyeon terminó de colocar el rubor y pasó a ponerle un poco de bálsamo labial, hizo ver sus labios más rellenitos, rosados y con un brillo que hacía delirar.

— Ya estás lista, Nayeon — avisó la mayor. Tomó la mano de la castaña y la levantó para que se pudiera observar en el espejo de la habitación.

Nayeon clavó su vista en su figura. Lo admitía, se veía muy bonita, Siyeon se había lucido con su trabajo y ella esperaba que se viera lo suficientemente bien para Mina.

Era un sábado, cerca de las 3:00 p.m. El cielo estaba en un bonito tono de azul, las nubes blancas decoraban el vacío del cielo. Había cierto brillo en las cosas, parecía que toda la ciudad estaba alegre ese día.

Nayeon iba a contraer matrimonio, dentro de unos minutos, con Mina.

Y no podía esperar a estar junto a ella, para poder estar juntas finalmente, en todos los sentidos.

La emoción crecía cuando pensaba que pronto sería su esposa. Pronto todo volvería a cambiar y en vez de tener miedo por las consecuencias, ella las esperaba gustosa.

Siyeon le colocó finalmente unos bonitos aretes junto a un collar. Tomó un pequeño ramillete de flores pequeñas y las colocó en su muñeca. Le dio una gran sonrisa para apreciar a la castañita.

— ¡Te ves preciosa, eres muy hermosa! — exclamó ella.

— ¿De verdad me veo bien? — susurró, temerosa.

— Claro que sí, no te preocupes. Mina sabe apreciar el arte.

Nayeon sintió sus mejillas enrojecer, intentó cubrirse el rostro con las manos, pero antes de hacerlo la fémina chilló con que arruinaría el maquillaje. Así que solo se vio una vez más en el espejo y sonrió, estaba lista.

Sabía de la boca de la pelinegra que, obviamente, no tendrían una boda por la iglesia. Tampoco harían una fiesta, tan solo serían ellas, las monjas y algún tipo de sacerdote que las casaría.

Tampoco sería una boda como todas las demás. Por el contrario, serían casadas bajo el permiso y autoridad del Señor Oscuro.

Ese mismo día todo el poder de Mina despertaría en ella.

Tendrían la ceremonia en el patio de la casona, más bien sería algún tipo de ritual en el que jurarían amor eterno y harían un pacto de sangre.

No le dio tantas vueltas al asunto, después de todo ya no tenía miedo, se sentía segura allí y en los brazos de la mayor. Ella quería hacerlo.

Bajó junto a la monja, con los nervios a flor de piel, pronto se encontraron en la salida que daba al patio.

Desde donde se encontraba tenía una vista de todo, se habían esforzado por decorar el patio, había un recorrido de pétalos que guiaban a un quiosco en el medio, rodeado de lianas y florecillas rojas. La luz del sol golpeaba levemente todo, dándole un brillo natural.

Mientras Siyeon sostenía su mano, comenzaron a avanzar.

Cuando Nayeon alzó su cabecita pudo ver a Mina parada bajo el quiosco. Estaba también vestida de blanco, con un traje que se apegaba al trabajado cuerpo, el cabello negro recogido en una coletita tras su cabeza, y una magnífica sonrisa en el rostro.

Sus mejillas ardieron, las rodillas le flaquearon y mordió su labio inferior. Dio una pequeña sonrisa cargada de grandes emociones a su futura esposa.

Caminaron lento bajo la atenta mirada de las monjas y de Mina. Finalmente, llegaron hasta ella, la monja Siyeon le entregó como una buena madre.

— Te ves muy hermosa — susurró Mina en su oído, se estremeció y bajó la mirada, tímida.

Ambas se giraron hacia el sacerdote, sus ropajes eran rojos y en vez de portar una biblia en sus manos tenía una copa llena de algún líquido que parecía ser agua.

