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𝐈𝐍𝐓𝐑𝐎𝐃𝐔𝐂𝐂𝐈Ó𝐍

"La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa."

—Albert Einstein

2 de septiembre, 2010.
1:34 A.M.
Ahyeon-Dong, Seúl, Corea del Sur.

Era una fría madrugada de septiembre, tan oscura y sin estrellas, como si el universo supiera que ya no existía esperanza alguna que lo ayudara.

La lluvia caía fuerte sobre la gran ciudad y en medio de las calles mojadas, se encontraba un chico alto, corriendo, guiado por una asfixiante desesperación, que lo hacía moverse contra su voluntad. El frío de las gotas le calaban su piel, golpeaban su cuerpo con violencia, como millares de agujas perforándolo. Él tenía sangre en su ropa, la cual debido a la lluvia, se deslizaba por su cuerpo y terminaba en el asfalto empapado, dejando tras de sí un rastro rojizo que destacaba su camino.

Las calles estaban vacías, apenas iluminadas por la tenue luz de neón de los locales cerrados. Él se deslizaba entre las sombras, su figura desaparecía y aparecía en la penumbra mientras corría, como un espectro que conocía cada rincón de su barrio. Había crecido entre esos pasillos, jugando y soñando, conocía cada esquina de ese laberinto de cemento. Cada paso que daba era una lucha contra la feroz tormenta que parecía querer impedir su andar, pero él no pensaba darse por vencido. Ésta era su última lucha y estaba decidido a ganar, sea como sea, hasta llegar a su destino.

Se metió por un callejón angosto, esquivando de una zancada montones de basura que se amontonaban en una esquina, el hedor de lo podrido y el ruido de una rata en fuga se unió al sonido de sus pasos. La oscuridad lo abrazaba, pero los recuerdos lo empujaban. Su mente estaba nublada con una bruma densa y solo imágenes de lo que vio, lo que vivió recientemente, estaban ahí, repitiéndose en un ciclo sin fin, atormentándolo.

Giró la última esquina resbalándose en un charco, se levantó en un segundo y corrió hacia otro pasillo que lo llevaría más cerca de su destino. Pasó por paredes adornadas con graffitis y trazos de historias que contaban la suya propia. Incluso había pasado frente a uno que él mismo había hecho en el pasado, con la frase: "El capitán les declara la guerra"

Cada paso lo acercaba a ese lugar, al lugar que burló por tantos años, el lugar que había estado evitando. Y a pesar del agotamiento que lo consumía, no se permitió un solo instante de pausa. Pisó un charco mientras un rayo caía en la lejanía. Aquel estruendo no lo detuvo y siguió corriendo, como si la vida simplemente dependiera de eso.

Limpió sus ojos con el antebrazo, apartando el agua que le impedía ver bien. Su respiración era errática, su corazón martilleaba en su pecho con un dolor punzante. Y cuando divisó el edificio frente a él, a solo unas pocas calles, su voluntad lo impulsó a correr aún más rápido, usando las últimas fuerzas que le quedaban para llegar.

Dentro de la estación policial, la calma reinaba en contraste con la tormenta que se estaba desatando afuera. El oficial Kang YoungHyun, recorría los pasillos del edificio, asegurándose de mantener el orden en el establecimiento. Sus ojos expertos analizaban a los detenidos de la noche. Se trataban de simples cargos menores en comparación con el vasto archivo de crímenes perpetrados en el barrio.

Mientras el oficial Kang realizaba el recorrido, en el puesto de control en la entrada a la comisaría, el otro oficial, Yoon DoWoon, completaba los antecedentes penales de los detenidos en esa noche.

Todo estaba en paz, tan rutinario, tan tranquilo, como cada madrugada...

Pero la calma de su labor se vio interrumpida abruptamente cuando la puerta de la estación se abrió de golpe y un joven alto, con el cabello desteñido y grisáceo, ingresó corriendo y se arrojó de rodillas al suelo, con la respiración temblorosa. Su ropa estaba empapada de sangre y lluvia, lo que alertó al oficial, quien se sobresaltó por la brusca aparición. El joven, con las manos nerviosas, apoyó sus brazos en el suelo y dejó que la sangre se escurriera, jadeando tan intensamente que parecía expulsar su alma a través de su boca.

