3/3
-¿Y qué me dices de ti? –preguntó Yoongi, llevándose la copa a los labios–.¿Qué vas a hacer dentro de un año?
Jimin miró la copa champán que apenas había probado. –No suelo hacer planes a largo plazo –replicó con una sonrisa de circunstancias–. Supongo que nos divorciaremos de manera amistosa y reharemos cada uno nuestras vidas.
Yoongi se preguntó con qué tipo de hombre le gustaría compartir su vida o si preferiría, por el contrario, quedarse soltero. La verdad era que, si no hubiera sido por las maquinaciones de su abuelo y las cláusulas que había puesto en su testamento, habría tenido que casarse en breve y con un hombre con una posición económica desahogada.
Jimin no había trabajado en toda su vida. Era una persona de la buena sociedad, que había nacido en el seno de una familia pudiente, igual que otros habían nacido en un ambiente de pobreza e indigencia.
Hasta que su padre le dijo que iba a retirarle la ayuda económica, Jimin nunca le había mencionado nada a Min sobre el testamento. Él había tratado de hablar tranquilamente del asunto con Jimin, pero cuando se lo propuso durante el funeral de su abuelo, Jimin lo miró extrañado y se escabulló entre la gente dejándole plantado. Él era consciente de que nunca llegaría a ser un marido ideal pero, si Jimin se comportaba de forma responsable, estaba dispuesto a soportar de la mejor manera posible esos doce meses de matrimonio. Así conseguiría salvaguardar su parte de la herencia a la vez que los intereses de sus hermanos y de la empresa de la familia.
Casarse con Jimin tenía también sus compensaciones. Para empezar, era un verdadero placer para la vista. Nunca había visto unos ojos tan hermosos y risueños como los suyos. Eran de color verde esmeralda y tenían forma de almendra. Y sus pestañas eran negras como el carbón y largas y tupidas como si fueran de seda. Su pelo, ligeramente ondulado, le caía hasta el inicio del cuello. Tenía unas mejillas sonrosadas que parecían de porcelana y una boca carnosa y llena de sensualidad. Podría haber trabajado de modelo si hubiera querido. Una famosa agencia llegó a ofrecérselo cuando tenía diecinueve años, pero él, por alguna razón, rechazó la proposición. Probablemente, prefirió seguir viviendo de la fortuna de su padre, esperando heredarlo todo algún día cuando falleciera.
Sí, a su manera, Jimin era también un hombre ambicioso, pensó Min. Sólo que tal vez Jimin era más sincero, e incluso hasta descarado, que la mayoría de las mujeres. Sería una experiencia interesante estar en la cama con él. Cuanto más pensaba en ello, más ganas le entraban de ponerse manos a la obra.
Jimin trataba de parecer frío y distante, pero él podía sentir el ardor de su naturaleza apasionada hirviendo a fuego lento bajo aquella aparente capa de frialdad. Era un hombre seductor y coqueto. Eso lo hacía aún más atractivo. Era como un gato salvaje, un tigre que había que domesticar, y Yoongi estaría encantado de hacerlo, y cuanto antes mejor, sin hacer caso de sus remilgos ni sus falsos razonamientos. Sabía que todo era una argucia suya. Jimin lo había deseado desde que era un adolescente de dieciséis años en plena pubertad, y como entonces lo había rechazado, trataba ahora de hacerse el digno con él.
–Sabes que tendremos que vivir juntos en Corea la mayor parte del año,- ¿no? –dijo él, tras una pausa–. Y que tendremos que viajar con relativa frecuencia.
–¿Viajar? –exclamó Jimin–. ¿Y esperas que yo te acompañe en tus viajes?
–Naturalmente. Eso es lo que suele hacer un amante esposo.
–Ya, pero seguramente eso no será necesario en nuestro caso –replicó Jimin–. Tú eres un hombre muy ocupado. Sería para ti un estorbo tener que llevar a tu "esposito" colgado del brazo por medio mundo. Además, yo también tengo cosas que hacer.
–¿Cómo qué? –preguntó Yoongi arqueando una ceja, con cara de extrañeza–. ¿Tomarte un vodka con lima por las mañanas y hacerte las uñas y el pelo después de comer?
Jimin apretó los dedos alrededor del tallo de la copa con tanta fuerza que Yoongi temió por un instante que pudiera romperse en mil pedazos.
–No. Es sólo que me gusta dormir en mi propia cama.
–Eso no es lo que decían de ti los periódicos hace unos meses –apuntó Yoongi con ironía–. Al parecer estabas en la cama de Lee Taemin un día sí y otro también cuando su pareja estaba fuera.
Jimin le dirigió una mirada cargada de odio.
–¿Das acaso crédito a todo lo que prensa cuenta sobre tus hermanos y sobre ti?
–No, a todo no. Pero tú no lo desmentiste. Podías haber puesto al periódico una demanda por difamación si todo lo que habían contado sobre ti era mentira.