— Nuestro gran señor Satán nos ha traído la dicha de presenciar a su hija, quien reinará pronto. Es por eso, que agradecido por tal honor llevaré a cabo esta ceremonia, donde nuestra princesa unirá su corazón y alma a esta joven, quien gobernará a su lado — comenzó el sacerdote. Tendió la copa a ambas muchachas, y seguido les ofreció un pequeño cuchillo de empuñadura azulada y ruinas en la hoja plateada.

— Hoy, jurarán ante nuestro Señor amarse por todos los días, respetarse y valorarse. Tomarán la vida, alma y cuerpo de su compañera para cuidarla por siempre, reinarán sobre este mundo cómo estuvo escrito desde antes.

Mina tomó el cuchillo y se hizo un pequeño corte en la muñeca, pero lo suficientemente profundo para dejar salir gotas de sangre, tras la señal del sacerdote. Dejó caer la sangre en la copa y pasó el arma a la castaña, quien repitió todo lo anterior baja la atenta mirada de la pelinegra, tan solo soltó un pequeño siseo de dolor pero soportable.

El sacerdote hizo que le trajeran un par de anillos de oro y los tendió a la pareja, Mina fue la primera en sujetar la argolla y deslizarla suavemente sobre el dedo de Nayeon. La castaña tomó la sortija restante, con los nervios corrió también el anillo por el dedo anular de la mayor, quien le dio una sonrisa llena de amor.

Seguidamente, la pelinegra tomó la copa y tendió frente a ella, viendo fijamente aquellos ojitos que tanto le encantaban. — Juro ante mi padre amar a Im Nayeon, y reinar junto a ella cuando sea el momento. La tomo como mi pareja de vida, de esta y la siguiente — Mina tendió la copa frente a Nayeon, para que bebiera y así sus palabras fueran selladas.

La castaña solo sintió el agua con sabor metálico, sin embargo, no le importó y bebió hasta que Mina separó la copa de sus labios.

— Juro ante el Señor Oscuro amar a Myoui Mina, y acompañarla durante nuestro reinado cuando sea el momento. Yo la tomo como mi pareja de vida.., de esta y la siguiente — Nayeon repitió la acción: tomó la copa e hizo a Mina beber de ella.

Cuando finalizó, devolvió la copa al sacerdote, quien solo les asintió y habló para decir:

— Con la autorización de nuestro Señor, les declaro esposas; amantes, y dueñas de su gran amor. Que la dicha esté con ustedes.

Mina se acercó a Nayeon, le sujetó por la cintura, acercándola y pegándola a su pecho. Su mano acarició la mejilla canela y vio con profundo amor los ojos de la castaña, transmitiéndole paz y tranquilidad.

— Im Nayeon, finalmente eres mi pareja, eres mía.

Y aunque no estuvieran en una iglesia, aunque no hubiera una multitud de invitados o sin importar que la música no sonara, y a pesar de que aquella unión era una total abominación para las personas del exterior les importó poco y por primera vez, acariciaron sus labios en una suave caricia que les mandó miles de corrientes eléctricas.

Con un profundo beso, tan suave como el terciopelo y grande como el universo mismo, sellaron su unión.

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Mina levantó el rostro, sintió su frente ser llenada de alguna mezcla que el sacerdote había elaborado. Sus rodillas pegaban en el pasto, mientras la noche se cernía sobre ellas.

Su mente estaba únicamente pensando en contactar con su padre, aunque inconscientemente sentía la mirada de, ahora su esposa, Nayeon.

Era el ritual que otorgaría a Mina el poder total y absoluto. El traje blanco que se había puesto para su boda ahora estaba un poco manchado de tierra en las partes de la rodilla. El sacerdote dictaba algunas palabras en un idioma que solo él y la pelinegra podían entender.

Su mente divagó y entonces todo se puso oscuro, entró en un estado catatónico. Escuchó una voz que la llamaba e inmediatamente supo que era su padre.

