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Capítulo 03 ~ Perdido

Al abrir los ojos, se topó con una luz blanca cegadora.

— Estoy muerto— dijo para sus adentros. Pero los ojos le dolían al observar la luz.

— Hasta la muerte duele — se quejó.

Parpadeó varias veces a medida que sus ojos se acostumbraban a la luz blanca, y se dio cuenta de que eran tubos fluorescentes. De a poco se percató de más cosas. Estaba en una cama, tenía algo en su nariz, al tratar de tocarlo un pinchazo en la mano se lo impidió. Bajo la vista y sintió náuseas. Estaba lleno de mangueras, y esa aguja extraña metida dentro de la piel.

— Quieto — dijo una voz femenina.

Se volteó en su dirección confuso. Sus ojos se posaron en el cuerpo de una... ¿mujer?

Una muchachita blanca como el papel y de apariencia casi angelical que apenas se distinguía de las paredes de la habitación igual de blancas, lo observaba parada a los pies de su cama. Un recuerdo golpeó su lóbulo frontal y reconocí a la chica. Inmediatamente miro sus ojos con terror. El monitor cardíaco comenzó a hacer un ruido molesto. A diferencia de sus recuerdos borrosos, estos eran negros. No eran de un rojo a braza viva como los que vio durante la noche anterior, pero seguían siendo extraños para él.

— ¿Quién eres? — preguntó sobresaltado.

— Calma — se acercó ella con las manos por delante.

Sus manos eran finas y sus dedos largos, pero fueron sus uñas lo que le hizo estremecer. Eran largas y parecían garras filosas.

Iba a volver preguntar que quién era, pero una puerta se abrió. Un hombre con bata blanca, que asocio con el médico, entró y tras de él la otra chica. También era mas blanca que el papel, pero su cabello era negro como el azabache y sus ojos también eran negros.

— ¿Cómo te encuentras? — le pregunta el médico con demasiada familiaridad.

— Bien — dijo Vincent cansado —, estoy vivo.

— De milagro — admite el médico—. No solo te fracturaste el cráneo, tenias una hemorragia interna... — decía mientras ojeaba unas hojas — ¿Cómo estas de la cabeza?

— Bien — quiso llevarse una mano a la cabeza pero no pudo. Observó con odio la aguja y las mangueritas.

El médico se acercó a él y comenzó a revisarle la cabeza. No pudo evitar exclamar con dolor cuando le tocó ciertas zonas de la cabeza. Luego sus manos fueron bajando y comenzaron a hacer presión leve sobre sus costillas.

— Ya estás sanando — murmuró el médico — eso es bueno — le sonrió satisfecho — un par de días más y podrás irte a casa.

— ¿Días más? — pregunto confuso — ¿cuanto...?

— Seis días — le respondió el médico mientras hacía anotaciones en una hoja.

— ¿Cuánto me costará? — pregunto angustiado.

— No te preocupes por eso — le dijo la chica de cabello blanco.

— Eres un chico con suerte — le dice el médico apretando un botón — es mejor que descanses.

Al poco tiempo, entró una enfermera y observó cómo nuevamente volvían a inyectar algo en el suero.

— No — dijo apenas. El aire ya comenzaba a hacerse escaso.

— Debes descansar — le dijo la chica de cabello blanco.

Quiso resistirse, la idea de dormir le aterraba, pero de nuevo, la oscuridad lo invadió sin que pudiera evitarlo. Y la pesadilla comenzó de nuevo.

*****

Cuando al fin pudo ser dado de alta, sus dos grandes preocupaciones eran según la urgencia; ropa y saber que había sido de Sheldon.

Lo primero fue proporcionado por la chica de cabello blanco. Al parecer estaba muy al pendiente de él. Cuando preguntó por Sheldon, se encogió de hombros. Con angustia Vincent se sentó en la cama y se lamentó.

— La ropa es nueva — dice la muchacha —, toda la otra estaba llena de sangre.

Vincent aceptó la ropa y comenzó a vestirse con dificultad. No le importo que una mujer lo estuviera viendo de forma descarada, en su mente solo rondaba la preocupación por su felino amigo.

¿Dónde estará mi amigo? ¿Está bien? ¿Estará vivo?...

Sacudió la cabeza para apartar esos pensamientos, pero no dejó de lamentarse por ello. Aunque no era la primera vez que se separaban, era la primera vez que el lapso de tiempo era tan largo.

Estaba a medio vestir cuando entró el medio nuevamente.

— Bueno, señor Parsons —dijo el doctor con una voz tranquila—, ¿cómo se encuentra?

— Estoy bien — dijo Vincent mientras trataba de ponerse la polera con cuidado de no lastimarse.

El médico se dirigió hacia una pizarra de luz en la pared y la encendió.

— Las radiografías están bien, la fractura craneal fue mínima, el casco fue el que recibió el mayor impacto —dijo—. ¿Le duele la cabeza?

