O14: Trampa
Mención de parejas: Izuchako, Dabi x Toga, Toga x Ochako, DabiHawks y Katsudeku.
Autora: NatsukiHaru
Día 14.
« Secretos »
Era la cuarta vez en la semana, sus bellas flores no sobrevivirían un día más de seguir así, el hermoso y cuidado jardín de su casa de campo estaba en completo peligro por aquel terrible zorro que se había ensañado con las flores en la parte trasera de la propiedad.
La pintora Ochaco Midoriya, llevaba casi quince días en la bella casa que su amado esposo le había comprado para que pudiese descansar del estrés que le causaba la alta sociedad.
Desde que se casó hace más de un año atrás con Izuku Midoriya, un amable joven heredero del marqués Midoriya, su vida había dado un giro completo.
Ella antes de conocer al apuesto peliverde y contraer matrimonio, había sido una muchacha de una familia promedio. Su padre tenía una pequeña panadería en un pueblito no muy lejos de la capital, su madre era maestra de escuela, no vivían con lujos, pero tampoco aguantaban hambre. Era por eso mismo que no estaba acostumbrada a la ostentosa vida de la alta sociedad, se sentía abrumada y cansada. ¿Ella sería marquesa algún día? Todavía no podía creerlo.
La tarde estaba tiñéndose de rosa, el sol comenzaba a ponerse en el horizonte haciendo suspirar a Ochaco. Dejó a un lado su pincel y vio la pintura a medio hacer, su encantador esposo le devolvía la mirada desde ella, con su sonrisa amable y sus bellos ojos verdes.
—Ese no es el tono exacto de verde. —Aquello tenía realmente frustrada a Ochaco, por más que intentaba no lograba dar con el verde de los ojos de su esposo.
Resignada a que ese tampoco sería el día en que lograse terminar la pintura de Izuku se dispuso a recoger y limpiar sus materiales de pintura.
Ese día tenía antojo de carne, algo jugoso y apetitoso, quizás con algunos vegetales hervidos.
Antojos, palabra que últimamente la tenía un poco angustiada. Llevaba más de un año de matrimonio y todavía no había podido quedar en embarazo, tenía miedo de jamás hacerlo, su madre tuvo muchas dificultades para tenerla y temía que eso fuera algo hereditario, aunque Izuku le hubiese repetido mil veces que no sacara aquellas conclusiones sin consultar primero a un médico.
Su esposo realmente era demasiado amable, no sabe cuántas veces aquel tierno hombre le dijo que no debería preocuparse, que los hijos vendrían cuando tuvieran que venir y si no era así no pasaba nada. Si él tan solo supiera que su madre no estaba de acuerdo con tal idea, Ochaco tampoco se lo diría, no quería que su Izuku se enojara con Inko, la madre del peliverde.
La noche ya había caído mientras Ochaco comía su cena, el ama de llaves y el mayordomo esperaban a que ella terminase para poder llevarse sus platos y hacer la última de las labores de aquel día, asegurar toda la casa.
Aquel ritual que Ochaco había presenciado desde el mismo día que llegó la intrigaba, había preguntado hasta el cansancio el porqué lo hacían, sin embargo, no obtuvo respuesta alguna, toda aquella situación tenía un velo oscuro de misterio que más que causarle temor le generaba curiosidad.
Una vez terminó de comer, la castaña regresó a su habitación y se dispuso a prepararse para dormir. Ya llevaba puesta su batola color rosa y se encontraba en el peinador cepillando su corto cabello castaño, era una fresca noche de finales de primavera, el clima empezaba a ponerse cada vez más cálido, pronto el verano llegaría en todo su esplendor.
Odiaba el verano, aunque ese hecho era algo reciente, para tener exactitud, detestaba los meses calurosos del año por la llegada de él, el amigo de la infancia de su esposo, un hombre salvaje y sin noción alguna de educación, que se paseaba por la mansión con mugrosas botas y sin camisa.
Poco y nada podía hacer respecto a ello, sí que intentó hablar con su esposo del tema y darle su opinión sobre el hecho, empero Izuku únicamente rió y negó con su cabeza.