Imágenes pasaron por su mente, como rayos que competían entre sí. Cada uno mostraba alguna verdad sobre la humanidad, la avaricia, los celos, el desamor, la obscenidad y soberbia. Hombres y mujeres malos, con los corazones podridos que cada día empeoraban el día. Guerras y abandonos, personas matándose entre sí y siendo engañadas.

La humanidad estaba tan acabada.

Los ojos de Mina se abrieron, y entendió por segunda vez toda la perversidad del mundo. Supo entonces que el final sería inevitable, y ella sería quien les llevaría a este.

Abrió totalmente los ojos, con una sonrisa ladina en el rostro, un iris rojo rodeaba sus pupilas. Se sentía diferente, había algo que le recorría todo el cuerpo, una corriente que le impulsaba a odiar a la raza humana. El sacerdote asintió y sonrió al ver la transformación completa en ella.

Unos delgados deditos tomaron su mano, se sintió sobre sí al instante, recobrando la compostura. Se giró y vio el semblante de Nayeon, la veía profundamente, buscando que estuviera bien. No pudo evitar sonreír aún más, ahora estaba completa, sentía su propio poder recorrer por su cuerpo, y frente a ella estaba lo único que podía complementarla; su adorada esposa.

Mi amor — le dijo tan bajo, solo para que ellas lograran escuchar. Acarició las mejillitas de pan, y Nayeon se dejó acariciar, inclinando la cabeza hacia la palma.

Ambas se miraron, simplemente no había palabras para expresar la conexión que ahora las unía. Había sido escrito, ambas tenían que estar juntas; se deseaban de todas las formas la una a la otra, no había sentimiento que pudiera reemplazar lo que sentían. Era..., era hermoso ante los ojos de ambas.

Mi reina — susurró Nayeon.

De pronto tan solo eran ellas dos. Sin importarle nada más, salieron tomadas de las manos de aquella mansión. Caminaron bajo el cielo estrellado de la ciudad, por las calles que se habían detenido para presenciar a la pareja. El viento alborotaba sus cabellos, pero sus corazones parecían latir más rápido cuando miraban a la otra, tan sumergidas en ellas.

No tardaron mucho para cuando llegaron a aquella otra mansión más grande que se encontraba en el parque. La reja fue abierta por una llave que Mina poseía, entraron y observaron lo que a partir de ahora sería su hogar.

Era grande, tenía varias habitaciones que después se encargarían de explorar, había un patio delantero y uno trasero, con mesas y sillitas afuera. Una fuente y un hermoso jardín listo para recibir el amor de la pareja. Era de tres pisos, con una hermosa fachada y grandes ventanales, dentro también había una chimenea que sería la encargada de guardar el calor en el hogar.

Mina guio a la castaña hasta la habitación más grande, la puerta era de una madera chocolatada, y cuando abrieron la puerta dentro se pudo apreciar una inmensa cama, en la que había sábanas blancas y grandes almohadas, sobre ella estaba una colcha en color dorado y varias mantas al pie de esta. La habitación era iluminada por una decena de velas puestas perfectamente para crear un ambiente romántico, y la luz de la luna se colaba por el gran ventanal que poseía la habitación.

— Bienvenida a casa — Dijo Mina mientras se colocaba detrás de Nayeon, y rodeaba sus caderas con ambos brazos, dejando descansar el mentón sobre el hombro de la menor — ¿Te gusta?

Nayeon no podía estar más feliz. Muchos sentimientos la embargaban, y tener a la pelinegra acariciándole el cuerpo y dejando leves besitos sobre su hombro tan solo podía llenarla más, y ponerla plenamente feliz.

— Me encanta — dijo emocionada.

— A mí me encantas tú.

