Capitulo 3
Lugar desconocido
Yaito se encontraba flotando en una oscuridad interminable. No había suelo bajo sus pies ni cielo sobre su cabeza, solo un vacío absoluto que parecía extenderse más allá de su entendimiento. Intentó moverse, pero su cuerpo no respondía, como si estuviera atrapado en un estado entre el sueño y la realidad. Todo lo que lo rodeaba era silencio, el tipo de silencio que retumba en los oídos y oprime el pecho.
De repente, en medio de aquella nada infinita, una pequeña esfera de luz apareció frente a él. Era diminuta al principio, pero creció rápidamente, bañando todo el espacio en una cálida y cegadora luz dorada. Yaito sintió como si el vacío mismo hubiera sido consumido por aquella luz, dándole una extraña sensación de paz.
Frente a él, emergió un objeto, un báculo extraño, suspendido en el aire. El báculo irradiaba una energía antigua, con intrincados grabados que parecían narrar historias de tiempos olvidados. A su alrededor, el vacío se había transformado en una vastedad dorada, como si todo el universo hubiera despertado de un largo letargo.
Yaito no entendía lo que estaba viendo, pero una fuerza lo empujaba a acercarse al báculo. Justo cuando extendió su mano hacia él, una voz profunda y resonante llenó el espacio, como si viniera desde el mismísimo centro de la luz.
"El rey debe despertar..."
Las palabras reverberaron en su mente y su corazón, como si fueran más que un simple mensaje. Era un llamado, una orden. Yaito sintió una energía abrumadora recorriendo su cuerpo, una sensación de que algo más grande que él mismo estaba por despertar.
De repente, todo volvió a ser oscuridad, y Yaito se encontraba de nuevo flotando en el vacío. Pero esta vez, las palabras seguían resonando en su mente.
Volviendo a la realidad.
Yaito abrió lentamente los ojos, entrecerrándolos mientras se adaptaba al repentino brillo que inundaba su visión. Por un momento, la luz dorada de su sueño aún persistía en su mente, pero pronto se dio cuenta de que era solo el sol, filtrándose por las ventanas a su alrededor. A medida que su vista se aclaraba, observó que los árboles pasaban rápidamente, sus ramas balanceándose como si los estuviera viendo desde una película en movimiento.
Parpadeó un par de veces más, y comprendió dónde estaba. Estaba sentado en el asiento trasero de un auto en marcha. El suave rugido del motor y el leve balanceo del vehículo mientras avanzaba por la carretera confirmaban que estaban en un viaje. Yaito frunció el ceño, intentando recordar cómo había llegado allí, pero el sueño que acababa de tener seguía impregnando sus pensamientos, como una niebla que no terminaba de disiparse.
Frente a él, en los asientos delanteros, podía distinguir claramente las figuras de su madre y su hermana mayor. Su madre, Katsumi, conducía con tranquilidad, sus manos firmes sobre el volante. Su mirada estaba fija en la carretera, pero su expresión irradiaba la misma seguridad y calidez de siempre, como si nada pudiera desviarla de su propósito. A su lado, su hermana mayor, siempre vigilante, sostenía un libro en sus manos, aunque parecía más enfocada en el paisaje que desfilaba por la ventanilla.
Yaito tardó un momento en procesar lo que veía, aún desorientado por el extraño sueño. El contraste entre la paz del interior del auto y la intensidad de la visión que acababa de experimentar lo dejó inquieto. Las palabras de aquella voz profunda todavía resonaban en su mente: "El rey debe despertar".
Miró a su alrededor, intentando enfocarse en la realidad. La luz del sol que atravesaba las copas de los árboles proyectaba sombras danzantes en el interior del auto, y el sonido suave del motor le daba cierta sensación de calma. Pero aquella frase seguía incrustada en su mente, como si formara parte de algo importante, algo que no podía ignorar.
Emi: Finalmente despertaste —dijo sin apartar la vista del libro, su tono calmado pero con un toque de broma—. Pensamos que dormirías todo el viaje.