—Es tradición de la casa Midoriya, crecí junto a Kacchan y estaremos siempre presentes en la vida de otro —aseguró el peliverde aquella vez—, si algún día tenemos hijos ellos crecerán junto a los hijos de Kacchan.
La castaña no dijo nada más al respecto después de eso, ella acababa de llegar a esa familia, no era nadie para interferir en una tradición, incluso si no le gustase como aquel salvaje trataba a su esposo.
Se disponía a irse a dormir, se levantó del mullido banco dejando el cepillo para el cabello en el peinador, estaba cansada, tuvo una mañana de jardinería y una tarde de pintura, necesitaba un buen descanso.
Apagó la vela al lado del peinador y caminó hasta su cama apagando también la que se encontraba en su mesa de noche antes de acostarse en la mullida cama. Bastaron pocos minutos para que Ochaco calles dormida, en un sueño llenó de ojos rojos y verdes y secretos, muchas cosas ocultas que en vigilia intentaba no ver, pero mientras se encontraba en las manos de Morfeo estas salían a la superficie.
La noche siguió su camino sin interrupción alguna, a la noche no le importaba lo que sucedía con los mortales. En las afueras de la casa de campo un intruso, el mismo de cada noche, se hacía paso entre las flores del jardín arruinando completamente los anteriores intentos de arreglar el desastre.
La casa de apariencia inocente recibió al intruso con los dientes expuestos, con una amenaza latente.
—Malditos sarnosos —susurró el intruso, una mujer de cabello rubio recogido en dos chongos mal hechos.
Rodeó la casa buscando una debilidad que le permitiera entrar, la que fuese, pero no era posible, cada rincón estaba protegido por las horrorosas marcas de los Bakugo, aquella maldita familia que años atrás habían arruinado a su viejo amado, pero en esa nueva oportunidad no sería así, esa vez ella tendría a aquella belleza dentro de la inútil casita.
Cuando ya estaba a punto de dar la vuelta y rendirse por aquella noche unos pasos detrás de ella la hicieron detenerse y mirar en esa dirección.
—¿Nada qué logras tu cometido Himiko? —dijo la voz profunda de un hombre—. ¿Tan difícil es hacerse con una simple humana?
—No me molestes Dabi —se quejó la rubia—. Tú puedes ver el porqué no puedo lograrlo.
—Lo que veo es tu inmensa estupidez.
—Serás...
Un brazo sobre el hombro de Himiko la tranquilizó, su esposo era un fastidio, pero sabía lidiar con ella, quizás era el único que podía, en ocasiones la rubia agradecía a los ancianos por hacerla casar con Dabi, aunque jamás lo diría en voz alta.
—Pequeña cabeza hueca, la solución de tu problema es sencilla —comentó Dabi antes de darle un beso en los labios a su esposa—, si no puedes entrar tú, saca lo que hay en su interior.
La sonrisa en el rostro de Himiko se ensanchó y sus ojos brillaron con un intenso rojo carmesí. Himiko Toga sabía lo que estaba pasando su esposo, este se encontraba a punto de volver realidad uno de sus caprichos.
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Al día siguiente Ochaco estaba nuevamente intentando salvar aunque fuera solo una planta del jardín, la mayoría de las flores que habían sobrevivido al ataque del zorro anteriormente ahora estaban aplastadas y quebradas.
—¿Poner una cerca funcionaría? —preguntó a Aizawa, el mayordomo de la familia Midoriya quien le había acompañado a aquellas vacaciones.
—No creo que sirva de mucho mi lady, creo que lo mejor es que dejes de preocuparte por esto —sugirió Aizawa.
—Hoy recibí una carta de Izuku, llegará mañana o pasado mañana y realmente quiero que vea este precioso jardín en todo su esplendor. —Esa carta que había recibido temprano durante el desayuno fue una maravillosa sorpresa.
Extrañaba a Izuku, realmente quería verlo, aunque solo fuera por un par de día, que era lo que duraría su paso por aquella región mientras cumplía sus deberes como hijo del señor de esas tierras.
