IV
Los chicos de la prensa ya se habían marchado cuando salieron del restaurante. Jimin suspiró aliviado y se dirigió con Yoongi de vuelta al hotel. En general, no le importaba hablar con la prensa, pero había ocasiones en que prefería pasar desapercibido.
La noticia de su inminente matrimonio aparecería al día siguiente en la primera plana de la mayoría de los periódicos. Eso tenía su lado positivo: le sería más difícil a Min romper su acuerdo.
No le interesaría airear demasiado las condiciones que le había impuesto su abuelo en el testamento. Como todos los Min, era muy orgulloso, y para un playboy como él, ser arrastrado al altar, contra su voluntad, sería toda una humillación.
Yoongi le pasó el brazo por la cintura en un gesto protector y se abrieron paso entre la multitud de turistas que llenaban las calles y plazas aledañas al Gran Canal. Al contacto de su brazo alrededor de su talle, Jimin sintió un calor capaz de provocar un incendio forestal. Sintió que le temblaban los muslos cuando entró en el hotel, con Yoongi pegado a él.
Se montaron en el ascensor. Él no lo tocó en ningún momento, pero se colocó lo suficientemente cerca para que sintiera la fuerza y el vigor de sus piernas.
Yoongi sacó el móvil y se puso a revisar su agenda de contactos mientras el ascensor iba subiendo los pisos.
–¡Qué extraño! No te tengo en mi agenda –dijo Yoongi, mirándolo de soslayo– Sólo tengo tu teléfono fijo. ¿Me das tu número de móvil?
Jimin apretó la boca mordiendo sus labios un instante.
–Mmm... pues verás... el caso es que... no tengo teléfono móvil.
–¿Qué quieres decir? ¿Lo perdiste? –preguntó Yoongi mirándolo con cara de extrañeza.
–Bueno... una vez tuve uno, pero se me perdió y luego me dio pereza ponerme a buscar otro parecido.
Yoongi siguió mirándolo sorprendido, como si fuera un ser venido del siglo XVIII, a través del túnel de tiempo.
–¡No me lo puedo creer! Estarás bromeando. ¿De verdad no tienes móvil?
Jimin negó con la cabeza mientras el ascensor llegaba a la planta del ático y se abrían las puertas.
–Te conseguiré uno mañana –dijo Yoongi guardándose el móvil en el bolsillo y echándose a un lado para que Jimin saliera.
–No, no te molestes –replicó Jimin, mordiéndose el labio inferior mientras Yoongi seguía mirándolo con cara de curiosidad.
- Me avergüenza reconocerlo, pero soy un poco tecnófobo. Estaba empezando ya a entender el funcionamiento del móvil que tenía cuando se me perdió. No quiero tener que volver a pasar otra vez por todo aquel tedioso aprendizaje.
–Jimin –dijo él mirándolo con esa mirada que lo hacía sentirse como si fuera un niño en la clase de cálculo–, los nuevos modelos son muy sencillos de manejar. Al final, un móvil no es más que un teclado y una pantalla, igual que un ordenador. Hasta un niño pequeño sabe usarlo. Mi sobrino Minjae, que aún no tiene tres años, maneja a la perfección los juegos que tengo instalados en el móvil – Jimin hizo un gesto vago de asentimiento y salió del ascensor sin decir nada.
- Dame entonces tu dirección de correo electrónico –le dijo Yoongi mientras entraban ya en la suite.
Jimin sintió como si le sonara una alarma en la boca del estómago. Se devanó los sesos pensando una excusa de por qué no tenía una dirección de correo electrónico.
–Mmm... Así, de pronto, no sabría decírtela... Hace poco, he tenido que cambiarla. Estaba recibiendo demasiados correos... basura. El técnico que vino pensó que era mejor que la cambiase. Aún no me he aprendido de memoria la nueva dirección. Es un poco más larga y complicada que la de antes.
–Está bien, mándame un correo cuando puedas y te añadiré a mi lista de contactos –dijo Yoongi entregándole una tarjeta de visita donde constaban todos sus datos.
