«LOS DÍAS...»
Los días pasan, y el dolor persiste.
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Gyeonggy
Hannam-dong, Seoul
Las ventanas permanecían cerradas, la llave a medio cerrar dejaba caer gota tras gota de agua en el fregadero, y un cuerpo masculino tirado en el sofá bebía sorbos de whisky lentamente. JungKook estaba hecho física y mentalmente un total desastre. Ya era el momento de aceptarlo.
El funeral de HaHyun había sido no menos que devastador, apenas hace dos días y él no lograba recuperarse. No es como si la semana transcurrida pudiera clasificarse de forma positiva en algún sentido y extensión de la palabra. La habitación aún tenía el aroma de su amante fallecido y la ropa que dejó aquel domingo, permanecía colgada en el clóset. JungKook tenía miedo de mirar demasiado tiempo, sentía que las prendas se burlaban de él y los recuerdos no eran menor crueles. Pese a la verdad que no podía negarse, entre las cuatro paredes de su hogar aún persistían las imágenes de un HaHyun sonriente la mayor parte del tiempo, cálido de vez en vez y en rara ocasión, cariñoso. Así había sido el último tiempo.
Los padres de HaHyun no tomaron bien la noticia, llorando a su hijo amargamente ante sus ojos. Los señores Seok lo abrazaron y consolaron, recordándole cuánto su hijo lo había amado en vida, cómo siempre lo tuvo presente y sobre todo, brindó todo su amor. Él podría haber actuado como un total hijo de puta al respecto y decirle las verdades que guardaba en lo profundo de su pecho. Decirles que si bien su hijo sintió muchas cosas por él, ninguna de esas fue amor. No durante los últimos meses. Posiblemente años. Que mientras JungKook lo hacía trabajando, él se iba de viaje con su amante, y que durante esa escapada, la muerte había tocado su puerta.
Pero JungKook no era así, él asintió y tragó toda su pena, enterranso a Seok HaHyun como un hombre leal y amoroso. JungKook decidió que todo lo que había descubierto moriría con él.
JungKook se había llevado las pertenecías a casa después de esa noche, confinándolas a una esquina que miró atentamente durante tres largas noches antes de reunir el valor de destruir lo poco que le quedaba. Esperanza. La esperanza de que todo fuera mentira. Que la evidente traición que se presentaba ante sus ojos fuera una treta y que él, había enterrado al amor de su vida y no a un vil mentiroso. Pero no fue así.
Los mensajes de HaHyun a TaeJoon eran nauseabundos, cargado de un erotismo soes y bromas hacia su persona. Mentiras planeadas y sobre todo, palabras cargadas de amor que él había dejado de escuchar hace mucho tiempo. Cada palabra leída se sintió como un puñal clavado en su pecho, aunque nada tan doloroso como los audios donde la dulce voz que tanto adoraba le decía “Te amo“ a otro.
El teléfono no sobrevivió a su furia, tampoco algunos muebles y parte de la vajilla. Y sí, él gritó, maldijo y rio lleno de pena. Pero nunca, ni una sola vez, se sintió bien y en paz consigo mismo. La sensación de angustia y pena era un monstruo asqueroso y malévolo que lamía su piel y colaba en lo profundo de su alma. Creando pensamientos oscuros y horribles que no lo hacían sentir mejor consigo.
Ahora, a siete días, un entierro y al menos tres botellas de alcohol, JungKook seguía sintiéndose igual de miserable y solo que cuando estaba junto a HaHyun. Su pecho dolía y su vientre quemaba. Él, tan tonto y ciego, no había visto las señales, aferrado a un cuento de hadas que ya no existía. Y que él, pobre tonto, se empeñaba en recuperar.
La línea telefónica fija sonó una vez más, timbre tras timbre hasta que se activó el contestador. «JungKook,» resonó la voz de su mejor amigo. «Soy yo, otra vez. Sé que no quieres hablar con nadie, pero me niego a dejarte solo. Llámame, estaré pendiente. Han pasado tres días. Si no lo haces hoy, iré a buscarte»
Él mensaje terminó y con ello, otro trago bajó por su garganta. Kim NamJoon era su hermano, por decirlo de alguna forma. Se habían criado prácticamente juntos, y aunque era su mayor, tal cosa no presentó un problema. Seok HaHyun trabajaba en la firma de abogados Kim y Asociados, por lo que comenzar a compartir entre los tres, se sintió natural con el paso del tiempo. La familia Jeon y Kim tenían una larga historia de hermandad. JungKook estaba agradecido por eso. También molesto por no haber escuchado a NamJoon y sus opiniones nada dulces sobre HaHyun.
NamJoon se enteró de lo sucedido el mismo día que JungKook se desmoronó por completo entre las cuatro paredes de su departamento. Él no dijo mucho, prestó su presencia y hombro. JungKook estaba malditamente agradecido por eso. Él no tenía a nadie. Su familia apenas lo toleraba, y ellos no mostraron simpatía alguna ante su pérdida. Por priemra vez, JungKook estuvo agradecido al respecto, aunque no se hubiera quejado si hubiesen maldecido a HaHyun por haberle engañado y provocarle tanto dolor.