Los besos de Mina comenzaron a subir por el cuello de la castaña, quien cerró los ojos y ladeó la cabeza, dejando más acceso a la pelinegra, para que besara a su gusto. La piel de la menor estaba caliente, y Mina juraba que tenía un sabor propio, pues estaba segura de que pronto se haría adicta a saborearla.

Mmg-h... Minari— la mano de la pelinegra ascendió por su pecho, su lengua acariciaba el músculo de la oreja de la menor, sus dedos hábiles se hicieron cargo de desabrochar el vestido de Nayeon, deslizándolo por su cuerpo para poder dejarlo fuera.

Nayeon se volteó finalmente, con las mejillas sonrosadas y el cabello levemente alborotado. Mina era más alta que ella, y tuvo que ponerse levemente de puntitas para pasar sus brazos sobre los hombros y atrapar los labios de Mina en un pequeño besito, tímido e inocente.

Su cintura fue acariciada por la mayor, dejando leves apretones y acariciando la espalda baja, hasta llegar al inicio de su trasero. Y aunque Nayeon pensó que la tocaría en esa zona, preparándose para aquello, aunque, por el contrario, obtuvo besitos en sus mejillas y nariz, besos que pronto fueron descendiendo por el cuello.

Las manos de Mina se encargaron de quitar el sostén de la menor, dejando a la vista los brazos, pechos y el torso pálido, la piel parecía tan suave, suave y bonita, totalmente hermosa ante los ojos de Mina. Dejó un beso en los hombros y los acarició suavemente.

Las manos inexpertas de Nayeon viajaron al pecho de la pelinegra, temerosa y con los nervios, haciéndola temblar. Con cuidado, ella se deshizo de las ropas superiores de Myoui, tragando saliva y sonrojándose al ver el trabajado abdomen junto a sus pechos, que subía y bajaba lentamente por las respiraciones.

Si alguien preguntase qué era el arte, Mina inmediatamente respondería que era Nayeon por las mañanas; con los cabellos desordenados y los ojos hinchaditos, que el arte era Nayeon bajo una calurosa tarde mientras hacía un puchero. Era Nayeon cubierta de copos de nieve, con un gorrito en su cabezita y el rostro rojito por el frío.

El arte era Nayeon, totalmente desnuda frente a ella. Con múltiples lunares en su cuerpo, su brillante piel, sus mejillas sonrosadas y un brillo en sus ojitos, un deje de timidez en su rostro. Sus perfectas curvas, los hombros rectos y las piernas esbeltas y largas. Para ella, eso era el arte y nunca cambiaría su respuesta. Porque nada podría compararse a la inmensa belleza que Nayeon portaba, y nadie podría competir con Mina, porque solo ella podría apreciarle y admirarle, como la verdadera obra de arte que era.

Pronto, ambas estuvieron totalmente expuestas, con los pechos descubiertos y pegados, las prendas olvidadas en el suelo y aun de pie.

Mina juntó sus frentes, y rozó su nariz con la contraria, en un beso esquimal, cariñoso y sutil. Sus labios se encontraron delicadamente, su lengua delineó los labios rosaditos para pedir permiso y entrar en su cavidad bucal. Era cálida y se sentía tan bien, la punta de sus lenguas jugueteando entre ellas, buscando el mando que Myoui ganó.

Cuando se separaron un hilo delgado de saliva aún les conectaba, se sonrieron tan hermosamente que se sintieron correspondidas.

En un fugaz movimiento, Mina tomó las piernas de Nayeon, haciendo que saltara y las enrollara en su cadera. Cargando a la pálida, sintiendo el roce de sus pieles y la calidez de estas, le llevó a la gran cama que esperaba por ellas. La recostó con cuidado, tratándola como una pieza de cristal y atrapó nuevamente los labios en un beso más intenso, tomando el control y guiando la lengua aún inexperta de su tierna esposa.

Acarició con parsimonia las largas y suaves piernas, tocando los muslos rellenitos y ascendiendo sobre el pecho, y descendiendo una vez más.

