Capítulo 14: La muerte del alcalde
Es una noche un poco oscura y me encuentro camino a casa en el auto. Conduzco a unos 50 k/h y mi mirada está concentrada en el camino. Llego a mi casa y me recuesto. El colchón se siente como el cielo. Mi espalda rogaba por un descanso que ya tiene.
La alarma suena a las 10:00 am. La noche fue muy corta, solo duermo cuatro horas cada día y tengo la esperanza de poder dormir más de vez en cuando. Es como cerrar y abrir los ojos una sola vez. Dos ojeras se posan bajo mis ojos y mis temblores se vuelven mucho peores. Con las fuerzas que tengo este día, en la mañana me dirijo hasta mi trabajo, bajo del auto y voy a mi oficina.
—Buenos Días Lea —dijo con cansancio.
—Jefe. ¿Otra vez no durmió lo suficiente?
—Tranquila, la próxima lo haré.
Con bolsas en mis ojos llego a un escritorio plagado de documentos del pueblo, como demandas, impuestos, escrituras, cartas y más cosas que no quería ni voltear a ver. Abro cada uno, lo reviso. Todos estos documentos hacen que mi cabeza explote, los problemas de la gente me abruman. Son montañas y montañas de problemas ajenos que no me corresponde responder. A las 12:30 voy a almorzar, bajo al parqueo y dispongo de mi hora para almorzar en su restaurante preferido, al norte de Dareville. Boyhood. Espero no encontrarme con Aremis, espero que este sea su día libre. Me daría pena encontrarme con esa mujer, debe estar devastada. Se divorció de Howard ayer. Para mí, era algo de esperar. Es el segundo matrimonio fallido de Howard.
—Sandra ¿podrías traerme un café con tres cucharadas de azúcar y una tortilla de queso?—pido a la mesera, que con suerte no era Aremis.
—Sí, claro.
Estaba cansado, muy cansado. Cada músculo de mi piel, seguía cansado. Era una sensación horrible que no le desearía a nadie. Luego de haber almorzado, pago y vuelvo a la oficina.
Reviso cada documento. De nuevo. Mis lentes se caen y los voy a recoger, en este tiempo, noto como mis manos están tan arrugadas. Tengo 52, ya no soy un jovencito.
Unos expedientes trataban de vandalismo, como el caso del señor Daniels. Los hermanos Fred y Tyler pintaban el letrero de su negocio todos los días con spray azul. El señor Daniels, no molesta a nadie. Ya he enviado tres veces a los hermanos a servicio comunitario. También habían unos curiosos como el de la periodista Katie Muric, alguien se dedicaba a tomarle fotos a escondidas y a espiarla en cada momento. Por otro lado estaban los atroces. Gio Cuerdas asesinó y descuartizó a West Bromwich porque hizo trampa al jugar al póker, dejó una bolsa con los restos de West en la puerta de su madre. Fue un asesinato muy cruel.
Así eran miles de historias cada día, trámites que pasar al juzgado de un pueblo pequeño, pero con muchos problemas. Cierro la puerta y me tomo una siesta. Las horas pasaron y pasaron. Como en minutos, casi nunca hago esto, no obstante esta es una ocasión especial, donde ya no resisto más.
Tengo gusto por las películas policíacas tal vez por eso sueño constantemente con una persecución. Esa adrenalina que sale de mi cuerpo y la mejor pparte es atrapar al criminal, hace que me llene de felicidad. Cuando despierto tomo una taza de café y sigo con el papeleo.
La Señora Carmen Pavel pedía ayuda para su huerta de lechugas. Revisando ese mismo papel me di cuenta de que faltaban algunas cosas. Así que hice un comunicado pidiendo los faltantes. Espero tenerlos la próxima semana. Este caso se vuelve cada vez más complicado.
Cuando miro el reloj, me sorprendo, son las 11:00 pm.
Una oficina fría, oscura y tenebrosa. Ese lugar solitario. En esa noche de lamparas negras que iluminaban el cielo y esclarecían la tierra. De pronto me doy cuenta de que no es seguro estar allí a altas horas de la noche. No es un pueblo peligroso, sin embargo, sí es engañoso. Conduzco de vuelta a mi casa. Calle 14, casa 22. Voy a una velocidad bastante rápida, no hay ni un solo auto transitando por las calles, el ruido de mi auto resuena a cuadras. Me bajo para entrar a mi casa. Me siento en el sofá para ver la televisión. De repente, las luces comienzan a fallar y en un instante se van por completo.
—No puede estar pasándome esto a mí —me digo.
Acostumbro a fumar, por lo que sacó de mi bolsillo izquierdo un encendedor y busco una candela. Cuando la encuentro, la tomo y con ella ilumino mi camino. Mientras iba caminando más oscura me parece la noche, no tengo miedo solo que nunca me había ocurrido y llevo 10 años en ese pueblo. Pasos y más pasos se escuchaban en la oscuridad, pero ¿eran los míos? Empezaban a escucharse cercanos y aterradores.
—Harrison —se escucha a lo lejos.
—¿Lea? —preguntó el alcalde Harrison con curiosidad —¿Qué haces aquí a esta hora?
—Harrison —dijeron de nuevo.
Tengo un escalofrío que me recorre el cuerpo. Tal vez no parezca un cobarde, pero lo soy.
—Estoy cerca —se escuchaba.
El pánico inunda el lugar y comienzo a correr, me tropiezo antes de llegar a la salida. Mis torpes pies impiden que avance y salve mi propia vida. ¿Es que acaso no valoran la suya?
—¡Qué lástima! Eras un buen alcalde. Pronto escucharás tu última campana. No tendrás a nadie a quién molestar. Recuerda, irás directo al infierno.
—No por favor, por favor, mira que si te he hecho algún daño, disculpa. En serio —lágrimas salían de mis ojos y chorrean alrededor de mi cara.
—Tranquilo, cada quien recibirá su merecido. Ahora estás pagando por tus crímenes en esta tierra. Con los habitantes de este pueblo. Tu cuenta será saldada cuando no exista sangre en tu cuerpo.
Comienzo a arrastrarme y llego a la salida, salgo y comienzo a correr. Es lo más rápido que puedo, mis pies son muy lentos y estoy un poco gordo, no puedo hacer mucho a decir verdad.
—Si huyes, lo harás más difícil.
El misterioso asesino dispara justo en mi cabeza, para mi mala suerte. Siento como el alma se va de mi cuerpo, siento su vibra irse de mí. Él solo está allí de pie. Luego me arrastra hasta dentro de mi casa, para dejarme morir. Guarda su arma y se aleja sin preocupaciones. Se escuchan sus botas al caminar.
—1 por 1, morirán. Todos ustedes pagarán.
No hay nadie que lo viera. Escapa sin dificultad. No puedo escuchar muy bien su voz.
—¿Quién sigue? —dijo con una sonrisa.
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