Yaito no respondió de inmediato. En cambio, se llevó una mano a la frente, intentando sacudirse el peso de aquel sueño. Algo dentro de él había cambiado, pero no podía explicarlo. Solo sabía que las cosas no serían las mismas después de ese extraño encuentro con la esfera de luz y el báculo.
Yaito: Sí… solo fue un sueño —murmuró, aunque en su interior sabía que aquello había sido más que un simple sueño.
Su madre, sin apartar la vista del camino, sonrió al escucharlo despertar, como si hubiera estado esperando ese momento.
Katsumi: Vamos a llegar pronto —dijo con suavidad—. Descansa un poco más si lo necesitas.
Pero Yaito ya no podía descansar. Algo estaba por venir, algo que lo había llamado desde lo más profundo de la nada misma. Y aunque aún no sabía lo que significaba, no podía ignorarlo.
El viaje siguió su rumbo esperando a que llegada a su destino, aunque claro todo estaba en paz, incluso el propio yaito que solo miraba por la ventana de auto el paisaje de los árboles.
El auto desaceleró lentamente mientras Katsumi maniobraba con habilidad para estacionarlo. La suave grava del estacionamiento del templo crujió bajo los neumáticos cuando finalmente se detuvieron. Yaito miró a través de la ventana, observando el imponente templo que se alzaba entre los árboles, rodeado de jardines bien cuidados. La brisa ligera acariciaba las ramas de los cerezos que flanqueaban el camino de entrada, creando un ambiente sereno y sagrado.
Katsumi: Hemos llegado —anunció mientras apagaba el motor, y con una leve sonrisa, miró a sus hijos por el retrovisor—. Bajen con calma.
Yaito asintió, aún algo aturdido por el sueño, pero con la sensación de que el templo era importante de alguna manera. Su hermana, siempre más rápida, ya había abierto la puerta y salido antes de que él pudiera siquiera desabrocharse el cinturón. Se estiró y salió del auto, sintiendo el aire fresco llenarle los pulmones.
Mientras recogían sus pertenencias del asiento trasero, Yaito notó a lo lejos dos figuras acercándose por el sendero que llevaba al templo. Eran un hombre y una mujer, ambos mayores, que caminaban con pasos firmes pero pausados, como si cada movimiento fuera deliberado y lleno de significado. El hombre tenía el cabello gris y una postura recta, vestía con una túnica tradicional que le daba un aire solemne. A su lado, la mujer, con un kimono de tonos suaves, irradiaba calidez y serenidad. Sus ojos brillaban con una mezcla de sabiduría y amor mientras se acercaban.
Katsumi, al verlos, se detuvo un momento, y una sonrisa nostálgica se dibujó en su rostro. Cerró la puerta del auto con cuidado y dio un paso adelante, con sus hijos a su lado. Yaito observó cómo su madre parecía distinta en ese instante, más relajada, casi vulnerable ante la presencia de aquellos dos desconocidos para él. Sin embargo, la conexión entre ellos era evidente.
Katsumi: Mamá… Papá —dijo con voz suave pero clara, inclinando levemente la cabeza en señal de respeto.
El hombre mayor sonrió con una mezcla de orgullo y ternura al escuchar la voz de su hija. Dio un paso adelante, extendiendo los brazos hacia ella.
P.K: Katsumi —dijo con un tono grave pero afectuoso—. Es bueno verte de nuevo, hija mía.
La mujer mayor, que no había dejado de sonreír, asintió con la cabeza.
M.K: Qué alegría verlos a todos de nuevo —dijo mientras su mirada se dirigía hacia Yaito y su hermana—. Han crecido tanto.
Yaito intercambió una mirada rápida con su hermana, ambos sorprendidos. No recordaba haber visto a esos dos antes, pero el respeto que su madre les mostraba indicaba que eran importantes. Se sintió ligeramente incómodo, sin saber bien cómo actuar ante esa reunión inesperada.
El hombre mayor se acercó a Yaito y lo observó detenidamente, como si lo estuviera midiendo con la mirada. Yaito sintió el peso de esos ojos sabios sobre él, pero no había juicio en ellos, solo interés.
