Capítulo 06 ~ Tesoro
La pesadilla habitual, con las escenas de fuego y humo se entremezclaban con imágenes de orillas de río, teñidas de rojo y el cuerpo cercenado de un niño que fue arrastrado por la corriente y reposaba sobre la arena fangosa de la orilla.
Vincent se despertó de golpe, abrumado por el dolor.
Mientras trataba de calmarse, se encogió sobre la cama. Llevó sus rodillas al pecho y las abrazó con fuerza, como si eso pudiera contener el dolor en su pecho. Cerré sus ojos con fuerza, para evitar llorar. Lo que fue inútil. Sus esfuerzos por respirar fueron ahogados por los sollozos. A duras penas podía controlarse. Se sentía tan vulnerable, frágil... débil. Odiaba enormemente sentirse de esa manera. Sentía como poco a poco el dolor lo iba arrastrando hacia un abismo de oscuridad, hasta que de repente sintió algo frío que se posó sobre la piel desnuda de su cuello, arrastrándolo de golpe hacia la luz.
— Calma — le dijo una voz femenina y aterciopelada que le resultó familiar.
Su mente dejó de concentrarse en el dolor, solo podía pensar en el frío de su tacto. Se quedó quieto, y como si fuera magia, todo el dolor se esfumó. Su respiración se reguló y las lágrimas poco a poco dejaron de fluir. Quería voltearse y fingir que no le pasaba nada, pero sintió vergüenza. No podía evitar sentirse patético.
— Ya pasa del medio día — le informa la dulce voz —, deberías darte un baño y después bajar para comer algo.
Vincent no dijo nada, solo sintió como la mano se retiraba y sus pasos se dirigían a la puerta, espió de reojo en su dirección y solo puedo visualizar sus cabellos blancos.
Espero un instante después de que Abigail cerró la puerta tras de sí, para incorporarse. Para no sobre pensar las cosas y evitar otra crisis emocional, comenzó a contemplar la habitación o más bien el ático. Era un lugar muy amplio e iluminado, aunque la luz que entraba por el tragaluz del techo era suave, la luz típica de un día gris. Las vigas gruesas del techo estaban expuestas y tres pilares dividían la estancia en dos. Su lado era todo estéril. El color de su pared era blanco y frente a él un armario de tres puertas y un escritorio con su respectiva silla. Al ver el otro lado del ático el contraste era impactante. Tenían en base lo mismo: una cama , un armario de tres puertas y un escritorio con su respectiva silla. Pero al contrario de su lado, ese era todo color; posters, libros, juguetes y peluches. Entonces se quedó pensando.
¿Qué clase de sujeto tiene juguetes?
Su corazón se encogió y sintió la necesidad de respirar profundamente. Por impulso se levantó de la cama y se dirigió al armario de su compañero de ático. Sabía que no era correcto pero tenía que cerciorarse ahora. Al abrir las puertas comprobó dos cosas. La primera es que efectivamente su compañero de ático es un varón, y la segunda, es que era un niño.
Un sentimiento desolador lo invadió.
¿Cómo era posible que dejasen a un niño dormir solo en este lugar?
Incluso para él, que ya era mayor de edad, le resultaba difícil estar solo. No se imaginó lo solitario que sería para un niño.
¿Cuántas noches había pasado el pequeño solo?
Cerró las puertas del armario y se dirigió a su cama recogiendo la mochila de paso. Necesitaba registrar las imágenes que aún podía conservar de su pesadilla. Mientras buscaba su libreta comenzó a sacar cosas y dejarlas encima de la cama; una linterna, cuchillo, una pistola que gracias al cielo nunca ha usado, una grabadora, llaves, la libreta, lápices... Una punzada de miedo le hizo voltear la mochila casi con desesperación.
— ¡No! — chillo llevándose las manos a la cabeza.
No está, mi tesoro más preciado no está.
