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Capítulo 30: Un chivo expiatorio

Pues puede que corra el riesgo de que me mate, pero al menos no iré a la cárcel. Me Pasaré todos estos años en ella.  No es que es una persona valiente,  pero no quita que se está salvando a sí misma de un destino terrible.

—Piénsalo Amelie, solo piénsalo, lo que se siente y piensa lo que vas a hacer. En este momento, vas a disparar. ¿No me has quitado suficiente? Piensa en lo que puede pasar.

La miro a los ojos y su mano sujeta esa arma. Sigue apuntando mi rostro y esos ojos siguen mirándome, casi puedo sentir el plomo en el cuerpo, sentir como la vida abandona mi alma. Quisiera pensar que no lo va a hacer, pero estaría equivocándome. ¿Cómo no lo vi? ¿Cómo me atreví a confiar en ella? Yo perdí lo que más quería.

Ella aún no se atreve a jalar el gatillo y no creo que lo haga. Si lo hace, pobre de mí, por lo que he escuchado ella me ama suficiente para no hacerlo, aunque yo no la ame, lo único que siento por ella es odio, rencor, porque mató a mi mejor amiga.

Tal vez el sentimiento equivocado es el que tengo en mi corazón y tal vez no debería sentir tanto remordimiento. ¿Cómo y qué puedo hacer si por eso me han quitado lo más importante? No sé cómo hace esa mujer para que cada parte de mi cuerpo sea recorrida por un toque de adrenalina, amenazante. ¿Cómo decido no estar de esta manera?

— ¿Qué vas a hacer? —pregunto nervioso.

— ¿Y qué quieres que haga? No me has dejado ninguna otra opción, y lo único que me queda es perforar tu cabeza, con estas balas. Una de ellas tiene tu nombre. ¿Qué más quieres que haga? ¿Quieres que te deje ir para que me entregues a la policía y pasé toda mi vida en la cárcel?

Si tan solo hubiera llamado a la policía,  hubiera sido bueno llamar antes de haber entrado a la casa. La cosa es que yo soy la policía. 

— ¡Cállate! Tú sí tienes opción y siempre me la has tenido. Lo que pasa es que te niegas a ver, te miras a intentar entender.

—Creciste en un mundo en el que no sabías lo que yo pasé, estabas muy ocupado siendo feliz con tu vida, mientras yo sufría en este mugroso poblado. La otra semana ya me voy de aquí.

—Amelie ¿nunca te detuviste a pensar que estabas matando?

—Sí, a cada uno los veía y les marcaba una fecha, por lo menos para no olvidar el motivo por el que los maté.

—Ahora te tengo una pregunta, necesito que me contestes con la verdad, necesito saberlo antes de morir, cuando estabas conmigo y alguien fue asesinado ¿quién estaba matando si no eras tú?

—Es muy fácil Daniel, no iba a planear yo sola todo ¿a quién piensas que tenía de ayudante? a ver si tu pequeño cerebro acierta

No se me ocurre nadie en este momento y sinceramente no creo que alguien en este pueblo quiera ser su ayudante, además ¿quién tendría algo contra esas humildes personas?

—Vamos Daniel, tú eres detective, adivinalo. De las muertes de los ayudantes Mary Louise, aparte de Santiago, el hijo de Howard, también ayudaba, incluso Bethany, tu hermana, también hay otros personajes como Eddie, el esposo de Vicky. Cada uno de ellos tenía motivos para matar a sus seres queridos y yo estaba ahí, para realizar lo que querían. No sé si lo notaste, pero las fechas tenían una forma diferente. Las primeras muertes fueron ejecutadas por mí,  y por eso las fechas estaban marcadas con sangre de la víctima, luego las marcas procedieron a ser talladas en la piel de la gente, esa marca era la de Santiago y por último, las muertes que están marcadas con un marcador permanente negro, muertes en la mano de Mary Louise.

¡Dios! ¿cómo no pude haberlo visto antes? 

—Y dime cómo se te ocurrió la idea de ser mi compañera.