DoWoon tomó el intercomunicador y presionó el botón, llamando a su compañero que se encontraba realizando el recorrido. Kang no tardó en aparecer con sus pasos apresurados por el pasillo, marcando el ritmo de la tensión, curioso por saber quién era la persona que había llegado a perturbar la tranquilidad de la comisaría.

Ambos oficiales se acercaron al joven que permanecía arrodillado y con la cabeza gacha; podían percibir una voz, un leve susurro proveniente de él. Sin embargo, no lograban descifrar las palabras que estaba murmurando. Se percataron de inmediato de la conocida mancha rojiza que adornaba su ropa, de la sangre que escurría por sus dedos y culminaba su camino metiéndose bajo sus uñas.

Kang se acercó hasta colocarse frente al joven, se inclinó ligeramente sin bajar la guardia y levantó la cabeza del chico para, finalmente, conocer el rostro de la misteriosa persona. Su semblante exhibía una palidez alarmante con una brecha en la sien de la que un fino hilo de sangre descendía hasta su mejilla.

Su expresión lucía desorientada y con desconcierto; al instante supo que aquel joven se encontraba aturdido, casi desesperado, susurrando algo inentendible.

El oficial se llenó de preocupación, reconociendo de inmediato que algo terrible había ocurrido. Era su deber brindarle ayuda. No obstante, no podía comprender lo que el joven susurraba.

—¿Te encuentras bien, muchacho? —preguntó, bajando una rodilla hasta el piso con cautela. Posó una mano en el hombro del enigmático chico, sintiendo un escalofrío recorrerle al tocar la fría y húmeda tela. —¿Estás herido?

DoWoon se mantuvo firme a una distancia prudente, alerta ante la posibilidad de que aquello se tratara de una farsa. Teniendo en cuenta los saqueos en el barrio, no era descabellado pensar que podría tratarse de una distracción para cometer asaltos en otro lugar y que las autoridades estuvieran ocupadas con una farsa montada. Con una mano cerca de su arma, vigilaba con atención, preparado para actuar si fuese necesario.

DoWoon reconoció el rostro de aquel joven, pero no podía recordar de dónde. Estaba convencido de haberlo visto antes, pero el chico estaba cubierto de sangre, golpeado, con algunas heridas y aquello le imposibilitaba ver su rostro correctamente. Intentó hacer memoria mientras escuchaba las preguntas de Kang y esperaba a que el recién llegado contestara.

El chico de cabello gris con mirada oscura y perdida, empuñó sus manos en el suelo y jadeó acelerado, centrando su vista, finalmente, en el oficial junto a él. Arrastró las palabras con suma dificultad, como si cada letra desgarrara su interior.

—Yo... lo maté. —Sus palabras fueron descifradas.

Su confesión fue fría y áspera, helando el ambiente con su gruesa voz resonando en todo el lugar.

Al oír aquello, Kang se irguió con rapidez, dándose cuenta de que la sangre que cubría al chico no era suya, y que tras esa confesión existía una víctima.

No demoró en enfundarse unos guantes de látex, que yacían guardados en un cajón, reservados para situaciones excepcionales como este. Con el fin de evitar contaminar el ADN en la ropa del ahora sospechoso, examinó al joven minuciosamente en busca de pistas. Sus manos enguantadas buscaron armas, documentos de identidad o cualquier indicio que pudiera esclarecer lo sucedido, pero no encontró nada.

El sospechoso se dejó levantar del suelo como si toda su energía se hubiera drenado en un segundo. No rechistó en absoluto y, mientras el oficial le dictaba sus derechos, solo podía oír aquella voz como un eco lejano, mareándolo y haciendo que tuviera auténticas ganas de vomitar. Estaba ido, con la mirada perdida, incapaz de dejar de repetir una y otra vez aquella confesión en un susurro.

Sintió cómo el oficial tomaba sus muñecas y las llevaba detrás de su espalda, sintiendo su pulso acelerado, entendiendo de inmediato que su vida ahora estaba en manos de la ley que repudiaba.

Y con un chasquido metálico, las esposas se cerraron tras de sí, sellando su nuevo destino.

