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| Autorretrato

Autorretrato. 

-Vincent Van Gohg.


Alina miraba cada una de sus facciones por medio del reflejo de un charco de agua que yacía frente de la pequeña escuela de la comunidad de Avonlea. No solo las analizaba físicamente, sino también desde el corazón, como sus ojos le recordaban los días de lagrimas y sollozos, como ver sus nariz le hacia oler las amapolas de su jardín, al ver sus oídos recordaba el hermoso sonido de la voz de su madre todas las noches a la hora de dormir, y su cabello... su cabello le recordaba a el primer chico que lo acaricio dulcemente. 

Lo que para cualquiera podría ser un simple reflejo, para Alina Aubriot significaba una explosión de emociones y recuerdos impregnados en ella. 

Un rostro diferente apareció de la nada al lado del de Alina, las facciones lo decían todo del esa persona, Alina sonrío sabiendo de quien se trataba. 

—Blythe — Susurro curiosa, tratando de esconder su molestia con el chico por interrumpir su análisis personal.

—Aubriot, las clases ya van a comenzar — Le avisó. La chica se dio cuenta de que, a excepción de Gilbert, era la única que estaba fuera de la escuela, y que todos ya habían entrado. 

Le agradeció a Gilbert y juntos entraron a la clase, que por suerte aun no comenzaba. No volvieron a hablar en todo el día escolar, ni siquiera cruzaron miradas, más el castaño siempre la miraba de reojo. 

Cuando la escuela termino, todos se prepararon para salir tomando sus sacos y pertenencias, Alina no fue la excepción, quien hablaba tranquilamente con Diana, la única chica que le agradaba realmente, admiraba su gran inteligencia. Alina no tenia muchos amigos, pero se llevaba bien con todos, las únicas personas que en sí le agradaban como para formar una amistad eran Diana y Moody, era extraño, pero así era como ella lo veía.

Cuando salió y se despidió de todos, una paz la inundo, era su momento favorito del día, ver las hojas de los arboles, oler embriagante aroma de la naturaleza y escuchar el viento viajar libremente, le causaba emoción pensar que el viento que sentía podía ser incluso de algún exótico país del mundo. No padres estrictos y prejuiciosos, no compañeros escandalosos, no dramas o rumores, solo ella y la tranquilidad de la naturaleza, y eso iba bastante bien para su personalidad. 

Al divisar su gran casa a lo lejos, suspiró, y aceleró el paso para llegar lo antes posible a casa. Cuando llego, su madre la recibió en la sala principal, tapizada de un color verde claro, Alina la saludo con un abrazo y se dispuso a subir a su habitación. Cuando llegó, se apresuró a estudiar, pues estaba ansiosa de poder terminar sus deberes para tener tiempo libre. 

Su tiempo libre nunca lo uso para socializar, no le importaba eso, su tiempo lo dedicaba a retratar sus más inocentes y crudos pensamientos a través de la pintura, era una artista y ella lo sabia. 

Había un diminuto problema, la sociedad. Más que nada sus padres, el señor Aubriot no le permitió a Alina pintar o crear una especie de revolución artística, y eso era triste porque el sabia el potencial que tenia su hija, pero no quiso darle importancia, era una señorita de Avonlea, no una moribunda cualquiera. Por otra parte, a su madre tampoco le agradaba mucho el hecho de que Alina tuviera esa pasión, no había ningún trasfondo, simplemente no le agradaba eso. Sus padres eran muy conservadores cuando se trataba de criar a su hija, ella seria una buena ama de casa para cuando cumpla la mayoría de edad, no estudios más allá de lo básico, no arte, no expresión.

Ellos amaban a su hija, pero lo hacían a su manera. De todos modos, Alina ya tenia sus propios planes, ella sabia que convencería a sus padres, conocía su débil moral, así que sabia que podía cambiar un poco el rumbo de su vida. 

Fuera de esa situación, los Aubriot eran una pequeña y unida familia, eran maduros en cierta forma, incluyendo a la bella Alina. Eran de origen francés así que tenían conocimiento de muchas cosas, eran más inteligentes de lo que querían admitir. Eran gente extraña de cierta manera, pero siempre elegante. 

Se mudaron a Avonlea cuando la pequeña chica apenas tenia tres años, pues su abuelo -que residía allí- cayo enfermo, y como ultimo deseo le ordeno a los Aubriot a quedarse en el lugar para siempre. 

Cuando Alina terminó sus deberes, se apresuro a desaparecer en la casa, absolutamente nadie la vio hasta que cayo la noche, en la hora de la cena. 

—Mañana voy a ir a entregar unos panes al señor Blythe y a los Cuthbert. Alina, ¿Me podrías acompañar? — La señora Aubriot dijo mientras tomaba un frasco de salsa de la mesa. Alina por su parte se ahogo con el bocado que tenia en la boca. 

—Yo... ehm, agh, esta bien.—la rubia no estaba muy convencida de ir con su madre, los Cuthbert si le agradaban, eran buenas personas, en especial el hombre. Pero, con los Blythe era una cosa diferente. 

Como con los demás, no tenia una relación cercana o fuerte con ellos, y el señor Blythe le agradaba, pero, después de lo que paso con uno de los hermanos de Gilbert, a la chica ya no le entusiasmaba mucho la idea de tener algo que ver con los Blythe.

—¿Donde estuviste toda la tarde?, siempre te desapareces.— El señor Aubriot habló esta vez, curioso de lo que su hija hacia en sus tardes.

—Yo... en realidad salí un rato a pasear con Moody. Y estudie un poco más las lecturas de hoy— Mintió con un nudo en la garganta, no le agradaba mentirle a sus padres por el simple hecho de querer pintar.

—Bueno, solo asegúrate de decirnos en donde estas o que haces, no nos agrada desconocer tu paradero.— El padre le envió una mirada y una sonrisa pura, Alina se la regresó asintiendo con la cabeza para regresar su vista a la comida.

Cuando la cena termino, era el momento de irse a dormir, pero, como era de esperarse, Alina no iba a dormir. Secretamente se dirigió al cuarto escondido de la casa donde siempre se iba a desaparecer. Con cuidado abrió la puerta y se sumergió en la habitación, llena de pinturas y cuadros hechos por si misma, era todo un cuarto sistematizado por ella para poder sentirse cómoda, tomo su bata azul con la que cubría su ropa para pintar. 

La rubia paso más de dos horas retratándose a sí misma, justo como cuando se observo en el charco en la escuela. Cada pincelada le daban más ganas de vivir a la chica, cada detalle que ella hacia le llenaba el corazón de orgullo y alegría. Se dibujo sosteniendo una rosa, y atrás y rededor de ella también habían rosas, ella estaba bien enterada de su apodo, y no le molestaba, pero si le afectaba.

No, no era una profesional, pero su técnica era única y prodigiosa. Cuando terminó, salió de la habitación y se digno a finalmente dormir.



N O T A S . 

Bueno, aquí capitulo introductorio de Alina, no es mucho pero es algo. Me siento muy contenta con esta historia, y me alegra que a ustedes también les guste. en fin, nos vemos en el próximo capitulo.



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