P.K: Así que tú eres Yaito —dijo el hombre, su voz resonante—. Ya no eres un niño. Has crecido fuerte.
Yaito inclinó la cabeza en señal de respeto, aún sin saber qué decir. Pero antes de que pudiera responder, la mujer mayor habló.
M.K: Estamos felices de que hayas venido al templo. Aquí es donde podrás encontrar respuestas —dijo con suavidad, como si supiera más de lo que estaba diciendo.
Yaito frunció el ceño ligeramente. ¿Respuestas? ¿A qué? Pero antes de que pudiera preguntar, Katsumi intervino.
Katsumi: Papá, mamá… quiero que pasemos un tiempo juntos, como antes —dijo y aunque su tono era amable, había un leve matiz de urgencia en sus palabras—. Hay cosas que debemos hablar, cosas que han estado esperando mucho tiempo.
El hombre mayor asintió solemnemente.
P.K: Así es. Yaito, hija… este templo es un lugar especial para nuestra familia. Hoy, más que nunca, será importante para ustedes.
Yaito sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Algo en la forma en que su abuelo hablaba lo inquietaba. El sueño, las palabras del anciano, todo parecía entrelazarse en un misterio que apenas comenzaba a comprender.
M.K: —Vengan, entremos —dijo su abuela, señalando hacia el templo.
Después de los saludos y de acomodarse en el templo, el abuelo llevó a la familia a la gran sala central, donde estaban expuestas reliquias de la familia Yamanaka. Antiguas armaduras, pinturas de los ancestros y, en un lugar destacado, un báculo adornado con inscripciones doradas y detalles intrincados que lo hacían resplandecer bajo la luz natural que entraba por los ventanales.
P.K: Este templo ha sido el hogar de nuestra familia por generaciones —comenzó el abuelo, con su voz profunda resonando en la sala—. Aquí es donde nuestros antepasados vinieron a meditar, a buscar consejo y a conectarse con su poder interior.
Yaito, siempre curioso, observaba el báculo con los ojos entrecerrados, como si intentara descifrar sus secretos.
Yaito: Abuelo, ¿qué es ese báculo? —preguntó Yaito, señalando la pieza central de la sala.
El abuelo lo miró, y sus ojos se suavizaron con un aire de misterio.
P.K: Ah, ese es el báculo sagrado de nuestra familia, Yaito —respondió con un tono solemne—. Es un símbolo de poder, pero también de gran responsabilidad. Solo aquellos que han demostrado tener un corazón puro y un espíritu indomable han sido capaces de portarlo.
Yaito se acercó un poco más, fascinado por la idea de un objeto tan poderoso. Nunca había escuchado a su abuelo hablar de esa manera.
Yaito: ¿Alguien de nuestra familia lo ha usado alguna vez? —preguntó, su interés claramente reflejado en su mirada.
El abuelo asintió lentamente, pero su rostro se oscureció un poco.
P.K: Muy pocos han sido dignos de empuñarlo, Yaito. Ni siquiera yo he podido despertar el poder que yace en su interior. El báculo no solo responde al linaje de sangre, sino también a la pureza de propósito y a la fuerza del corazón. Es una reliquia, pero una que solo se activa para aquellos que tienen el verdadero potencial de convertirse en algo más grande que ellos mismos.
Yaito quedó en silencio por un momento, asimilando las palabras de su abuelo. En su mente, la imagen de ser un héroe como All Might, mezclada con la historia del báculo, lo llenaba de esperanza y también de dudas. Si ni su abuelo, un hombre tan sabio y fuerte, había podido usarlo, ¿qué oportunidad tendría él?
Yaito: ¿Crees que algún día alguien más en la familia podrá usarlo, abuelo? —preguntó, con un brillo de esperanza en su voz.
El abuelo sonrió suavemente, colocando una mano en el hombro de Yaito.
P.K: Quizás, Yaito. Quizás el día en que alguien encuentre su verdadero camino, el báculo responderá nuevamente. Lo importante es no perder la fe en uno mismo, incluso cuando las dificultades parezcan insuperables.