Jimin se quedó mirando la tarjeta. Tenía un sello de distinción y originalidad, como el propio Yoongi. Tenía los bordes dorados y las letras grabadas en relieve. Jimin pasó los dedos por la tarjeta, sintiendo cada letra en la piel.
–¿Te la estás aprendiendo de memoria? –exclamó Yoongi.
Jimin se guardó en seguida la tarjeta en el bolso y puso una expresión de indiferencia.
–No tengo ningún interés en aprender nada que no me sirva de provecho en la vida –respondió Jimin–. Por desgracia, casarme contigo es la única forma que tengo de conseguir mi independencia.
Yoongi le dirigió una mirada cargada de desdén y desprecio.
–Veo que eres tan superficial y egoísta como te pinta la prensa. Y ni siquiera te molestas en disimularlo. Lo único que te interesa es el dinero.
Jimin le dedicó una sonrisa forzada, de ésas que tienen siempre a mano los jóvenes de mundo, ambiciosos y vividores.
–Vamos en el mismo barco, coreanito, no se te olvide. Lo dos queremos el dinero y estamos dispuestos a vender nuestra alma al diablo por conseguirlo.
–Esperemos que al final valga la pena –replicó Yoongi con un gesto de amargura.
–Estoy seguro de ello. Tú recibirás tu herencia y yo conseguiré finalmente mi independencia. ¿Qué más podemos pedir?
–Eso aún está por ver, ¿no te parece? –dijo Yoongi mientras le enseñaba el dormitorio y la cama de matrimonio–. ¿Qué lado prefieres?
Jimin sintió un escalofrío, pero se controló rápidamente antes de que Yoongi pudiera advertirlo.
–Los dos. Yo dormiré ahí, tú ya puedes ir llamando al servicio del hotel para que te prepare el sofá cama.
–Supongo que estás bromeando, ¿no? Acabamos de anunciar nuestro compromiso. ¿Qué crees que pensaría el personal del hotel si viera que dormimos en camas separadas?
–Pensarían que nos estamos reservando para nuestra noche de bodas.
–Veo que eres como una veleta, cariño. Tan pronto eres un hombre frívolo y promiscuo como pudoroso y recatado.
Jimin, muy ofendido, se dirigió al cuarto de baño, pero Yoongi se acercó a él por detrás y lo agarró por los hombros, aplastando el pecho contra sus omóplatos y la pelvis contra sus nalgas.
Jimin sintió activarse todas sus terminaciones nerviosas en un erótico frenesí mientras su respiración cobraba el ritmo desacompasado de un motor defectuoso. Era lo más cerca que había estado de Yoongi en muchos años. Podía sentir entre los glúteos la prueba fehaciente de su erección y el latido de su corazón en el hombro.
Sintió que toda su resistencia se desmoronaba. El muro que había levantado para defenderse de Yoongi se venía abajo por momentos. No estaba acostumbrado a perder el control de sus emociones, él era quien ostentaba habitualmente el poder sobre los hombres, no al revés.
Excepto con Yoongi...
Jimin se preguntó qué pasaría si se diese la vuelta y su boca se encontrase con la contraria. Introduciría la lengua entre sus labios y le demostraría que podría hacer que él perdiera el control.
Jimin deseaba hacerlo. Pero no se atrevió.
–Deberías haberlo previsto, Jimin –le susurró él al oído mientras él sentía la cálida brisa de su aliento sobre la piel como un pincel deslizándose sobre un lienzo–. Viniste precipitadamente a Venecia sin pensar cómo podría terminar la noche, ¿verdad?
Jimin se mordió el labio inferior al sentir su creciente erección entre los glúteos. Era tan fuerte que pareció por un momento ser capaz de separarlos. Era una sensación deliciosamente erótica y sexy. Sintió su cuerpo ardiendo en llamas. Su vientre parecía estremecerse en una vorágine de deseo. Su pecho inflamado parecía pugnar por evadirse del frágil encaje de su camisa.
–Dijiste que no me tocarías a menos que estuviéramos en público –dijo Jimin, tratando de controlarse a duras penas al sentir las caricias de su boca en el lóbulo de la oreja.
–Te dije que no te tocaría a menos que tú quisieras. Y no me negarás que lo estás deseando, ¿eh, cariño?