Un pequeño álbum de fotografías se había perdido para siempre. Comenzó a hacer memoria. Lo dejo en el cajón del velador junto a la cama.
¡Que idiota!
Cayo de rodillas junto a la cama y apoyó la cabeza contra la colcha y grito de impotencia y comencé a dar golpes de puño contra esta.
¿Cómo pude olvidar algo tan preciado?
Después de su desahogo y sentirse aún más miserable no le quedó más remedio que ponerse de pie. Llorar , gritar o maldecir no cambiarían el hecho de que ya no le queda nada.
Respiro profundo, era todo lo que podía hacer en esos momentos. La resignación tiene un gusto tan agrio. Tuvo que luchar contra el deseo de volver a la cama y tumbarme. En momentos así, de desesperación lo mejor que podía hacer era apagar su cerebro y hacer solamente lo que su cuerpo le pedía. Casi arrastrándose entró al baño para atender sus necesidades fisiológicas. Después de jalar la cadena del baño abrió la llave de la regadera. Salió del baño y buscó en su armario en busca de toallas o algo para secarse.
Le sorprendió no solo encontrar toallas frescas. También sábanas y ropa de cama. También ropa, su ropa.
Al revisar el armario, se dio cuenta que la mayoría de sus cosas estaban ahí. Incluso una pequeña caja de metal, y dentro de ella su más grande tesoro que creí perdido. Jamás creyó sentir un alivio tan grande.
Sacó el pequeño álbum que guardaba una pequeña colección de fotos que pudo rescatar de los restos calcinados de la vieja casa de la abuela. Nuevamente quiso romper a llorar. El recuerdo de ver lo que fue su hogar hecho carbón y ceniza le perforaba el pecho.
Recordó cómo al día después del incendio, se escabulló del hospital y fue a inspeccionar las ruinas carbonizadas. No quedó mucho. Todo el segundo piso desapareció y del primero las paredes externas a medio quemar, pero en su interior solo quedaba el esqueleto carbonizado de las vigas, y la mayoría estaban en suelo, convertidas en carbón y cenizas. Mientras se adentraba en la ruinas trataba de recordar cómo era la cabaña antes del incendio. La sala de estar, la escalera que llevaba al segundo piso, la entrada a la cocina. La habitación de la abuela, el despacho de su papá...
Fue ahí donde se quedó parado. Aunque también fue alcanzado por las llamas, la puerta estaba solo calcinada superficialmente, y se encontraba en pie. Cuando trato de abrirla desde la manilla, se dio cuenta que estaba cerrada con llave. No se lo pensó mucho y derribó la puerta de una patada. El despacho de su papá solo era una extensión improvisada de la casa. Un lugar creado para que él pudiera trabajar tranquilo. Asique el fuego del segundo piso no lo alcanzo y al estar cerrada la puerta, impidió el paso de las llamas. El fuego no había tocado nada. Observo el cuarto de tres por tres, con un escritorio de roble al medio y rodeado de repisas con papeles y libros. Se tomó su tiempo y revisó a conciencia cada repisa y cajón. Como si supieran que algo así podría pasar, encontró documentos muy importantes en un cajón del escritorio. Aunque en su mayoría eran copias. Pero nada de eso era realmente de su interés. Sabía muy bien lo que buscaba; un pequeño álbum de bolsillo con veinte fotos, en las cuales estaban las fotos de su mamá. Encontrarlo fue solo una pizca de felicidad que puede atesorar. Fuera de eso, todo lo demás carecía de importancia. Continuó su búsqueda de tesoros cerca de los escombros de lo que era la sala de estar, rebusque y encontró, aunque en peor estado, otras tantas fotos que tenía enmarcadas su abuela en la pared; los cuadros de graduación de su madre y los de el, aunque estos últimos no eran muy importantes la verdad.
