Sos mi libertad [Diosito/Pastor]
Tarde o temprano, Puente Viejo consiguió reacomodarse, volver a su antigua normalidad. A pesar del escándalo ocasionado por los medios y las autoridades, el ruido después del motín terminó por convertirse en el mismo silencio que sólo los reclusos conocían, bajo el que eran sometidos tan pronto como dejaban de ser una fuente de entretenimiento para el resto. Todos sabían que eventualmente sería así, y si se miraba de manera superficial, nada realmente había cambiado a pesar de las cosas tan horribles que habían sucedido dentro de las paredes resquebrajadas del penal.
Sin embargo, la vida volvía a mostrarle un esbozo de sonrisa a Miguel.
En primer lugar, tenía a Lucas. En algún momento se convenció a si mismo de que lo había perdido para siempre, junto con Emma y la familia rota que había fingido tener durante algunos meses, pero ahí estaba su nene, su adoración, esperándolo con una sonrisa en la sala de visitas, listo para compartirle pequeñeces de su día a día que significaban el mundo para Miguel. Era la razón por la que aún tenía ganas de seguir adelante.
Por otro lado tenía trabajo, y ya no lidiaba con la culpa de ser una carga para su propio hijo, ahora podía proveer para él. Tenía a los viejos del penal que escuchaban sus palabras cuando las necesitaban, tenía a Luna y a la jueza Piñeyro como apoyo incondicional, a los libros que eran su refugio.
Tenía a Dios, el que reinaba en los cielos, en el corazón, y a Diosito, el que caminaba entre los mortales, bajo su ala.
El día que Diosito fue capturado, volvió al penal con una energía renovada, casi como si hubiera vuelto a nacer, con la voluntad de un joven que nació para ser libre, pero como era de esperarse, tan pronto como fue puesto detrás de las rejas, volvió a marchitarse. Sin embargo, algo mucho más profundo había cambiado en él afuera. Había encontrado algo que lo mantenía centrado aún cuando todo su mundo había sido sacudido de pies a cabeza, empezando por la muerte del que siempre fue su padre, Mario Borges, que murió encadenado a una cama de hospital, solo.
Cargar con ese conocimiento ya hacía de su estadía en Puente Viejo un infierno, sumándole el hecho de que no era muy querido por los reclusos y por el director. En absoluto.
Lo cierto es que Diosito sigue con vida únicamente porque Miguel respondió por él frente a Antín.
―¿Tan bien te cogió, che? ―fue la reacción burlesca de Antín el día que Miguel llamó a la puerta de su oficina, y aunque odió cada palabra de su interacción, necesitaba a Diosito con vida. No lo dejaría perecer a manos de nadie mientras pudiera evitarlo.
―Dejalo cumplir con su condena, demasiado mal ya la está pasando. Paga más por lo que hizo en vida que estando muerto. No queda nadie que lo llore.
―¿Estás seguro? Acá yo veo a alguien que está mariconeando bastante por ese pelotudo. No entiendo qué tiene que hace que lo quieran proteger tanto. ¿Son los dientes podridos de tanto falopearse, el pelo todo duro de tanto que se lo tiñe? ¿Le tienen lástima?
Miguel apretó la mandíbula.
―Es lo último que te pido. Dejalo vivir.
Y aunque Antín no dejó de reírse de él en ningún momento, finalmente dijo:
―A partir de hoy, vos y yo estamos a mano.
Y a Miguel se le fue todo el aire de los pulmones en un solo suspiro de alivio. Estaba un paso más cerca de salvar a Diosito. ¿Por qué lo hacía? Le gustaría decir que porque se lo debía, pero sabía que era más que eso. En definitiva no quería darle tantas vueltas porque temía lo que podía llegar a descubrir de sí mismo.
Además, era muy temprano para cantar victoria, porque el problema no sólo estaba en Antín, sino en César, cuyos planes para Diosito ya estaban en marcha. Y César no era como Antín, sus motivos no eran frívolos y meramente vengativos, lo suyo se trataba de algo personal e involucraba una historia mucho más compleja. Eso hizo de su discusión la más difícil que Miguel tuvo en su vida, porque compartía sus valores y su juicio. Le estaba pidiendo a César que le perdonara la vida a alguien que sabía que lo había lastimado demasiado, que había hecho cosas imperdonables por las que él mismo habría matado, pero la decisión estaba tomada y no respondía a ninguna lógica.
―Si vas por él, vas por mí también ―soltó Miguel como muestra de lo mucho que estaba dispuesto a dar por Diosito, su propia vida, y César, con lágrimas de pura bronca e impotencia en los ojos, sabiéndose derrotado, escupió a sus pies.
―Quedatelo, más vale que no te arrepientas ―fue lo único que dijo, y para tristeza de Miguel, las últimas palabras que le dirigió. Así fue como Miguel definitivamente había salvado a Diosito, sin que este siquiera lo supiera.
Lo único que le hizo saber a Diosito fue que estaría mejor si llevara sus cosas a su pabellón, con los viejos. Para tenerlo más cerca, más seguro, sólo por si acaso, y aunque Diosito dijo "ah, así que me extrañas" en tono pícaro, en realidad sabía de qué se trataba, no era boludo. Miguel le rodó los ojos, pero durmió considerablemente tranquilo sabiendo que Diosito descansaba a una cama de distancia.
(...)
Sus días se dividían principalmente en trabajar, sus reuniones de lectura y la compañía de Diosito, que en contra de su naturaleza social y charlatana, no tenía muchos amigos como antes. Era una mala señal para alguien que disfrutaba tanto de hablar como él, ser escuchado, contar chistes. Se guardaba mucho en sí mismo últimamente. Por eso Miguel le propuso quedarse en las reuniones con los viejos.
―Pero nunca leí un libro yo.
―No importa, vení igual.
Y así Diosito ya formaba parte de la mayoría de sus días y noches.
(...)
Seguían escabulléndose a su lugar de siempre para fumar y hablar, no porque quisieran esconderse de alguien, tampoco porque tuvieran poco tiempo a solas. Simplemente la rutina los reconfortaba de alguna manera. En esos momentos Miguel se aseguraba de que Diosito siguiera siendo el mismo, y Diosito jamás podía negarse a pasar un ratito con su persona favorita del mundo. El único en su mundo.
(...)
Es otra de sus jornadas de lectura con los viejos y Diosito. Miguel lo ve sentado frente a él, el pibe no lo mira pero sabe que lo escucha. Tiene las manos juntas en su regazo, la mirada baja. Miguel sabe lo que le espera una vez que termine la reunión.
Obviamente Diosito se queda en su lugar cuando todos comienzan a irse. No suele hablar durante las reuniones, a no ser que Miguel le pregunte directamente, y Diosito siempre le responde a él.
―No venís acá para dormirte en la silla, ¿no? Mira que no te lo prohíbo pero me puedo llegar a ofender ―le dice Miguel al sentarse a su lado, le golpea la rodilla con la suya. Diosito levanta la cabeza y le sonríe.
―No estaba durmiendo, estaba pensando.
Miguel levanta las cejas exageradamente, con humor.
―¿Ah, sí? Mirá vos che, una nueva.
―Y sí, si no puedo hacer más nada acá adentro.
La sonrisa se le tuerce con ese comentario y le da una mirada comprensiva, deja que una mano se le mueva sola hasta la rodilla de Diosito y le da un apretón y una palmada amistosa. No puede contenerse de consolarlo como sea.
―No sos el único que se siente así, capaz si hablaras con la gente que te rodea te sentirías mejor
Diosito, que se quedó muy quieto de repente, mira su mano, luego lo mira a los ojos.
―Con vos ya tengo suficiente.
Y pasa un brazo por detrás de sus hombros, los dos tan cerca. Muy cerca. Diosito mueve la pierna como queriendo llevar la mano de Miguel hacia algún lado, hacia arriba, y lo sigue mirando. Pícaro, pero suplicante a la vez.
Pendejo calentón.
Miguel se ríe y saca la mano.
(...)
Diosito se sentó en su cama por la noche.
―¿Te puedo preguntar algo, Miguel? ―un susurro demasiado alto como para pasar como tal. Miguel se sienta apenas y lo mira con ojos entrecerrados del sueño.
―Mhmm...
―¿Vo hablaste con Antín y los villero para que no me maten?
Miguel se despierta de golpe.
―¿Por qué preguntás?
―No sé, no podía dormir y estaba pensando en eso. Pienso que debería estar muerto ya con todo lo que hice y me entró la curiosidad de por qué sigo vivo. Fuiste vos, ¿no? Estoy seguro.
Miguel lo mira un rato y suspira. No puede detenerse a sí mismo de darle una caricia en el pelo, y Diosito persigue su tacto. Luego hace algo que tiene a Miguel casi haciendo un puchero, le toma la mano y se la lleva a los labios, le besa los nudillos.
―Gracias.
Esta vez sí suena como un susurro. Está seguro de que sólo él lo escucha.
Sólo Miguel. El único en el mundo entero.
n/a: Otra idea incompleta! Se nota que lo escribí queriendo solucionar a toda costa ese final terrible no? No jodo cuando digo que me rompió el corazón :(
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