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Tener un bebé con Yoongi no haría que él lo amase más ni que su matrimonio fuese más sólido. Y además, ¿Qué clase de padre podría ser él?
–¿Jimin? -Habló Yoongi con voz sorprendida.
Jimin desvió la mirada para que Yoongi no adivinase la expresión de deseo en sus ojos.
–Sí, yo también –respondió Jimin–. He estado tomando la píldora desde que tenía dieciséis años.
–Muy bien –dijo Yoongi, ahora ya más tranquilo–. Creo que podríamos prescindir en adelante de los preservativos si vamos a mantener una relación exclusiva entre nosotros.
¿Exclusiva?, se dijo Jimin. ¿Estaba dispuesto a acostarse sólo con él durante los meses siguientes? Un rayo de esperanza pareció iluminar su corazón, pero se apagó en seguida.
–¿Puedo confiar en ti? –preguntó Jimin mirándolo a la cara.
–Cuando yo doy mi palabra, la cumplo. Mi palabra es sagrada. Deberías saberlo, Jimin –dijo Yoongi y luego añadió, con un brillo especial en la mirada–: Ven conmigo, cariño.
El aire parecía impregnado por la esencia del deseo.
–¿Tú... me deseas?
Yoongi le puso las manos en los hombros y se acercó un poco más a Jimin.
–Siempre te he deseado, Minnie –dijo Yoongi, besándolo con pasión.
Pasaron la semana siguiente casi sin salir de la villa, pero Yoongi se encargó de llevarlo a un viaje más emocionante del que podría haberle llevado una agencia de turismo. Un viaje por el sexo y la sensualidad. Le abrió un nuevo mundo de placer que Jimin nunca había sospechado. Hicieron el amor en la ducha, a la luz de la luna, al borde de la piscina y en los jardines bajo el perfume de las rosas.
Yoongi había estado muy apasionado y generoso, asegurándose de que Jimin gozara antes de satisfacer él su propio deseo. Le había hecho comprender lo distinto que podía ser el sexo en una relación de pareja. Jimin daba por sentado, sin embargo, que todo aquel afecto que demostraba sólo era físico. Le gustaba el sexo, eso era todo.
Yoongi era un hombre joven y sano, en una forma física extraordinaria y en la flor de la vida. Tenía energía para quemar, y Jimin se prestaba a colaborar en esa tarea, en sesiones maratonianas que le dejaban un temblor y un cosquilleo hasta varias horas después. No podía evitar pensar en todas las personas que le habrían dado placer a Min antes que él.
Tampoco Jimin había sido un santo, después de todo.
Se preguntaba, a menudo, si Yoongi pensaría también en los hombres con los que él se había acostado y se sentiría celoso.
Una de las cosas que más le había emocionado, durante esa semana había sido el interés que Yoongi había demostrado por ver algunas de sus obras.
Sabía que él no aceptaba un no por respuesta, y así se vio una mañana, después de haber hecho el amor, abriéndole la puerta de la habitación en la que había instalado su estudio de pintura.
Estaba en la planta más alta de la villa y había puesto allí los pocos materiales que se había llevado con él. Había montado una especie de caballete improvisado, apilando una buena torre de libros sobre el escritorio para sacar mejor partido de la luz. La acuarela en la que estaba trabajando en ese momento era una vista de los jardines de la villa. Había una fuente rodeada de setos artísticamente podados en primer plano y al fondo el azul brillante del lago entre el ocre de las montañas. No era su mejor trabajo y Jimin se sintió algo incómodo por tener que enseñárselo a medio terminar, pero él parecía extasiado mirándolo.
–¿Lo hiciste tú? –dijo Yoongi, apartando unos segundos la vista del cuadro para mirarlo.
Jimin asintió tímidamente con la cabeza.
–Ya sé que me falta técnica. No tengo ninguna titulación ni he asistido a ningún curso de una escuela de arte. Soy sólo un aficionado, como ya te he dicho.
–¿Puedo? –preguntó Yoongi señalando la carpeta donde estaban los lienzos sin enmarcar que Jimin se había llevado consigo de su apartamento de Busán.
Jimin sintió cierta vergüenza y pidió al cielo que Min no se riera al verlos.
–Claro –dijo Jimin–. Pero no valen nada. Ni siquiera me he molestado en enmarcarlos.
Yoongi fue mirándolos todos, uno por uno, analizando en detalle las pinceladas y los matices de luz y color.
Jimin se quedó expectante de pie junto a él, cambiando de vez en cuando el peso del cuerpo de una pierna a otra. Le recordaba la sensación que sentía de pequeño cuando su padre miraba muy serio la hoja con las notas del colegio.
–¡Minnie, son increíbles! –exclamó Yoongi - Tienes mucho talento. ¿Por qué no has estudiado Arte? Tienes un don especial para la pintura. Nunca he visto un dominio mayor de la perspectiva y del uso de la luz y el color.
