── Theodore, ya te dije que tienes que devolverme ese libro ── chilló Liesel mientras sus manos se hallaban vacías, algo extraño por su parte porque siempre traía un libro consigo. Algo podía andar mal, no, algo realmente iba muy mal.

── Ya lo sé, pero aún no lo acabo ── respondió el chico mientras se aferraba al libro que la chica había leído con Lourdes hacia unos días atrás, mientras tanto Draco tenía el ceño fruncido y los nervios a flor de piel, intentó olvidarse de que estaba enamorado, pero no podemos negarnos a lo que sentimos ──. Además, estoy ahorrando para comprarme este libro para tenerlo en mi biblioteca en casa y también te iba a regalar otro libro a ti.

El rubio bufó y cambió de dirección dejando a sus dos amigos yendo solos al gran comedor. Liesel se percató y volteó a verlo, pero él ya se había dirigido a otro lugar; la pelirroja quiso ir con él, pero algo se lo impidió, su extraño sentimiento de apego hacia Theodore. Porque, aunque solo habían pasado meses desde que había llegado a sentir algo casi insignificante por Draco, sus dichos sentimientos habían dado un vuelco tan grande que ahora no sabía qué era lo que quería o a quién quería en verdad, si a aquel que era amigo durante mucho tiempo y por imbécil insinuó cosas tan absurdas o al chico que la animó a romper la promesa que le había hecho a su hermano.

Y no los miren así, las promesas por más lindas que las pintemos o les demos un significado especial, están hechas para romperse. Así de simple.

── Pueden irse a la mierda con sus libros, pueden hacer lo que se les venga en gana si así lo desean ── comenzó a despotricar el muchacho sintiéndose dolido, porque amar era difícil cuando a lo largo del tiempo te conviertes en el que sobra, cuando vas creando un mal tercio.

── ¿Draco? ¿Estás bien? ── una voz tan dulce como venenosa llegó a los tímpanos del chico, sólo era Astoria Greengrass y un libro ¿Por qué la mayoría de chicas raras y solitarias siempre tenían uno? ¿Era una moda o qué? ──. Disculpa que sea tan entrometida pero sólo quería saber si te sucedía algo.

Oh no, claro que no, estoy muy bien. Tan bien que podría tirarme de la Torre de Astronomía. Retumbó en su cabeza, quiso decirlo, pero abstuvo.
── Sí, lo estoy Astoria, gracias por tu preocupación ── casi no sonaba como el niño de trece años que ella conoció a sus doce, no parecía ese idiota mimado y superficial de antaño y quizás el amor lo había cambiado pensó Astoria y sonrió, triste, con una pizca de pena y casi viéndose deprimente y él no lo pasó por alto ──. Y tú ¿Estás bien? ¿Qué libro lees?

Ella palideció, quizás por la emoción o porque quizás creyera que él se iría a reír del libro.

── Bueno, no te mentiré, bien del todo no estoy ── susurró con dulzura y veneno a la vez, porque podía ser un amor de perdona y estar tan dañada por dentro que así sonaba su voz ──. Oh y este libro es algo que no muchos conocen y dudo que Weasley sepa sobre él. Se llama El precio de la sal, lo sé, la temática del libro no es algo que leerías, pero a mí me gusta y no me interesaría mucho que pienses que es una abominación.

O tal vez era por eso que su voz era tan dulce como el veneno, solía hablarte con cariño y luego lanzar dardos. Astoria era esa Slytherin que podría llevarse a la perfección con Lourdes sin importar que tuvieran roces de vez en cuando.

── No, no lo conoce porque yo ya lo hubiese sabido ── murmuró él y como hacía unos meses, porque, ¿habían pasado meses no? Se sentó en el frío suelo y leyó un libro con una persona que no era Liesel.

Y eso verdaderamente no rompería a la muchacha, qué más le daba a ella si la cambiaba o no.