Yaito asintió, y aunque no dijo nada más, su mente quedó inmersa en pensamientos. Miraba el báculo, imaginando lo que podría significar para él, mientras una chispa de determinación comenzaba a crecer en su interior. Tal vez algún día, de alguna forma, él también podría ser digno de ese legado.
Después de la solemne visita al templo familiar y la fascinante charla sobre el báculo sagrado, la familia Yamanaka, junto al abuelo y la abuela, se dirigió a un amplio comedor al aire libre, ubicado en el jardín del templo. El sol de mediodía bañaba el lugar con una luz cálida, mientras una suave brisa movía las hojas de los árboles. Todo estaba dispuesto para un almuerzo tranquilo en compañía de sus seres queridos.
El abuelo se sentó en la cabecera de la mesa, mientras la abuela se encargaba de repartir los platos y servir el té con una sonrisa amorosa en su rostro. Emi y Yaito se sentaron cerca de su madre, Katsumi, quien conversaba animadamente con la abuela sobre el viaje y la historia familiar.
Mientras comían, la conversación fluía entre anécdotas familiares y recuerdos de la infancia de Katsumi. Sin embargo, el abuelo, quien había estado observando a Yaito en silencio por un buen rato, decidió romper el tema.
P.K: Yaito —dijo el abuelo con su profunda y grave voz, mientras dejaba su taza de té sobre la mesa—, me alegra verte tan animado hoy. Pero hay algo que quiero preguntarte, hijo.
Yaito, que estaba terminando de masticar un trozo de pescado, levantó la mirada, curioso.
P.K: ¿Tienes ya un Quirk? —preguntó el abuelo, con un tono directo pero sin perder la calidez que lo caracterizaba.
El silencio cayó sobre la mesa por unos instantes. Katsumi y Emi miraron a Yaito con atención, sabiendo lo delicado que era ese tema para él. El abuelo no lo había preguntado con malicia, pero su pregunta resonaba en el aire con un peso que todos sentían.
Yaito, quien normalmente mantenía una sonrisa despreocupada, la mantuvo firme, aunque sus ojos reflejaban una mezcla de emociones. Bajó la mirada por un momento, tratando de encontrar las palabras adecuadas.
Yaito: No, abuelo… no tengo un Quirk —respondió finalmente, su tono tranquilo pero con un ligero matiz de tristeza escondido detrás de su sonrisa.
El abuelo lo observó en silencio por un momento, antes de asentir lentamente. No había juicio en su mirada, solo comprensión.
P.K: Entiendo… —dijo el abuelo suavemente, mientras su mano arrugada se apoyaba en la mesa—. En nuestra familia, los Quirks siempre han sido un símbolo de gran responsabilidad. Pero no tener uno no te hace menos, Yaito. Tú tienes algo más, algo que no puede medirse por un poder especial. Tienes corazón, y eso es lo que realmente importa.
Katsumi, que había estado escuchando con atención, sonrió suavemente al escuchar las palabras de su padre. Sabía cuánto afectaba a Yaito el hecho de no tener un Quirk, pero siempre había confiado en que su hijo encontraría su propio camino, con o sin poder.
Emi Abuelo tiene razón, Yaito —dijo su hermana mayor, inclinándose hacia él para darle un suave golpe en el hombro—. Eres fuerte a tu manera. ¡Quirk o no, te las arreglas para sorprendernos!
Yaito sonrió ante las palabras de su hermana y su abuelo, pero en el fondo, aún sentía ese vacío, esa incertidumbre que lo seguía desde que era pequeño. El deseo de ser un héroe seguía allí, en lo más profundo de su corazón, pero la pregunta seguía latente: ¿sería suficiente sin un Quirk?
La abuela, quien hasta ese momento había estado callada, se acercó a Yaito y le sirvió un poco más de té, como si sus acciones hablaran por sí mismas. Era su forma de decirle que todo estaría bien.
