LA JOVEN DE LA PERLA. | JOHANNES VERMEER.

—¡Alina, ya levántate! ¡Vamos a llegar tarde con los Cuthbert!— La voz ensordecedora de su madre despertó a Alina en un santiamén. Y como si fuera por arte de magia, el sonido que retumbo en sus oídos fue suficiente para darle la energía necesaria como para levantarse de la cama inmediatamente. 

Era eso o el temor de que su madre se volviera loca por retrasarse. 

Alina se dirigió a su guardarropa, y de ahí comenzó a sacar las prendas que llevaría por el resto del día, nada llamativo, solo una blusa blanca con olanes en las mangas, una falda azul marino pero con una tonalidad fría y un cinturón de cuero atado a su cintura. Cuando terminó de cambiarse, bajo lo más rápido posible solo para ver a su madre, quien estaba al frente de la puerta, con una canasta de pan en brazos y con una expresión molesta. 

—Por tu culpa llegaremos tarde a entregar los panes. Vámonos, iremos primero con los Cuthbert y después veremos a los Blythe— Alina solo dio un bufido y se aproximo a su madre, quien abrió la gran puerta de la morada para que pudieran salir. 

Alina no era una persona mañanera, y mucho menos en los fines de semana, así que era normal que la niña sacara mucho más sarcasmo y molestia de lo usual. 

 —¿Por qué no mejor vamos primero con los Blythe y después con los Cuthbert?— Preguntó la niña mientras se acomodaba en el carruaje sin techo, somnolienta y con la intención de dormirse en el camino

—Como siempre, te encanta llevarme la contraria.— Su madre bufó. —Mejor dejemos que el joven chofer decida. — Declaró juguetonamente. El chofer asintió, no era sorpresa que a la madre de Alina le encantara jugar con la vida, era una niña en el cuerpo de una adulta. 

Alina durmió la mayor parte del camino, a pesar de los paisajes que solo ella en toda Avonlea podía considerar como una obra de arte, nada detuvo a la joven de caer en los magníficos brazos de Morfeo. Y cuando despertó, se encontraba cerca de la morada del joven y apuesto Gilbert Blythe. 

Bajó del transporte justo después de su madre, quien toco a la puerta de la casa, mientras que Alina se quedo unos centímetros atrás de su madre, cargando la canasta de pan para los Cuthbert.

Un Gilbert Blythe recién despierto abrió la puerta, se fijo en las personas que estaban frente a el, y tardó unos minutos en darse cuenta de que Alina y su madre lo veían con una expresión confundida. El chico volvió en si y saludo a las susodichas. 

 —Buenos días, joven Blythe. Le traemos estos panes a tu padre y a ti para que puedan disfrutarlos estos días. ¿Se encuentra tu padre adentro?— La señora Aubriot preguntó. Gilbert asintió y llamo a su padre, quien comenzaba a sentirse enfermo, para que atendiera a las visitas. 

—Pasen, mujeres Aubriot. No queremos que sus pies se cansen.— El padre de Gilbert solicitó, pero recibió una negativa de parte de la mujer 

—Nos encantaría, pero tenemos que visitar a los Cuthbert también, hoy reciben al chico que adoptaron.— Respondió, lo que siguió fue una platica entre ambos adultos, hablando de las trivialidades de la vida y la sociedad, pues eran las cortesías que debían tomarse.

Pero Gilbert dejo de poner atención, pues quedó hipnotizado por la joven Alina, quien observaba curiosa a su alrededor. Ella no se daba cuenta de que el castaño la miraba, y tampoco le importaba, pero Gilbert estaba tan concentrado en ella, sin siquiera saber lo que tenia, había algo en la joven que la hacia ser el centro de su panorama, ¿acaso eran sus bellos y curiosos ojos?¿o sus rebeldes cabellos color trigo?¿Sus labios, a caso?¿Que era lo que hacia que Gilbert se centrara tanto en ella? Lo que sea que fuera, Gilbert solo se concentraba el ella. 

Y eso, era algo que, si Alina estuviera dentro de su mente, se podría considerar en el arte como un punto focal. Alina era el centro para la visión de Gilbert, no necesariamente por estar posicionada en el centro, pero porque era lo que más llamaba la atención. No, no era el contraste de su ropa con colores neutrales, tampoco la forma de su cuerpo, eso que hacia que Gilbert se centrara tanto en ella, era un misterio para el. 