Jimin se quedó sorprendido por su reacción. Él había tratado siempre de ser objetivo con su trabajo, pero siempre había sentido que podía haberlo hecho mejor, que no era lo suficientemente bueno y que nunca llegaría a serlo. No tenía ninguna formación, no había estudiado historia del Arte ni trabajado con un artista que le sirviera de maestro y mentor. No había leído un solo libro sobre las técnicas o estilos pictóricos, sencillamente porque no podía.
Había visto muchos cuadros en los museos y exposiciones, pero eso no contaba. Él ya había tratado de llamar siempre la atención durante su infancia, debido a la frustración que sentía por no ser capaz de entender lo que los maestros trataban de enseñarle. Lo habían rechazado en varias escuelas, sin darse cuenta de que su conducta irregular era sólo un síntoma y no la causa.
Conforme fueron pasando los años, llegó a sentirse realmente avergonzado de tener que confesar no ser capaz de leer más allá de unas pocas palabras. No le gustaba tener que depender económicamente de su padre, pero ¿cómo podía esperar encontrar un empleo con la escasa formación que tenía?
Yoongi dejó los cuadros a un lado y le puso las manos en los hombros.
–¿Por qué tratas de ocultar tu talento? ¿Por qué dejas que todo el mundo crea que no eres más que un hombre frívolo y vividor cuando tienes ese don para pintar?
–Eres muy amable y generoso. Te lo agradezco, pero no es verdad. Carezco de técnica, sólo hago lo que siento en cada momento. A veces funciona y otras, la mayoría, no.
–Cariño, te subestimas –dijo Yoongi–. En todo caso, hay una cosa que no entiendo. Has tenido el dinero y las oportunidades para ir a la escuela de Arte que hubieras querido, y sin embargo lo has mantenido en secreto como si fuera algo vergonzoso. ¿Por qué?
Jimin se apartó un par de pasos de él, cruzó los brazos y miró la fuente del jardín por la ventana.
–Lo prefiero así –replicó Jimin–. Cuando te has pasado toda la vida sujeto a las críticas de los demás, resulta reconfortante saber que tienes al menos una parcela de intimidad donde refugiarte y sentirte tú mismo.
Yoongi lo miró detenidamente con el ceño fruncido. Parecía haber vuelto a esa expresión fría y distante que había abandonado en los últimos días. Yoongi había disfrutado viéndole sonreír. Y en cierta ocasión, en que Jimin se rió abiertamente de algo que Yoongi había dicho, había llegado a sentir una sensación como si se le derritiese un tarro de miel caliente dentro del pecho. Cada día, parecía descubrir algo nuevo sobre Jimin: el sabor de su piel, caliente y suave después de haber estado tomando el sol, el tono sombrío de sus maravillosos ojos verdes cuando iba a besarlo, la forma en que le acariciaba con la mano hasta hacerle perder el control.
También estaba descubriendo cosas nuevas sobre sí mismo. En el pasado, siempre había preferido a los rubios, pero ahora le gustaba sentir el cosquilleo de su melena negra y sedosa sobre su pecho desnudo cuando Jimin se acurrucaba a su lado después de hacer el amor. Le gustaba la forma en que Jimin se apretaba contra su cuerpo, como si él fuera su primer y único amante.
Últimamente, le habían aburrido mucho las mujeres con las que salía. Eran muy guapas y tenían muy buena figura, pero no se podía tener una conversación mínimamente interesante con ninguna.
Jimin tenía aspectos de su carácter aún por descubrir. Era un joven inteligente y sensible que, por alguna extraña razón, estaba tratando de ocultar esa faceta de sí mismo como si fuera algo de lo que tuviera que avergonzarse.
Pero Yoongi estaba decidido a averiguarlo todo sobre Jimin. Después de todo, era su esposo.
Casi soltó una carcajada al pensar en su abuelo. El anciano lo había hecho todo por su bien, convencido de que como mejor estaría sería sujeto a las cadenas del matrimonio. Pero había pasado ya una semana y se preguntaba cómo se sentiría al cabo de un año. No había pensado mucho en ello cuando llegó a aquel acuerdo con Jimin. Sólo se había preocupado de asegurarse su parte de la herencia. Ésa había sido su prioridad, igual que la de él.
¿Podría acostumbrarse tanto a Jimin que luego le echara de menos?
Estuvo a punto de reírse de nuevo. ¡Qué tontería! ¡Por supuesto que no! Él no era de ese tipo de hombres que se enamoran fácilmente. Siempre había vivido al límite. No entraba en sus planes una vida hogareña y apacible, con su esposo esperándolo al llegar del trabajo, con las zapatillas y la cena puesta. Él era un amante de la libertad. Le gustaba poder ir y venir a su antojo, sin tener que dar explicaciones a nadie. No podía imaginarse la vida de ninguna otra manera.
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