—Tal vez no lo recuerdes muy bien por el impacto, tú fuiste quien me pidió que fuera tu asistente y yo como buena pueblerina, acepté, así que tuviste a tu enemigo todo el tiempo al lado y nunca hiciste nada.

Escucho como suspira desde acá, se escucha su preocupación y las voces de su cabeza. El plomo cada vez se acerca más a mi cuerpo y su amenaza en mi cabeza da vueltas y vueltas, mi mente puede creerlo.

— ¿Amelie qué harás ahora?

En sus ojos se nota la indecisión, y sus manos temblorosas dicen lo mismo, sus ojos se mueven de un lado a otro. Quiero saber dónde mirar, mientras que mi cuerpo se encuentra en shock, confundido y aún no sabe si será su muerte.

—Camina —me dice—. Camina, que no tengo todo el tiempo del mundo. No te mataré Daniel, tenlo por seguro, pero no te irás de aquí, te lo has ganado.

Se mueve por toda la casa y al fin encuentra el sótano, me baja allá y me ata a los barrotes que son el soporte de la casa.

—Te quedarás aquí hasta que decida qué hacer contigo.

Me quedo aquí sabiendo que no voy a escapar  y que tal vez mi muerte se acerca, que nadie vendrá a mi ayuda. Amelie era el enemigo que estaba más cerca de lo que creía y aún así no pude verlo. Desde arriba se escuchan algunos pasos y cuando veo pasar a alguien, ahí está ella, mi hermana, tiene los ojos envenenados de venganza y las manos llenas de sangre.

— ¡Dímelo! ¡dímelo! ¿a quién has matado? ¿qué has hecho por Dios?

—Bueno, había un pendiente que estaba en la lista hace tiempo pero no pudimos matarlo, así que me tocó hacerlo ahora, es hora de que vayas saludando a tu querido Liam, porque los dos se encontraron en el infierno.

—Mira, piensa lo que estás haciendo ¿crees que todo esto vale la pena?

—A decir verdad, sí lo creo. ¿Tú no?

—Claro que no, no está bien matar a nadie, ahora mismo me soltarás e irás a lavarte las manos, Amelie se verá forzada a dejarnos ir.

—Jajaja. ¿Aún crees que eso pasará?

—Tú eras mi esperanza.

—Mira, no tienes casa, ni tu hogar. Estás acabado,no tienes nada que perder, no tienes dinero, no tienes trabajo, no tienes compañeros, no tienes novia y la mujer que se vuelve loca por ti, no la quieres, Daniel, ella es la mujer más bella del pueblo.

—Pues no la amo, no quiero amar a una psicópata.

—Pues tú eres el que se lo pierde, porque te matará ¿crees que te dejará vivo?

—No lo sé hermana, pensé que me ayudarías.

—Olvídate que soy tu hermana.

Sube las escaleras y se dirige a la casa, escuchó pisadas.

Llevo tiempo yo aquí sentado, no paro de pensar en ella, no paro de pensar en todos estos muertos y cómo pude evitarlas desde un principio. Aún no entiendo por qué me negué a revisar su expediente. El frío me abunda, al parecer ha llegado la noche, la lúgubre noche y escucho que alguien viene bajando las escaleras. Es Amelie. Tiene el arma en su mano y su cara no revela nada.

—Ya sé qué haré contigo Daniel, serás mi chivo expiatorio. Tu jefe te condenará por todos los asesinatos cometidos en el pueblo, y te pudrirás en la cárcel muchos años. Te culparé, pondré en escena los motivos y haré todo lo posible para que parezcas culpable, así que vete acostumbrando a esas cuatro paredes, ya que las mismas tendrás en la cárcel.

— ¿Qué dices Amelie? ¿cómo puedes hacer eso? ¿cómo puedes tan siquiera pensarlo?

—Si tú no me amas, no vas amar a nadie más, así que no vas a volver a ver una mujer.

—Estás loca

—Loca por ti Daniel.

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