Un tragó, otra botella y con la caída de la tarde, continuaba el lamento.
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—Dios. Eres un maldito desastre. Parece que alguien murió aquí. Afortunadamente no fuiste tú.
JungKook se movió en el sofá con un gemido agónico. Le dolía la espalda y la cabeza, sentía la ropa incómoda en su piel y pensó que un baño no le vendría mal. Con pesar y pocas ganas se sentó en el sofá, intentando despejar el sueño y con ello, encontrando un par de ojos castaños y cabello tinturado que conocía tan bien.
—Te dije que vendría si no llamabas —dijo Kim NamJoon con simpleza mirando su reloj de pulsera—. Pronto será media noche.
JungKook rodó los ojos con hastío, casi tanto como el que sentía NamJoon al ver el desastre que era su departamento y la melcocha que era JungKook. Kim se sentó en el único mueble decente, cruzando las piernas mientras prendía un cigarro. JungKook estaba listo para maldecirlo, pero la ventana del balcón estaba estratégicamente abierta. No lo suficiente para que entrara demasiado aire, pero sí para dejar salir el humo.
—¿Quieres?
JungKook se quedó en silencio mirando el cigarrillo, asintiendo sin mucho entusiasmo. La nicotina se metió en sus pulmones en cuestión de segundos. HaHyun odiaba el olor a cigarrillo así que JungKook había dejado de fumar después de dos años de relación y ver que no sería algo pasajero. No había pasado un día desde la muerte de Seok y él ya lo había retomado.
—¿Cuánto más durará esto? —preguntó NamJoon. El cabello rubio estaba perfectamente peinado como siempre, con su traje de diseñador impoluto que se ajustaba perfectamente a la figura que esculpía día a día en el gimnasio—. No quiero ser cruel y hablar mal de los difuntos, pero ese bastardo no merece que estés llorando por él.
JungKook apretó los labios y lo miró atentamente, tomó otra calada y sonrió.
—Lo sé. Lo sé mejor que nadie, pero no puedo hacerlo.
NamJoon frunció el ceño.
—¿Por qué? ¿Qué te impide dejarlo ir? Te fue infiel. Murió junto a su amante. Eso debería ser suficiente para que no te importe.
—No puedo —repitió una vez más. La voz de JungKook sonó rota y triste. Sus labios temblaron y se odió por ser débil—. Lo amé durante siete años. Le di siete años de mi vida que no regresarán. Ni siquiera puedo reclamarle, porque está muerto. Él muy bastardo murió.
NamJoon lo escuchó en silencio y JungKook necesitó otro trago. Se levantó y fue al pequeño minibar. El whisky llenó su vaso y él lo tomó de una sola vez antes de rellenarlo.
—¿Sabes que es lo peor? —preguntó a su amigo con el corazón destruido—. Que sé... estoy seguro de que si no hubiera muerto, nunca hubiera imaginado que me era infiel. Y estoy totalmente convencido de que si estuviera aquí y me pidiera perdón...le daría una segunda oportunidad.
NamJoon miró el cigarrillo entre sus dedos y barrió la cenizas invisibles de su pantalón como si las palabras de JungKook no fueran lo suficiente importantes, cuando en realidad la verdad era que le dolía verlo así. JungKook sonrió.
—Dijo que lo amaba —susurró en voz alta, refiriéndose a los mensajes y audios de HaHyun a TaeJoon—. Y al final murió junto a él. HaHyun le dio su último beso, y a mí solo me dejó todo este dolor.
JungKook metió una mano en el bolsillo de su pantalón, tocando el metal que sacó con dedos temblorosos. Una sortija de plata con incrustación de diamantes descansaba en la palma de su mano.
—Supongo que nunca estuvo destinado a suceder —susurró.
—HaHyun no te merecía.
—O quizás, yo no lo merecía a él —alzó la vista hacia NamJoon—. Supongo que nunca lo sabremos, ¿verdad?
NamJoon suspiró y asintió lentamente.
—No. Nunca lo sabremos.
Él silencio reinó en la habitación. NamJoon prendió un segundo cigarro y JungKook siguió bebiendo. Dieron las doce, la una y las dos de la mañana. NamJoon lo obligó a tomar un baño y recogió un poco, decidido a contratar a alguien para que se encargara.
—El tiempo hará que todo mejore.
JungKook lo escuchó, ya en su cama y con el sueño llegando a su sistema. Eso dicen por ahí, que él tiempo todo lo cura y todo lo salva, pero JungKook no lo creía en absoluto. Porque para él los días seguían su curso, las dudas persistían y los cuestionamientos no lo dejaban tranquilo. En otras palabras. Para él, los días pasan y el dolor persiste.
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JungKook sufre.
Nam quisiera poder revivir a HaHyun y matarlo el mismo.
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