—Estoy decidida a que esto se vea por lo menos presentable para cuando Izuku llegue —dijo con determinación Ochaco.
El resto de la mañana se la pasó arreglando lo que podía arreglar del jardín, después del almuerzo se dedicó a terminar su pintura por un par de horas hasta que el encierro la sofocó haciéndola salir a pasear por los alrededores y recibir un poco de aire fresco.
Las tierras de los Midoriya eran de las más silvestres y las más prósperas del reino. Nadie sabía el porqué, pero a pesar de que más del cincuenta por ciento del territorio estaba compuesto por bosque virgen, la cantidad de frutas y vegetales que se producían en aquel lugar sobrepasaban por mucho el de otras tierras que estaban casi plagadas por sembradíos.
—Somos afortunados por contar con la bendición de los señores de las bestias. —Había contestado Izuku cuando la castaña le preguntó al respecto.
No entendió por completo a que se refería su esposo, sin embargo, comprendía que por aquella bendición era posible que en ese momento pudiera disfrutar del hermoso paisaje frente a ella.
Ochaco iba tranquila, perdía en sus pensamientos mientras la carroza en la que paseaba, por obligación no porque ella lo quisiera así, recorría el camino que bordeaba el bosque a su derecha y el cultivo de fresas a su izquierda, entonces escuchó un lloriqueo.
En la orilla del bosque se encontraba un niño de no más de ocho años sentado en el suelo llorando, a su lado se podía ver el cuerpo de un hombre adulto.
—¡Detente! —gritó la castaña al cochero haciendo que este se detuviera.
Con prisa Ochaco bajó del carro y corrió hacia el pequeño, de cerca notó que el niño tenía las manos y la ropa llenas de sangre. Las lágrimas caían por sus mejillas y su llanto era tan fuerte e intenso que le partió el corazón a la castaña.
—Hola, pequeño, ¿dónde está tu casa? —preguntó la castaña antes de darse un golpe mental. ¿Realmente le preguntó eso?
El niño la miró aún llorando, su carita estaba completamente pálida y temblaba de forma incontrolable.
—El señor malo se llevó a mi Mamá —dijo el pequeño corriendo hacia Ochaco y abrazándola, ensuciando su vestido en el proceso.
—Tranquilo pequeño, estás a salvo, vamos a conseguir ayuda para tu madre.
Una hora después, Ochaco se encontraba en la casa de la tía del niño bebiendo una taza de té mientras veía como todos los habitantes de la pequeña población se organizaban para comenzar la búsqueda de la mujer desaparecida.
—El cuerpo junto al bosque era del padre del pequeño Kota —comentó en voz baja una mujer al lado de la castaña—. Espero que encuentren a su madre con vida, no me quiero ni imaginar el dolor de ese pequeño si pierde de esta manera a sus dos padres.
Hace una media hora que Kota fue llevado a una habitación para que descansara, se veía realmente mal, terriblemente asustado. Lo más probable era que hubiese visto a su padre morir para luego presenciar como se llevaban a la fuerza a su madre.
—¡Debemos salir ahora mismo! —gritó un hombre de cabello negro—. Si seguimos perdiendo el tiempo caerá la noche y ya será demasiado tarde.
—Sero, por eso mismo no podemos empezar la búsqueda, falta menos de una hora para que anochezca —intervino un hombre alto de cabello oscuro llamado Tenya Iida—. No puedo permitir que alguien más muera.
El pequeño poblado llevaba más de una semana de terror nocturno, cada noche un nuevo habitante era atacado. Siete muertos y ocho heridos de gravedad era la suma de víctimas hasta ese momento, cada uno de ellos había perdido grandes cantidades de sangre.
El sol iba a caer pronto y después de todos los ataques que habían sufrido no era recomendable salir a las calles, mucho menos internarse en el bosque.
—Tengo que regresar a mi casa —dijo Ochaco levantándose.
—Es mejor que se quede a pasar la noche aquí —sugirió Iida—. Si parte a esta hora a su casa le cogerá la noche en el camino.