Al verlas ahí, en su pequeña cajita le dio el vacío consuelo de que no lo había perdido todo. Vincent no se engañaba. Muchas veces ha pensado en seguirlos. Subir a un piso alto, saltar y acabar con todo. Pero sabía que ellos; ninguno de ellos quería ese final para él. Las últimas palabras de su papá fueron "corre". Y eso es lo que ha hecho hasta ahora.
Una a una observo las fotos. Verlas siempre lo reconfortaba y lo transportaba a ese pasado feliz. No importaba el dolor, ni las crisis emocionales que le embargaban. No importaba nada. Tal vez nunca más lo tenga, pero sabe que una gran parte de su vida fue feliz y ni el fuego más voraz puede quitarle eso. Observe la primera foto. Su favorita. Era de la boda de sus padres. Se veían tan felices y enamorados. Le seguía una foto de los tres, cuando él era un recién nacido. Las demás eran fotos de su crecimiento y en ellas siempre lo acompañaba su mamá, como si supiera que no estaría siempre con el. Así fue hasta sus nueve años. Ella fue a la primera que perdió. La última foto era de él de pequeño junto a mi abuela en su ya inexistente ruka. Al reverso decía: 23 de junio de 1995, Ayiwün puwül tripantu, Vincent //Wüñoy Tripantu. Que significa, feliz cumpleaños, Vincent// feliz año nuevo. No recuerda realmente ese día, pero sí la festividad. Era como una gran fiesta solo para él. Aunque realmente no era así. Toda la comunidad mapuche se reunía en torno a la ruka de su abuela para celebrar el año nuevo mapuche que duraba desde el 21 y 24 de junio. Por un lado amaba la festividad, porque había mucho baile, música y compartían platos típicos como Pankutra, Muday, Sopaipilla con pebre, Trigo Mote y Pan casero, todo en el marco de una típica fogata nocturna como símbolo espiritual para la comunidad. Y por otro lado estaba el lado menos agradable para él, que eran los rituales; uno de ellos era sumergirse en los ríos o bajo una cascada. El año nuevo mapuche coincide con el solsticio de invierno, la noche más corta del año. Se estremeció solo de pensarlo. Pero era divertido. Su abuela decía que el 23 de Junio cuando comienza a anochecer, en la puesta de sol, se realiza un evento natural lleno de magia que para muchos pasa desapercibido. Se trata del We Txipantü. Y da la casualidad de que él nació más o menos por esas horas. Era como esos niños que nacen a la media noche en un año nuevo convencional. Por supuesto dejaban que tuviera una fiesta de cumpleaños convencional, pero al día siguiente, cuando empezaban a trinar los primeros pájaros, su abuela lo levantaba primero y lo llevaba a bañarme al río. Cada vez que se quejaba le explicaba lo mismo
— Es para purificar el cuerpo y no, no puede ser en la ducha con agua caliente. Tiene que ser agua en movimiento, que corra. Debe lavarse el cuerpo de lo negativo del año que pasó. En el agua se va todo lo viejo, los malos espíritus, las enfermedades y los malos pensamientos.
Para su consuelo, no era el único niño que sufría con el extraño ritual. Solo que por su piel pálida, era el único que cambiaba de color debido al frio.
Mientras recordaba con nostalgia sus baños hipertérmicos en el río de niño, recordó que había dejado el agua de la ducha corriendo. Guardo las fotos y la caja en lo más profundo del armario. Tomé una toalla y una muda de ropa y me dirigí al baño.
*****
El baño era amplio y contaba con un gran espejo sobre el lavamanos. Mientras se desvestía podía sentir aún su cuerpo adolorido. Se observó a conciencia ante el espejo. Aún tenía secuelas en su espalda de los ya casi desvanecidos moratones, que ahora tenían un tono más marrón claro. Su cara tampoco había mejorado mucho, igual de pálida y ojerosa. Aunque noto en sus ojos una cierta chispa de vida. Sus brazos aun siguen con las secuelas de las agujas intravenosa que le dejaron las venas marcadas y adoloridas.
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