P.K: Lo importante —dijo el abuelo, rompiendo el silencio nuevamente— es que sigas adelante, Yaito. Quirk o no, tú tienes el poder de elegir tu propio destino. Y estoy seguro de que, sea cual sea el camino que elijas, serás alguien de quien estar orgulloso.
Yaito asintió, conmovido por el apoyo de su familia. Aunque las dudas seguían presentes, las palabras de su abuelo le dieron un pequeño alivio. Mientras almorzaban, el ambiente se alivianó, y la conversación volvió a fluir, esta vez centrada en temas más ligeros.
Pero en el corazón de Yaito, el eco de la pregunta sobre su destino aún resonaba. Sabía que el viaje al templo había sido solo el principio de una búsqueda más profunda.
Al caer la tarde, la casa de los Yamanaka se llenaba de una calma serena. Las horas habían pasado volando después del almuerzo en el templo, y el ambiente ahora era más relajado. Yaito se encontraba en su habitación, sentado sobre su cama, con el teléfono en mano. Estaba charlando por mensajes con Akemi, una amiga cercana que había conocido en la secundaria.
Akemi: ¿Cómo va todo por allá? —escribió Akemi, siempre curiosa y atenta.
Yaito: todo bien, la visita al templo fue interesante, aunque un poco larga —respondió Yaito, con su característico tono despreocupado- ¿Y tú?
La conversación fluía con naturalidad. Entre comentarios ligeros y bromas, Yaito se sentía cómodo, como si la distancia entre ellos no existiera. Akemi siempre había sido alguien con quien podía ser él mismo, sin preocuparse por las expectativas que a veces sentía por parte de los demás.
Un ligero golpe en la puerta de su habitación lo sacó momentáneamente de sus pensamientos. Era su madre, Katsumi, quien entró con una sonrisa tranquila.
Katsumi: Yaito, tu hermana y yo vamos a dar una caminata por los alrededores del templo. Es un buen momento para despejarnos un poco antes de la cena —dijo su madre con suavidad—. ¿Quieres venir?
Yaito la miró con una expresión de agradecimiento, pero mantuvo su teléfono en la mano, mostrando la conversación con Akemi en la pantalla.
Yaito: Gracias, mamá, pero estoy charlando con Akemi ahora. Ella me está contando algunas cosas interesantes. Ustedes diviértanse, estaré bien aquí.
Katsumi observó a su hijo con una mezcla de cariño y comprensión. Sabía lo importante que era para Yaito mantener esas conexiones, especialmente con alguien como Akemi, quien parecía ser un apoyo constante en su vida. Aunque le hubiese gustado que su hijo los acompañara, respetaba su decisión.
Katsumi: Está bien, cariño —dijo acercándose para darle un suave beso en la frente—. No tardaremos mucho. Si cambias de opinión, sabes dónde encontrarnos.
Yaito le devolvió una sonrisa tranquila, esa que siempre llevaba puesta para transmitir calma, aunque por dentro hubiera mucho más en juego.
Yaito: Disfruten la caminata —le dijo con serenidad mientras Katsumi salía de la habitación y cerraba la puerta suavemente tras de sí.
De vuelta en su conversación, Akemi había enviado un mensaje con una fotografía de su perra, algo que hizo reír suavemente a Yaito.
Yaito: ¿Siempre tan energética, no? —escribió en respuesta, mientras pensaba en lo mucho que apreciaba esos momentos sencillos.
Sin embargo, mientras continuaba intercambiando mensajes, un pequeño pensamiento cruzó su mente. Aunque estaba contento con la charla y el descanso, algo en el fondo de su corazón deseaba estar en la caminata con su madre y su hermana, compartiendo esos pequeños momentos en familia que, a veces, subestimaba.
Pero por ahora, esa conversación con Akemi le ofrecía la paz que necesitaba, una manera de desconectarse de las dudas que a veces lo invadían. Mientras tanto, en algún lugar entre los mensajes y las risas digitales, Yaito encontraba un respiro.
Yaito estaba disfrutando de la conversación con Akemi, riéndose de sus bromas y mirando las fotos que ella le enviaba. Todo parecía normal, pero entonces, algo extraño sucedió.