Porque no era su cuerpo, ni los matices que tenia, lo que para el la hacia el punto de atención, era su mente, el aura que desprendía, si, eran sus ojos, pero no por su color, sino por la curiosidad y atención que desprendían, y si, era su cabello, pero no por lo bello de su color, sino por la rebeldía que representaban, y si, era su rostro, pero no por ser hermoso, sino por la inteligencia que emitía, y si, eran sus labios, pero no por ser carnosos, sino por las sabias y a veces hirientes palabras que podrían soltar, y también eran sus manos, las cuales sostenían aquella canasta de pan, porque a leguas se podía notar, el arte que estas creaban. 

Alina veía arte por doquier, pero Gilbert, Gilbert vio arte en ella, en la rosa de Avonlea.

Pero eso, Gilbert aun no lo sabia. 

...

Una vez terminaron de visitar a los Blythe, Alina y su madre visitaron a los Cuthbert, quienes las recibieron con calidez, pues de verdad les agradaban. Alina acompaño al señor Cuthbert por su nuevo "hijo", aunque era un largo camino, al señor no le molestaba, pues la rubia era muy tranquila y callada, además de que ella aprovechaba para apreciar los paisajes que la rodeaban. 

Cuando por fin llegaron a la estación de tren, el señor Cuthbert entro a la cabina, para preguntar por el niño, mientras Alina se quedo afuera, aun apreciando el paisaje promedio pero que a sus ojos era interesante. Al lado de la rubia, se encontraba una niña de pelos rojos sentada en un banco, cuando Alina la vio, no pudo evitar apreciar en silencio lo hermoso de su cabello, pensando en lo que daría por un cabello tan interesante. 

El señor Cuthbert salió de la cabina, algo confundido y decepcionado, Alina se iba a acercar a el, pero la pelirroja se adelanto.

—Supongo que eres Matthew Cuthbert de Green Gables. Me alegra verlo, esta temiendo que no viniera e imaginaba todas las cosas que hubieran pasado. Había decidido que si no venia por mi, iría por las vías a ese gran cerezo y pasaría ahí toda la noche...— Una vez abrió la boca, la pelirroja no se callaba. 

Alina sorprendida de lo mucho que hablaba, pero sobre todo, de lo bien hablada que era, se acerco al par. 

—Puedo imaginar que ya soy una decepción para usted, pues esperaba un niño, pero déjeme decirle que soy mas fuerte de lo que parezco y estoy agradecida de que me adoptara.— Continuó. Hasta que notó la existencia de la rubia. —¿Vienes con el señor Cuthbert? Si es así, me alegro de conocerte. Permíteme decirte que nunca había visto a una joven tan hermosa como lo eres tu.— Le dijo, Alina no evito soltar una carcajada. 

—Tu cabello es muy hermoso.— Respondió, pero la pecosa no se tomo bien el comentario, pues se puso seria.

—Yo no considero que sea hermoso, mataría por una melena normal.— Respondió, Alina asintió horrorizada ante el rechazo de la pecosa hacia su color de cabello, pues al parecer, la otra jovencita no apreciaba su propia belleza.  —Soy Anne, con una E.— Por fin dijo su nombre. 

—Después de tantas palabras, finalmente dices tu nombre.— Alina respondió sarcástica, Anne no supo como tomarse ese comentario, pues no identificaba el sarcasmo en el. —Soy Alina, Alina Aubriot.— La rubia se presentó, pero no extendió su mano, pues sabia que probablemente, el apretón de manos duraría una eternidad si lo hacia. 

Anne nunca dejo de hablar en todo el camino, a Alina le perturbaba lo mucho que hablaba, pero lo que no le perturbaba, era cuando la pelirroja apreciaba la belleza de cosas que otra gente no apreciaba, justo como Alina. Pero la diferencia entre ambas, era que una la apreciaba en silencio, para después plasmarla en su arte, y la otra la apreciaba en voz alta, con millones de palabras. 

N O T A S .

¿Aun hay alguien aquí? jaja

La historia tendrá algunas referencias artísticas, en los capítulos. Si no las captan, se las podré explicar en los comentarios, si es que quieren, muchas referencias podrán ser solo leves, mientras que otras algo más notorias (como el capitulo anterior).