–No tengo ningún interés en pleitear con nadie –replicó Jimin–. No vale la pena. Además, se interpretaría como una actitud defensiva de alguien que se siente culpable. Siempre he creído que era mejor ignorarlo todo y esperar a que se acabe olvidando.
–Supongo que nuestra próxima boda contribuirá también a que se olvide – dijo Yoongi–. Por cierto, ¿quieres casarte en algún lugar en particular?
–Me da igual. No tengo ninguna preferencia –respondió desviando la mirada.
–Entonces no te importará si nos casamos y pasamos la luna de miel en Bellagio, ¿verdad?
–Ahí es donde tu familia tiene una villa, ¿no? –preguntó Jimin mirándolo a los ojos.
–Sí –respondió Yoongi, volviendo a llenar las copas–. Es también donde mi hermanita murió hace ya más treinta años.
–En ese caso, parece el lugar apropiado para celebrar un matrimonio que nace ya muerto desde el principio, ¿no te parece? –dijo Jimin tomando su copa.
Yoongi lo miró detenidamente con sus ojos color de avellana.
–Tienes una lengua muy afilada esta noche. Tú eres el que insiste en decir una y otra vez que nuestro matrimonio va a ser sólo una farsa.
–Yo no te amo, hyung, y sé también que yo no significo nada para ti. Vamos a casarnos sólo para conseguir el dinero del testamento de tu abuelo. Nuestro matrimonio no es más que un acuerdo comercial, sin ningún futuro.
–No tiene por qué ser así –replicó Yoongi–. Podemos esforzarnos para intentar que las cosas marchen bien entre nosotros.
–Te conozco bien, Min Yoongi. No serías capaz de serme fiel tres semanas seguidas. Pero no te preocupes, puedes seguir con tus aventuras amorosas siempre que lo hagas en privado y con discreción. No quiero convertirme en el hazmerreír de la prensa.
–Lo mismo te digo –replicó Yoongi, inclinándose hacia el de forma intimidatoria–. Y te lo advierto Park Jimin, si corre el menor rumor de que mantienes una relación escandalosa con otro hombre, puedes considerar nuestro matrimonio roto de manera inmediata, con independencia de lo que esté estipulado o no en el testamento. Voy a dejar esto por escrito en el acta de nuestro acuerdo prematrimonial.
–Quizá deberías haber dicho «anulado» más que «roto», al hablar de nuestro matrimonio.
Yoongi clavó los ojos en los suyos. Parecían dos reflectores luminosos tan brillantes que Jimin no pudo evitar sentir un estremecimiento por la piel. Su expresión férrea no era desde luego la de un hombre que se dejase dominar. Se habían vuelto las tornas. Jimin no era el que llevaba ahora la batuta, y Yoongi parecía dispuesto a que no lo olvidase. Le había dejado claro que lo deseaba, pero Jimin no podía dejar de sentirse como algo provisional a la espera de que se cumpliese el plazo prescrito para cobrar su herencia.
A pesar de que había hecho todo lo posible por ocultar sus sentimientos, estaba claro que había sido en vano. Tal vez, él era como muchos hombres que, incluso en estos tiempos, seguían pensando que tenían derecho a acostarse con quien desearan: una cena en un buen restaurante, una botella de champán caro y asunto arreglado.
Jimin había decidido no tener relaciones íntimas con Min. Pero algo que había pasado en las dos últimas horas había puesto en tela de juicio su resolución. Vio el deseo en sus ojos y una sonrisa indolente en sus labios delgados y sensuales, como si saborease ya el triunfo de tenerlo. Se revolvió inquieto en el asiento, consciente de su debilidad y vulnerabilidad ante Yoongi. Sintió un hormigueo en el pecho y un temblor en las piernas, como si anhelaran entrelazarse con las suyas, más fuertes y poderosas, en un abrazo erótico y voluptuoso.
Yoongi extendió la mano y separó los dedos de Jimin, que seguían aferrados al tallo de su copa de champán. Se los llevó a la boca. Jimin sintió de repente un temblor en la mano, como si el aliento de Yoongi contuviera una poción mágica que hubiera desbloqueado sus articulaciones y derretido sus huesos. Se sintió como petrificado, inmerso en un estado extraño, pero placentero e irresistible. No quería romper el hechizo.
Yoongi siguió mirándolo fijamente sin que Jimin pudiera apartar su mirada. Se sentía atraído poderosamente hacia él, como una polilla confiada se siente atraída irremisiblemente por la calidez de la llama. Podría quemarse, pero eso no parecía importarle. Casi se quedó sin respiración cuando Yoongi le rozó las puntas de los dedos con sus labios, despertando en Jimin un deseo que lo dejó insatisfecho, anhelando más.
–Jimin, ¿por qué sigues luchando contra ese sentimiento que ha habido siempre entre nosotros? –preguntó Yoongi con la voz apagada.
–No quiero complicar aún más las cosas, Yoongi.-–respondió Jimin con una voz que parecía de otra persona, jadeante, anhelante y expectante.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro