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Callar mi soledad [Diosito/Pastor]

Al verlo lo invade una sensación que no es capaz de describir ni con toda la prosa que tiene encima, y es que con Diosito las cosas siempre fueron así. Lo suyo es algo que nunca termina de entender.

Se le quedan los ojos bien abiertos, persigue aquella figura tan conocida, ese rostro que le devuelve la mirada. Antes de poder razonarlo, descubre que en ese momento toma una decisión. Es natural que tan pronto como cae la noche en el penal, que siempre está llena de sonidos de angustia, se tropiece con sus propios pantalones para correr a verlo en aquel que fue su refugio la última vez que compartieron condena en Puente Viejo.

Cuando llega, Diosito ya está ahí, tal como lo esperaba, sentado con las piernas abiertas, haciendo una exhibición de sí mismo. Por supuesto que le regala una sonrisa pícara cuando lo ve entrar. Pastor no sabe qué hacer consigo mismo así que se queda quieto frente a él, apenas registrando lo que le dice. Está demasiado concentrado en cómo luce su rostro, en la energía tan cambiada que desprende. Independiente, seguro; un Diosito que encontró algo afuera, por su propia cuenta.

Pastor quiere decirle tantas cosas, contarle todo lo que pasó desde el segundo en el que sus caminos se separaron, advertirle que volvió en el peor momento, pero todo se le escapa. Quiere llorarle, por sobre todas las cosas. Le queman los ojos y se le aprieta la garganta, la necesidad casi lo asfixia.

En ese momento Diosito, que le estaba hablando con una sonrisa torcida sobre cosas sin sentido que Pastor filtró como mentiras sin importancia (te leí, te extrañé, te vine a buscar), se detiene para darle una mirada de pies a cabeza, lenta, una que ya no es lúdica sino más bien todo lo contrario. La barba le da seriedad, y el castaño le queda muy bien, o al menos eso es lo que Pastor se las arregla para pensar mientras es analizado con tanta atención. Diosito está tan entero, fresco, lúcido. La libertad le hizo bien.

Tras lo que pareció una eternidad de silencio para Pastor, Diosito vuelve a sonreír, aún callado, pero con ternura en su expresión. Sólo bajo esos ojos juveniles y tan dulces es que Pastor trastabilla, le tiembla el cuerpo. Se queda aún mas quieto cuando Diosito suspira y se endereza con los brazos abiertos, un gesto de bienvenida.

Entonces Pastor se da cuenta de lo solo que estuvo todo el tiempo, de lo alejado del mundo, de la realidad, de los sentimientos. ¿Cuándo fue la última vez que se sintió amado? Tal vez Diosito vino para recordárselo, para que no olvide que aunque pierda todo, siempre lo tendrá a él.

Se abraza a Diosito tratando de contener la emoción cuando es recibido y se le permite reposar la frente en el medio de su pecho. Pastor se escucha a sí mismo reír, el sonido amortiguado y muy similar a un suspiro de alivio, aunque se oye cansado, rendido. Es muy tarde para retener las lágrimas que caen por sus mejillas.

—¿Tanto me extrañaste, Miguel? —murmura el pibe, sonando jocoso, siempre con esa actitud altanera suya que hace que Pastor quiera bufar, pero el llanto se le atora en el centro del pecho, y honestamente, lo extrañó tanto que no sabe qué hacer.

—Cerrá la boca —masculla, y se sostiene de los brazos de Diosito, se deja sollozar bajo el amparo de su cuerpo que parece mucho más grande, más alto, más seguro.

Quizás tendrían que haber escapado juntos. ¿Podrían? ¿Habría alguna manera ahora, que todo estaba arruinado?

—Siempre tan amable.

Pastor suelta una risa ahogada, y suspira profundamente cuando al fin, gracias a Dios, gracias al cielo, Diosito pone las manos sobre su cuerpo, una sobre su nuca expuesta y la otra paseando por sus hombros, por su espalda y de vuelta, por sobre el abrigo que hace el pobre intento de cubrirlo del frío. Son esas manos las que toman la tarea y la cumplen, traen vida a sus extremidades entumecidas, hacen que sus venas se hinchen por la velocidad con la que su corazón atolondrado comienza a bombear sangre.

—Callate —vuelve a decir Pastor, y esta vez levanta la cabeza para escupirle la falsa orden sobre la boca. Alcanza a ver cómo la sonrisa de Diosito se extingue, porque ahora Pastor lo mira bien de cerca con ojos aguados y su respiración agitada le golpea los labios.

Cuando nota la expresión rota, angustiada de su rostro, Diosito no le pregunta si está bien, si quiere sentarse, ni pide saber qué le pasó para estar así. Simplemente lo sostiene de la cadera con más fuerza, lo acerca más a su cuerpo, y deja que Pastor le rodee el cuello con los brazos, casi colgándose de él, jamás alejándose de su boca. Es todo lo que necesita.

—Pensé que no te veía más —dice Pastor en susurros agitados, sólo por decir algo. Agarra a Diosito desprevenido, que murmura un sonido de confusión—. Se te nota cambiado. Te hizo bien salir.

—Ah, viste, ando lindo, me lo dicen mucho —suelta Diosito y vuelve a sonreír mientras aprieta un poco más a Pastor—. A vos te veo un poco desprolijo, pero siempre lindo vos.

Pastor suelta una vez más ese intento de risa, aunque sentir los músculos endurecidos de los brazos de Diosito le saca un poco la respiración. Prefiere, en lugar de responder, tomar valor y besarlo de una buena vez, cediendo a esas terribles ganas que lo queman desde adentro.