De repente, una voz resonó en su mente. Era profunda, lejana, como un eco
"Despierta."
Yaito parpadeó, deteniéndose un segundo. Miró a su alrededor, extrañado, pero la habitación seguía en silencio. El viento apenas susurraba fuera de las ventanas y todo estaba en calma. Se pasó una mano por la cabeza, pensando que quizás estaba cansado o que su mente le había jugado una mala pasada. Con un leve encogimiento de hombros, volvió a concentrarse en el teléfono, escribiendo su respuesta a Akemi.
Pero entonces, la voz volvió, esta vez más fuerte y clara. "Despierta."
Yaito dejó de escribir. Un escalofrío recorrió su espalda. Ahora estaba seguro de que no era su imaginación. Se quedó en silencio por un momento, intentando procesar lo que acababa de oír. No había nadie más en la habitación, nadie más que pudiera haber dicho algo. La voz había resonado directamente en su mente.
Con el corazón latiéndole más rápido, Yaito apartó el teléfono por un segundo y se levantó de la cama, mirando alrededor con mayor detenimiento, como si buscara alguna respuesta. Pero no había nada. Todo seguía igual de tranquilo. Respiró hondo y volvió a sentarse, tratando de recuperar la compostura.
Yaito: (¿Qué fue eso?) - pensó, mientras sus manos temblaban ligeramente. Sintió la necesidad de moverse, de hacer algo, cualquier cosa, para apartar esa extraña sensación.
Finalmente, decidió que necesitaba terminar su conversación con Akemi. Sin querer preocuparla, escribió rápidamente:
Yaito: Tengo algo que hacer ahora, Akemi. Hablamos luego, ¿vale?
Esperó su respuesta, tratando de calmar los nervios. Akemi le respondió rápidamente, despreocupada:
Akemi: Claro, Yaito. Cuídate. Nos hablamos más tarde.
Con un suspiro, dejó el teléfono a un lado y se quedó sentado en la cama, en silencio, intentando procesar lo que había sucedido. La voz seguía resonando en su mente, como un eco persistente. Yaito cerró los ojos, preguntándose si había algo más detrás de esas palabras.
"Despierta."
Se quedó quieto, expectante, sin saber qué significaba todo aquello, pero con una sensación extraña de que algo dentro de él estaba a punto de cambiar.
La noche era tranquila, con una brisa fresca que se colaba por las ventanas de la casa de los Yamanaka. Después de despedirse de Akemi, Yaito trató de relajarse, pero la extraña voz seguía resonando en su cabeza, persistente, ineludible.
Despierta.
La voz lo llamaba de nuevo, esta vez con más fuerza. Sentía una atracción extraña, como si algo lo empujara a moverse. Sin pensarlo demasiado, Yaito se levantó de su cama, su mente en blanco, y salió de su habitación. Caminó por la casa en silencio, sus pasos apenas audibles en la madera. Nadie lo notó mientras cruzaba el umbral y salía al exterior, dirigiéndose hacia el templo de la familia, el lugar que habían visitado horas antes.
El templo estaba envuelto en una oscuridad suave, apenas iluminado por la luz de la luna que se filtraba entre los árboles. Yaito avanzaba casi como en un trance, sin detenerse, como si algo lo estuviera guiando.
Finalmente, llegó al templo. Estaba vacío, desprovisto de cualquier señal de vida. Pero había algo diferente en el ambiente, algo que no había notado durante el día. Había una energía en el aire, una presencia que parecía vibrar en cada rincón del lugar.
Yaito entró en el salón principal, su mirada inmediatamente atraída hacia el centro de la habitación, donde el báculo de la familia descansaba en su pedestal. Lo había visto antes, escuchado las historias, pero ahora parecía más imponente, más... vivo.
Sin pensarlo demasiado, Yaito sintió un impulso incontrolable. Algo en su interior le decía que debía tomar el báculo, que era suyo. Se acercó lentamente, cada paso resonando en el vacío del templo. Extendió su mano temblorosa, sin apartar la vista del báculo.