Era cierto, desde donde estaba a la casa de campo se tomaría poco más de una hora lo cual era peligroso, pero la castaña no lo sabía, ella no conocía de los ataques en el pueblo o que estos eran el motivo por el cual los empleados de su casa fueran tan cautelosos por las noches.
—Realmente debo regresar —repitió la castaña, no quería ser una molestia para esas personas que ya se encontraban con bastantes problemas encima debido a la desaparición de la mujer.
Varios minutos después, luego de que logró salir del poblado, se encontraba en su carruaje de regreso a su hogar temporal. El cochero, el cual le había sugerido a Ochaco que era mejor quedarse en el pueblo, llevaba el carruaje a toda velocidad, los caballos corrían por el camino empedrado sin detenerse, si seguían a ese ritmo llegarían justo antes de que el sol se ocultara.
Todo saldría bien y cumpliría con su trabajo como era debido, eso creía el cochero, sin embargo, no siempre las cosas salían como se quieren. Iban por el camino seguro para llegar a la casa de campo cuando de repente el carruaje dio un gran brinco y luego otro antes de volcarse.
Ochaco terminó cayendo sobre el costado del carruaje golpeándose la cabeza y brazo derecho, quedando inmediatamente inconsciente.
—¿¡Se encuentra bien lady Ochaco!? —gritó el cochero mientras abría la puerta del carruaje, él mismo había terminado lastimado en la caída, pero el deber lo hacía moverse—. Déjeme ayudarla.
El hombre pudo ver a la joven señora inconsciente al fondo del carruaje y solo pudo sentir desesperación, debía sacarla, soltar la correa de los caballos y cabalgar a toda prisa hacia la casa de campo.
¿En qué momento había aparecido aquel tronco que les hizo voltearse? No tenía idea, pero en aquel instante le importaba poco aquello, el sol estaba a punto de ocultarse en el horizonte, el cielo empezaba a teñirse de tonos naranjas, no le quedaba tiempo.
—No se preocupe mi señora, la sacaré de aquí —aseguró Keigo Takami, el cochero.
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Izuku llegaría esa mañana, venía recogerlo para que le acompañase al este de sus tierras, el peliverde se encontraba realmente preocupado, nunca se esperó que su territorio fueran atacado y justamente donde se encontraba su esposa de vacaciones.
—¡Kacchan! —gritó el peliverde bajándose de su caballo.
—Deku, hermano —contestó Katsuki Bakugo, apodado por Izuku como Kacchan, el próximo líder del clan de las bestias.
Ambos hombres al estar cerca unieron sus frentes con una sonrisa, llevaban tiempo sin verse y agradecían que su encuentro se hubiera adelantado, aun si no fuera de la mejor forma posible.
—Estoy preocupado por Ochaco —dijo el peliverde al separarse de su amigo.
—Eso es una puta mentira.
—¡Claro que no! Yo amo a Ochaco y realmente no me deja dormir el pensar que puede pasarle algo.
—¡Si te preocupara le dirías la puta verdad de una buena vez! —gritó Katsuki ya cansado de toda la mierda que había perturbado su perfecta vida.
Odiaba tener que compartir a su hermano, odiaba que este ya no pudiera ir a las tierras del clan en el verano, odiaba tener que ir a esa incómoda mansión y odiaba que no le dejasen decirle la verdad a la estúpida de la cara redonda para poder continuar su vida sin inconvenientes.
Hace casi dos años Izuku se había enamorado de una simple humana que conoció en una fiesta en un pequeño poblado, todo el mundo se opuso a esa posible unión, y aunque Bakugo tampoco estaba feliz con eso, terminó apoyándolo de todas formas porque eso hacían los hermanos.
Después fue el matrimonio y con él apareció la primera perturbación a su perfecta vida, Deku no pasaría el verano a su lado, justo ese verano que tanto había planificado, que tanto había esperado. ¡Iban a correr juntos en el bosque por primera vez en una luna llena!
—La esposa de Izuku no puede enterarse de la verdad. —Le había dicho su madre cuando le preguntó el motivo por el cual su hermano no iría al clan en esa ocasión.