Diosito corresponde vorazmente, con la boca bien abierta. Es un desastre de dientes y lengua, acaparando todos sus sentidos con su fogosidad y empujándolo con su peso hacia la superficie más cercana para hacer lo que sólo podía definir como comerlo. Amaga con alzarlo de los muslos y aunque no lo hace, Pastor sabe en ese momento que podría. Podría fácilmente alzarlo y empotrarlo contra la pared, doblegarlo a su voluntad. Hay algo sobre eso que marea de placer a Pastor.

Gime ante el repentino ataque y se deja hacer porque por primera vez en tanto tiempo se siente bien, puede soltar las riendas y ceder el control. Está seguro de que Diosito sólo vino para traerle paz.

No se sorprende cuando las manos tan inquietas de Diosito comienzan a desvestirlo, y aunque nunca fue pudoroso, Pastor es demasiado consciente de sí mismo. Está flaco, esquelético. Poco atractivo, poco deseable, lleno de desprecio a sí mismo. Pero Diosito no parece retroceder ante ese hecho, y lo toca por todos lados, pasa por sus prominentes costillas y las feas cicatrices que cubren su piel pálida, grisácea, siempre oculta, nunca tocada por el sol. Su tacto se siente como rayos calientes de verano, y además de ser intensos, son afectuosos. Quiere que lo toque para siempre, quiere dormirse bajo su cobija.

La mezcla de emociones que lo atropellan con la vehemencia de Diosito hacen que Pastor no sepa cómo reaccionar, se siente perdido, abrumado. Comienza a llorar silenciosamente ante el cambio en los besos de Diosito, que no sólo están cargados de pasión, sino que de adoración y cariño.

—Emma... La dejaron morir... —susurra de repente, los ojos fuertemente cerrados, y siente a Diosito detenerse un poco—. Me la mataron ellos... Les pedí... Les rogué que la atiendan pero la dejaron ensangrentada en la calle...

Se le quiebra la voz, y Diosito pasa de picotearle los labios a dejarle besos con la boca abierta por la mandíbula y el cuello, todavía tocándolo, en silencio. Pastor no quiere abrir los ojos, no quiere despertar en una cárcel lúgubre y helada, quiere que la visita de su ángel dure para siempre, aunque la pesadilla se repita en su mente.

—Se me fue, Dios... Por mi culpa, siempre por mi culpa... Me sacaron a mi nene, mi familia... ¿Dios me odia? ¿No puedo tener nada en mi vida?

—Eh, eh. Yo no te odio. Yo te amo, y me tené' a mí, ¿no?

Es fácil para Diosito voltear su cuerpo trémulo para que se sostenga de la pared, y arrodillarse detrás, bajándole los pantalones hasta los muslos y luego inclinándolo un poco con una mano sobre su espalda baja. Pastor inhala de golpe cuando siente un beso caliente y húmedo en la carne tierna entre sus glúteos, y después ya no es capaz de respirar sin ahogarse, sin dejar salir más de un sonido vulnerable que Diosito agradece con gruñidos guturales de aprobación que le hacen zumbar el cuerpo.

Se le retuercen los dedos de los pies cuando siente la resbaladiza irrupción de su lengua.

—Me tendría... Me tendría que haber ido con vos... —jadea, las piernas le tiemblan tanto que teme caer de rodillas al piso, pero es imposible con el agarre de hierro que Diosito mantiene sobre sus caderas. No sabe lo que dice, no puede asegurar que no lo cree así.

Sus palabras hacen que Diosito se vuelva a enderezar para abrazarlo desde atrás.

—Yo pienso lo mismo —le susurra al oído, y Pastor sisea cuando lo siente entrar a un ritmo pausado, lento, tortuoso, demasiado pronto. Los dos gruñen y jadean, retiemblan de placer hasta que se acostumbran, el ardor pasa y pueden comenzar a moverse.

Pastor se arquea hacia atrás para encontrarse a medio camino con Diosito, que tiene la mano abierta sobre su vientre, guiando sus movimientos. No lo suelta en ningún momento, no se despega de su cuerpo, le lame las lágrimas que siguen cayendo de sus ojos, le coge las penas hasta que no recuerda más nada. El dolor de una vida llena de tragedias se le va con la última gota del orgasmo que el pibe le saca a embestidas profundas y enérgicas, ni una sola caricia a su miembro goteante, todo lo hace con la fuerza de sus caderas. Lo sigue sacudiendo hasta que lo deja lleno, desbordado de su semen, y después sale de su cuerpo para limpiarlo con la misma dulzura de antes, siempre besándolo, adorándolo.

—Te dije que por vos daba la vida —cree escuchar Pastor, roto, hecho polvo entre los dedos de Diosito. Se siente a sí mismo asentir, nublado, aferrado todavía a esos brazos firmes. Lo único que puede pensar es que necesita volver a creer, necesita que lo ayuden a vivir, y tal vez Diosito lo hará.

No queda más nadie, piensa.

Nadie más que Diosito.

n/a: Hermanas estoy destruida, me arruinaron, me lastimaron feo. Escribí esta cochinada medio ooc con todo mi despecho. Abrazo para quienes hayan pasado por el mismo dolor y que alguien por favor borre el final de la serie de mi mente. 
Podrán quitarme a los personajes que más amo como si nada, pero jamás me quitarán los fanfics !!! En fin, ¿alguien tiene hambre de canon divergence? 😎

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