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I

Señor Min, hay afuera un tal Park Jimin que desea verle –dijo Lissa, la secretaria de Min, dejándole el café en la mesa como todas las mañanas–. Dijo que no se marcharía hasta que no consiguiera hablar con usted.

Yoongi permaneció impasible, como si no la hubiera escuchado, mirando la lista de propiedades inmobiliarias que tenía en la pantalla del ordenador.

–Dígale que concierte una cita previa como todo el mundo –dijo al fin sonriendo, imaginándose a Jimin paseando impaciente, de arriba abajo, por la sala de recepción.

Así solía él hacer las cosas, sin encomendarse a nadie. Habría tomado de repente un avión con destino a Daegu y se había presentado allí, sin previo aviso, dispuesto a hacer su santa voluntad sin preocuparle en absoluto los demás.

–Creo que habla en serio –dijo Lissa–. Es más, creo que...

La puerta se abrió de repente, dando un golpe sordo contra la pared.

–Por favor, Lissa, déjenos solos –dijo Jimin con una sonrisa artificial–. Yoongi y yo tenemos un asunto que tratar en privado.

Lissa miró a Yoongi con gesto de preocupación, como si esperase alguna orden o quizá alguna reprimenda.

–Está bien, Lissa –dijo él–. Sólo me llevará un momento. No me pase ninguna llamada ni permita que nos interrumpan bajo ninguna circunstancia.

–Sí, señor Min –replicó Lissa, saliendo del despacho y cerrando la puerta suavemente.

Yoongi se reclinó en la silla y observó al chico de tez un poco morena y con carácter que tenía delante de él. Sus ojos verdes brillaban despidiendo chispas de furia, y sus mejillas, habitualmente blancas y suaves como el alabastro, lucían ahora un color rojo cereza. Tenía los puños cerrados a lo largo del cuerpo y su pecho, que él tanto adoraba desde que el tenía dieciséis años, subía y bajaba al ritmo de su respiración.

–Bueno, dime, ¿qué te trae por aquí, Jimin? –preguntó él con una sonrisa indolente.

– ¡Malnacido! –Exclamó él mirándolo con los ojos de un felino dispuesto a saltar sobre su presa–. Apuesto a que fuiste tú el que le diste la idea. Ese tipo de argucias son propias de ti.

–Perdona, pero no sé de qué me estás hablando –respondió Min arqueando una ceja.

Jimin se acercó al escritorio, apoyó las manos sobre su superficie forrada de cuero y lo miró fijamente.

–Mi padre me ha retirado la asignación –dijo él–. No me pasa ni un céntimo. Y todo por tu culpa.

Min se permitió el lujo de recrearse en su visión por un momento. Nunca había tenido su figura tan cerca desde aquella noche de la fiesta de su cumpleaños, cuando él cumplió los dieciséis. Se sintió embriagado por la exótica fragancia que llevaba. Era una combinación fascinante de jazmín y azahar y alguna otra esencia que él desconocía, pero que sin duda le iba muy bien.

–Puedo ser culpable de muchas cosas, Jimin, pero no de ésa –dijo él mirándolo fijamente–. Hace años que no hablo con tu padre.

–No te creo –dijo él, incorporándose del escritorio y mirándole muy erguid.

Se cruzó luego de brazos, dando a Yoongi una visión aún más sugestiva de su magnífica figura. Sintió esa excitación ya habitual en él cada vez que lo tenía cerca. Era algo que le molestaba profundamente, porque aunque le atraía sexualmente, había, sin embargo, en él algo que despertaba su recelo. Era, sin duda, un hombre muy hermoso que rezumaba sensualidad, pero tenía la reputación de acostarse con cualquiera. La prensa había publicado recientemente un reportaje sobre su escandalosa conducta. Había seducido supuestamente a un hombre casado, apartándolo de su hogar, de su esposo y de sus hijos.

Min se preguntó con cuántos hombres se habría acostado. Era un pequeño diablillo que disfrutaba con sus enredos y escándalos.

– ¿Y bien? –dijo él, descruzando los brazos y poniendo las manos en jarras en actitud desafiante–. ¿Qué? ¿No vas a decirme nada?

– ¿Qué quieres que te diga? –preguntó a su vez Min, tomando una pluma de oro del escritorio y poniéndose a jugar con ella entre los dedos.

Jimin dejó escapar un suspiro de desesperación.

–Sabes muy bien a lo que me refiero –respondió él–. Lo sabes desde hace tiempo. Ahora ya sólo nos queda un mes, pero tenemos que decidirnos, de lo contrario perderemos todo el dinero.