Tan pronto como sus dedos tocaron la fría superficie del báculo, una luz cegadora emergió de este, iluminando todo el templo. El brillo era tan intenso que Yaito cerró los ojos por instinto, pero no soltó el báculo. Al contrario, sintió cómo una energía desconocida comenzaba a fluir desde el objeto hacia su cuerpo.
Pequeñas marcas comenzaron a aparecer en el báculo, brillando con una luz etérea. Yaito abrió los ojos, sorprendido al notar que esas mismas marcas comenzaban a traspasarse a su piel, recorriendo sus brazos como tatuajes luminosos. El calor que emanaba del báculo era intenso, pero no doloroso. Era como si el objeto lo estuviera reconociendo, como si lo aceptara.
De repente, imágenes empezaron a inundar su mente. Vio fragmentos de recuerdos, visiones de personas que no conocía, batallas antiguas, figuras poderosas portando el mismo báculo que él ahora sostenía. Eran destellos confusos, pero cargados de una fuerza indescriptible. Cada imagen pasaba rápidamente, mostrándole escenas de poder y responsabilidad.
Yaito apretó los dientes, su mente luchando por comprender lo que estaba viendo. Una figura alta y antigua, un guerrero con el báculo, levantándolo contra un enemigo gigante. Luego, otra imagen de un hombre sabio, usando el báculo para sanar a los heridos. Y más imágenes de personas en momentos de gran necesidad, utilizando el mismo objeto que él ahora tenía entre sus manos.
El poder del báculo seguía fluyendo dentro de él, y aunque no entendía completamente lo que estaba ocurriendo, algo en su interior le decía que esto era solo el comienzo. Las marcas en su piel brillaban intensamente mientras las visiones continuaban, mostrándole algo más allá de lo que conocía.
Finalmente, la luz comenzó a desvanecerse lentamente, dejando a Yaito jadeando, aún con el báculo en sus manos. Se quedó de pie en el templo vacío, el eco de la voz en su mente repitiendo una última vez:
Despierta.
Yaito miró sus manos, observando las marcas que ahora adornaban su piel. Se sentía diferente, más fuerte, más consciente de algo que aún no comprendía por completo. Pero en ese momento, sabía una cosa con certeza: este báculo, y el poder que ahora fluía en él, estaban destinados a cambiar su vida para siempre.
El báculo que Yaito sostenía en sus manos, aún brillando con aquella energía desconocida, comenzó a vibrar suavemente. Yaito, todavía aturdido por las visiones y el poder que había sentido recorrer su cuerpo, observaba con asombro cómo el brillo del báculo disminuía lentamente hasta desaparecer.
De repente, sin previo aviso, el báculo comenzó a desmoronarse. Pequeños fragmentos se desprendieron de la superficie, como si fuera polvo fino, y en cuestión de segundos, el antiguo objeto que había pertenecido a los Yamanaka durante generaciones se redujo a una pila de cenizas en sus manos.
Yaito se quedó petrificado, su mente completamente en blanco. No podía procesar lo que acababa de suceder. El silencio en el templo era abrumador, interrumpido solo por el sonido del polvo cayendo al suelo.
Yaito: Eh...— murmuró en voz baja, sin poder apartar la vista de sus manos vacías.
Su corazón comenzó a latir con fuerza, y una sensación de pánico se apoderó de él. Las palabras de su abuelo resonaron en su mente:
"Este báculo es un legado antiguo de nuestra familia, uno que pocos han portado. Incluso yo no he tenido el poder de hacerlo."
Y ahora… ya no estaba.
Yaito: ¡Oh Dios, qué voy a hacer! ¡¿Qué voy a hacer?!— gritó de repente, su voz resonando en el vacío del templo.
Yaito comenzó a girar en círculos, su mente en un torbellino de pensamientos. "Esto es malo, muy malo", se decía a sí mismo. No solo había tomado el báculo sin permiso, sino que ahora... lo había destruido. Sabía que ese objeto debía valer una fortuna, pero peor aún, era un símbolo de su familia, un legado invaluable que había pasado de generación en generación. Y ahora, por alguna razón inexplicable, él lo había hecho desaparecer.