—Estás arrestado. Tienes derecho a permanecer en silencio; cualquier cosa que digas podría ser usada en tu contra. Tienes derecho a consultar con un abogado; si no tienes uno, se te proporcionará uno de oficio. Tienes derecho a ser informado sobre los cargos que se te imputan. ¿Entiendes tus derechos?

Mientras Kang procedía con el protocolo, Dowoon regresó a su puesto anterior, tras el escritorio, y con un gesto decidido tomó el teléfono y marcó el número del comisario, quien no tardó en contestar.

El barrio solía ser peligroso, con robos, asaltos y problemas relacionados con el micronarco, pero no se enfrentaban a homicidios desde hacía ya varios años. La aparición de este joven declarando haber matado a alguien era un caso excepcional y debía ser reportado de inmediato.

El comisario de la estación, Park SungJin, se encontraba en horario de descanso. Su turno había culminado hace algunas horas y ya estaba descansando en su hogar cuando recibió aquella llamada. Conocía a la perfección a Kang y DoWoon; eran excelentes profesionales, por lo que sabía que no lo llamarían a menos que fuese estrictamente necesario.

—Tenemos a un joven que acaba de entregarse. —Comentó DoWoon en la línea. Al mismo tiempo, comenzó a teclear en la computadora con rapidez, creando el archivo policial para el joven—. Hombre de aproximadamente veinte a veinticinco años; un metro ochenta de estatura, cubierto de sangre aparentemente no suya, declara haber matado a alguien y luce desorientado.

—Yo lo maté. Yo lo maté. —Su voz, seca y profunda, seguía murmurando sin descanso.

—Sí, señor. Afirmativo. —respondió a la voz al otro lado de la línea.

El oficial DoWoon colgó la llamada y, con agilidad, tecleó rápidamente para completar el informe antes de girar la cabeza hacia el arrestado.

—¿Lo mataste? —Preguntó Dowoon. —¿A quién? —El de cabello gris no respondió a la segunda pregunta, ni siquiera lo miró. Se limitaba a repetir su mensaje de manera automática, con la mente perdida en algún punto vacío de la comisaría.

—Yo lo maté... yo lo maté...

Los dos oficiales intercambiaron miradas cargadas de sospecha; su vasta experiencia les indicaba que el joven seguía en estado de shock y que lo más prudente sería que recibiera atención especializada para abordar su situación. Sin embargo, la presencia de sangre en su ropa y manos confirmaba que algo grave había sucedido, lo que les obligaba a mantenerlo bajo supervisión y en confinamiento hasta esclarecer los hechos.

Dowoon volvió la cabeza hacia la computadora y añadió un nuevo apartado al archivo. Procedió a completar el documento que registraba la permanencia del sospechoso en la celda hasta la llegada del comisario.

—¿Cómo te llamas? —Preguntó Kang al no haber encontrado ningún documento en los bolsillos del joven.

—Yo lo maté.

—¡Hey, chico! —Exclamó Kang en un intento por espabilarlo. Tomó al joven de los hombros y lo volteó, obligándolo a encontrarse con su mirada—. ¿Cuál es tu nombre? ¿Recuerdas cómo te llamas?

Entonces, el joven perdido desvió la vista hacia los ojos de Kang, acallando finalmente sus murmullos, asintiendo  con la cabeza, y un breve silencio se apoderó en toda la comisaría. DoWoon dejó de escribir, esperando por el nombre que necesitaba para completar el informe. Observó con atención al chico y a su compañero al otro lado del escritorio, consciente de la importancia de cada gesto en ese momento crucial.

El arrestado asentía, sin poder controlar el temblor de sus manos.

—¿Cuál es tu nombre? —Preguntó esta vez Dowoon, desde donde sus ojos lo veían con mirada analítica.

El de cabello gris respondió a la pregunta de Dowoon, sin despegar los ojos del oficial Kang. Abrió la boca con lentitud y dejó escapar su identidad con una voz profunda y grave. Kang, quien lo observaba fijamente, pudo notar cómo aquellos ojos se oscurecieron aún más, como si ya no existiera vida en ellos. Como si el muerto, en realidad, fuera él.

—Kim Taehyung. —Habló. La luz de sus ojos desapareció y en su lugar quedó solo un abismo oscuro como dos agujeros negros—. Soy Kim Taehyung... y yo lo maté.

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