Aunque detestaba admitirlo, en ese momento Bakugo consideraba que aquel secreto que debían guardar debido a la orden de los padres de ambos, no solo era una molestia para sus planes, sino que también ponía en peligro la vida de aquella mujer, y por mucho que le molestara su presencia Kacchan no le deseaba ningún mal.
—¿Cuál es el plan? —preguntó Katsuki sabiendo que no había caso en seguir discutiendo sobre el tema.
—Vamos a ir al pueblo y acabaremos con los chupasangres que están atacando a las personas —comentó Izuku con tranquilidad recibiendo las pertenencias del rubio para sujetarlas al caballo.
—Me gusta el plan —comentó Katsuki antes de emprender el viaje de varias horas.
Los Bakugo y los Midoriya eran familia de sangre desde hace varios siglos. Según su tradición, cuando el reino apenas estaba formándose, la familia Midoriya, una familia noble, había intentado apoderarse del bosque que pertenecía al clan de los lobos también conocidos como los señores de las bestias, los cuales eran liderados por la familia Bakugo.
Aquel primer acercamiento derivó en una cruda guerra que casi lleva a la destrucción a las dos familias, pero entonces, justo antes de que eso sucediera, los líderes de ambos bandos decidieron llegar a una tregua sellándola con un matrimonio.
Desde esa época ambas familias crearon un pacto que se volvió tradición, los Midoriya alejarían a los humanos codiciosos del bosque de los lobos y los Bakugo cubrirían las tierras de cultivo con su magia para hacerlas más fértiles.
La tradición dictaba que una mujer de la familia Midoriya se debía casar con el jefe de los lobos y una mujer de la familia Bakugo se casaría con el heredero del marqués, pero Deku había roto la tradición al casarse con Ochaco, una simple humana.
—¿Mina aún me odia? —preguntó Izuku ya casi entrando al pueblo cerca de la casa de campo donde se quedaba su esposa.
—Estuvo muy furiosa por la rotura del compromiso, pero ahora se encuentra mejor, se va a casar con el pelo de mierda —contestó Katsuki.
—¿Tu prima se casará con Kirishima? —dijo con un poco de sorpresa Midoriya.
—Así es, mi madre ya sentenció que si tienen una niña ella será la esposa de tu futuro hijo —comunicó el rubio con malestar.
—No lo han dejado ni ser concebido y ya lo quieren casar.
Unos segundos después y luego de un silencio ambos solo rieron, sus familias eran un desastre autoritario cuando de la tradición se hablaba.
—Joven maestro, su excelencia, que bueno que llegaron —dijo Tsuyu, el ama de llaves de la casa de campo, corriendo hacia ellos—. Joven maestro, lady Ochaco está desaparecida desde el día de ayer.
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—En serio lo lograste —dijo llena de emoción Himiko mientras abrazaba a la atada castaña—. ¡Dabi eres el mejor esposo del mundo!
Dabi solo negó con la cabeza mientras miraba como su esposa restregaba la mejilla en la de la asustada humana.
A su lado Keigo les miraba lleno de terror y hostilidad, una curiosa combinación. Dabi no tenía ni idea de por qué se había traído consigo al hombre, por un momento, cuando fue a recoger a la chica, le vio y quedando atraído por sus poco comunes ojos amarillos, así que solo lo tomó, pero aquel impulso no le molestaba, después de todo tener comida para el camino era una buena idea.
—Apenas caiga el sol partiremos, no queremos que los lobos se enteren de esto y vengan a cazarnos —indicó el vampiro de cabello negro antes de darle un par de palmaditas a la rubia.
Realmente su plan había sido algo sencillo. Un niño llorando a la mitad del camino, para despertar el lado materno de la mujer haciéndola ir al pueblo para ayudar al pequeño y así retrasar su regreso a aquella maldita casa, luego tenía que esperar a que el carruaje pasara, el cual con seguridad iría a toda prisa para llegar a tiempo, y luego solo debí poner un tronco en el camino para descarrilarlo. Un plan sencillo, peligroso y efectivo.
Por suerte el frondoso follaje de los árboles y la gruesa capa que utilizó impidieron que el sol le quemase hasta la muerte.