Yaito: ¡Voy a estar en problemas, grandes problemas!— continuaba diciendo, mientras seguía caminando en círculos frenéticos.
El sudor comenzaba a acumularse en su frente mientras intentaba pensar en una solución, pero no había ninguna. No había forma de revertir lo que había hecho. Había destruido el báculo de los Yamanaka, un artefacto que tenía siglos de antigüedad, y todo por seguir una extraña voz en su cabeza.
Se detuvo un momento, respirando agitado, mirando el suelo del templo donde ahora solo quedaba una pequeña mancha de polvo.
Yaito: Tengo que decirles... pero... ¡me van a matar!— exclamó, completamente abrumado por el peso de la situación. ¿Cómo iba a explicar esto? ¿Qué iba a decirles a su abuelo y a su madre?
"Oye, abuelo, ¿recuerdas ese báculo que has cuidado toda tu vida? Pues... ya no existe."
La sola idea lo hacía querer salir corriendo. Pero sabía que no podía huir de esto. Eventualmente, alguien descubriría lo que había pasado, y tendría que enfrentarlo.
Yaito se dejó caer de rodillas frente al pedestal vacío, mirando el polvo con desesperación. No había forma de escapar de esto. Por mucho que quisiera retroceder en el tiempo, ya no había vuelta atrás.
"Oh pero que sopresa"
Nuestro querido protagonista a reconocer aquella voz, hizo que toda su piel estuviera muy pálida casi como si fuera un fantasmal, mirando lentamente hacia la entrada ahí estaba su abuelo de brazo cruzado y recostado en una pared.
Yaito:( Estoy en grandes problema)- pensó comicamente la idea de que ahora tenía que sufrí la consecuencia.
Su abuelo se acercó de manera tranquila donde miraría donde una vez estuvo aquel tesoro familia que fue transmitida en generación a generación, mientras yaito sin mucho que hacer solo reía nerviosamente.
Yaito: Abuelo puedo explicado- diría comicamente intentado dar su explicación.
Pero sin previo aviso este somo empezó a rei confundiendo a yaito o eso era buena señal o ya de estaba preparando lo peor.
P.K: Vaya que hiciste un gran alboroto.
Yaito: Ya- sintiéndose culpable de eso, pero de la nada sintió que su abuelo de tocaba su hombro.
P.K: No te preocupes por eso hijo, que esto quede entre nosotros.
Yaito abrió los ojos a más no poder incluso la boca la tenía muy abierta a escucha la palabra de su abuelo.
Este simplemente se dio la vuelta mientras dejaba aún yaito que todavía estaba procesando eso.
P.K: Será mejor que salgamos, antes de que tu abuela o madre venga.
Yaito a escuchar no perdió tiempo, se fue junto a su abuelo aunque se sentía culpable de que ahora debía mentir de lo que paso, algo que no estaba acostumbrado.
Pero por otra parte su abuelo que había visto todo desde inicio, cuando yaito tomó el bastón y el lugar empezó a brilla notando a yaito con unas marcas, pero esta desapareciendo.
P.K: (Con que te ha elegido a ti)- pensó sin mira a su nieto mientras tenía una leve sonrisa-( Aparece nuestro ancenstro viendo el potencial en tu interior)
Aunque yaito aún no entendía de todo lo que paso, pero por alguna razón sentía como si pudiera dar 100 vuelta por todo el tiempo o incluso más, pero decidió desviar todo eso notando que abuelo no estaba molesto, ya que si el resto de la familia yamanaka se entedara de dicho sucesor, pues problamente su familia estaba en problema y era algo que no quería que pasara.
Aunque ahora ya no escuchaba esa voces extraña supuso que a momento de tocar el báculo esta desapareciendo, pero aun no dejaba de pensar en lo que sucedió, aunque eso sería para otra ocasión ya que solo quedaba mañana para que regresara de vuelta a su hogar.
Continuará............
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