Jimin se volvió y se apartó un par de pasos de Yoongi. Lo miró de manera desafiante.
–Si vas a romper las reglas del juego desde el primer día, entonces yo también puedo hacerlo. Tengo mis contactos. Les diré todo. Les contaré incluso algunas cosas de tus hermanos. No creo que eso le siente muy bien a tu familia, ¿no crees?
Yoongi lo miró con los dientes apretados y la mandíbula desencajada.
–Un movimiento en falso, Jimin, ¿me oyes?, un movimiento en falso y te verás mendigando por la calle, que es donde debe estar alguien como tú, sin principios ni moral.
–Crees que puedes controlarme, ¿verdad, Yoonie? –dijo Jimin, herido por sus crueles palabras.
–Ni siquiera puedes controlarte a ti mismo –replicó Yoongi con una mirada de indignación–. Eres un niño mimado que debería haberse hecho hombre hace ya mucho tiempo. No es de extrañar que tu padre te cortara la asignación. No eres más que un chico florero sin clase ni educación.
Jimin lanzó instintivamente la mano hacia su rostro para darle una bofetada, pero Yoongi le detuvo a mitad de camino, sujetándole la mano con fuerza. Jimin sintió una imperiosa necesidad de llorar. Hacía años que no lloraba. Desde el funeral de su hermano. Pero no iba a derrumbarse delante de Yoongi. No, no iba a darle esa satisfacción.
–Tengo que ir al cuarto de baño –dijo Jimin.
Cuando salió tras unos minutos, después de reparar los desperfectos de su maquillaje, encontró a Yoongi de pie con una expresión inquietante en el rostro.
–Lo siento –replicó Yoongi–. No debí haberte hablado de esa manera.
Jimin se encogió de hombros, sin dar importancia a sus palabras. Los de la prensa le habían dicho cosas mucho peores, pero cualquier cosa que viniese de Yoongi le resultaba más ofensiva. Esperaba que no lo hubiera oído lloriqueando como un niño en el cuarto de baño. Había abierto los grifos al máximo para ahogar el sonido de su llanto. Miró a Yoongi, y creyó ver en su cara un gesto de arrepentimiento por lo ocurrido.
–¿Quieres que me vaya? –le preguntó Jimin–. Puedo alojarme en otro hotel. No creo que nadie se dé cuenta.
–No, no hagas eso –respondió Yoongi, frotándose el cuello–. Tú vete a la cama. Yo dormiré en uno de los sofás. Hay almohadas y mantas de repuesto en el armario.
Jimin se mordió el labio inferior mientras le veía preparándose el sofá. Sin duda, iba a pasar una mala noche. A pesar de lo lujoso del sofá, lo más probable era que no consiguiera pegar ojo.
Yoongi tenía razón. No había pensado en las consecuencias que traería el haber aceptado casarse con él. Su naturaleza impulsiva le había acarreado ya muchos problemas. ¿Cuándo iba a aprender?
–¿Te apetece tomar algo antes de acostarte? –le preguntó Yoongi, una vez que se preparó el sofá.
–No, voy a acostarme. Estoy muy cansado. Me siento como si hubiera estado viajando todo el día.
–Me iré para dejar que te prepares para dormir. Voy a bajar con el ordenador a la zona Wi-Fi del hotel a terminar unos trabajos pendientes.
Jimin comprendió que Yoongi no quería seguir hablando con él. No podía culparle por eso.
–Bien, buenas noches, entonces –dijo Jimin.
–Buenas noches, Jimin –respondió Yoongi, mirándola de soslayo.
Jimin se dejó caer en la cama tan pronto oyó el ruido de la puerta al cerrarse. Estaba cansado y abatido. Miró a la maleta que tenía junto al armario. Estaba casi sin deshacer. Se quedó mirándola un largo rato pensando lo que debía hacer.
Saltó de la cama, recogió sus cosas con rapidez, las metió de cualquier manera en la maleta y la cerró. Yoongi podría dormir en su cama. Él estaría a muchos kilómetros de distancia cuando volviese a la suite. No estaba dispuesto a pasar con él ni una sola noche más de las necesarias.
Era demasiado peligroso.
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