—Prepara todo para nuestra partida y no dejes nada atrás que pueda servir para rastrearnos —pidió el pelinegro mientras caminaba hacia Keigo sonriendo con malicia—. Tranquilo no te haré nada malo.
El grito del cochero se escuchó en toda la cueva en la que se encontraban al momento en que los afilados colmillos de Dabi se clavaron en su cuello.
Ochaco, quién veía todo desde los brazos de Toga, tembló completamente aterrada mientras sentía como su cabello era apartado de su cuello y el aliento de la mujer que la sostenía se acercaba peligrosamente a su piel.
—No te preocupes Ochaco, querida —susurró la rubia en el oído de la humana—, solo será una pequeña mordida y luego yo disfrutaré de tu linda, linda sangre.
Después de eso la castaña sintió como un dolor agudo se apoderaba de su cuello para después percibir como aquel líquido vital era sacado de su cuerpo trago por trago. ¿Moriría en aquella sucia y fría cueva, en manos de esos completos lunáticos? Tenía miedo, realmente estaba aterrada, quería volver a su hogar, a aquel lugar cálido y seguro, desea volver con Izuku. ¿Ya se habría enterado de su desaparición? ¿Estaría haciendo algo al respecto?
Sus ojos empezaron a cerrarse por la pérdida de sangre, su cabeza daba vueltas, estaba completamente mareada, pronto su vista se fue dibujando y todo se convirtió en un confuso borrón, en cualquier momento perdería la conciencia y quedaría a la merced de aquellos lunáticos. ¿Aquella pesadilla acabaría pronto?
"Izuku, por favor", fue lo último que pensó antes de volver a caer en la inconsciencia.
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Estaba a punto de caer la noche, estuvieron buscando toda la tarde, pero ni él ni Kacchan encontraban algún rastro de Ochaco o Keigo.
—¿Y si está muerta? —preguntó con miedo el peliverde. Para ese punto su rostro estaba tan pálido que las pecas en sus mejillas resaltaban todavía más.
—Ella no está muerta, deja de pensar tonterías y concéntrate —regañó el rubio mientras cambiaba de dirección.
Ya habían buscado por toda esa sección del bosque, quizás para ese punto lo mejor que podrían hacer era adentrarse un poco más casi a la frontera del territorio. Si él fuera un chupasangre que metió sus narices en tierras de lobos de seguro se ocultaría tan cerca de la frontera como fuera posible para así poder escapar tan pronto como llegara la noche.
Es por esa misma idea que Katsuki quería apurar tanto como fuera posible la búsqueda, pues estaba seguro de que tan pronto como el sol se pusiera en el horizonte nunca más volverían a ver a Ochaco.
—¡Siento su olor! —exclamó Izuku.
Ambos hombres se aproximaron para seguir el rastro que habían encontrado y corrieron entre los árboles hasta llegar a una cueva no muy lejos de la frontera. El ambiente se estaba tiñendo de color rosa por el sol que empezaba ocultarse, la noche se encontraba a la vuelta de la esquina, estaban seguros de que los vampiros se hallaban listos para partir.
Al acercarse con sigilo a la entrada de la cueva algunos sonidos que no se esperaban salían de allí. Bakugo fue el primero en entrar desenvainando su espada, Izuku iba detrás de él poniendo una flecha en su arco listo para dispararla.
El extraño sonido aumentó rebotando entre las paredes de la cueva, para ese punto aquel ruido era algo totalmente reconocible para ambos, eran gemidos.
"¿Los malditos chupasangres lo están haciendo antes de partir?", se preguntó el rubio adentrándose un poco más al interior de la cueva.
Sus ojos rojos se acostumbraron prontamente a la oscuridad, entonces vio algo que lo sorprendió, deteniendo a Izuku que se encontraba detrás de él, para que no viera lo que sucedía, observó con ojos fieros la escena que se desenvolvía no muy lejos de donde se encontraban de pie. Unos ojos azules en un rincón le devolvieron la mirada como diciéndole: "ya es demasiado tarde, ganamos".