El rostro de Yoongi se crispó al recordar la cláusula del testamento de su abuelo. Se había pasado los últimos meses buscando la manera de conseguir anularla. Había consultado con los abogados más prestigiosos, pero todo había sido en vano. El anciano era un perro viejo y lo había dejado todo muy bien atado antes de morir. Si no se casaba con Park Jimin antes del primero de mayo, perdería el tercio de la herencia que le correspondía como legítimo heredero de los Min. Aún disponía de un mes. No era mucho, pero no estaba dispuesto a dejarse manejar por Jimin y que se saliera con la suya como tenía por costumbre. No tenía ningún problema en casarse con él, si era necesario, pero sería él quien impusiera las condiciones.

–Así que, por lo que veo, quieres casarte conmigo –dijo él arrastrando las palabras, mientras seguía jugando con la pluma y hacía girar su silla a uno y otro lado–. ¿Verdad, Jimin?

El lo miró entrecerrando sus ojos con recelo.

–Realmente, no– respondió él–. Pero quiero el dinero. Es mío, tu abuelo me lo dejó a mí, y no me importa tener que pasar por el aro con tal de conseguirlo. Nada ni nadie podrá impedírmelo.

Yoongi sonrió con indolencia.

–En eso te equivocas, cariño. Yo sí podría impedírtelo.

Jimin se acercó de nuevo al escritorio, pero ahora, en vez de apoyarse en él, se dio la vuelta hasta ponerse detrás de Min. Agarró el respaldo de la silla y la hizo girar enérgicamente hasta dejarle frente a él. Luego se acercó lo suficiente para meterse entre sus muslos medio abiertos y hacerle sentir en el rostro la cálida fragancia de su perfume a esencia de vainilla. Le puso las manos, primorosamente manicuradas, en el pecho. Min no se había sentido tan excitado en toda su vida.

–Tú, Min Yoongi, vas a casarte, conmigo –le dijo subrayando con parsimonia cada palabra.

Él sostuvo la mirada de sus ojos que brillaban como dos esmeraldas.

–Y si no, ¿qué? –exclamó él desafiante.

Jimin casi estalló de furia. Alzó las pestañas negras y espesas, y arqueó las cejas hasta que unas y otras estuvieron a punto de tocarse. Luego se pasó la lengua por los labios, muy despacio. Min sintió una gran erección. Era como si toda la sangre y la energía de su cuerpo se hubieran acumulado de repente en aquel miembro.

Le agarró de la muñeca con la mano.

–Creo que no utilizas los medios adecuados, Jimin –prosiguió él atrayéndolo un poco más hacia sí–. ¿Por qué no despliegas conmigo ese encanto sensual tan conocido por muchos, en lugar de acercarte a mí como un gato acorralado? ¿Quién sabe lo que serías capaz de conseguir así?

–Suéltame –dijo él con los dientes apretados en un gesto de desprecio. –No era eso lo que me decías cuando tenías dieciséis años –replicó él con una sonrisa burlona.

–No estuviste fino, coreano, y perdiste tu oportunidad –dijo él con las mejillas rojas como dos frambuesas–. Tu mejor amigo se llevó el premio. No fue el mejor amante que he tenido, pero fue el primero.

Min trató de controlarse y usar la sensatez. No cabía duda de que estaba tratando de provocarle. Era algo que sabía hacer muy bien. Lo había venido haciendo desde que lo conocía. Era un hombre promiscuo que no dudaba en usar el sexo para conseguir lo que quería.

Él se había portado siempre con Jimin como un caballero, rechazando sus insinuaciones, propias de un joven inmaduro que sólo quería llamar la atención. Lo había reprendido varias veces por su comportamiento, pero él nunca le había hecho caso, y había seducido a propósito a su mejor amigo para dejar clara su postura. Con ello, no sólo había destruido la amistad que tenía él con su compañero, sino también el respeto que aún pudiera sentir hacia él. A pesar de todo, siempre había estado dispuesto a darle una segunda oportunidad, pero él parecía querer seguir el mismo camino de autodestrucción por el que había ido su madre, antes de dejarlo huérfano cuando era sólo un niño.

–No sé por qué me hechas a mí la culpa de que tu padre haya dejado de pasarte la asignación mensual, ¿no crees que más bien puede ser debido a tu reciente aventura amorosa con Lee Taemin? –dijo Min.

El retiró la muñeca y se la frotó ostensiblemente.

–Fue sólo un montaje de la prensa –replicó él–. Él quería estar conmigo, pero yo no estaba interesado.

– ¡Uy, qué extraño! –Dijo Min con cara de sorpresa–. ¡Un hombre que no te interesaba! Tú, que has sido siempre la fantasía erótica de todos los hombres, el chico dispuesto a hacer cualquier cosa para ser siempre el rey de la fiesta.

–Resulta gracioso que diga eso alguien como tú, un hombre que ha estado rodeado siempre de mujeres.


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Dedicado a esta persona en agradecimiento por seguirme. En su perfil tiene varias listas de lectura con historias principalmente Yoonmin, si necesitan leer algo pueden darse una vueltecita por su perfil para buscar alguna historia.

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