Nayeon jadeó, sentía demasiadas sensaciones nuevas que le pondrían al borde de la locura. Su cuerpo reaccionaba con perfección a las estimulaciones de Myoui, tan solo podía acariciar el cabello de la nuca y dejarse perder en el placer que sentía. Soltó un pequeño gemido cuando sintió una longitud adentrarse en su interior, la sensación fue extraña y le tomó por sorpresa, el dedo que Mina había deslizado por su entrada permaneció quieto, a espera de que la menor se acostumbrara. Un suave vaivén comenzó cuando la castaña volvió a gemir, esta vez moviendo un poco sus caderas.

Con el paso de los minutos, Nayeon era todo una cajita de gemiditos que se escapaban de ella, el falange de Mina entraba y salía de ella, extendiéndolo a su gusto. Los dedos de sus pies se apretaban y sus manos sujetaban el cabello negro de la mayor. Pronto, sintió como los tres dedos que habían explorado su interior salían con un ligero chapoteo, abrió sus ojos y vio la mirada deseosa de Mina, aún así había un deje de cariño en ella.

Mina se acomodó mejor sobre ella, inclinándose hacia Nayeon y alzando las sus piernas. Ella habló.

— Eres lo que siempre soñé, Nayeon. Siempre te deseé, esperé desde mi niñez para conocerte y poder ganar tu corazón, y eres muchísimo más hermosa de lo que te imaginé... Gracias por aceptarme como tu pareja, realmente eres lo más bello que podría haber en este mundo, te amo.

Se acercó a besarle para distraerle, se fundieron tan bien en el beso y Nayeon gimió contra la boca de Mina cuando sintió como algo más grande que tres simples dedos se adentraron a su interior, estirándola más, se sintió llena.

Pasaron algunos momentos, en los que Mina le besó las mejillas, la nariz y la frente para distraerle del dolor en su zona baja. Acarició la delgada cintura, amando la forma en la que sus grandes manos encajaban tan bien en ella, saboreando la piel expuesta del cuello y clavículas.

Mina disfrutaba la estrechez de su esposa, le apretaba perfectamente que en serio pudo jurar que ambas habían sido hechas la una para la otra. Una primera estocada les sacó un largo gemido a ambas, estremeciéndose por las sensaciones que experimentaban, y sobre todo el placer.

Un vaivén que comenzó lento, con un ritmo marcado y suave, juntando sus bocas ansiosas por unirse con el contrario. Pronto, los movimientos fueron más rápidos, más marcados y duros, un chapoteo que se escuchaba por la habitación y una capa de sudor deslizándose por sus cuerpos.

Ah-hg, M-Mina— decir que Nayeon no era extremadamente sensible sería mentir. Sentía su cuerpo recibir demasiado bien al de Mina, ambas se fundían entre besos y caricias. Su punto dulce era golpeado muchas veces, sacándole fuertes gemidos que Myoui amaba. Encajaban tan perfectamente que las sensaciones se multiplicaban.

Era el momento más especial de sus vidas, finalmente terminaban de unirse de todas las formas posibles. No podían estar más felices, sintiendo que todo aquello era irreal porque no podían creer que tenían a una persona tan hermosa y maravillosa con ellas.

También ah-hg, tam-también te amo, Mina— y con aquellas únicas palabras la menor terminó, liberándose y sintiéndose al borde del placer. Cuando sus paredes se contrajeron por la liberación, apretaron tan deliciosamente a Mina, y esta dejó libre su semilla en su interior, buscando los labios contrarios para atraparlos en un beso más calmado.

Cuando sus respiraciones se detuvieron, se vieron a los ojos y sonrieron, tan completas y con un brillo en los ojos. Su amor ahora era irrompible y enorme, no había comparación.

Así pues, cuando la noche aún estaba presente y la luna miraba a ambas amantes, quedaron dormidas, abrazándose y declarándose amor verdadero.

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