— Creo que estoy bien — dijo Vincent con un suspiro mientras lanzaba una rápida a la chica de cabello blanco.

El médico le examinó la cabeza con dedos extrañamente fríos. Se percató cuando esbozó un gesto de dolor.

— ¿Le duele? —preguntó.

— No mucho — mintió. La verdad es que le dolía respirar.

— Tienes que evitar golpes en esta zona — le indico el medio ejerciendo algo de presión en el lado derecho de su cabeza —. Las costillas por otro lado debes guardar reposo por unas cuatro semanas. De acuerdo, puedes irte, pero antes — dijo el medidor haciendo anotaciones en una hoja —, debes pasar por farmacia, tendrás que tomar algunos medicamentos para el dolor — le entregó una hoja con letra ilegible.

Vincent recibió la hoja con desánimo. Un dolor diferente lo invadió ¿Cuánto le saldría todo esto? Una cosa es ir a la salud pública por un resfriado, pero esto era muy diferente.

— Debe regresar rápidamente si siente mareos o algún trastorno de

visión — concluyó el médico antes de retirarse.

Vincent salió de la habitación lleno de preocupaciones.

¿Y ahora que voy hacer? ¿A dónde iré?

Consciente que la muchacha de cabello blanco lo seguía, evitó con todas sus fuerzas llorar, aunque la angustia por su precaria situación se veía cada vez más negra.

Paso no muy convencido por uno de los anexos donde una enfermera revisó su receta médica y le hizo preguntas de rutina. La enfermera le puso en sello y luego le indico donde estaba farmacia y después de eso tenía que pasar por caja.

Vincent respiró dolorosamente profundo para calmar las ansias y siguió las indicaciones.

Cuando pasó la hoja de receta a la farmacéutica no se tardó en entregar los medicamentos, casi como si los tuviera listos de antemano.

— Oxicodona cada seis horas, si el dolor es muy intenso cada cuatro por una semana. Si el dolor persiste debes venir a consulta médica.

Finalmente pasó por lo que más temía, la caja, ¿de cuánto sería la deuda?

Una mujer mayor lo observó tras unas enormes gafas como si su pregunta fuera una completa incomprensible.

— Ya te lo repetí tres veces — le dice la mujer un poco molesta —, no hay nadie con ese nombre registrado en esta clínica.

Con un "pero" en la lengua se volteo para hablar con la muchacha de cabello blanco, pero no estaba por ninguna parte. Casi sintió pánico. La mujer lo miró con cara de "que sigues haciendo aquí".

Con pasos inseguros camino hasta la salida. Sintió ansiedad al ver al guardia en la entrada, pero este apenas se percató de su presencia al salir.

Cuando se vio, literalmente en la calle y totalmente desorientado, se dio cuenta que no sabía en qué comuna de la región se encontraba.

— Disculpe — dijo deteniendo a un señor —, ¿podría decirme donde se encuentra la estación de metro más cercana? — dijo usando esa cosa especial que tenía.

— Si sigues derecho — le indica con el dedo —, llegarás al cerro Santa Lucia.

— Gracias — dijo con alivio — una cosa más — lo miro a los ojos con una leve sonrisa —, necesito dinero para el boleto.

El tipo no objeto. Sacó su billetera y como si nada le entregó un billete de diez mi. Vincent le dio las gracias y cada uno siguió su camino.

No pasó mucho cuando una bola negra le saltó en la cara. Las uñas filosas se clavaron en su cráneo haciéndole gritar. Cómo puedo, se saco la cosa negra de encina, pero cuando lo reconoció, grito de alegría.

— ¡Estás vivo! — grito eufórico.

Sheldon solo le maulló, como si le reclamara por su abandono.

— ¿Qué le pasa? — escucho murmurar.

Se giró y un minúsculo grupo de personas lo observaba y murmuraban por lo extraño de la situación.

— Para su información — dijo a la defensiva al grupo de gente — ,tuve un accidente en moto y estuve diez días hospitalizado. Este es mi gato y creí que se había muerto. No arruinen nuestro emotivo encuentro.

— Está loco — fueron las últimas palabras del grupo de gente y se dispersaron rápidamente.

— Claro que no estoy loco — le dijo a Sheldon —, solo estoy feliz de que estén bien.

Lo reviso, a pesar de sus maullidos y estaba bien.

— Estas panzón — dijo sorprendido — ¿A quien le has estado mendigando comida?

Sheldon solo maulló.

— Si te dieron alimento de primera, espero que lo hayas disfrutado, sabes que nuestra economía no está para esos lujos. A decir verdad, creo que ya no tenemos ni economía. Creo que tendrás que conformarte con comer ratones.

Sheldon maulló molesto ante la idea.

— Lo sé, pero qué quieres que haga. Perdí mi billetera.