—Era una simple humana, no vale la pena que inicien una guerra —dijo Dabi acercándose a Bakugo.
El rubio cenizo en un parpadeo se convirtió en un enorme lobo de pelaje blanco, Dabi ni siquiera se inmutó.
—Kacchan, ¿qué pasa? —El peliverde vio al gran lobo blanco, luego al vampiro pelinegro y por último a la vampiresa en el fondo de la cueva quién también le miró.
—¡Izuku! —exclamó feliz Toga—. Es tan maravilloso verte.
—Himiko —dijo el peliverde con un hilo de voz. Ver a aquella mujer lo aterraba, sin embargo, todo quedo a un lado al notar a la persona que tenía entre sus brazos la rubia—. ¡Ochaco!
Los ojos chocolate de su esposa le devolvieron la mirada, su boca estaba manchada de una sustancia roja y su piel estaba demasiado pálida, casi igual a la de Himiko.
—¡¿Qué le hiciste!? —gritó horrorizado el peliverde.
—Deku sal de la cueva —pidió el gran lobo blanco.
Midoriya no obedeció, en cambio se convirtió en un hermoso lobo de cabello negro como la noche y ojos tan verdes como el follaje de los árboles que daban sombra en el bosque.
Izuku gruñó lleno de rabia. ¿Cómo se atrevió esa maldita mujer a hacerle daño a su esposa? La salvaría de las garras de esa loca, eso haría sin duda, y luego la llevaría a la seguridad de su hogar.
—¡Deku vete! —ordenó Bakugo no dejándole otra opción a Izuku más que obedecer.
Con el cuerpo rígido el gran lobo negro empezó a marchar hacia atrás hasta salir de la cueva para luego alejarse sintiendo su corazón pesado y sus ojos ardiendo. Midoriya sabía el motivo por el cual su hermano le había sacado así, aun si no quería reconocer esa verdad, la sabía, ya era demasiado tarde para su amada Ochaco.
Horas después, cuando la luna dominaba el cielo y las estrellas contaban sus historias, cuatro vampiros se alejaban del territorio de los lobos con la advertencia de jamás volver a cruzarse por ahí.
—Solo por respeto al amor que le tiene mi hermano a Ochaco los dejaré ir —dijo Katsuki ya convertido en humano antes de darse la vuelta y dejarles solos sin causarles daño alguno.
—Mueve tus pies Keigo, tenemos que encontrar refugio antes de que vuelva a salir el sol —ordenó Dabi al vampiro rubio que les seguía a la distancia.
—Cuando lleguemos a casa te compraré muchos vestidos, podemos cepillarnos el cabello y hacernos peinados. No puedo esperar para que nos divirtamos juntas —decía Toga tomando la mano de Ochaco, la cual no había dejado de llorar y solo se movía porque era guiada por la rubia.
Dabi sonrió, le gustaba ver a Himiko feliz, después de todo los buenos esposos hacen felices a sus esposas, eso le había dicho su madre, una mujer sabia.
Una última mirada hacia atrás causó que una sonrisa se escapara de sus labios. Lo que había pasado en esa cueva y las palabras del lobo, todo eso ocultaba algo más, aunque estaba feliz de que no les hubiera atacado o asesinado a los nuevos vampiros, su instinto le contaba una historia diferente a la que hizo entender Bakugo.
"No me engañas ni un poco sarnoso, yo pude ver tu sonrisa", pensó el vampiro.
Para Dabi solo había una conclusión para lo que había ocurrido, el lobo quería deshacerse de aquello que lo molestaba y él le había dado la oportunidad perfecta.
—No te preocupes, me llevaré tu secreto a la tumba —prometió Dabi antes de seguir su camino—. Espero que seas feliz con tu amado.
Al parecer aquel día había hecho feliz a más de una persona sin darse cuenta.
Hola soy Natsuki otra vez. Creo que me quedé sin voz por corregir hablando sin parar por tres horas.
Todo comenzó como algo pequeño y luego me complique, los vicios no se dejan tan fácil.
Espero que mi revoltijo les gustará.
Nos leemos luego.
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