Llevó sus manos a los bolsillos para mostrarle que no tenía nada, pero para su sorpresa, en el bolsillo de atrás de los jeans tenía su billetera.

Sheldon volvió a maullar, como diciendo, ves ahí está.

— Creí que la había perdido — dio gracias en silencio —, pero aun así, no tenemos nada más. No podemos volver a casa.

Sheldon le responde con otro maullido.

— No podemos volver al departamento — al decir eso, recordó que antes que todo eso sucediera estaba cosiendo una carne —, es probable que se haya quemado todo.

Cuando llegó al final de la avenida, se quedó parado mirando el cerro Santa Lucia, hasta que le rugió el estómago. Camino un poco y entro a un local de comida rápida, y pidió dos hamburguesas dobles con papas, pidió que las bebidas medianas me las dieran en un solo vaso grande.

Cruzaron la alameda y al pie del Santa Lucía junto con Sheldon comieron lo que sería en un largo tiempo su última comida media decente. Mientras comía comenzó a evaluar la situación.

— Diez días en el hospital — reflexiono —, diez días sin ir a trabajar.

Justo se había echado unas cuantas papas en la boca, pero no se las pudo tragar. Se le había formado un nudo en la garganta y los ojos le ardieron. No tenía casa, ni trabajo. Se sentía tan desesperanzado.

— No es justo — murmuró, mientras las lágrimas amenazaban con salir — ¿Qué más piensas quitarme?

No sabía a quién le hablaba exactamente. ¿A Dios? Jamás había creído realmente en él. Aunque siempre ha sido consciente de que hay algo y es a ese algo a quien le reclamaba.

Mientras comía, las lágrimas caían sin que pudiera detenerlas. Sheldon, como siempre, se frotó contra él y con su ronroneo le decía que todo iba a estar bien. Que se las habían visto peores y que han salido adelante. Respiro profundo y bebió un trago largo de bebida.

Sacó la billetera, y revisó con cuánto efectivo contaba.

— Podríamos irnos al norte — le dijo a Sheldon — ¿Qué te parece un clima seco, libre de lluvia y frío?

El maullido de Sheldon le dio a entender que estaba de acuerdo.

— Iremos al terminal de buses ¿pero cómo te meto al metro?

Decidió que lo más factible era caminar un poco. Una cosa era persuadir a una persona, y otra muy distinta era hacerlo con una estación de metro.

— Tendremos que caminar hasta la estación Universidad de Chile, es mucho más concurrida y de paso aprovechó de entrar a algún local y comprar un polerón grande con bolsillos y meterte ahí — le decía a Sheldon sin importarle las miradas prejuiciosas de la gente.

Mientras caminaba despreocupadamente, no se había percatado de lo tarde que era. Pronto, las farolas comenzaron a iluminar la avenida y comenzó a sentir el frío. Probablemente pasaban de seis. Y con un temor creciendo dentro de él, se percató de que en las calles cada vez había menos gente. Sin darse cuenta comenzó a apurar el paso, lo que su cuerpo resintió. Cuando llegué a la esquina del Estado, se topó con dos figuras conocidas. La muchacha de cabello blanco le saludó con su mano llena de energía y feliz de verlo, la otra... no.

Las personas que pasaban junto a ellas solo las miraban con extrañeza y seguían su camino. Al observarlas a detalle, iban como un par de chicas góticas extravagantes. Esa zona de la ciudad está atestada de frikis que andan por ahí con el cabello de colores y modas raras, entre ellos, los góticos y los punk.

Se detuvo en la otra esquina, no muy convencido de cruzar en su dirección. Es aquí donde le hace más caso a su instinto, que a su razonamiento, y su instinto le gritaba que tenía que huir. Los ojos rojos habían vuelto y eso lo atemorizaba enormemente. Para empezar, no es normal que existan personas así, aunque sean una frikis disfrazadas. Algo me decía que el color de sus ojos, no eran lentes de contacto. Desvió la mirada levemente para ver qué tan viable era su nuevo intento de escape. Pero cuando di un paso atrás, de la nada, tenía frente a él a la chica de cabello blanco.

— ¿Cómo? — dijo con los ojos muy abiertos por la impresión.

— Vincent — dijo con voz baja y tomando su mano — ya estás a salvo. No tienes por qué huir.

Sus palabras disiparon todo rastro de miedo en él. Pero, al sentir su tacto en su piel, se percató de nuevo de lo fría que estaba. Tal vez, el frío... No, esté frío era diferente. Explicarlo no es fácil.

La otra chica de cabello oscuro también se acercó. Ella aún le provocaba cierto temor.

— Vincent Parsons — dice con un tono autoritario —. Ahora vienes con nosotras.

~Gracias por leer, recuerda que tu apoyo es muy importante para seguir creciendo.

Toda critica constructiva es bien recibida si viene desde el respeto.

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